Todavía hay petróleo en el mar de Lima

 

El 15 de enero de 2022 Repsol fue responsable de un masivo derrame petrolero en Lima, Perú, que afectó para siempre la vida de miles de personas que dependen de la pesca. Tres años después el petróleo sigue ahí.

 

A partir de ese caso investigamos a Repsol a fondo. En esta cobertura global exponemos cómo la compañía no se hace responsable del impacto ambiental de sus operaciones mientras pone en marcha un complejo mecanismo de marketing para lavar su imagen y evitar sanciones. Es la empresa más contaminante de España.

 

 

El derrame corporativo

Hemos visitado a las comunidades afectadas por el derrame de Repsol hace tres años en Lima. Las víctimas, tradicionales comunidades pescadoras, han tenido que cambiar de modo de vida y la indemnización que han recibido ya se ha evaporado.

Mira además el informe completo que publicamos en FRANCE 24

 

Miguel Núñez lidera la Asociación de Pescadores Fundadores, Armadores y Estibadores Artesanales de Bahía Blanca (ASPEFAEA), pero vive de la cría de cerdos y de tocar el arpa andina en fiestas costumbristas. Fue pescador en el distrito de Ventanilla (provincia de Callao), muy cerca de Lima. De esa actividad se mantuvo mucho tiempo. Sin embargo, el 15 de enero de 2022, el mar donde pasaba sus madrugadas se tiñó de petróleo. 

La empresa que causó el derrame en 2022 es la española Repsol, cuya refinería en Perú se encuentra, precisamente, en Ventanilla. La tarde del sábado 15 de enero de ese año, un buque debía descargar petróleo en los tanques de almacenamiento de la refinería La Pampilla. En esa descarga, las amarras de una de las boyas que fijaban la embarcación para el bombeo se rompieron. Como resultado, el contenido de unos 11.900 barriles de petróleo se dispersó en el mar. 

Ventanilla es una zona costera donde miles de personas viven con menos de 446 soles —el equivalente a unos 120 dólares— mensuales. Hace catorce años, Núñez encontró en sus olas una oportunidad económica. Según recuerda, la rentabilidad era buena, considerando que en un día muy productivo un pescador podía ganar un promedio de 500 soles [unos 130 dólares] mediante la venta directa de pescado en el vecindario. Con ese dinero, alimentaba y mandaba al colegio a sus seis hijos. 

“Me hice pescador por necesidad, principalmente. Cuando me mudé a Ventanilla desde El Agustino [distrito en Lima] no había mucho trabajo todavía. Para ‘la olla’, unos amigos me animaron a pescar. Luego empezamos a ofrecer [los productos] a los vecinos. Se podía ganar bien”, cuenta el ayacuchano mientras camina en dirección a Cavero, una de las playas más afectadas por el desastre de hace tres años.

Hoy, Cavero es solo restos y silencio. Nada del movimiento de antes –los bañistas, los pescadores, el comercio ambulatorio ruidoso– ha quedado. La arena, de tonos arcillosos o marrones dependiendo de su humedad, se llega a distinguir por partes, mientras basura y animales muertos ocupan la superficie. Cerca de las peñas aún se pueden ver estacas; indicador de que algunos pescadores artesanales siguen extrayendo especies pese a la prohibición tras el vertimiento de crudo. 

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La reacción de Repsol ante la contingencia fue “tardía” e “inadecuada”, de acuerdo con el capitán del Mare Doricum, embarcación de la empresa italiana Fratelli d’Amico Armatori que debía descargar el petróleo en la refinería. Seis horas después de detectada la falla en las amarras, la multinacional petrolera envió a un especialista. Para entonces, la fuga tóxica ya estaba en las aguas. 

“La playa era barro, pero más como lava. No sabíamos qué cosa era. Nos avisaron algunos compañeros, pero en ese momento no pensé que fuese algo tan serio. Recién al mediodía la municipalidad, las autoridades, informan que hubo un derrame de petróleo. Ya para ese momento veíamos animales —aves, sobre todo— embarrados, que todavía no morían. Algunos nos pusimos a limpiarlos. El día lunes fuimos a Repsol para reclamar, para que nos explicaran qué había pasado”, cuenta Núñez.

En un principio, Repsol señaló al Gobierno peruano que solo cerca de 6 mil barriles, de más de 158 mil litros de petróleo cada uno, habían contaminado las aguas. Pero una semana después el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), adscrito al Ministerio del Ambiente de Perú, certificó que el derrame fue, en realidad, de casi el doble. Eran 2.100 toneladas de crudo que se pasearon y estancaron en 48 playas del Callao y de Lima. El daño se extendió por 8.940.061 metros cuadrados: un área similar al distrito de Miraflores en Lima quedó contaminada con petróleo.

El OEFA inició 16 procedimientos administrativos sancionadores contra la petrolera. En su mayoría, los procesos están sustentados en el incumplimiento de acciones preventivas, la falta de respuesta inmediata ante la alerta y la entrega de información falsa por parte de la compañía. De estos, cinco han concluido en multas por un total de 64.805.996 soles [equivalentes a unos 17 millones de dólares]. De acuerdo con OEFA, a quien contactamos, la petrolera pagó este monto, pero adeuda el de otras siete multas, ascendentes a un total de 69.554.221 soles [cerca de 19 millones de dólares]. Además, hay otros tres procesos sin sentencia y uno archivado, indicó la institución. En respuesta a Late, Repsol sostuvo que la corporación “ha ejercido su derecho de defensa en sede administrativa y judicial ante las sanciones abiertas por diversas autoridades peruanas” y que, a la fecha, ha pagado cerca de 22 millones de dólares. 

Fue un desastre ecológico. El mayor que se haya visto en el mar de Perú.

“Yo estaba en una reunión de amigos cuando pasó. Era ya domingo cuando mi compadre de Chancay me llama y me advierte que no vaya a trabajar porque toditito Pasamayo estaba lleno de petróleo. Para ser franco, no le creí. Tenía que verlo y agarré un carro. Toda la zona donde yo trabajaba en bote era una mazamorra espesa”, recuerda Germán Melchor, presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales del Serpentín de Tomycalla. 

Las zonas donde Melchor trabajaba corresponden a la provincia de Huaral –en Lima, pero fuera de la zona metropolitana–. Hasta ahí llegó la mancha de Repsol. Melchor es alto, de cabello canoso y barba poblada. Cuando habla de esto, levanta el tono de su voz con la indignación todavía fresca, como si todo hubiera ocurrido ayer.  Cuenta que, cuando fue a verificar lo que otros pescadores le contaron, era difícil estimar la dimensión del daño. Solo sabía que su trabajo peligraba.

El mar seguía ahí, pero denso y muerto. 

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Melchor Ybarra era entonces pescador informal; es decir, su actividad no estaba inscrita ante los registros públicos peruanos ni tenía autorización del Ministerio de la Producción. La catástrofe ambiental lo obligó a formalizarse: fundó su asociación con otros compañeros y, entre todos, oficializaron su reclamo. 

Las organizaciones Conciencia Marina y WWF, según comenta, lo ayudaron a él y a varios otros a empadronarse, requisito necesario para exigir indemnizaciones a Repsol. Pero para evitar la judicialización con los afectados, la transnacional española usó la estrategia de ofrecer dinero a cada uno. Melchor fue uno de los que aceptó. Según cuenta, Repsol le entregó 35 mil soles [unos 9.500 dólares] como pago único a él y a cada pescador con embarcación que aceptara el acuerdo extrajudicial. En retrospectiva, lamenta haber firmado, pues la compensación no estuvo acorde a un cálculo real de sus ingresos sostenidos por cada año en paro. Está convencido de que fue una argucia de la petrolera y que deben seguir protestando.

“Estuvimos como cuatro meses negociando con Repsol. La Defensoría del Pueblo, al lado. Pero lo que pasó fue que Repsol impuso una reparación según su gusto. Yo reconozco que muchos de nosotros firmamos ese documento, sabiendo que era perjudicial para nosotros. Pero, ¿qué camino nos quedaba? Aceptamos sus condiciones por necesidad. Si no hubiéramos firmado, ahorita estuviéramos en juicio. ¿Y de qué hubieran vivido y estudiado nuestros hijos?”, dice. Luego, explica que hasta este día encuentra grumos de petróleo mezclados con arena cuando explora las playas del distrito huaralino de Aucallama.

El daño ambiental tuvo otro curso. Un estudio de la ONU arrojó que el mar peruano seguirá contaminado de seis a diez años por el derrame de Repsol. Solo en las semanas posteriores a la tragedia murieron cerca de 900 especies de animales; en su mayoría, aves: pingüinos de Humboldt, zarcillos, pelícanos, gaviotas, piqueros y golondrinas. Además, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) de Perú multó a la petrolera tras certificar que, en total, 1.852 animales fueron víctimas mortales directas del vertido de crudo.

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La playa de Chacra y Mar está en el distrito de Chancay, en Huaral. En la zona solo quedan avisos amarillentos de cevicherías extintas. A unos 20 metros de la orilla todavía hay postes de madera techados con rafia, que en tiempos mejores servían de sombra a restaurantes al paso para los veraneantes. 

Las casetas, hoy abandonadas y con la rafia rasgada, le dan un toque fantasmal al terreno, sobre todo durante el invierno limeño, que es extremadamente gris y lleno de neblina. El poco color que se distingue en la playa es el de pedacitos de juguetes y otros plásticos pulverizados que el mar ha traído de vuelta. 

Como sus playas vecinas, Chacra y Mar está cerrada al público por los daños de Repsol. De las 48 playas contaminadas, 25 eran visitadas por bañistas. Nadar o siquiera acercarse está prohibido por disposición municipal. Tal prohibición no se cumple, pues aún hay pescadores que –por la urgencia de comer o vender– ingresan con sus redes para probar suerte y sacar algo de especies. Total, a la vista no hay trabajadores municipales o de otras entidades deteniendo esas infracciones. 

Gloria Paredes hunde sus zapatillas en la arena de Chacra y Mar mientras vigila que unas estacas de madera sigan en pie frente a la orilla. Lleva un sombrero, viste una blusa rosa y una falda azul. De la mano lleva a su hijo de 7 años, que se queja y le llora porque está aburrido. Gloria cuenta que su esposo y su yerno son pescadores artesanales, y que la familia aún depende de ese rubro. La contaminación no los asusta tanto: “Más puede el hambre”, dice, así que no atienden los carteles de prohibición y extraen peces contaminados.

“Sí, todavía sacamos pescado. Para comer y para vender. No hay trabajo. Más antes, sí se podía. Hace tres años bajó la chamba. Con malla pescamos. Mi esposo pesca aquí y luego yo lo vendo. Nosotros comemos de ahí también. Sí me preocupa la contaminación, pero hace un año, año y medio que no comíamos pescado. Hay gente que no quiere comprar. Todavía hay petróleo en el mar y la pesca es poca, sucia. Pero qué vamos a hacer”, concluye, mientras hace gestos y le aprieta la mano al niño para que se calme. 

En marzo de 2023, el Congreso de la República peruano aprobó un informe de su autoría con recomendaciones y conclusiones sobre el caso Repsol. De acuerdo con el documento, la compañía española y la refinería de su dominio son responsables de la catástrofe, y tienen la obligación de indemnizar a los damnificados. No obstante, el documento tiene carácter de recomendación, pues el Legislativo carece de facultades para sancionar a la empresa. 

De acuerdo con sus conclusiones, las autoridades competentes en evaluar el daño –Ministerio del Ambiente, Ministerio de la Producción– deben conformar un comité que “inicie un proceso de valorización económica” por los perjuicios que el derrame tuvo en el medio ambiente, la fauna marina y la población. También recomienda que el Ministerio Público considere a RELAPASAA y al Grupo Repsol como terceros civilmente responsables. 

Hasta hoy, tres años después del derrame, no existe un estudio oficial de valorización del daño económico. Organizaciones que siguieron el caso, como CooperAcción, reiteran que aquella falla del Estado peruano fue conveniente para Repsol.

“Hicimos un estudio de valorización que arrojaba una cantidad determinada de compensación, que promediaba entre los 10 mil a 11 mil soles [cerca de 3 mil dólares] mensuales, por pescador. Sin embargo, la petrolera consideró, en base a otro estudio que esta misma desarrolló, que el monto de compensación debía ser mucho menor. Tuvimos negociaciones muy tensas en 2022 y 2023, con participación de la Defensoría del Pueblo y con los afectados. La empresa, entonces, ofreció adelantos mensuales de 3 mil soles [menos de mil dólares] por familia”, relata Alejandro Chirinos, sociólogo del equipo de la ONG CooperAcción, que fue una de las primeras organizaciones en sumarse a la asesoría legal de pescadores en el reclamo contra la empresa. 

Según Repsol, la corporación realizó un estudio para ofrecer montos de resarcimiento justos. “Los cálculos de las compensaciones se midieron considerando la afectación real dependiendo de la ocupación de cada persona. Para el estudio se consideró la información oficial de ingresos, un estudio socioeconómico detallado de cada grupo de personas y reuniones participativas con levantamiento de información con las personas identificadas en el Padrón único de Afectados (PUA). Para el caso de los pescadores, estos recibieron un promedio de 100,000 soles y adicionalmente un monto para la reparación de sus embarcaciones o la reposición de su equipo de pesca”, indicó Mikkel Larsen, representante de comunicaciones de la empresa.

Chirinos comenta que la compañía buscó evadir un proceso judicial con el ofrecimiento de montos simbólicos e insuficientes. En julio del 2022, el Estado peruano ya había terminado de identificar a un total de 10.186 afectados por el derrame de Repsol. Lo hizo a través de un empadronamiento que estuvo a cargo del Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) y las municipalidades de Ventanilla, Aucallama, Chancay, Santa Rosa y Ancón. 

Para marzo de ese año, la empresa ya estaba otorgando adelantos de indemnización de hasta S/ 3000 a los damnificados por acuerdo con el Gobierno peruano. Pero Chirinos cuenta que, en diciembre del 2022, la petrolera empezó a proponer acuerdos extrajudiciales de pagos únicos a pescadores de asociaciones registrados entre los afectados.

En abril del 2023, el medio de investigación IDL-Reporteros reveló que más de 8 mil afectados empadronados habían firmado acuerdos extrajudiciales con Repsol bajo el temor de nunca ver resarcido el daño ante una corte. El pago que ofreció Repsol fue inobjetable y calculado unilateralmente: de entre 58 mil y 70 mil soles [15.500 – 18.700 dólares, aproximadamente] para cada cabeza de familia

“Los términos de ese acuerdo, prácticamente, fueron ‘si quieres, nos vamos a juicio, pero vas a perder todo y esperar demasiado’. Lo que logró Repsol fue que un grupo grande de afectados renunciara a sus derechos de reclamo o demanda a futuro por una compensación única y final”, indica Chirinos, cuya organización plantea revocar estos acuerdos con acciones de amparo.

En marzo de 2023, Luis Herrera (presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales de las Playas de Chancay y del Norte Chico) firmó el acuerdo fuera de tribunales con Repsol. Al igual que otros de sus compañeros, señala que la empresa los condicionó a no traer abogados para la firma del convenio. Repsol niega esa situación. 

“Todas las personas que firmaron estos acuerdos extrajudiciales tuvieron la oportunidad de ir con sus abogados durante las conversaciones sostenidas de forma individual o representados por alguna asociación o colectivo, tanto es así que dichos abogados figuran firmando las actas de las reuniones sostenidas previas a los acuerdos. Los acuerdos firmados fueron voluntarios y dentro del marco jurídico nacional”, dijo Mikkel Larsen, representante de la petrolera, a Late.

Pescadores como Luis Herrera reconocen que, de no haber firmado, el reclamo por reparaciones hoy tendría mayor fuerza. 

“Fue un tema de presión de mis compañeros [de la asociación] por la incertidumbre de no tener con qué vivir o con qué sostener a nuestras familias. Era imposible que uno se mantuviera en esa posición de no firmar. Le estaría engañando si dijera que no firmé. Yo firmé y más del 90% de mi asociación también lo hizo. Pero en ese tema debo decirle que nosotros nunca tuvimos apoyo del Estado. No nos asesoraron ni ayudaron a saber si la propuesta de Repsol era correcta. Ahora vemos que sigue habiendo contaminación en el mar y que el Estado sigue débil y ausente”, explica Herrera. Insiste en que el Estado debió mediar entre Repsol y la población damnificada, pero no está seguro de cómo si la firma de acuerdos con Repsol fue voluntaria.

Luis Garrido es un pescador del distrito limeño de Ancón, otra zona que sufrió el derrame del hidrocarburo, y representa a parte de los 2 mil trabajadores de mar damnificados en el área. Al igual que decenas de sus compañeros, Garrido firmó un acuerdo extrajudicial con Repsol.

“Accedimos, primero, por necesidad. Segundo, accedimos también por ignorancia, por desconocimiento de la normativa, de las leyes. Una transacción extrajudicial es una conciliación entre ambas partes que —se supone— debe tener la conformidad de ambas partes, pero este contrato y sus condiciones fueron elaborados unilateralmente por Repsol. Nos vimos obligados a firmar porque, hasta ese momento, nos estaban dando bonos de periodicidad irregular. Esperábamos 30, 40, 50 días para el siguiente, mientras estábamos parados, sin poder trabajar de la pesca”, sostiene. 

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Para los pescadores, el daño a las personas se ha pasado por alto o malbaratado. “Todas las personas que estamos en el padrón único de afectados del Indeci estamos en una incertidumbre total. Los resultados, a través de los informes que hace el Estado, muestran que persiste la contaminación de crudo. Nosotros mismos vemos esa contaminación en las playas. Pero la empresa Repsol cerró su vínculo con los afectados a través de transacciones extrajudiciales que firmamos con ella. El Estado no es firme, no hace respetar sus informes ambientales y, prácticamente, la empresa se zurra en el perjuicio. Estamos desamparados”, afirma Luis Garrido. 

Por su parte, el Ministerio de Salud peruano precisa que ninguna de sus entidades adscritas pueden realizar vigilancia sanitaria sobre las zonas afectadas. De acuerdo con su explicación, primero OEFA debe establecer que las playas se encuentran rehabilitadas, lo cual no ha ocurrido pasados tres años del derrame. “Es como si las playas estuvieran bloqueadas hasta que OEFA quite esa determinación [es decir, las declare aptas para las personas]”, dijo una fuente del sector sanitario.

Repsol sostiene que ya cumplió su parte con respecto a las acciones de limpieza medioambiental y de compensación social. “Tras las acciones desplegadas por la compañía, las zonas –el mar así como las playas– cumplen con los estándares ambientales nacionales e internacionales desde hace mucho tiempo atrás. Con respecto a los Planes de Rehabilitación, la compañía los presentó en la fecha indicada por el OEFA y ha respondido a consultas y observaciones dentro de los plazos normados. La aprobación de dichos planes no es necesaria para la apertura de las playas y la realización de actividades económicas en las zonas afectadas”, asegura la compañía.

El Estado peruano aún no ha declarado la rehabilitación total de las playas. Pero también hay otras fallas que corren por su propia cuenta. El pasado 20 de diciembre de 2024, en Perú se reportó una nueva emergencia ecológica por derrame de petróleo. Esta vez, la responsable no fue una compañía privada como Repsol, sino la empresa estatal Petroperú, adscrita al Ministerio de Energía y Minas. El punto de la gran fuga de crudo fue la refinería de Talara, en Piura, región ubicada en la costa norte peruana y en dirección al Ecuador. El petróleo se dispersó hasta en cinco playas del distrito de Lobitos, contaminando unos 10 mil metros cúbicos. 

En el caso del derrame de Repsol las indemnizaciones para las personas perjudicadas no tienen ningún proceso de respaldo. Alejandro Chirinos, de CooperAcción, indica que aún, a febrero del 2025, no tienen una demanda elaborada. Sin embargo, varios pescadores, como Miguel Núñez –quien no ha firmado acuerdo de pago con Repsol– confían en llegar a judicializar el caso y llegar a instancias supranacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

“Claro, son casos que toman años. Pero hay que tomar en cuenta que ya son tres años desde que ha ocurrido. Hay que tener paciencia, más que nada. Yo he visto y sentido que tanto el Estado como Repsol creían que nosotros éramos ‘pobrecitos’, ‘mendigos’ que no ibamos a reclamar por justicia. Yo agradezco a Dios que tengo muchas habilidades y que soy mil oficios. Esto me sostiene ahora”, resaltó Núñez. Hasta hoy se resiste a firmar por los 65 mil soles [unos 17 400 dólares] con los que la multinacional busca detener un proceso judicial. De sus 240 compañeros agremiados a ASPEFAEA, Núñez dice que 150 han cedido al ofrecimiento económico de la compañía.

Tras la experiencia con Repsol, el Congreso de la República aprobó en octubre de 2024, la creación de un registro único consolidado de personas afectadas por derrames o fugas de hidrocarburos. En su exposición de motivos, el proyecto sentencia que, de esa manera, se administrarían correctamente las indemnizaciones tras eventos similares futuros. El Ejecutivo no promulgó la norma y la devolvió al Parlamento, que finalmente la publicó por insistencia.

Miguel Núñez da saltos entre las peñas de la playa Cavero, donde sabe que, por necesidad, algunos de sus colegas aún pescan lo que pueden pese a la prohibición. En medio de la basura dispersa sobre la arena, dice sentirse privilegiado por tener otros trabajos —el de los cerdos, principalmente— que le permiten subsistir. 

Mantiene, además, aficiones de paso, como mirar con atención cada objeto arrojado en el suelo o devuelto por el mar. Lo hace seguido porque, dice, a veces encuentra pedazos de madera reutilizables. Los buenos los recolecta para confeccionar arpas andinas, un instrumento que se toca en funerales para despedir a un ser querido. Y Núñez, como tantos otros, se ha despedido del mar.

La historia en crudo

A diferencia de otras marcas petroleras europeas—la francesa Total, la inglesa BP, la holandesa Shell, cuyas orígenes se remontan a las primeras décadas del siglo 1920— la aparición de Repsol en 1986 es relativamente reciente.

En noviembre de ese año, con un capital simbólico de 60.000 pesetas (equivalentes a unos 1.165 euros hoy día), el Instituto Nacional de Hidrocarburos funda el grupo empresarial estatal Repsol S.A., compuesto de cinco filiales, diseñados para controlar la extracción y comercialización de hidrocarburos —principalmente petróleo y butano— en la España posfranquista. 

Dos años después un canje de acciones inicia un proceso de privatización que avanza paulatinamente durante la próxima década, hasta su culminación en 1997, cuando el Estado español rescinde el último 10% del capital social aún en su tenencia. Es en este mismo  momento que la petrolera empieza a desplegarse internacionalmente llevando sus actividades más allá de la península ibérica. Es en el continente americano donde primero fija su mirada.

En 1995, establece una presencia en Trinidad y Tobago, donde opera tres pozos petroleros offshore. En 1996 inicia operaciones en Perú, donde toma control de Refinería la Pampilla, la principal refinería de petróleo del país y una de las más grandes de Sudamérica. En 1997, comienza actividades en Brasil, donde luego gana concesiones para 16 áreas de explotación, y en 1999 Repsol adquiere el 97,81% de la petrolera argentina Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), entonces la mayor compañía privada de petróleo y gas de Latinoamérica.

Durante la primera década del nuevo siglo, gana concesiones para 16 áreas de explotación en Brasil, y adquiere campos en Trinidad y Tobago.

En la actualidad el grupo abarca unas 500 empresas, subsidiarias, alianzas comerciales y asociados en 36 países diferentes.

A pesar de su privatización, la Repsol mantiene vínculos estrechos con el Estado español y la política española. Los altos cargos de la empresa frecuentemente se llenan con ex ministros, ex secretarios, ex diputados y ex consejeros, generando así una especie de “puerta giratoria” que ofrece al poder político español acceso fácil a los recursos y riquezas de una corporación multinacional. 

El consejero delegado actual del grupo empresarial, Josu Jon Imaz, tuvo una larga carrera política antes de llegar el sector petrolero: cumplió mandatos como eurodiputado del Parlamento Europeo, vicepresidente del Partido Democrático Europeo y presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV) antes de convertirse en director de Repsol en 2012 y luego asumir como consejero delegado en 2014.

A pesar de sus orígenes españoles y su casa matriz madrileña, hoy el 57% de los accionistas institucionales están arraigados o en Estados Unidos o Reino Unido y los accionistas españoles constituyen sólo un 5%.

La guía REPSOL de derrames petroleros

Cómo la compañía no se hace responsable del impacto ambiental de sus operaciones mientras pone en marcha un complejo mecanismo de marketing para lavar su imagen y evitar sanciones.

Para este reportaje se ha consultado a Repsol repetidas veces sin jamas recibir respuestas por parte de la empresa.

Cuando la magnitud real salió a la luz, la reacción de Repsol cambió: la empresa prometió limpieza, compensaciones, restauración ambiental. El Padrón Único de Afectados (PUA), elaborado por el Gobierno peruano, consideraba 10.273 personas, entre pescadores, comerciantes y todas las actividades económicas.

Pero la respuesta fue lenta y las consecuencias inmediatas. La pesca se paralizó, 1.855 especímenes de fauna silvestre marino costera murieron y las playas se convirtieron en zonas de desastre. En los meses siguientes, pescadores y comerciantes denunciaron que el crudo seguía impregnando la arena y el agua, mientras Repsol defendía que las zonas afectadas cumplían con los estándares ambientales.

En agosto de 2023, la OEFA (Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental de Perú) publicó un comunicado diciendo que “la información del comunicado emitido por Repsol ha sido brindada de manera parcial, ya que no ha informado los resultados de los monitoreos ejecutados en las setenta y ocho (78) formaciones costeras realizadas del 31 de mayo al 15 de junio de 2023, que incluyen muestreos en fondo marino, arena de playa y agua de mar, a los cuales también tienen acceso, y en los cuales se concluye que a la fecha existen un total de diecinueve (19) zonas impactadas por el derrame de petróleo de Repsol, ocurrido en enero de 2022, debido a que aún se confirma la presencia de hidrocarburos”. 

“Hasta la fecha, la compañía ha pagado alrededor de 22 millones de dólares” con respecto a ese caso, declaró Repsol, consultada para esta investigación.

Esa escena, la de un desastre ambiental provocado por un derrame de la petrolera española Repsol, se ha visto en distintos rincones de América Latina, con variaciones en protagonistas y paisajes.

A principios del 2008, en el corazón de la Amazonía ecuatoriana, dentro del Parque Nacional Yasuní, una de las áreas más biodiversas del planeta, ocurrió algo similar.

Un derrame de cuatro mil barriles de petróleo en el Bloque 16, operado también por Repsol, contaminó suelos, ríos y alteró la vida de la comunidad indígena waorani que en 2008 contaba con una población de 2.000 personas. En un comienzo, Repsol comunicó que habían sido 100 barriles

Pero para el 3 de febrero de ese año, la subsecretaria de Protección Ambiental del Ministerio de Minas y Petróleos de Ecuador, Lucía Ruiz, indicó a la agencia de noticias EFE que Repsol debía remediar los daños causados por el derrame de 500 barriles de crudo y 2.000 barriles de agua de residuos usada para transportar petróleo por tuberías.

Si para los ambientalistas fue un derrame “grande”, para la empresa fue limitado, según informó BBC Mundo. “Ocurrió cuando la cobertura de un oleoducto se dañó y nos encargamos de limpiarlo”, dijo en aquel entonces Edgar Delgado, gerente del campo donde se ubica la planta de Repsol.

Delgado alegó que el derrame se había producido diez días antes de ser detectado y que se dieron cuenta por la denuncia de un indígena waorani. Ese indígena, Orengo Tocari, presidente de la comunidad waorani de Dícaro, en aquel entonces. Declaró que el vertido había afectado a cuatro terrenos de cultivos ubicados a 2 kilómetros del sitio del derrame. 

Cuando Repsol finalmente reconoció el incidente, lo hizo en términos vagos, asegurando que no había causado contaminación, según dijo el portavoz de Repsol ecuatoriano por esos días, Federico Cruz.

Cinco años después, en la selva de Loreto, en Perú, Repsol volvió a estar en el centro de la polémica. La petrolera recibió la autorización del Ministerio de Energía y Minas peruano para realizar pruebas sísmicas y 21 perforaciones en el Lote 39.

Según el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) presentado por Repsol, 20 de estos pozos se situaron dentro de una zona propuesta como reserva para pueblos indígenas en aislamiento voluntario, específicamente en la región Napo-Tigre.

A pesar de las alertas de organismos de derechos humanos y de organizaciones indígenas, como la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), la empresa siguió adelante con su plan de exploración. Repsol argumentó que contaba con todos los permisos necesarios y que cumpliría con las normativas ambientales. Pero la preocupación de las comunidades no era la legalidad de los permisos, sino la amenaza irreversible que significaba la irrupción de la industria petrolera en sus territorios.

Los casos de Ventanilla, Yasuní y Loreto son fragmentos de un patrón más amplio. Según arrojaron los resultados de un análisis de casos de desastres ambientales provocados por la petrolera, a lo largo de los años, Repsol ha generado un método de respuesta, más allá de los que comunica a nivel institucional.

Según declara en su página web, Repsol cuenta con un modelo de gestión de crisis y emergencias diseñado para responder de manera rápida y eficaz ante eventuales derrames de petróleo. 

Para los casos específicos de derrames marinos, Repsol combina medios propios con el apoyo de empresas especializadas, como Oil Spill Response Limited (OSRL), que proporcionan acceso a dispersantes globales y equipos avanzados de contención y remediación. 

Implementan sistemas de detección temprana y medidas de mitigación, como barreras de contención, redes de drenaje y sistemas contraincendios, además de realizar simulacros frecuentes que permiten mejorar los protocolos de respuesta. Una vez controlado el incidente, se establecen nuevas acciones preventivas con el objetivo de evitar su repetición, reafirmando el compromiso de Repsol con la seguridad y la protección ambiental. Eso asegura Repsol.

A pesar de toda la actividad preventiva que se despliega, puede suceder la eventualidad de un accidente”, escribe la compañía en su apartado de Gestión de crisis y emergencias. Pero en su Compromiso por la seguridad también señala: “Actuamos con la firme convicción de que todos los incidentes son evitables”.

El reconocimiento inicial del incidente con minimización del impacto

 

Tras conocerse el vertido de Ventanilla, la empresa aseguró que la fuga de crudo había sido “pequeña y controlada”. Sin embargo, en las semanas siguientes, las imágenes de aves marinas cubiertas de petróleo y las denuncias de comunidades afectadas contradijeron esa versión.

El diagnóstico de Repsol fue de 6.000 barriles de crudo. Pero luego se supo que fueron 2.100 toneladas. Lo mismo, en el Parque Nacional Yasuní en 2008. El diagnóstico de la petrolera fue de 100 barriles, pero la cifra ascendió a 500.

En 2023, el desastre tuvo lugar en el Mar del Norte, en Reino Unido. El 2 de febrero, la plataforma Auk A, operada por Repsol Sinopec Resources UK, sufrió un derrame de seis toneladas de petróleo en una zona marina protegida, según cifras de HSE.

La empresa notificó el incidente y dijo haber tomado “todas las medidas necesarias para rectificar inmediatamente la situación y minimizar cualquier impacto sobre nuestra gente o el medio ambiente” al medio Energy Voice.

Sin embargo, organizaciones ambientales cuestionaron la respuesta de la compañía, señalando que el impacto en los ecosistemas marinos había sido subestimado, debido a una combinación de la incapacidad de la industria petrolera para proporcionar datos y un sistema de informes opaco y engañoso. 

El derrame ocurrió en un contexto de creciente escrutinio sobre las operaciones offshore en el Reino Unido. En diciembre de 2023, Repsol había sido multada con £160,000 por emisiones no autorizadas de gas en otros campos del Mar del Norte, lo que evidenció fallos en su gestión ambiental.

En septiembre de 2024, un informe de Oceana UK señaló que las descargas regulares de “agua producida” —una mezcla de petróleo y químicos— no están completamente reflejadas en los datos públicos, lo que impide conocer la magnitud real de la contaminación.

Aunque el NSTA ha incrementado las multas a empresas por violaciones ambientales, solo el 15% de la infraestructura petrolera fue inspeccionada en 2023, una reducción respecto al 25% en 2022, lo que sugiere limitaciones en la supervisión y control de estos incidentes.

Solo cinco empresas fueron responsables del 80% de los vertidos de petróleo entre 2011 y 2024 en las aguas de Reino Unido. La mayor responsable había sido la francesa TotalEnergies. Cinco empresas también fueron responsables del 84% de todo el petróleo vertido por incumplimiento de los permisos. La peor, en este sentido, fue la petrolera española Repsol, según el informe.

Cuando el medio contactó a Repsol para que hiciera comentarios, fueron remitidos a Offshore Energies UK. Por su parte, TotalEnergies dijo haber tomado medidas para reducir los vertidos al mar, “incluida la inversión en pozos de reinyección de agua producida en todos nuestros activos del Mar del Norte, al tiempo que seguimos reduciendo las emisiones generales asociadas a nuestras operaciones”.

Oceana UK también alegó no haber obtenido respuesta de Repsol en relación a​ la publicación del informe Sea Slick.

Activación de planes de contingencia

Cuando ocurre un derrame de petróleo, Repsol activa su protocolo de emergencia, que suele incluir la instalación de barreras para contener el crudo, la recolección de residuos y la contratación de empresas especializadas en limpieza. Pero estos esfuerzos han sido cuestionados por su eficacia y alcance.

En el caso de Ventanilla en 2022, la limpieza del derrame la llevaron a cabo 2.200 personas, entre habitantes y trabajadores, y alrededor de 500 efectivos de las Fuerzas Armadas peruanas, según informó Repsol en un comunicado de prensa el 25 de enero de 2022. Además, contaron con el apoyo de 120 embarcaciones.

Tres días más tarde, el entonces ministro de Ambiente de Perú, Rubén Ramírez, dijo en conferencia de prensa que se habían recuperado 4.225 barriles con esas acciones.

El 13 de abril, Repsol informó que se habían culminado satisfactoriamente las principales labores de limpieza, pero aquel comunicado de la OEFA en agosto de 2023, indica lo contrario. A esa altura, se evidenciaba la presencia nociva de hidrocarburos en 71 puntos de la costa central peruana.

Oceana Perú también denunció en sus redes sociales las condiciones en que trabajaban las personas encargadas de la limpieza de la playa en los primeros días tras el derrame: lo hacián sin equipamiento ni capacidades, “entrenados a última hora, recogiendo el crudo con baldes y palas, para enterrarlo en la arena cercana a la orilla a 50 centímetros de profundidad”, según aseguraría tiempo después a El Salto el director científico de Oceana Perú, Juan Carlos Riveros, en febrero de 2023​​.

Repsol contrató los servicios de Lamor Corporation, una empresa especializada en limpieza de playas. En febrero de 2022, la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil) terminó investigando a catorce empresas y un concejo distrital que participaron en la limpieza del derrame para verificar materias relacionadas a la seguridad y salud de los trabajadores.

En 2017, en el estado de Chuquisaca, Bolivia, la empresa aseguró haber controlado el impacto de un derrame en 48 horas, aunque informes posteriores señalaron que la contaminación persistió en la zona afectada.

En el caso de Chuquisaca, un deslizamiento de tierra provocado por intensas lluvias dañó un oleoducto operado por Repsol Bolivia en el municipio de Monteagudo. El incidente derivó en el derrame de aproximadamente 8 barriles de petróleo sobre una superficie de 90 metros cuadrados, tratándose del remanente de un ducto que ya no estaba en uso.

Según la petrolera, su plan de contingencia se activó de inmediato, lo que incluyó la paralización de operaciones, la instalación de barreras de contención y la movilización de equipos especializados para la limpieza del área. Repsol afirmó que su respuesta fue efectiva y que el petróleo no alcanzó cuerpos de agua ni cultivos cercanos.

La supervisión del incidente estuvo a cargo de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) y la Gobernación de Chuquisaca, que calificaron el impacto ambiental como “mínimo” tras inspecciones en la zona. Pero a pesar de estos reportes oficiales el gobernador de Chuquisaca, Esteban Urquizu, informó que la rotura del ducto había afectado al menos a tres comunidades.

Y, de hecho, los pobladores de Cerrillos realizaron una denuncia que indicaba que eran 15 comunidades afectadas, desde el sector donde estaba la rotura del ducto hasta la intersección del río El Bañado. Por eso, la Secretaría de Medio Ambiente acudió a la zona a verificar y realizar una cuantificación de los daños. Pero el organismo público constató que no había tal efecto del derrame.

No se registraron sanciones ni medidas adicionales contra la empresa, y el caso se cerró con la premisa de que el desastre había sido mitigado en menos de 48 horas.

Este y varios otros casos evidencian el modus operandi de Repsol en la gestión de emergencias ambientales: una respuesta operativa rápida, pero sin garantizar un seguimiento ambiental a largo plazo ni la participación de actores independientes en la evaluación del impacto.

Cinco años después, en el derrame de Ventanilla de 2022, Repsol aseguró que el incidente había sido contenido y que se estaban ejecutando acciones inmediatas de limpieza, pero el impacto ambiental y social fue significativo. La contaminación afectó a 1,74 millones de metros cuadrados de playa y 1,18 millones de metros cuadrados de mar, incluida la Zona Reservada de Ancón, un área protegida. Más de 6,000 pescadores artesanales y comerciantes vieron paralizadas sus actividades económicas, mientras que organizaciones como CooperAcción y Oxfam denunciaron fallas en la estrategia de remediación de la empresa.

El gobierno peruano, a través del OEFA y el Ministerio del Ambiente, impuso sanciones y declaró la zona en emergencia ambiental, ordenando la suspensión temporal de las operaciones de carga y descarga de Repsol. A pesar de las multas que podrían alcanzar los 33,4 millones de dólares, las comunidades afectadas continúan denunciando la falta de una reparación integral, lo que refuerza la percepción de que la activación de planes de contingencia de Repsol no garantiza una remediación efectiva.

Reacciones limitadas a demandas comunitarias

Una vez que la crisis mediática se disipa, Repsol enfrenta las demandas de las comunidades afectadas, pero sus respuestas suelen ser limitadas. En el derrame de Ventanilla, los pescadores artesanales denunciaron que la empresa ofreció compensaciones económicas a cambio de acuerdos extrajudiciales que les impedían presentar futuras reclamaciones. 

La petrolera afirmó que más de 10.000 personas habían sido beneficiadas por su plan de compensación, pero organizaciones locales señalaron que muchas comunidades quedaron fuera del proceso.

«La compañía ha destinado más de 1.000 millones de soles para las acciones de limpieza medioambiental y compensación social a los afectados. Tras las acciones desplegadas por la compañía, las zonas —el mar así como las playas— cumplen con los estándares ambientales nacionales e internacionales desde hace mucho tiempo atrás, tal como lo demuestran tanto la información técnica presentada dentro de los planes de rehabilitación como los múltiples informes con los resultados de laboratorios certificados y reconocidos, presentados con anterioridad a dichos planes. Con respecto a los Planes de Rehabilitación, la compañía los presentó en la fecha indicada por el OEFA y ha respondido a consultas y observaciones dentro de los plazos normados”, aseguraron desde Repsol, preguntados para este reportaje.

Aunque la petrolera fue consultada varias veces desde Revista Late por otros temas, vinculados con greenwashing (ecoblanqueo) y gestión de desastres medioambientales, Repsol respondió solamente a las preguntas relacionadas con el caso de Ventanilla en 2022.

A pesar de esta versión, informes de diversas organizaciones han señalado que las acciones de remediación ambiental no han sido suficientes y que el impacto del derrame sigue afectando a las comunidades costeras.

Desde su aprobación, el proyecto para realizar actividades de exploración petrolera en el Lote 39, ubicado en Loreto, en plena selva amazónica, fue objeto de críticas por parte de organizaciones indígenas y ambientalistas, que denunciaron el riesgo que implicaba para estas comunidades extremadamente vulnerables. La Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), en representación de las comunidades afectadas, alertó sobre el impacto irreversible que la actividad petrolera podría tener en estos grupos, especialmente por la propagación de enfermedades y la alteración de su hábitat natural. Recurrieron, incluso, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

En abril de ese año, además, la Defensoría del Pueblo de Perú advirtió de que la oferta de hidrocarburos que realizó el gobierno peruano ponía en riesgo diversas zonas naturales y a las comunidades indígenas de la Amazonía.

Repsol, a la vez, defendió la legalidad de sus operaciones y alegó que cumplía con todas las regulaciones ambientales vigentes. Mientras el Ministerio de Cultura expresaba su preocupación por la viabilidad del proyecto y recomendaba estudios adicionales para evaluar los posibles impactos sobre los pueblos en aislamiento, el Ministerio de Energía y Minas mantuvo su respaldo a la exploración.

Gestión limitada del impacto a largo plazo

El 22 de diciembre de 2010, la plataforma petrolífera Casablanca, operada por Repsol y situada a 50 kilómetros de la costa del Delta del Ebro, sufrió un vertido de alrededor de 60.000 litros de crudo en el mar Mediterráneo. El derrame ocurrió durante la reactivación de la plataforma tras un periodo de mantenimiento, debido a un fallo en una válvula que debía redirigir el bombeo de crudo hacia la refinería. Como resultado, el petróleo se derramó directamente al mar, y formó una mancha de aproximadamente 19 kilómetros cuadrados.

La Capitanía Marítima de Tarragona activó el Plan Nacional de Contingencias por Contaminación Marítima Accidental y desplegó embarcaciones para contener la expansión del crudo, mientras que Salvamento Marítimo supervisó las operaciones de dispersión del hidrocarburo. Aunque la mancha no alcanzó la costa, el vertido amenazó el ecosistema del Delta del Ebro y las zonas pesqueras cercanas.

Organizaciones ecologistas como Greenpeace y Ecologistas en Acción criticaron la falta de medidas preventivas y alertaron sobre el riesgo de nuevos incidentes en explotaciones offshore.

La Fiscalía de Tarragona abrió una investigación para determinar posibles responsabilidades penales por delito contra el medio ambiente, pero no se reportaron sanciones significativas contra Repsol. La empresa aseguró haber colaborado en la limpieza y contención del vertido, mientras que el gobierno coordinó la respuesta a través del Ministerio de Fomento. 

En el caso de 2008, en la Amazonía peruana, las comunidades afectadas denunciaron que la contaminación de los ríos continúa, si bien la empresa sostiene que ha cumplido con los estándares ambientales. A pesar de la intervención del Ministerio de Energía de Ecuador, que envió expertos para evaluar el impacto, no se implementó un plan de limpieza integral. Con el paso del tiempo, los residuos del derrame continuaron afectando a la biodiversidad del Yasuní.

La Defensoría del Pueblo intentó mediar entre la comunidad y la empresa, pero Repsol no se presentó a las audiencias. Su portavoz en ese entonces, Federico Cruz, afirmó que no se habían registrado daños significativos, pero estudios independientes y los testimonios de la comunidad indígena apuntaban lo contrario. Finalmente, el incidente no derivó en sanciones conocidas.

Un lavadero llamado REPSOL

Captura de pantalla de la publicidad verde de Repsol

Los compromisos climáticos 

Repsol es actualmente la empresa más contaminante de España, según confirma año tras año el Observatorio de la Sostenibilidad en sus informes. Encabeza el ranking de emisiones de gases efecto invernadero –causantes del calentamiento global– desde que en 2021 adelantó a Endesa, anterior líder en CO2 desde 2008. Según el último informe, de 2024, Repsol emitió 11.824.734 toneladas de CO2 equivalente, por delante de Endesa (10.557.314), EDP (5.633.499), Naturgy (4.873.359), ArcelorMittal (4.369.473), Iberica (3.640.544), Iberdrola (3.509.331), Cepsa (3.802.132), FFC (2.991.184) y LafargeHolcim (1.944.973).

Pero Repsol ha prometido que será neutra en carbono para 2050. La compañía asegura tener un plan de transición climática alineado con “un mundo de 1,5 ºC”, número que se refiere al objetivo fijado en el Acuerdo de París, como resultado de la cumbre del clima de la ONU celebrada en la capital francesa en 2015. A través de este acuerdo, jurídicamente vinculante, cerca de 200 países convinieron reducir sus emisiones para limitar el calentamiento global de manera que en 2100 el aumento de temperatura global –respecto a los niveles preindustriales– no supere el grado y medio. De sobrepasar ese límite, considerado por la comunidad científica como el umbral de seguridad, los efectos del calentamiento sobre la Tierra podrán agravarse hasta llevarnos a un planeta prácticamente inhabitable. 

 

El bluff del hidrógeno verde

En el “Low Carbon Day”, en octubre de 2020, Repsol presentó su estrategia de hidrógeno renovable con la que aspira a llegar a esa neutralidad en carbono a mitad de siglo. Prometió instalar 0,55 GW equivalente entre 2020 y 2025, de los cuales 0,45 GWeq se utilizarían en sus instalaciones industriales. “Esto último permitirá reducir el Alcance 1 en torno a 0,7 MtCO2. El CAPEX asociado a esta reducción es de 567 millones de dólares, considerando un gasto de 1,260USD/kWeq”, aseguraba la petrolera en su informe de 2023 remitido al Carbon Disclosure Project. El objetivo era, para 2030, llegar a los 1,9 GW. 

En 2025, no obstante, la compañía ha anunciado que se echa atrás, al considerar que no sale rentable. “La nueva perspectiva pasa por una reducción significativa, que supondrá producir en una banda de entre los 700 MW y los 1,2 GW en el horizonte del 2030”, aseguró el 20 de febrero el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz.

Imaz explicó que la petrolera se limitará a producir la cantidad suficiente de hidrógeno verde para asegurar el suministro a sus propias refinerías, así como para satisfacer la demanda garantizada por la legislación europea, que obliga al sector del transporte aéreo y marítimo a incorporar progresivamente al menos un 1% de moléculas verdes en sus combustibles. 

Trampas en el conteo de emisiones 

Repsol declara sus emisiones de gases de efecto invernadero en los informes que publica cada año, documentos como el de gestión integrado. En ellos, hasta 2021 incluía todas las emisiones indirectas (conocidas como de “alcance 3”) derivadas de sus operaciones: que habitualmente se dividen en 15 categorías. Estas incluyen, por ejemplo, las de la venta de gasolina. En total, las emisiones de alcance 3 de Repsol ascendían en 2021 a 463,1 millones de toneladas de CO2 equivalente. Sin embargo, en 2022, la compañía decidió contar sus emisiones de otra manera, de acuerdo a un índice que creó la propia empresa (el Índice de Intensidad de Carbono de Repsol) y que excluye la venta de gasolina –entre otras categorías–. Así, en el informe de gestión integrado de 2022, sus emisiones indirectas (alcance 3) son de 70,4 millones de toneladas de CO2 equivalente. Así fue como, de un año para otro, Repsol pasó de declarar 463 millones de toneladas a apenas 70 millones.

Mentir sobre las emisiones de efecto invernadero que acarrea una actividad de una empresa puede considerarse como un engaño a sus inversores. La nueva normativa de la Unión Europea sobre greenwashing, la directiva de Corporate Sustainability Reporting, entra en vigor este año, y obliga a las empresas a informar sobre sus emisiones indirectas (alcance 3). En España, aún está pendiente que se transponga al ordenamiento jurídico nacional, algo que corresponde al ministerio de Economía. 

Repsol ha sido preguntada en múltiples ocasiones para este reportaje y desde la empresa no han facilitado las respuestas relativas al lavado verde de imagen –la forma de contabilizar sus emisiones, las campañas publicitarias, la inversión publicitaria en medios de comunicación, etcétera–, a pesar de haber respondido a las preguntas sobre vertidos.

Un juicio mediático

En marzo de 2024 arrancó la batalla judicial entre dos grandes energéticas españolas: Iberdrola demandó a Repsol por greenwashing (ecoblanqueo, “ecopostureo”, lavado verde de imagen), pues la petrolera se presenta al mundo en sus diferentes campañas y anuncios como “líder” en sostenibilidad, mientras más del 99 % de sus ingresos provienen de los combustibles fósiles. En concreto, denunció a la petrolera por presunta publicidad engañosa, amparándose en la Ley de Competencia Desleal. 

En noviembre, con una treintena de medios como asistentes, tuvo lugar la vista oral del caso: un juicio largo (7 horas), denso, televisado. Fue el primero en España por blanqueo ecológico. La demanda ha sido desestimada, e Iberdrola estudia si presentar o no un recurso. Este caso ha mantenido alerta al sector energético, a los ecologistas, así como a periodistas, juristas y al mundo académico, en un momento en que Bruselas refuerza también sus normas para controlar las alegaciones de sostenibilidad. “En una primera valoración de la sentencia, el juez considera que los consumidores españoles conocen lo que es Repsol y que su actividad principal son los combustibles fósiles y no aprecia que sus mensajes publicitarios afecten a su decisiones de consumo, y tal interpretación entendemos que es contraria a la que se considera en los países de nuestro entorno y en la Unión Europea, cuya normativa el Juez no considera aplicable, por lo que se pone más de manifiesto la necesidad de que España establezca normativa para luchar contra el greenwashing, práctica que no merece análisis en la sentencia notificada”, señaló Iberdrola.

Publicidad engañosa

 

Iberdrola alega que no puede proclamarse como “líder” en energía limpia una empresa con un 99% de sus ingresos provenientes de la extracción, refino y venta de combustibles fósiles. En el juicio, Repsol señaló que ellos dicen ser “líderes” en la transición energética, y no en sostenibilidad. Pero los informes publicados por Repsol tampoco llevan a esa conclusión: sólo un 32% de las nuevas inversiones de la compañía están alineadas con lo que la ley europea (la taxonomía) considera sostenibles. Los otros dos tercios de esa nueva inversión están, por tanto, en fuentes no sostenibles.  

Iberdrola denunció a Repsol por 15 campañas en concreto, en las que juzga que la petrolera comete “actos de engaño y omisiones engañosas” que tienen como objeto el “blanqueo ecológico, consistente en trasladar al mercado y a los consumidores el mensaje de que una determinada organización, o un producto o servicio determinado, es más sostenible o respetuoso con el medio ambiente de lo que en realidad es”.

Ya en 2023 el organismo inglés Advertising Standards Authority (ASA) obligó a Repsol a retirar dos campañas de publicidad, identificadas en la web del Financial Times, por considerarlas publicidad engañosa. Uno de estos anuncios, visto en febrero de 2023, mostraba imágenes de hojas con un texto que rezaba “En Repsol, estamos desarrollando biocombustibles y combustibles sintéticos para lograr cero emisiones netas”. Después, se veía un coche aparcado en una zona boscosa, rodeado de hojas, con la frase “combustibles renovables para una movilidad sostenible”, junto a un surtidor de gasolina con una hoja. La autoridad británica de publicidad concluyó que el anuncio omitía información material y era engañoso.  El otro, visto en julio de 2023, mostraba la imagen de una gota de agua con un texto que decía «Hidrógeno renovable, otra alternativa para reducir las emisiones. En Repsol apostamos por el hidrógeno renovable como fuente de energía que ofrece diferentes usos como la producción de combustible sintético con cero emisiones netas». “El anuncio también incluía una serie de gráficos: el texto «H2» rodeado por dos flechas; un panel solar con un sol; un coche con una letra «e» estilizada que tenía un tapón en el extremo; una turbina eólica; dos flechas que formaban un círculo; un árbol joven; y un surtidor de gasolina con una hoja encima”, describe la ASA en su resolución, en la que instó a la compañía a retirar la campaña, tras calificarla como “engañosa” porque “omitía información significativa sobre el impacto medioambiental global de las actividades empresariales de Repsol”.

También exigieron a Repsol que  que se asegurara de que sus futuros anuncios con declaraciones medioambientales “no indujeran a error omitiendo información significativa sobre la proporción de sus actividades empresariales que se componían de energía renovable, o el papel que la energía renovable y el hidrógeno renovable desempeñaban en sus actividades empresariales”.

Iberdrola incluyó estas dos campañas entre las 15 que denunció ante el Juzgado de lo Mercantil nº2 de Santander. Lo llevaron a esta ciudad de Cantabria porque la sociedad competidora de Iberdrola en la venta de luz y gas, Repsol Distribuidora de Electricidad y Gas, tiene su domicilio social en Santander, donde además iba a ser un proceso más rápido. 

También incluyó la campaña multienergética de Repsol, en la que la comercializadora de Repsol ofrecía a quienes contratasen la luz con Repsol descuentos en el carburante en las gasolineras. Iberdrola argüía que se estaba de esta manera fomentando el consumo de combustibles fósiles. 

Combustibles como churros

También las organizaciones de la sociedad civil han demandado a Repsol S.A. por greenwashing. En abril de 2024, Greenpeace, Ecologistas en Acción y la CECU denunciaron a la petrolera ante la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). Su denuncia, que continúa en fase de investigación, se centró en los combustibles que Repsol publicita como 100% renovables. Son biocombustibles fabricados a base de productos vegetales. Repsol alega que son a partir de residuos orgánicos. En sus anuncios pagados en la plataforma Meta (Facebook e Instagram), Repsol alegaba en sus campañas que el CO2 emitido por el vehículo impulsado por estos combustibles “es el mismo que ha absorbido previamente la materia prima que se utiliza para su producción”.

Pero Repsol publicita, sobre todo, los combustibles que produce a partir de aceite de cocina reciclado. De hecho, en el Gran Premio de Valencia de MotoGP, la última cita del Mundial de motociclismo, en noviembre de 2023, Repsol montó una churrería en la que ofrecía churros gratis a los aficionados. En el puesto “Box Repsol” había un mensaje que decía: “con el aceite usado de estos churros se fabrica combustible renovable”. 

Sin embargo, las cuentas no dan. Es difícil tener el dato de cuánto aceite de cocina usado hay actualmente disponible para alimentar lo que Repsol dice que pretende generar con este recurso. Aspira a generar un 40% el combustible de las motos en el Campeonato del Mundo a partir de aceite de cocina usado, y quiere que el combustible que se reposta hoy día en las estaciones de servicio contenga “más de un 10% de combustibles sostenibles”. La nueva planta de Repsol en Cartagena “permitirá producir 250.000 toneladas al año de biocombustibles avanzados, como biodiésel, biojet, bionafta y biopropano, que podrán usarse en aviones, barcos, camiones o coches sin necesidad de hacer modificaciones en los motores”, alegó la compañía en su web. “Estos combustibles renovables se producirán a partir de residuos, como el aceite de cocina usado y restos de la industria agroalimentaria, y su uso permitirá reducir 900.000 toneladas de CO2 al año, el equivalente a la cantidad de CO2 que absorben 45 millones de árboles”.

Los ecologistas arguyen que el suministro de estos combustibles se basa sobre todo en cultivos de aceite de palma y de soja, que generan deforestación en países muy sensibles a este problema, como Indonesia, donde el territorio antes cubierto de masa forestal que sirve como sumidero de carbono se destina al monocultivo de palma aceitera o soja para  biocombustibles. Y rechazan por tanto que Repsol diga que se trata de carburantes “sostenibles” o “renovables”:  “España es el principal importador de aceite de palma de Indonesia y el mayor productor de biocombustibles en la UE”, alegan. En este país, calculan que el 72,5 % del biodiésel y casi el 100 % del hidrobiodiésel se fabrica con aceite de palma. “Y es la empresa Repsol uno de los principales importadores de aceite de palma y productor de biodiésel con este aceite”.

“Según han podido constatar los estudios elaborados por varios expertos (y presentados junto a la denuncia como informes periciales)” –informes que no han podido facilitar, al estar el caso en fase de investigación– “la cadena de suministro que llegaba a las refinerías de Repsol en el periodo investigado procedía de diversas empresas de Indonesia donde se han documentado reiterados casos de deforestación (sustitución de la selva tropical por cultivos de palma aceitera) y violación de los derechos humanos”, explica desde Ecologistas en Acción Marta Orihuel.

En su denuncia ante la CNMC, los ambientalistas pusieron el foco en las afirmaciones que Repsol hace sobre sus “biocombustibles”, que anuncia como “sostenibles”, “ecocombustibles”, “neutros en carbono”, “con baja huella de carbono” o “renovables”, “de manera general y equívoca”, juzgan los ecologista, “sin distinguir entre los diferentes productos ofertados y sin especificar sus atributos o impacto ambiental, lo que resulta engañoso para la ciudadanía”.

Alegan que estas acciones de Repsol vulneran diversas normativas españolas: la Ley de Protección de los Consumidores, la Ley de Publicidad, la Ley de Defensa de la Competencia y la Ley de Competencia Desleal.

Leyes contra el greenwashing

Existen organismos encargados de regular la publicidad, pero en España no hay ninguna autoridad como la británica, sino que la propia industria se “autocontrola”, mediante una asociación empresarial que se llama Autocontrol. Pero Iberdrola denuncia que en esta entidad Repsol es “juez y parte”, pues en su junta directiva está Natalia Villoria Martínez, directora de Publicidad, Patrocinio y Relaciones Públicas de Repsol. Como asociación empresarial, la junta de Autocontrol incluye a directivos de empresas como Cocacola, L’Oreal (una de las empresas con mayor inversión publicitaria en medios), Cepsa o Farmaindustria, entre otras. Pero Iberdrola denuncia que la presión de Repsol dentro de las resoluciones de Autocontrol va más allá de tener un miembro en la junta. A principios del 2024, Iberdrola llevó una campaña publicitaria de Repsol ante Autocontrol, al considerarla engañosa. Se trata de la campaña sobre los combustibles “100% renovables y “a partir de residuos orgánicos” de Repsol. Iberdrola consideraba que no se podía hacer tal alegación sin aportar información adicional para que se pueda comprobar.  Repsol respondió ante la reclamación, y dijo que el mensaje es “claro e inequívoco”, pues está “demostrado” y “es verificable” que los combustibles de la campaña son 100% renovables. Autocontrol encargó entonces un informe pericial a unn experto independiente. El elegido fue Octavio Armas Vergel,  catedrático de la Universidad de Castilla La Mancha e Ingeniero Industrial, quien había recibido financiación de Repsol por valor de más de 60.000 euros para varias de sus investigaciones. 

Existen leyes a nivel nacional y europeo que intentan proteger a los consumidores y a los inversores de “afirmaciones verdes engañosas”. La demanda de Iberdrola se ampara en la Ley de Competencia Desleal, pero también está la Ley General de Publicidad, que define como engañosa la publicidad “que de cualquier manera, incluida su presentación, induce o puede inducir a error a sus destinatarios, pudiendo afectar a su comportamiento económico, o perjudicar o ser capaz de perjudicar a un competidor”, así como aquella “que silencie datos fundamentales de los bienes, actividades o servicios cuando dicha omisión induzca a error de los destinatarios”.

Investigación corporativa: Marta Montojo y Cush Rodríguez Moz

Investigación en Perú: Ana Bazo Reisman 

Imágenes: Liz Tasa

Datos y verificación: Federica Bordaberry

Editor: Daniel Wizenberg

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