Las semillas de la memoria

Espiga de grano de semillas nativas preservadas por la asociación Qachuu Aloom, símbolo de resistencia y legado ancestral que fortalece la identidad de la comunidad. Baja Verapaz, Guatemala. Foto: Gianni Esposito
Espiga de grano de semillas nativas preservadas por la asociación Qachuu Aloom, símbolo de resistencia y legado ancestral que fortalece la identidad de la comunidad. Baja Verapaz, Guatemala. Foto: Gianni Esposito

La Asociación Qachuu Aloom “Madre Tierra” ha trabajado por más de 20 años en la recuperación de las semillas y la memoria ancestral dañadas durante el conflicto armado.

Rabinal, en Guatemala, es un pueblo marcado por las masacres de Río Negro a inicios de los años 80, llevadas a cabo por militares y paramilitares en el marco del conflicto armado. El objetivo era exterminar a la población Maya Achí, acusándola de oponerse a la construcción de la Hidroeléctrica Chixoy. Agredieron, violaron y asesinaron a centenares de personas, arrasaron cultivos y prohibieron toda expresión cultural.

Tras la violencia, las comunidades Maya Achí se alzaron para recuperar lo perdido. La Asociación Qachuu Aloom “Madre Tierra”, sostenida por mujeres sobrevivientes, ha dedicado 22 años a tejer nuevamente su identidad a través de la agroecología y el rescate de semillas nativas. Lo que comenzó como una lucha por la supervivencia ante las tierras inundadas por la construcción de la hidroeléctrica y los cultivos quemados, se transformó en un movimiento de resistencia cultural y ambiental. Hoy, con más de 50 variedades de semillas recuperadas y 500 participantes de 31 comunidades, promueven una agricultura sostenible que honra los conocimientos ancestrales, además de fortalecer el tejido social.

“Ver a los niños y niñas usando nuevamente el traje tradicional y sembrando las semillas de nuestras abuelas me da esperanza de que la memoria nunca será olvidada”, dice Berta Tecú, integrante de la Asociación. Berta tenía 20 años y estaba embarazada de su segundo hijo cuando asesinaron a su esposo en la masacre de 1981. Su primer hijo tenía tres años. Ella ahora tiene 63. “Quedaron muy pequeños y no pude darles estudios porque no tenía recursos. Así pasamos la vida y la tristeza”. Vecina de Pichec, una de las 14 aldeas de Rabinal, cuenta que la dictadura militar prohibió usar sus trajes tradicionales, celebrar ceremonias y hablar el idioma Achí. “Los soldados nos vigilaban y acusaban de brujería”.

Había mucho miedo. Berta solo salía a la calle para ir a la tienda, así que decidió huir con sus hijos desde Río Negro al lugar donde hoy continúa con el trabajo de recuperación de las semillas, como hicieron muchas otras sobrevivientes. “Cuando pasó la violencia, nos organizamos las mujeres. Logramos que se hicieran las exhumaciones para encontrar a nuestros familiares y comenzamos a rescatar las semillas para recuperar nuestra forma de vida”.

Rabinal está ubicado en el departamento de Baja Verapaz y se encuentra a 180 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. Es conocido por su riqueza natural y sus cerros, que sirvieron de refugio para muchas de las personas que huyeron de esta violencia. Así lo cuenta María Gómez, de 69 años, quien perdió a gran parte de su familia durante aquellos años. Todavía se inquieta cuando oye pasar los aviones: su ruido le recuerda al de los helicópteros que bombardeaban a la población civil. Sentada frente a su casa, viste un huipil tradicional rojo con adornos florales y cuenta que, tras el conflicto, no tenían dinero suficiente para comprar telas y tejer sus ropas. La palabra huipil se deriva del vocablo huipilli que significa mi tapado. “Ahora estamos recuperando esta tradición, aunque de momento solo vestimos la parte de arriba”.

Bajo el sol, María recoge el maíz que quedó en la tierra húmeda y lo seca con ayuda de un ventilador. Los elotes brillantes, en tonos amarillos, rojos, blancos y negros, se apilan sobre la tela de un saco y quedan fuera de la sombra. “La Madre Tierra es la que nos da vida. Nos da alimentos. Nos protege”.


Semillas de resistencia

Foto: Gianni Esposito
Semillas nativas preservadas por la Asociación Qachuu Aloom. Durante el conflicto armado interno (1962-1996), esta riqueza disminuyó afectando la biodiversidad y las fuentes de alimentos tradicionales. Alta Verapaz, Guatemala. Foto: Gianni Esposito

“Este movimiento es el rescate de la cultura ancestral y la promoción de una agricultura más sana y sostenible. Cuando hablamos de ecología y agroecología, nos referimos a una forma de cultivo que respeta el medio ambiente y que se basa en el uso responsable de los recursos naturales. Por ello, trabajamos con diferentes comunidades para fomentar una educación orientada al buen vivir”.

Cristóbal Osorio es sobreviviente de cinco de las masacres que tuvieron lugar en la zona. Originario del municipio de Río Negro, se desplazó a Rabinal después de que la construcción de la hidroeléctrica inundase sus tierras. En 1999, fundó Qachuu Aloom con cinco comunidades e inició el rescate de semillas con parcelas demostrativas de maíz y frijol. “La motivación vino cuando vi que estábamos logrando esa recuperación”, recuerda. En 2002 y 2003 comenzaron con las capacitaciones y en 2004 compraron el primer terreno. Hoy, sentado en la oficina de la Asociación, una estancia de vigas de madera de la que cuelgan distintas variedades de maíz, sonríe al rememorar todo lo conseguido.

Guatemala es un país con una notable diversidad de semillas criollas, especialmente de maíz. Durante el conflicto armado interno (1962-1996), esta riqueza mermó significativamente, afectando a la biodiversidad y las formas de alimentación tradicional. El Informe “Guatemala: Nunca Más” o Informe de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) destaca que en la cultura maya la Tierra tiene un significado profundo ligado a la identidad colectiva, razón por la que se agredió a la naturaleza. La destrucción estuvo dirigida a eliminar las posibilidades de supervivencia de la gente, no sólo eliminando siembras y semillas, sino también envenenando a la población.

“Fue profanado lo sagrado, les quitaron la tierra, cortaron y quemaron las siembras, los cerros, la naturaleza en general, destruyeron y quemaron las casas y con ellas los altares familiares, envenenaron el agua, quemaron la iglesia, mataron a sus seres queridos en los lugares donde se realizan las ceremonias ancestrales, profanaron los espacios en donde han sido enterrados los muertos, pisotearon la dignidad, atacaron la lucha, sus esperanzas, la vida”, se puede leer en el informe.

Para recuperar todo lo perdido y volver a reconstruir el tejido social, Cristóbal habla de los tres ejes en los que trabajan: la agroecología, para dejar de usar químicos en los cultivos; la conservación de semillas nativas y criollas; y el apoyo a la economía familiar. “Nuestra gente valora nuevamente las semillas nativas, en lugar de depender del agroservicio. Buscamos transmitir conocimientos, dar vida al suelo con materia orgánica y garantizar una buena producción. También mantenemos la cultura viva rescatando los lugares sagrados”.

Dentro de esta recuperación de la memoria, también está el uso de la medicina ancestral. La asociación ha desarrollado un programa de salud integral que utiliza una harina nutritiva a base de amaranto, ajonjolí y arroz para combatir la desnutrición infantil. “No queremos perder nuestras plantas ancestrales, como la ruda, explica Aurelia Hernández, de 62 años e integrante de la Asociación en la aldea Chiac.

A Aurelia le apasiona aprender y compartir las tradiciones con las personas más jóvenes de la comunidad, para que conozcan la historia. “La semilla es nuestra cultura. Sembramos maíz blanco, negro y amarillo porque es parte de nuestra identidad”. Y recuerda lo triste que fue durante años no poder vestir su traje: “Así como nuestras abuelas nunca dejaron su huipil, yo tampoco dejaré mi vestido ni mi corte. Hasta que Dios me reciba”.

Semillas que sanan

Foto: Gianni Esposito
Berta Tecú en su jardín sostiene los frutos de la lucha y la identidad. Alta Verapaz, Guatemala. Foto: Gianni Esposito

Un día de inicios de los 80, a las siete menos diez de la mañana, el esposo de Carmen López salió de su casa. Ese día le tocaba patrullar la aldea. Apenas pudo desayunar, tomó una pieza de fruta y se marchó. “Esperé unos días y nada, una semana, dos semanas… A los 30 días de no saber nada de él lo di por muerto”.

En 1997 Carmen comenzó a trabajar como comadrona, cuando su hijo —aquel que su padre no pudo nombrar— todavía era pequeño. Hoy tiene 69 años recién cumplidos y sigue atendiendo partos con la misma dedicación. De su labor en la organización valora especialmente los conocimientos sobre plantas medicinales que ha integrado en su día a día. “Qachuu Aloom es el segundo papá de mis cuatro hijos”.

Según destaca el Informe REMHI, las mujeres tuvieron que vivir en soledad el afrontamiento y la sobrevivencia económica y emocional de sus familias, estableciéndose en muchos casos como autoridad y cabeza de familia. Sin embargo, la impunidad de uno de los genocidios más graves de la época, que asesinó a más de 200.000 personas y dejó a más de 45.000 desaparecidas, sigue siendo un dolor difícil de curar. Con este propósito, el cuidado de mente y cuerpo es otro eje importante de la asociación.

Una de las ceremonias de sanación se produce bajo un techo con paredes abiertas al cielo, donde una decena de mujeres se sienta en bancos de madera con los ojos cerrados. El viento acaricia sus rostros mientras una melodía suave flota en el aire. En el centro, una vela encendida tiembla levemente con la brisa. Este espacio de relajación, a través de la colocación de agujas en diferentes lugares del cuerpo, busca aliviar las heridas que el tiempo no pudo borrar.

Entre las asistentes está María Magdalena Raxcacó, de 63 años. La violencia le arrebató a su esposo. Sentada, con los ojos cerrados y una expresión tranquila, se entrega al calor de la ceremonia y al suave despertar de su propia sanación. “Este es el esfuerzo de las mujeres afectadas por el conflicto armado. Aquí no hay empleo y muchas personas migran, sobre todo las más jóvenes. Pero seguimos cultivando nuestra tierra, protegiendo nuestras semillas y recuperando nuestra cultura. La Madre Tierra nos da la vida y nosotras seguimos adelante”.

Foto: Gianni Esposito
Fruta cosechada. Alta Verapaz, Guatemala. Foto: Gianni Esposito
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