Reprimidos, empobrecidos y ninguneados, adultos mayores en Argentina se niegan a desaparecer en silencio.
Viejos meados, patoteros, vagos que no aportaron y golpistas son algunas de las formas en las que el Gobierno de Javier Milei se ha expresado para referirse a las marchas que cada miércoles desarrollan los que gritan, los que combaten el silencio y no se resignan; los que no aceptan vivir con una jubilación mínima de $279.095 (252,86 dólares) y un bono de $70.000 (63,42 dólares) congelado cuando la canasta básica de un jubilado trepa a $1.200.523 (1.087,70 dólares), llegando a cubrir un 29.07% de la misma; los que saben que en la vejez no hay margen para esperar y los que marchan pensando en el futuro de quienes hoy son trabajadores en actividad.
—Nos golpearon, nos gasearon. La mayoría de nosotros, que somos adultos mayores, tenemos muchas dificultades físicas. Por ejemplo, en mi caso, yo tengo un problema respiratorio que es muy importante y me tuvieron que atender. Otros compañeros fueron lastimados, baleados. A una compañera que bajaba las escaleras del subte le tiraron por la espalda, le balearon las piernas con balas de goma. Fue muy duro. Y ni hablar de lo que le pasó a Pablo Grillo (fotoperiodista gravemente herido tras haber recibido en la cabeza el impacto de una granada de gas lacrimógeno en la marcha del miércoles 12 de marzo), cuenta Adela, de 73 años y miembro del Encuentro de Jubilados de Asambleas que representa a los jubilados de las distintas asambleas barriales constituidas en diciembre de 2023, recordando la feroz represión del pasado 12 de marzo.
Una Avenida de Mayo colmada de uniformados, camiones hidrantes, periodistas y fotógrafos que se protegen con cascos y máscaras de gas. Llegando a la Plaza del Congreso hay bastones, banderas, carteles escritos sobre el cartón, anteojos y barbijos.
Fernando, de 80 años, fue obrero telefónico y hoy es secretario de jubilados de FOETRA (Sindicato de las Telecomunicaciones). Participa de las marchas de los miércoles con su bastón y viene logrando escapar a tiempo cuando la Policía empieza a reprimir.
—Yo me tengo que preservar un poco porque tengo una estenosis y me cambiaron la válvula aórtica, así que si me agarran medio jodido me voltean. La lucha de los jubilados se agudizó ahora. Ahora es cuando viene una política de exterminio muy rápida; nunca había sido tan rápida. La represión no nos disuade de venir porque, como compañeros, tenemos la obligación de participar. Nos bajaron la jubilación el 50%, se termina la moratoria, recortan medicamentos. Tenemos muchos compañeros en el PAMI a los que les cuesta mucho llegar a tener la medicación que necesitan y, además, pedimos para que seamos reconocidos a nivel salarial. Es importante que nos organicemos, que busquemos la forma de respaldar nuestra lucha y que nos unamos, que dejemos de lado las diferencias entre jubilados, creo que es justo y es necesario. Lo que buscan es borrar al movimiento obrero, convertirnos en un país sin industria, sin derechos. Una economía planificada para el hambre.
Ernesto, de 66 años, lo vivió en carne propia:
—Nos tratan como enemigos. Nos acorralan contra la pared, tiran gas pimienta. Uno se protege como puede, pero no tendríamos que estar viviendo esto. Somos jubilados, no delincuentes. Nos mandan a la policía, a los gendarmes que vienen con cascos, con escudos y armaduras, con escopetas, como si nosotros fuéramos al Congreso con fusiles automáticos, ametralladoras o granadas. El Ministerio de Seguridad nos empezó a combatir militarmente.
Eduardo, de 68, lleva años en el Plenario de Trabajadores Jubilados y dice que la represión no lo detiene, que lo que los mueve es algo más profundo:
—Nuestra generación tiene el cuero duro. Vivimos el Cordobazo, la dictadura, Malvinas, el 2001. No somos recién llegados. Por eso seguimos. Y vos fijate hasta qué punto la protesta de los jubilados de los miércoles ha sido tan exitosa que, hoy por hoy, hasta la CGT (Confederación General del Trabajo) ha decidido declarar su apoyo a los jubilados, su participación en las marchas. O sea que de un pequeño grupo, digamos, de 100 de jubilados que éramos en enero de 2024, nos hemos multiplicado por miles y están desarrollándose manifestaciones en todo el país. Empujones, gases, de esos que te queman la piel y los ojos. Pero seguimos viniendo porque la tenacidad, la persistencia y la valentía han logrado tocar las fibras íntimas de todo un gran sector de la población. Hoy son muchos los argentinos que están completamente de acuerdo con los reclamos que hacemos.
—La mayoría está comiendo una vez por día —dice Adela—. Cuando quitaron los remedios fuimos al PAMI y vino una chica joven con medialunas, diciendo que nos apoyaba, que su abuela era jubilada y que, al estar en silla de ruedas, venía ella en su representación. Yo empecé a repartir las medialunas y había compañeros que agradecían porque no comían desde hacía un día o dos. Es muy fuerte, habiendo trabajado como trabajamos, habiendo construido este país con nuestras manos, con nuestra cabeza, tener que pasar hambre o tener que estar decidiendo qué comer y qué remedio tomar.
—Me alcanza para comprar comida —añade Sergio, de 73 años, parte de Jubilados Insurgentes—, pero tengo deudas, no puedo pagar impuestos. Si fuera lo que corresponde, me tendrían que devolver todo lo que me robaron. Queremos mostrar que, aún siendo adultos mayores, podemos pelear.
—El Gobierno dice que la gente se jubiló sin pagar —sostiene Adela—, pero la realidad es que trabajamos toda la vida. Los que debían aportar eran las patronales. Nos llaman ladrones a nosotros mientras ellos planchan el dólar con el Fondo de Garantía de Sustentabilidad. Es una crueldad total.
—La lucha no es solo por nosotros —agrega Sergio—. Es por nuestros hijos, nuestros nietos. No queremos que se queden sin futuro. Nosotros nos apoyamos también en los trabajadores que están en problemas. Vamos, les damos nuestra solidaridad, porque es una lucha que creemos que tiene que ser conjunta. Y con conjunta quiero decir que tenemos que tener objetivos comunes. Estamos peleando por todos los trabajadores.

—Nuestros hijos están igual o peor. Antes uno podía ayudarlos, hoy no. Y ellos tampoco pueden ayudarnos a nosotros —responde Adela—. A medida que pasa el tiempo, se fueron incorporando lugares que están en lucha y que se acercan los miércoles a utilizar el micrófono porque hacemos una radio abierta. Democráticamente, cada uno dice lo que quiere decir, se les da la palabra. Se transformó en una especie de barricada o de espacio de protesta y de poder expresar lo que está pasando.
Desde el 24 de marzo, con el fin de la moratoria previsional, 8 de cada 10 hombres y 9 de cada 10 mujeres no podrán jubilarse, sino que deberán acceder a la PUAM (Pensión Universal para el Adulto Mayor), que representa el 80% de una jubilación mínima.
El fin de la moratoria tiene un impacto especial en la vida de las mujeres. Entre quienes han perdido más poder adquisitivo están las trabajadoras de casas particulares, las trabajadoras estatales y también las de la educación, que es un gremio feminizado. Tomando el cuarto informe de “La cocina de los cuidados”, difundido por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), entre 2024 y 2025 la brecha salarial entre varones y mujeres es la más alta de los últimos 6 años para el mismo trimestre, pasando del 21% al 26,3% en un año.
Entre jubilados y pensionados se contabilizan hoy en Argentina más de 8 millones de personas. De ellos, la Defensoría de la Tercera Edad estima que más de 5 millones están bajo la línea de pobreza.
—Tengo diabetes —cuenta Adela—. Antes me cubrían el 100% de los medicamentos para eso, ahora solo el 70%. Pago 50.000 pesos por un remedio y no tengo ahorros, los usé para tratamientos que no cubría el sistema. Además, me vinieron $35.000 de luz y, como no cobro la mínima, no tengo tarifa reducida. Entonces, ¿qué hago?
Cristina, con 85 años y recordando una vida marcada por varias dictaduras, resume:
—Nunca comí una sola vez al día. Ahora sí. Esta vez me toca sentir hambre.
Parada sobre Avenida de Mayo, a metros de 9 de Julio, con el torso cubierto con una bandera argentina y un cartel que dice “Prefiero ser vieja meona que una policía golpeadora y cagona. Viva la patria!!!”, y posando para las decenas de cámaras y teléfonos que buscan retratarla, Cristina agradece que no tiene “muchas enfermedades”, pero narra el dolor de compañeras con cáncer a las que les quitaron los medicamentos.
—Muchos miércoles, durante la radio abierta, se guarda un minuto de silencio por un jubilado que se suicidó al recibir una factura impagable. Hay personas que toman distintos caminos. Algunos están deprimidos en sus casas, otros van tomando la decisión de suicidarse, otros dicen, como ese jubilado de 91 años en la tele: “Prefiero morir acá y no en un hospital sin remedios”; hay gente que sigue en la lucha y no baja los brazos. Son las distintas reacciones. Hay personas que quisieran estar pero no pueden porque van a estar en una silla de ruedas, porque están muy enfermas o porque no tienen dinero para pagar el colectivo para poder venir. Entonces, en realidad nosotros representamos a muchísimos más de los que estamos. Nosotros acompañamos desde el apoyo y hay situaciones en las que ayudamos como algo solidario. Todos estamos mal y hacemos lo que podemos para ayudar a los que están peor. Entre nosotros somos solidarios. Hace poco a un compañero se le quemó la casa y todos le dimos muebles, ropa, dinero… Esas cosas las hacemos porque no las hace el Estado. Lo mismo con los remedios. Hicimos una bolsa de remedios donde cada uno pone lo que no toma, porque quizás otra persona lo requiere. Tener que llegar a eso me pone mal, porque una cosa es decir “tenemos una bolsa de remedios por si alguien necesita”, y otra cosa es que el que lo necesita, en la desesperación de no poder comprarlos, no ve el camino de cómo hacer y hay que buscar la forma de ayudarlo. Muchos siguen trabajando, los que tienen fuerza, porque, si no, no llegan. Lo que estamos haciendo es compartir la pobreza, añade Adela.
Norma Plá aparece cada tanto como un eco, una mención o con su foto estampada en algún cartel. Su legado vive en cada bastón levantado, en cada cuerpo que soporta los gases y en cada persona que se pregunta hasta cuándo deberán luchar por envejecer dignamente.
—Nos están llevando al límite. Desde lo económico, lo físico, lo psicológico. Pero nosotros no bajamos los brazos porque representamos el futuro, dice Adela.
—Voy a seguir. Voy a seguir viniendo a la marcha hasta que no dé más, reafirma Cristina.

Nota: La ronda de jubilados es una tradición que comenzó tras la privatización de las jubilaciones durante el menemismo en 1993, pero que volvió a acrecentarse a partir del 20 de diciembre de 2023 cuando Javier Milei, a 10 días de su asunción, anunciaba su primer megadecreto. Hoy, marchan miércoles tras miércoles en defensa de un derecho cada vez más lejano: una vejez digna.