Fuera del verano hay pocos turistas en las costas mediterráneas, pero todavía puede verse su rastro. La contaminación por filtros solares está alterando el ecosistema del mar Mediterráneo y probablemente veremos sus efectos en la salud humana en el futuro.
Un trabajo de Rocío Periago (España), Cush Rodríguez Moz (Italia) con imágenes de Roberto Boccaccino y Gloria Nicolás.
Esta investigación se realizó con el apoyo de Journalismfund Europe
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Pegadiza, repetitiva y machacona, pocas cosas hay más persistentes que la canción del verano. Aunque se vayan los turistas, las huellas de los protectores solares quedan flotando en forma de manchas brillantes sobre la superficie marina. Como una melodía que no conseguimos sacarnos de la cabeza, los filtros solares nos acompañan más allá de la época estival y los chiringuitos.
Estos filtros solares tienen componentes que afectan gravemente la biodiversidad marina y que pueden representar un riesgo para la salud humana, ya que se ha detectado la presencia de contaminantes en el torrente sanguíneo. Según estimaciones, cada año más de 20.000 toneladas de crema solar terminan en las aguas mediterráneas.
Los protectores solares, esenciales para proteger la piel de los dañinos rayos UV, contienen una variedad de ingredientes orgánicos e inorgánicos que, al ser liberados en el agua, tienen un impacto sobre los organismos marinos. Aunque los estudios en este ámbito están en una fase muy inicial, análisis científicos han confirmado su presencia persistente, demostrando la toxicidad de las cremas solares sobre diversos organismos del ecosistema marino, incluyendo microalgas, mejillones, erizos, crustáceos, peces y corales.
Cada verano las costas mediterráneas se llenan de turistas que vienen a sus playas a descansar. Solo entre Francia y España reciben unos 150 millones de visitantes anuales. Con una superficie aproximada de 2,5 millones de km2, una profundidad media de 1500 metros que llega hasta los 5400 metros en algunas zonas, el mar Mediterráneo no solo influye en el clima y estilo de vida de 20 países, sino que tiene una gran diversidad marina, con más de 10000 especies acuáticas.Y aunque no se aprecie a simple vista, el Mediterráneo también es una de las zonas que más contaminación sufre, acentuada por la característica de ser un mar casi cerrado. Esta contaminación está producida por múltiples elementos: desde los omnipresentes plásticos y microplásticos, diferentes desechos o basuras, a sustancias más pequeñas, no apreciables a simple vista como contaminantes emergentes, hidrocarburos, restos de fármacos o desechos procedentes de las industrias, entre otros muchos. El problema es que, aunque existe una legislación en el ámbito europeo sobre el impacto que pueden tener en la salud humana, hay muchos elementos contaminantes que aún no se han regulado. Y que la legislación medioambiental a nivel europeo es muy limitada.
Al hablar de contaminación por protectores solares, se hace referencia principalmente a algunos compuestos que contienen los filtros ultravioletas (UV) como son el octocrileno, el homosalato y la oxibenzona, todos ellos utilizados con mayor o menor frecuencia en productos de uso cotidiano y cosmético. El problema radica en que no se han estudiado todavía en profundidad cuáles son las consecuencias que tiene para el medio ambiente el impacto de estas sustancias.

“Todo apunta a que se trata de un contaminante que está globalizado. Lo que no sabemos es la dimensión o el efecto que puede estar teniendo” explica Antonio Tovar, del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía-CSIC, en Cádiz. Junto con su compañera Araceli Rodríguez llevan más de una década investigando la contaminación producida por las cremas solares en los ecosistemas marinos y son unas de las voces expertas en este campo.
Explica Tovar que se han encontrado estas sustancias hasta en las cáscaras de huevos de aves del Parque Nacional de Doñana, aunque insisten en la idea de no crear alarma social. “Ahí siempre somos muy cuidadosos. Nunca queremos dar el mensaje de no te pongas crema porque vamos en contra de todos los dermatólogos. No somos médicos, nosotros somos científicos y solo decimos que esto tiene un impacto ambiental”, aclara Tovar.
Los protectores solares son barreras o, más técnicamente, filtros. Estos filtros pueden ser minerales o químicos, y muchas veces contienen una combinación de ambos para garantizar la protección de la piel en todo el espectro UV. “Ambos tipos de filtros protegen igual, ya sea reflejando los rayos UV para evitar su absorción (filtros minerales) o absorbiéndolos antes de que penetren en la piel (filtros químicos).
La composición de una crema solar comercial depende de la compañía cosmética. “Cada una tiene su propia formulación”, explica Rodríguez. Aunque la piel absorbe una cantidad de crema, en contacto con el agua parte de estos componentes se liberan en mayor o menor medida, produciendo un impacto en el medio marino. Esos restos de filtros solares muchas veces se pueden apreciar a simple vista en el agua en forma de manchas sobre la superficie como una película que refleja los colores del arcoíris cuando le da el sol.
El trabajo científico es meticuloso y avanza lentamente, muchas veces a base de ensayos de prueba y error. A ello hay que añadir factores como la financiación, el tener que lidiar con la burocracia e intereses de países y grupos políticos a la hora de regular el tema, o el interés de la propia industria cosmética y farmacéutica.
Desde el departamento de Ecología y Gestión Costera, Araceli Rodríguez lidera un proyecto centrado en desarrollar una batería de ensayos ecotoxicológicos para predecir el impacto de las cremas solares en el medio marino. Su objetivo es compartir los resultados con las empresas cosméticas para que puedan crear una crema solar que tenga el menor impacto ambiental posible. “A día de hoy no existe una normativa que defina qué es una crema solar ecológica. En el mercado podemos encontrar productos con logos tipo “protege los océanos”, pero están basados en criterios propios de las compañías cosméticas. Hay que encontrar un producto lo más respetuoso posible con el medio ambiente, pero a la vez que garantice la protección de la piel. Por lo tanto, por muy ecológica que sea una crema solar, un mínimo de contaminación va a haber”, aclara.
El trabajo directo con las empresas cosméticas parece la vía más efectiva para intentar aunar los intereses de la industria, los consumidores y el cuidado al medioambiente. Sin embargo, es una tarea lenta y llena de dificultades, principalmente por la falta de una normativa ambiental que regule este tipo de productos, y porque ninguna compañía quiere renunciar a su modelo de negocio.

El impacto ambiental es innegable. En Hawái. desde 2021, está prohibida la venta y el uso de cremas solares que contengan oxibenzona u octinoxato porque se ha demostrado su relación con el blanqueamiento de corales, produciendo daños en su ADN y alteraciones en su crecimiento y reproducción. También países como Tailandia y el archipiélago de Palaos (Oceanía) han tomado medidas para restringir o prohibir el uso de protectores solares que contengan ingredientes nocivos para los ecosistemas marinos locales que, año tras año, sufren el embate del turismo masivo. En España aún se está a la espera de una respuesta contundente: no hay una regulación específica sobre este tipo de contaminación que maltrata al Mediterráneo.
Un estudio publicado en noviembre de 2023 en la revista Marine Pollution Bulletin reflejaba que, de diferentes playas analizadas en la Península Ibérica, la que tenía una mayor concentración de compuestos químicos derivados de productos cosméticos y, principalmente de protectores solares, era el Mar Menor, en la Región de Murcia. Este estudio, avalado por la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y la Universidad de Lisboa, creó cierta alarma social y polémica entre los pueblos ribereños de la laguna murciana, que sufre una importante contaminación por diferentes factores de origen humano, principalmente por los vertidos de la agricultura intensiva y la presión turística.
En mayo de 2024 se dio a conocer que la Fundación Ingenio, una entidad que está detrás de los grandes lobbies de la agricultura en esa región y vinculada a partidos de extrema derecha había financiado con 150.000 euros la realización de ese estudio y dos más que vinculaban la contaminación del Mar Menor con los vertidos de aguas residuales provenientes de depuradoras de la zona. Cuando intentamos hablar con Yolanda Valcárcel, autora principal de ese informe, y profesora de medicina preventiva y salud pública de la URJC, rechazó de forma tajante hacer cualquier declaración sobre el mismo.
Sin embargo, el problema no se limita a los filtros solares químicos. Los llamados minerales (dióxido de titanio y óxido de zinc), tampoco son totalmente inocuos para el medio ambiente, tal y como explica Antonio Tovar: “El dióxido de titanio es el mismo mineral (…) que se usa en las plantas depuradoras, y tiene una propiedad y es que produce peróxido de hidrógeno. Esos son reactivos al contacto con la luz solar. Es igual que cuando te añades agua oxigenada sobre una herida y burbujea porque lo que hace es degradar la materia orgánica (…) Hace muchísimo tiempo se dieron cuenta que podía producir cáncer de piel por esa propiedad, entonces lo que hicieron fue encapsularlo en una cápsula de sílice y alúmina que protege (a la piel) de esa reactividad. ¿Qué ocurre? Pues que en el mar eso se disuelve inmediatamente y tiene un efecto nocivo en el medio marino”.
Los turistas
Nadie quiere ir tapado cuando brilla el sol. Sol y piel morena son sinónimos visuales del verano. Pero hay algo, un punto medio, que equilibra esta relación: el bronceado. ¿Por qué buscamos oscurecernos? Un ícono de la piel tostada como Julio Iglesias podría darnos la respuesta con su canción Baila Morena: Tiene cosas de blanca / Tiene cosas de negra / Tiene cosas de india / Bonita mezcla que da esta tierra. Es la belleza, como estereotipo, la que se asoma.
Después de Francia, España (la patria de Julio) se ha convertido en el segundo destino turístico mundial, atrayendo a millones de visitantes cada año. Según datos del Ministerio de Industria y Turismo, España recibió unos 94 millones de visitantes en 2024. Las amplias y muy diversas costas españolas, especialmente las del Mediterráneo, son un imán para quienes buscan disfrutar del sol y la playa, pero este auge turístico trae consigo una amenaza invisible para la biodiversidad marina: la contaminación por los filtros solares.
No se trata de quemarse, pero sí de algo muy similar: tostarse. Como si fuéramos rebanadas de pan nos untamos mantequilla para dorarnos con los rayos del sol sin ser conscientes del riesgo que implica. Ya en el año 2022, Ecologistas en Acción en su informe anual Banderas Negras, denunciaban el exceso de sustancias contaminantes en el agua procedentes de productos cosméticos como los protectores solares, que se acumulaban especialmente en áreas con poca movilidad del agua, como las calas del Paraje Natural de Maro-Cerro Gordo en Nerja, en Málaga. En este caso hacían referencia a los filtros solares químicos, indicando no solo su papel como potenciales disruptores endocrinos sino también su impacto en el medio ambiente y el riesgo que podían tener para la salud humana. Estos químicos pueden afectar gravemente la biodiversidad marina y representan un riesgo para la salud humana, ya que, aunque aún hay mucho que investigar sobre ellos, se ha detectado la presencia de contaminantes químicos por ejemplo, en la leche materna o en la placenta.
La moda del bronceado no es tan vieja como el sol. Poco más de un siglo lleva la humanidad exponiéndose a los rayos ultravioleta con objetivos meramente cromáticos y/o estéticos. Pero no hay una solución perfecta. Con un estilo de vida donde pasamos muchas horas en verano expuestos a los rayos del sol después de meses encerrados en casa o el trabajo, el protector solar es fundamental para evitar quemaduras solares y enfermedades más graves como un cáncer de piel o melanoma. El problema es que todavía no existe la crema ideal, que proteja la salud humana a la misma vez que cuide y respete el medio ambiente. En esa búsqueda se encuentra Rodriguez en su trabajo como investigadora. Aunque el proceso va a llevar tiempo.

El baño
Yo, que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno/ Que han vertido en ti, cien pueblos, de Algeciras a Estambul/ Para que pintes de azul sus largas noches de invierno/ A fuerza de desventuras, tu alma es profunda y oscura.
Canta Serrat en Mediterráneo que este mar interior está lleno del llanto eterno de los pueblos que históricamente han poblado sus orillas. En la actualidad, sin embargo, las costas mediterráneas se llenan de bañistas que vienen a celebrar la vida.
Aunque el baño es la principal forma en que estas sustancias contaminantes llegan al agua, no es la única. También acaban en el mar procedentes de plantas depuradoras de núcleos urbanos, por la mala gestión de las aguas residuales o por lluvias torrenciales que arrastran todo tipo de residuos hasta el mar. Victor León, investigador del Instituto Oceanográfico Español lleva años trabajando el tema de la contaminación marina. Consciente de las lagunas en la investigación sobre el alcance del impacto de los filtros solares, reitera que se ha demostrado la presencia de esos compuestos en el agua y en pequeños organismos, aunque todavía hay que seguir investigando antes de sacar conclusiones definitivas.
“Hay filtros solares que pueden llegar directamente por el baño, pero también por las plantas de tratamiento de aguas residuales. Aunque se elimina un porcentaje muy alto, en un 99%, hay un 1% que sale. Si la masa que se está utilizando es muy grande ese 1% puede ser una masa continua importante. Lo que nos falta, es ver si esos compuestos se acumulan y en qué concentraciones tienen efecto”, expone.
Explica que igual que pasó con el dicloro difenil tricloroetano (DDT), uno de los insecticidas más utilizados en todo el mundo y que se prohibió cuando se demostró el grave daño ambiental que producía porque se acumulaba en las cadenas tróficas y podía llegar a contaminar los alimentos, con estos compuestos tóxicos puede pasar exactamente lo mismo.
“Si se evidencia que hay un impacto en el medio, pues habrá pasos atrás, se puede ir reduciendo, y luego hasta el límite, con una prohibición si fuera el caso. Esto está mucho más controlado en el caso de los pesticidas porque sí que hay un consumo directo de productos tratados con pesticidas desde la salud humana y hay un seguimiento mucho más directo”, aclara. Aunque se prohibió su uso en 1972, a día de hoy en muchos análisis todavía sigue apareciendo DDT, aunque en dosis mucho más bajas.
Hay varios proyectos a nivel europeo centrados en investigar el impacto de diferentes contaminantes emergentes, entre ellos los filtros solares, y desde su trabajo como investigador, León forma parte de ellos. La previsión es que en los próximos años se avance más en este tema. Las investigaciones sobre el impacto de los llamados contaminantes emergentes son cada vez más frecuentes, aunque la lista de estos compuestos no deja de crecer. Recientemente se ha detectado la presencia de fármacos de uso común en cetáceos del Mediterráneo.
“Muchas veces lo que encontramos es porque lo buscamos”, explica Emma Martínez López, profesora de toxicología en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Murcia. Gran parte de la carrera de esta investigadora se centra en la fauna marina. Los mamíferos marinos, tal y como explica, “no solo son indicadores de salud del océano, sino también son indicadores de salud humana, lo que pasa que hay que saber interpretar los datos”, aclara.
Que se encuentren componentes de los filtros ultravioletas en corales o bivalvos, y restos de antibióticos o antiinflamatorios en delfines o ballenas son solo un ejemplo más de cómo la contaminación ambiental puede llegar a afectar a los diferentes ecosistemas y no plantearse como una cuestión aislada.
La contaminación marina es un problema de alcance mundial. Un ejemplo es que también se ha detectado fentalino, un potente opioide en delfines del Golfo de México. Martínez López es también una firme defensora del concepto One Health, avalado por la OMS y que defiende una colaboración, comunicación y coordinación estrecha e integrada entre todos los sectores implicados en la salud de las personas, los animales y los ecosistemas.
“De alguna manera la comunidad científica ya ha comprendido por fin que la salud humana, la salud ambiental y la salud animal están íntimamente relacionadas. Que tenemos mucho en común y que nos podemos retroalimentar. Aunque trabajemos de manera aislada, todos tenemos mucho que aportarnos mutuamente”, afirma.

La sombra que dejan las cremas solares
En las primeras semanas del año las playas de Castellammare se ven tranquilas, sus aguas frías y plácidas, vacías de bañeros. Algunos lugareños pasean por la costanera, otros consumen un helado o una cerveza en los pocos locales comerciales aún abiertos en temporada baja. Entre el chapoteo sereno del mar y el chirrido de gaviotas, resulta difícil imaginar que en verano las playas de esta zona del Mediterraneo, al sur de la ciudad italiana de Nápoles, se repletan de millones de bañistas, de niños corriendo entre risas, vendedores ambulantes, y familias luchando por un lugar en la arena.
Según la asociación Studi e Ricerche per il Mezzogiorno (SRM), el sur de Italia recibió a unos 23.7 millones de turistas nacionales y extranjeros en 2023, muchos de los cuales acuden a la zona para disfrutar del turismo de sol y playa. Mientras los meses invernales ofrecen un pequeño respiro a la presión inmobiliaria, las aglomeraciones masivas y la acumulación de desechos —junto a otros efectos no deseados del turismo de masas— hay un remanente del verano que perdura en el tiempo, actuando a lo largo de todo el año: la crema solar.
En las últimas décadas, la creciente preocupación por el estado de los océanos ha propiciado un torrente de investigaciones científicas que revelan un oscuro secreto: los bronceadores y protectores solares, esos aliados de nuestro disfrute bajo el sol, ocultan tras de sí un legado de consecuencias ambientales potencialmente devastadoras.
“Desde que empezamos a realizar estudios sobre el efecto de las cremas solares sobre la vida marítima, las evidencias de efectos negativos han aumentado de forma exponencial,” afirma Cinzia Corinaldesi, doctora en biología y ecología marina, profesora de la Università Politecnica delle Marche en la ciudad de Ancona, e investigadora del National Biodiversity Future Center cuya sede está ubicada en Palermo, Sicilia. “Y no solo sobre los corales, sino sobre formas de vida que van desde las más pequeñas, como el fitoplancton, hasta los animales más grandes, como las tortugas.”
Corinaldesi estima que cada año más de 20.000 toneladas de crema solar terminan en las aguas del Mediterráneo, hábitat de más de 17.000 especies de flora y fauna, entre ellas 700 especies diferentes de peces y 200 de corales.

En las últimas décadas una plétora de investigaciones científicas han vinculado los diferentes componentes utilizados en la mayoría de los bronceadores y protectores solares con diferentes impactos ambientales negativos, desde el blanqueamiento de arrecifes y corales hasta la bioacumulación en la cadena trófica, generando mutaciones y problemas de desarrollo en una amplia gama de organismos marítimos. El desencadenamiento de los efectos sobre especies marítimas es producto de cuestión de tiempo y volumen: la presencia de cada vez más turistas año tras año, sostenida durante décadas.
Los primeros registros de protección tópica contra los rayos UV solares se remontan a hace milenios atrás. Durante la Antigüedad los egipcios se cubrían con jazmín, salvado de arroz y flor de lupino para proteger sus pieles, mientras los griegos se cubrían con aceite de oliva, el cual presenta un factor de protección solar (FPS) de alrededor de 8.
Según la Biblioteca Nacional de Medicina Estadounidense, el primer protector solar moderno fue creado en Stuttgart, Alemania en 1891, hecho con quinina y loción. Durante las primeras décadas del siglo XX diferentes investigaciones científicas que vinculaban la exposición al sol con el melanoma cutáneo provocaron el surgimiento de nuevas recetas de protectorsolar. Al mismo tiempo, en muchos países europeos la piel bronceada —históricamente asociada con el trabajo agrario y el campesinado que lo ejecutaban— empezó a cobrar un nuevo significado: en las sociedades industrializadas, donde gruesa parte de la clase trabajadora pasaba largas jornadas en fábricas techadas y factorías oscuras, tener la piel marcada por el sol se convirtió en un indicio de ocio y privilegio.
En la década de 1930, Eugène Schueler, químico y fundador de la multinacional de cosméticos L’Oréal, desarrolló “Ambre Solaire”, un bronceador basado en el salicilato de bencilo que filtraba los rayos UV. En la década siguiente, nuevas fórmulas aparecieron bajo una variedad de marcas, algunas de las cuales —Coppertone, Piz Buin— se siguen comercializando hoy día. En el boom del turismo sol y playa posterior a la Segunda Guerra Mundial, las clases asalariadas empezaron a concurrir a las costas mediterráneas en masa, y los protectores solares se convirtieron en producto esencial para largas jornadas al lado del mar. Desde entonces año tras año bañistas acuden a las playas italianas en masa, cubriéndose con cremas solares y metiéndose al mar.

Fue recién durante las últimas dos décadas que la comunidad científica empezó a interesarse en los posibles efectos negativos de la introducción constante de estos productos tópicos a los ecosistemas marítimos.
Los ingredientes activos de los protectores solares se pueden dividir en dos categorías: primero los ingredientes inorgánicos —en general, minerales— que actúan como una barrera física que frena el traspaso de los rayos UV a la piel. Luego están, los ingredientes orgánicos o químicos que absorben los rayos UV a través de reacciones químicas. Las primeras indagaciones científicas pusieron la lupa en éstos últimos, en particular la oxibenzona, el octinoxato y el octocrileno.
Diferentes investigaciones comenzaron a vincular el blanqueamiento de corales con la presencia exacerbada de estos componentes químicos en las aguas marinas, proponiendo que los mismos constituyen disruptores endocrinos que impiden e interrumpen la acción normal de las hormonas en la fauna acuática. Estudios adicionales empezaron a detectar efectos en otras especies: moluscos, crustáceos, equinodermos, hasta peces y tortugas. La oxibenzona en particular, también denominada benzophenone-3 o BP3, se asoció con la inhibición del crecimiento de las células y una reducción en la capacidad fotosintética de diferentes algas y vegetales marinos. Fue sólo después del surgimiento de estas prohibiciones y el reconocimiento generalizado del daño que los componentes orgánicos de las cremas solares causa a muchos ecosistemas marinos, sobre todo a los arrecifes y los corales que algunos investigadores empezaron a considerar también los efectos nocivos de la otra clase de ingrediente que contienen las cremas: sus componentes inorgánicos aquellos minerales, como el dióxido de titanio (TiO2) y el óxido de zinc (ZnO) que que físicamente cubren la piel para protegerla de los efectos dañinos de los rayos UV.
Mientras la contaminación causada por las cremas solares se ha convertido en una problemática urgente dentro de la comunidad científica, su traspaso a la conciencia social y la agenda política ha sido mucho más paulatino.
Es cierto que algunas jurisdicciones extracomunitarias han tomado medidas legislativas para restringir o incluso prohibir el uso de cremas con componentes orgánicos nocivos, sobre todo en zonas donde el turismo relacionado con el buceo por arrecifes subacuáticos representa una actividad económica importante. En 2018 el estado estadounidense de Hawái prohibió el uso de bronceadores protectores solares que contienen oxibenzona y octinoxato, mientras en 2020 la República de Palaos, un país pacífico formado por un archipiélago de más 500 islas, incorporó una prohibición similar a nivel nacional, alistando un total de 10 componentes químicos prohibidos.

En Europa, sin embargo, los componentes nocivos de las cremas solares han recibido menos escrutinio. En 2015 diputados del Parlamento Europeo presentaron una propuesta de resolución de solicitarles a los Estados miembros que prohibieran la oxibenzona, y una opinión emitida en 2021 el Comité Científico de Seguridad de los Consumidores de la Comisión Europea concluyó que el uso de un producto que contuviese oxibenzona en concentraciones superiores al 6% representaba un riesgo. Pero estas iniciativas no se tradujeron a ninguna restricción formal y aún persiste un vacío reglamentario sobre el uso de la oxibenzona y los demás componentes identificados como disruptores endocrinos.
“Lamentablemente no nos ocupamos de esta problemática y no disponemos de información sobre los efectos de las cremas solares en la biodiversidad marítima”, compartieron voceros de Greenpeace Italia. “Algunas marcas contienen logos de ‘reef friendly’ o ‘ocean friendly’ que deberían certificar su no toxicidad, pero no estamos en condiciones de confirmar si es cierto”.
Sellos de “ecológico”, “reef safe” o “reef friendly”, es decir, seguras para los arrecifes, son promesas del fabricante que no siempre se cumplen. El año pasado Cintia Corinaldesi condujo una investigación que analizó los efectos de cuatro protectores solares etiquetados “eco-compatible”, “reef safe” y “sea safe” en embriones de erizos del mar. De los cuatro, tres causaron retrasos en el crecimiento de los embriones, produciendo impactos adversos en sus primeras etapas de desarrollo que corresponden a disruptores endocrinos. La ausencia de componentes orgánicos como oxibenzona no se demostró suficiente: a pesar de llevar la clasificación de “ecológico” o “seguro”, aquellos protectores que contienen ZnO y TiO2, concluye la investigación “no se pueden considerar alternativos más ecológicos que aquellos protectores conformados con filtros ultravioleta orgánicos nocivos”.
La conclusión es clara: los protectores solares no pueden ser considerados inofensivos. Como ocurre con muchos otros casos de contaminación ambiental, todo el peso de la solución se pone al consumidor; que elija un producto sobre otro. Pero, sin ninguna legislación al respecto, no hay garantías de que una crema solar determinada no contenga algún disruptor endocrino.
La búsqueda del bronceado perfecto, del momento ideal al lado del mar, ahora nos enfrenta a la necesidad urgente de encontrar un equilibrio entre el placer de disfrutar del sol y la responsabilidad de cuidar el frágil ecosistema que nos rodea.
“Las generaciones futuras —probablemente nuestros hijos— ya no tendrán la posibilidad de ver estos ecosistemas espléndidos” lamenta Corinaldesi.
