Casi tres años después del estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania, los muertos y heridos se cuentan por cientos de miles. En el campo de batalla, los capellanes libran otro combate.
A unos 500 kilómetros al sur de Kyiv, Lyudmila peina su cabello blanco y se ajusta el velo en el espejo. Sobre una antigua cómoda pintada de rojo: Kobzar, el primer libro de poemas de Taras Shevchenko, una caja de cerillas casi vacía y un calendario. Marcada con un círculo, sobresale la fatídica fecha del sábado 24 de febrero de 2024. Lyudmila no pierde la esperanza: su nieto volverá algún día del frente. Vivo y sano. ¡Que Dios lo proteja! Se seca las lágrimas con el dorso de su mano derecha, de venas prominentes, y respira hondo. En la capital, otra babushka reza en silencio ante una cruz ortodoxa. El complejo monástico de las Cuevas de Kyiv, se llena poco a poco de soldados y capellanes, como Evgen, cuyas galas doradas (que dejan ver una sotana caqui) brillan ligeramente bajo los focos de la catedral de la Dormición. Los rostros enrojecidos por el frío permanecen solemnes y mientras los militares se colocan frente a los clérigos, los niños se acurrucan en silencio con sus madres. La conmemoración está a punto de empezar.

En su habitación de siete metros cuadrados, donde cuelgan de la pared coronas de flores secas, Lyudmila termina de prepararse para ir a la iglesia del pueblo. Como es costumbre desde el comienzo de la guerra, no sale de casa sin releer a Shevchenko, el humanista que soñó con la liberación de Ucrania. Aquella mañana, dos años después de la invasión rusa, eligió un poema escrito el 25 de diciembre de 1845: «Testamento».
«Cuando muera, entiérrenme / En una tumba alta / En el corazón de las interminables estepas / De mi querida Ucrania (…)».
Majestuosas voces masculinas se elevan en la catedral donde los periodistas locales filman la bendición de los nuevos reclutas y sus mayores, mientras pequeñas manos encienden velas de color miel. Solomiya (5 años) y Yefrem (1 año) se cuelgan de los brazos de Tetiana para vislumbrar a Evgen, su padre. El torrente de palabras cuidadosamente elegidas por los sacerdotes parece infiltrarse en el corazón de los oyentes. La emoción es palpable, pero el joven permanece imperturbable, profundamente anclado por raíces invisibles y alimentado por una savia de origen celestial.

«(…) Para poder ver los inmensos campos / El Dniepr y sus acantilados / Y para poder oír / Su poderoso rugido (…)».
A fin de llevar a cabo sus misiones, el oficial puede recorrer hasta cientos de kilómetros, animado por un amor hacia su tierra más profundo que cualquiera de los cráteres dibujados por las bombas. Las plantaciones de girasol y remolacha se alternan con edificios en ruinas y puestos de control, un paisaje dañado que pasa a toda velocidad. Graduado de la Academia Teológica Ortodoxa de Kyiv en 2018, este hombre de 30 años no dudó en comprometerse con sus hermanos de armas, aunque eso significara trabajar fuera del templo y, ocasionalmente, muy lejos de la capital. «Rezaba con ellos en el bosque, a veces directamente en vehículos blindados de infantería», recuerda el capellán, miembro del 210º Regimiento de Asalto Separado, conocido más allá de las fronteras por sus soldados de las fuerzas especiales del batallón Berlingo. La catedral reabre lentamente sus puertas, la ceremonia acaba de terminar y Evgen se une a sus compañeros para una foto de recuerdo. Desde su apartamento, que huele ligeramente a fritura, Lyudmila sigue leyendo:
«(…) Cuando desde Ucrania lleve / Al mar azul / La sangre del enemigo, entonces / Abandonaré las montañas y prados y volaré / A Dios a rezar (…)».

El cielo es blanco como el vientre de un halcón, pero el aire fresco no parece sorprender a las tropas que salen del lugar de culto y cuyo escudo en forma de tridente representaría a la famosa ave de rapiña que se abalanza sobre su presa. Yefrem acaricia la cruz que su padre lleva al cuello, sus pequeños ojos azules reflejan una ternura a la que ya no están acostumbrados muchos soldados y legionarios extranjeros que duermen en las trincheras. El papel de Evgen es precisamente ofrecerles consuelo, rezar con ellos y recibir sus confesiones. En plena noche, incluso bajo las nubes de Kyiv, cuyo cielo está bastante protegido, algunos soldados que regresan del frente se despiertan sudorosos, sacudidos por sueños traumáticos en los que fluye libremente un líquido bermellón.
«(…) Pero hasta entonces / Dios me es desconocido / Entiérrenme y pónganse de pie / Rompan sus cadenas / Y rieguen la libertad / Con la sangre impura de los enemigos (…)».
En esta mañana de febrero de 2024, los periodistas extranjeros se agolpan en torno a las grandes iglesias de Kyiv, que los transeúntes entrevistados consideran «baluartes contra la guerra», siendo para ellos la fe un arma poderosa. «Dios protege a los capellanes», asegura Evgen, antes de añadir : «un día, gracias a un error de itinerario, ¡evité una bomba rusa con un cráter de 7 metros de diámetro!» Como él, algunos soldados sienten una profunda gratitud hacia Dios, por haberles permitido salir indemnes de intensos tiroteos. Otros son más escépticos: «Antes de un asalto, un chico de mi unidad militar se me acercó y me dijo: «Sabe, Santo Padre, yo no soy creyente, pero le estoy agradecido por lo que está haciendo»». Tetiana sonríe y acaricia la mano de su marido mientras él frena delante de una pizzería. Estos pequeños momentos compartidos no tienen precio, y sus hijos lo entendieron muy bien.
«(…) La libertad! Entonces, en la gran familia / La familia libre y nueva / No olviden recordarme / En voz baja, tiernamente».

Las calles de Kyiv están en silencio cuando el vehículo del oficial pasa junto a un mural azul y amarillo dedicado a Taras Shevchenko, cuyo talento literario y llamamiento a la resistencia contra la opresión rusa siguen dejando huella en las mentes. El autor inspira a las nuevas generaciones de todo el país, que claman por la libertad y la justicia. Nadie puede decir con exactitud cuántos corazones dejaron de latir desde el comienzo de la guerra ruso-ucraniana. ¿Cuántas mujeres, como Lyudmila, rezan cada día por el regreso de su nieto, hermano o marido? «Mi trabajo me da la oportunidad de pasar un poco de tiempo con mi mujer y mis hijos… Sé que la mayoría de los soldados de mi unidad no tienen esa suerte», confiesa Evgen a la par que corta trocitos de pizza.

Mientras tanto, Tetiana amamanta a Yefrem. «Todavía es un poco pronto para que nuestro hijo lo entienda, pero mi hija y yo estamos muy orgullosas de Evgen». Miembro de una red de apoyo a esposas de militares, Tetiana se rodea de mujeres ucranianas que cultivan la fe y se dedican al voluntariado. Al igual que su marido, participa en la recogida de donaciones para los soldados del frente, a los que el capellán considera su «segunda familia». En compañía de un psicólogo y de un psiquiatra, Evgen visita campamentos militares, así como hospitales y hogares donde lloran a los muertos. También participa en salidas interconfesionales junto a capellanes protestantes, católicos y musulmanes. « Como individuos, no podemos servir a todas las religiones, pero cuidamos de cada soldado: si me solicitan en una unidad donde hay judíos o musulmanes, llamo a un rabino o a un mulá para que presida el culto».
De camino a la iglesia, Lyudmila reza el rosario. Mientras preparaba unas tortitas de requesón, escuchó la radio: el testimonio de un soldado que sufre estrés postraumático la emocionó. ¿Serán suficientes la empatía y el amor de los capellanes para reparar tres años de guerra? ¿Podrán dormir esos hombres en uniforme de faena que se afeitan en el bosque frente a espejos atados a ramas? Para velar por la salud espiritual de sus hermanos, Evgen también le roba horas al sueño, organizando conferencias y actividades educativas, a veces inspiradas en los cursos que sigue en el extranjero cuando el calendario se lo permite. Rayos de sol en el oscuro sotobosque, los capellanes calientan los corazones aún palpitantes mientras las mujeres se unen para sanar heridas, con una dulzura de la cual sólo ellas conocen el secreto.

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Este reportaje fue realizado entre 2022 y 2024 para la agencia Hans Lucas.