Un viaje hacia la belleza
Los principales puertos europeos están siendo más contaminados por cruceros que por todos los autos del continente juntos. A medida que ese impacto sobre la salud y el medio ambiente se vuelve más claro, los puertos del Mediterráneo están considerando prohibiciones y restricciones.
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Este reportaje ha sido producido desde RUIDO, con el apoyo del Earth Journalism Network. Esta investigación, en otras versiones, también la hemos publicado en The Guardian y France 24.
Fue producido por Daniel Wizenberg (texto), Berta Vicente Salas (video y fotos), Pau Coll Sanchez (fotos), Federica Bordaberry (datos).
Puedes ver la segunda parte de esta cobertura, en el Ártico, aquí.
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“Welcome, bienvenidos, bem-vindos, benvenutti”, saluda Helen, rubia, alta, sudafricana de unos 40 años.
A cada uno de los pasajeros que subimos al crucero en la parada de Barcelona nos recibe sonriente y nos pide que no olvidemos emparejar la tarjeta que abre la habitación con nuestra tarjeta de crédito en alguno de los tótem digitales que hay en el lobby del barco.
En esa terminal se autoriza un cheque en blanco, el carnet magnético que abre el camarote asignado reemplaza la billetera, es el único medio de pago aceptado a bordo. Al bajar, me enviarán la factura indicando el monto que se ha debitado de mi tarjeta.
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Los pisos y las paredes de la nave están alfombradas. Hay esculturas de plástico de tigres entre sillones con tapizados de pana y estampados de leopardo. Todo es liso y brillante. Es el decorado de un parque temático. Es la de una maqueta de un hotel cinco estrellas.
Apenas ingresamos al lobby los pasajeros somos abordados por vendedores como Gina, 25 años, vestida con un ambo bordó y como todos los tripulantes lleva un cartelito colgado en el pecho que dice su nombre y su nacionalidad: Filipinas.
—Dos sesiones de masajes más limpieza facial, 240 dólares; tres sesiones de masajes más limpieza facial, 336 dólares; seis masajes y una limpieza, 528 dólares.
—No, gracias.
—Escuche, si contratan ahora la reflexología, más el masaje balinés, más el masaje capilar, más una hora en el espacio termal que tiene sauna y hammam saldrá 160 dólares, usted entra ahí y sube la temperatura todo lo que quiera. Esos precios son si los contrata ya mismo, después costarán el doble.
Cuando pasamos a Gina, se acerca Alí, un tunecino de 30 años que ofrece paquetes de consumición libre de bebidas a quienes no lo hayan comprado al reservar, van de 30 a 100 dólares por persona al día.
Se interpone. No se puede avanzar hacia los ascensores que llevan a las habitaciones sin sentarse un momento con él. Dice que si no se compra ningún combo cada cerveza costará al menos 8 dólares.
Alí no puede aceptar un no como respuesta, se enoja: “Piénselo bien, se arrepentirá, ya verá, terminará tomando solo vasos de agua del grifo del buffet”.
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31.5 millones de personas compraron un ticket de crucero en 2023. La tercera parte pasó por un puerto español. De cada cuatro españoles que se fueron de vacaciones, uno se subió a un crucero. Después del Caribe, el Mediterráneo es el mercado más grande de este sector en el mundo.
Según un informe de 2023 de la ONG Transport & Environment (T&E), los 804 cruceros que pasaron por Barcelona el último año contaminaron tres veces más que la suma de todos los autos de la ciudad.
Los 218 cruceros que circulan por Europa (por Barcelona pasaron 800 porque varios dan la vuelta y regresan) emitieron más dióxido de azufre que todos los autos del continente juntos.
El Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes de España dice que la exposición a eso durante cortos períodos de tiempo “puede irritar el tracto respiratorio, causar bronquitis, reacciones asmáticas, espasmos, paro respiratorio y congestionar los conductos bronquiales de los asmáticos”.
Viajar en crucero es cada vez más popular en Europa, pero a mis compañeros -Berta Vicente y Pau Coll- y a mí, este mundo nos resultaba lejano. Por eso, cuando decidimos investigar el tema compramos tickets para dos barcos de MSC, la empresa de cruceros más contaminante de Europa y, en el medio, un vuelo a Bruselas.
Decidimos usar los cruceros para lo que nadie los usa: como medio de transporte. Nos llevarán a hablar con los vecinos de los puertos, con los activistas que se oponen a los cruceros pero también con los representantes de las compañías.
La mejor crónica sobre viajes en cruceros la escribió David Foster Wallace. Se tituló “Embarcándose: Sobre las comodidades (casi letales) de un crucero de lujo” y fue incluída en el libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.
Foster Wallace escribió: “El resort de lujo flotante también es un organismo, a su manera: enorme, complejo, con muchas interesantes sub economías internas, pero no tiene órganos; todo es gastrointestinal”.
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El MSC Orchestra nos llevará a nosotros, a otros 3223 pasajeros y a 1053 tripulantes, de Barcelona a Génova con escala en Palma de Mallorca.
En Barcelona hacen 35 grados pero en el interior del crucero hay que abrigarse; los pasillos están refrigerados a 20.
Como no llevamos maleta, antes de ir a la habitación voy a la proa, lo más adelante posible y veo flamear la bandera de Panamá, donde reside fiscalmente este barco. Una bandera de conveniencia. MSC nació como empresa italiana en 1970 —en Italia se sigue promocionando como tal— pero está radicada en Suiza. Cada una de sus naves “tributa” en un país diferente.
Al mirar hacia el cuerpo del crucero se ve el puente de mando encabezando 300 metros de ventanas y balcones, 30 metros de altura coronados por ocho chimeneas que no paran de humear. Justo debajo de las chimeneas hay una cancha de fútbol y, en una de sus áreas, cuatro niños tirando penales.
Vamos al camarote. Nos toca uno de los 827 que tiene balcón. Hay también 275 camarotes internos. La habitación parece una suite de lujo de los años 60, hay una toalla con forma de cisne arriba de cada cama y a su lado el “Daily Program” que, cuidadosamente, se aseguran que esté escrito en el idioma de los pasajeros del cuarto.
El folleto dice que a la noche hay que vestirse de blanco, que hoy es el Día Mundial de los Océanos, que el amanecer es a las 5:44 y que el atardecer será a las 21:56. También dice que a las 19:00 hay una promoción especial de tres relojes por solo 49,99 dólares en la tienda de L&CO.
A esa hora, justamente, las 92.409 toneladas del MSC Orchestra zarpan a 23 nudos rumbo sur.
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Hacemos un breve recorrido por la zona de piscinas. En una de las puntas hay una sección con mesas de ping pong. En un atril, un hondureño de 23 años -Miguel- entrega las paletas y la pelota. No hay muchos turistas de habla hispana hoy, así que Miguel aprovecha para conversar un rato.
—¿Hace mucho que trabajas aquí?
—No, solo hace algunas semanas me embarqué por primera vez. No sé cuánto pueda resistir. Yo soy sonidista y cuando me contrataron para el área de entretenimientos pensé que venía a manejar consolas y conectar cables. Y aquí me ves, repartiendo paletas de ping pong.
—¿Entonces qué harás?
—Resistir, lo que gano aquí no lo puedo ganar en Honduras. Y me quiero comprar una casa.
En general los trabajadores cuentan que el salario ronda los 1000 dólares básicos, pero que hacen la diferencia con las propinas y con el hecho de que no tienen que gastar un solo centavo en comer y dormir. Todos tienen un objetivo concreto, no dos, uno: el que justifica el esfuerzo.
Para muchos turistas viajar en crucero es un sueño en sí mismo. Para los trabajadores a bordo, los cruceros son un sacrificio en pos de un sueño que quedó en casa.
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Por un crucero como este de cuatro noches por el Mediterráneo con tres escalas —comidas incluidas—- centenares de pasajeros pagamos solo 160 dólares: lo que cuesta una noche en un hotel de tres estrellas en Barcelona.
Eso pagó Ana, 72 años, que es de Pereira, Colombia, pero hace treinta años vive en Barcelona, y se embarcó con su nieto, su cuñada y una amiga de su cuñada. Nos toca la misma mesa para cenar. La comida es la misma que la del buffet del último piso, la diferencia es que aquí la gente está bien vestida, no hay agua de grifo y te sirven en la mesa los camareros.
Ana dice que gracias a ofertas de billetes de última hora se puede pagar incluso menos. “Ahorramos no comprando bebida y listo, viajo así para no tener que preocuparme por nada”.
El viaje organizado en cruceros tiene costes fijos que se cubren con la venta de tickets, pero el negocio no está allí: los servicios extra son el secreto del éxito. Cuanto más grande es el barco, mayor es el volumen de ventas a bordo.
Los precios de los billetes tienden a bajar porque la rentabilidad depende de una alta ocupación. El negocio es llenar los barcos como sea para que la gente compre excursiones, productos en el free shop, bebidas, masajes.
Mientras viajamos a Palma de Mallorca me siento a trabajar en el buffet. Tiene casi todo el largo del barco. El tenedor libre está incluido en el ticket básico. Hay bandejas con comida las 24 horas del día: un mostrador de un tipo que saltea pastas, un mostrador de comidas con carne, un mostrador de postres, un mostrador de pescados, un mostrador de embutidos y luego otro mostrador de carnes, otro de postres…
Hago mi única compra de servicio extra: una conexión wifi que sale 16 dólares al día; hay descuentos si se compran varios días o se conectan varios dispositivos. Aquí, para cada necesidad, nace una oferta.
Me pasaron el dato de una ex empleada de cruceros, así que aprovecho para llamarla y que me cuente un poco más, a ver si puedo aprovechar algo de lo que me diga mientras dura la travesía.
Se llama Stephanie López, es una profesora de Bogotá, Colombia, de 33 años, que entre 2015 y 2018 trabajó para Norwegian Cruise Line en el área de entretenimiento para niños. “Igual tranquilo, todas las empresas de cruceros se manejan más o menos igual”, me dice cuando se presenta.
-––Mira bien a la tripulación: los jefes son ingleses o italianos, o a lo sumo europeos o norteamericanos, y mis compañeros son del sur del mundo. Yo compartía habitación con dos personas, los rangos bajos con cinco o seis personas mientras los rangos altos están solos, tienen habitaciones como las de los pasajeros.
—¿Qué es lo que más extrañas de aquí?
—Que en los cruceros cambia la dimensión del tiempo. A bordo de un crucero, cada día es una semana: cada mañana se siente como un lunes, cada noche se siente como un viernes.
—¿Te puedes acostumbrar a eso?
—Tú trabajas todos los días, pero te vas de fiesta todos las noches también, sobre todo si eres front of the house y no eres personal de limpieza o cocina, que trabajan 75 horas por semana o más. Yo trabajaba entre 50 y 60 horas por semana, tenía tiempo libre, pero no días libres. A los cinco meses trabajas en automático y ya no piensas. Se vuelve una adicción trabajar ahí: ganas mucho dinero en poco tiempo. El problema es que cada vez que vuelves a tierra te das cuenta de que tu vida, mientras navegas, está como estancada.
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Anochece. El crucero son sonidos que aturden y luces que enceguecen en medio de la total oscuridad del mar.
Los puntos críticos de ruido submarino en el Mediterráneo se solapan con varias zonas protegidas y con áreas de importancia para especies de mamíferos marinos sensibles al ruido, además los cruceros brillantes en un mar oscuro pueden desorientar a las aves que vuelan bajo y migran de noche. Debajo del mar, los cruceros afectan las migraciones de zooplancton, cefalópodos, peces y potencialmente otras especies marinas. Para el informe de WWF eso las pone en riesgo de “depredación intensiva y frecuente”.
A bordo, la gente obedeció el Daily program: todos están vestidos de blanco y la mayoría acude a una “Latin Party” al borde de la piscina Acapulco, donde dos cubanos dirigen coreografías de salsa con el volumen al máximo. El resto se dispersa en alguno de los bares. En cada uno hay algo: una banda tocando jazz, un karaoke de alguien que canta mal, una trivia. Todos beben. Las barras no paran de servir.
En el Shaker Lounge de la cubierta 7, en la zona de la popa, hay un concurso de baile y algunos empleados son obligados a bailar para promover que la gente se anime a salir a la pista. Entre ellos Miguel, el sonidista, que debe improvisar una danza solitaria.
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Al amanecer, el barco ya había anclado en Palma.
Para ir al centro hay dos opciones: el bus público y el que pone la empresa. Entre uno y otro hay 30 dólares y un rato de espera de diferencia.
A 5 minutos del distrito centro de Palma de Mallorca está la oficina del Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturalesa, una organización que nació hace cincuenta años porque los turistas estaban espantando las aves autóctonas. Ahora se especializan en cómo el turismo y Airbnb están expulsando a los mallorquines de la ciudad. La oficina cuenta con un archivo que ocupa varias habitaciones y que contiene información de aves de la zona, denuncias a los cruceros y estudios sobre la gentrificación.
Un póster detrás del escritorio de Margalida Ramis, su directora, tiene una foto trucada de un crucero transitando por una avenida mallorquina con una leyenda grande: “La ciudad es de quien la habita, no de quien la visita”.
—¿El problema de Palma es el turismo masivo en general o los cruceros en particular?
-—Los cruceros se agregan a un turismo que ya es masivo en verano y hacen colapsar la ciudad. Luego, por ejemplo, cuando los cruceros llegan aquí mantienen los motores en marcha y el puerto está enfrente de la ciudad. También hay algunos que tienen incineradora, otros trituradora, otros vierten directamente al mar a cierta distancia.
Una gran parte de los desechos se vierte legalmente al mar. Las compañías reciclan los residuos, los incineran, pero también como hace Royal Caribbean, envían los residuos alimentarios a una despulpadora y se pulverizan a menos de 25 mm, según las normas internacionales, y se vierten a no menos de 12 millas náuticas de tierra. Según la Comisión Europea, los cruceros generan una cuarta parte de los residuos oceánicos, pese a representar menos del 1% de la flota mercante mundial.
—¿Quién puede cambiar esto?
—En Palma se tomó la decisión de adaptar toda la infraestructura del puerto a poder recibir cada vez más cruceros y cada vez más grandes, pero no de tener una zona específica en en el ámbito Mediterráneo para terminales de control de emisiones, especialmente dióxido de azufre y de nitrógeno. Frente a esa apertura, Alfredo Serrano, el representante en España de CLIA, la patronal global de empresas de cruceros, dijo “pues venga” y trae todos los que puede. Deberían intentar hablar con él.
Alfredo Serrano es ingeniero industrial y, dijo en una entrevista, que es un “viajero vocacional” y que se convirtió “por casualidades de la vida” en director nacional de CLIA. Le escribimos pero elevó la cuestión: su secretaria nos respondió que Sascha Gilles, el vocero para Europa de CLIA, nos recibe cuando queramos en Bruselas.
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Tomamos el bus de línea para volver a la ciudad flotante. Vamos al buffet a merendar. Hay una parte a la que no se puede acceder, está el capitán festejando el cumpleaños de su hijo. Hizo subir a todos sus amiguitos a bordo. El capitán no accede a acercarse a conversar.
Me topo con Carlos, un peruano, que es su camarero personal desde hace ocho años. Dice que su principal privilegio al trabajar en el puente de mando es comer la comida de arriba y no la del personal. “Abajo no podemos comer lo que comen los cruceristas y como hay muchos trabajadores de India condimentan demasiado la comida y además es todos los días más o menos lo mismo lo que dan”.
Me cruzo a Ana, me dice que esta vez no bajó, que ya conoce Palma. Cuando el Orchestra está en puerto muchos cruceristas no bajan o vuelven rápido. A bordo pueden disfrutar de quince solariums, cuatro piscinas, tres toboganes gigantes, siete salas de juegos para niños, un gimnasio con vista al mar, los spas, un casino en el que se puede fumar adentro, una sala de juegos recreativos, un teatro, guarderías, una tienda de comestibles, once restaurantes, veinte bares, el buffet.
Hay un tour llamado Behind The Scenes. Sale 80 dólares y te llevan a conocer al capitán mientras mueve el timón, a la sala de lavado, a la despensa y los entretelones de la sala de teatro. Stephanie me dijo que hay una parte que en estos tours no muestran: la prisión y la morgue.
Doy una caminata por todos los pisos del barco. La parte que llaman de adelante parece un casino. Me cuelo en la parte de atrás y parece un hospital. En la parte de adelante pasan cosas todo el tiempo. En el atrium de la cubierta 5 hay un dúo haciendo covers de los Beatles, en The Amber Bar en la cubierta 6 hay una banda de filipinos cantando hits de los 90. En el teatro, un espectáculo de zapateo flamenco, en una de las piscinas una clase de samba y en la otra aero stretching.
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A la mañana cuando salimos a la cubierta, vemos que el crucero está incrustado en Génova. Desde la proa, a unos 200 metros, entre los balcones que vemos en los edificios de enfrete está el de Enzo Tortello, un ingeniero electrónico de 75 años.
Hasta hace un par de décadas esa era una zona relativamente exclusiva de Génova. Pero desde que el puerto se turístificó los precios bajaron.
Todos los días, a las 4 o 5 de la mañana, Tortello escucha desde la cama la llegada de los barcos-hotel. Es testigo de todo: las fiestas, las sesiones de aquagym, los motores humeando para sostener las funciones hoteleras del mole flotante.
El ingeniero retirado forma parte del Comitato Tutela Ambientale de Génova, una de las organizaciones locales preocupadas por las emisiones de azufre, parte de la red Cittadini per l’Aria. que nuclea a vecinos como él de varios puertos italianos. Enzo Tortello está obstinado en que los cruceros dejen de contaminar.
—¿Por qué esta lucha Enzo, y no mudarse?
—Mi compromiso es seguir el último y mayor deseo de mi mujer, que falleció recientemente. Ella es la que empezó todo esto. Lo hago por ella. Con el tiempo lo conseguiremos.
—¿Y qué piden exactamente?
—Sé que esta industria es importante para la ciudad, pero nuestra petición ahora es sencilla: que se alimente la electricidad de los muelles para que los barcos se enchufen directamente, eso reducirá el ruido y el humo, y que haya un sistema eficaz de control. Pedimos que antes de inspeccionar, por favor, no avisen a las compañías que van a ir, es muy simple.
En el baño de la casa, la mujer de Tortetllo pegó la letra de un poema de Elli Michler en la pared y Enzo nunca lo quitó:
No te deseo un regalo cualquiera,
te deseo aquello que la mayoría no tiene,
te deseo tiempo,
para reír y divertirte,
si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras.
Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar
no sólo para ti mismo sino también para dedicárselo a los demás.
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El principal sector económico impulsado por los cruceros en Europa no es el turismo, sino la construcción naval: 40 mil millones de dólares de inversión directa en Europa para los próximos cinco años. Más del 93% de los cruceros del mundo se construyen en el viejo continente. Los principales astilleros de construcción de cruceros están en Italia, Alemania, Francia y Finlandia.
Los cruceros, símbolos flotantes de opulencia y ocio, tienen una historia que se remonta al siglo XIX, cuando las aristocracias europeas exploraban el Mediterráneo en barcos de lujo. Sin embargo, fue en el siglo XX cuando se convirtieron en un fenómeno global, en especial tras la Segunda Guerra Mundial, con el surgimiento de imponentes y lujosos transatlánticos. En 2024 se inauguró el más grande de la historia: el Icon of the Seas de Royal Caribbean puede llevar a 7600 pasajeros.
Si bien cada crucero tiene clases sociales, espacios VIP y servicios diferenciados, los cruceros más lujosos hoy son pequeños, exclusivos, privados y no masivos. Suele suceder: el lujo de las clases medias es el que usaron las clases altas una generación atrás y que descartaron cuando empezaron a mezclarse con los demás.
Los cruceros son para vacacionar. Una manera de ir a ningún lugar en particular y a muchos en general. No son medios de transporte y forman parte del mercado del ocio. No venden viajes de un punto a otro: son hoteles en movimiento. La mayoría de la gente desembarca donde embarcó.
Eso implica un coloso en el que 5000 personas están duchándose a la misma hora, miles de platos lavándose todo el tiempo, luces y chimeneas que no se apagan nunca. ¿Cómo lograr que no tenga impacto ambiental? Es la pregunta que las compañías no terminan de contestar nunca.
Cuantos más turistas, más energía se necesita y más residuos se generan. Los investigadores Vincenzo Asero y Stefania Skonieczny concluyeron que “a principios de la década de 1990, el turismo de cruceros era sobre todo un privilegio de las élites. Paralelamente al éxito del turismo de cruceros, también su impacto ambiental, social y económico ha ido creciendo en escala”.
Cuando el año pasado Giles Read, Jefe Global de Comunicaciones Corporativas de MSC, publicó en Linkedin una oferta de empleo para Jefe Global de Comunicaciones sobre Sostenibilidad y Medio Ambiente, dijo que era para gestionar “el problema más crítico al que se enfrenta la industria a nivel global”.
En algunas zonas se han aplicado soluciones temporales. Las conexiones eléctricas en los puertos han reducido la contaminación atmosférica y la emisión de gases de efecto invernadero en Hamburgo, Rostock y Kiel. Venecia fue el tercer puerto de cruceros más contaminado de Europa en 2019, pero, gracias a la prohibición de los grandes cruceros en 2021, la ciudad ha reducido las emisiones de azufre en un 80%.
Según la ONG Seas At Risk, reducir la velocidad un 10% permitirá a los cruceros ahorrar un 27% de emisiones, y mucho más si se impulsan con combustibles verdes basados en hidrógeno. Sin embargo, para Marta Abegón Novella, del Centro de Estudios de Derecho Ambiental de Tarragona (CEDAT) -un instituto de investigación independiente con sede en Cataluña- “en general, los cruceros no pueden considerarse sostenibles por el momento”.
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Antes de ir a Marsella para hacer el último tramo de nuestro reporteo, tomamos un avión a Bruselas.
La oficina de Transport & Environment (T&E) y la de CLIA (Cruise Lines International Association) están a 100 metros, una de la otra, en el barrio de Ixelles, Bruselas, cerca del Parlamento Europeo.
En la primera nos recibe Constance Dijkstrade, de 33 años. Nació en París, pero se presenta como mitad alemana y mitad francesa: es responsable de la campaña de transporte marítimo y escribió en su último informe que en 2022 los cruceros de MSC emitieron casi “tanto azufre como todos los 291 millones de coches de Europa”.
—Le pedimos una entrevista a MSC para que les responda ese dato, pero nos enviaron un comunicado oficial: “No hay forma de que podamos establecer la veracidad de esas conclusiones, ya que tanto como empresa como industria ya hemos hecho enormes esfuerzos para reducir las emisiones de dióxido de azufre en puerto con tecnologías probadas y seguimos invirtiendo en otras nuevas para reducirlas aún más”. Esas tecnologías son por ejemplo los cruceros propulsados por Gas Natural Licuado (GNL) que emiten menos CO2.
—Esa ventaja percibida queda anulada por las fugas de metano al aire que se producen a bordo del buque debido al proceso de combustión incompleto de los motores de los que dependen. Un solo crucero de GNL emite tanto metano como las flatulencias de 10.500 vacas en un año.
—Los cruceros que no utilizan GNL usan un combustible marino tradicional. Y para eso necesitan un depurado. ¿Eso qué impacto tiene?
—El depurador funciona tomando y tirando agua de mar. De este modo se reduce la cantidad de azufre que se emite al aire, pero al final se contamina el agua, alterando el equilibrio químico del mar
Emerge, un proyecto financiado por la UE, mostró el efecto del agua de los depuradores en los organismos acuáticos encontrando “efectos dañinos incluso en las concentraciones más pequeñas” y un estudio realizado por profesores del MIT de EE. UU. en 2019 concluyó que “los depuradores pueden no ser tan eficientes en la eliminación de partículas pequeñas que consisten principalmente en ácido sulfúrico”.
A 200 metros nos espera Sascha Gill, vicepresidente de Sostenibilidad Medioambiental de CLIA. Habla en nombre de los miembros de la asociación que representa al 95% de la capacidad mundial de cruceros oceánicos, 53 líneas de cruceros miembros y unas 75 mil agencias de viajes que, en conjunto, generan 12 millones de puestos de trabajo y unos ingresos de 20 mil millones de dólares al año. Un mercado copado por pocos: las tres principales compañías de cruceros obtuvieron el 85% de los ingresos mundiales en 2021.
Gill nació en Austria hace 48 años. A los 23 empezó su carrera como camarero y luego como chef a bordo. Con el tiempo fue pasando a los escritorios.
Antes de grabar hablamos del target de los cruceros. Le pregunto si acierto, teniendo en cuenta lo que vimos, si digo que son las personas mayores, la gente con hijos, la gente con movilidad reducida, todos de clase media europea o de clases medias altas del sur global. El viaje organizado es una solución ideal para las personas y grupos para quienes irse de vacaciones significa tener todo resuelto por un rato. Y me dice que sí. “En efecto”.
—¿Por qué los cruceros son más baratos que los hoteles?
—Simplemente por eficacia. El valor de nuestro sector es que sabemos organizar un viaje. Si pensamos en el turismo como concepto, ha existido durante miles de años. Miles de años atrás, teníamos personas individuales viajando a destinos individuales. Hoy tenemos 9 mil millones de personas viajando por ahí. 9 mil millones de personas que quieren experimentar, que quieren viajar, que quieren ir a algún lugar. Entonces, el concepto de turismo hoy es ligeramente diferente a lo que era hace mil años. Hoy día lo que podemos ofrecer es turismo organizado. Por eso es más barato, porque sabemos armarlo, hacerlo accesible.
—Los vecinos nos han dicho que el impacto económico en los puertos es más negativo que positivo.
—Sabemos que cuando un huésped está en un crucero de 7 días, gasta entre 600 y 700 dólares en puertos (alrededor de 100 por cada uno). Y una gran parte de ellos regresa luego especialmente a la ciudad que conoció gracias a un viaje de cruceros.
—Estamos en un contexto de cambio climático. ¿Los cruceros son parte de la solución o parte del problema?
—Mira, hay reglas muy, muy estrictas sobre dónde puedes navegar, cómo puedes navegar y cómo debes comportarte. Es un negocio muy grande y muy global como para no cumplirlas.
—¿Es normal que la gente trabaje 75 horas a bordo?
—Para cada solicitud o cada vez que publicamos una posición abierta, recibimos más de mil solicitudes. Por lo tanto, podemos ver que somos atractivos para el mercado. Somos atractivos como empleador. También somos atractivos como industria. En los puertos funcionarios del gobierno suben a bordo a revisar el barco y entre las cosas que verifican están las condiciones laborales a bordo. Si un miembro del personal no está feliz, hablaría.
—¿Vio lo que dice el informe de T&E sobre los depuradores?
—Los depuradores son cada vez mejores, los filtros son seguros y están muy regulados por ley como para que grandes empresas como las compañías internacionales hagan trampa.
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Volamos a Marsella. Regresaremos a Barcelona en un crucero de un día por el que pagamos menos de 100 dólares cada uno.
El año pasado, 50 mil personas firmaron una petición contra los cruceros en Marsella. Los vecinos de este antiguo barrio de L’Estaque, en el distrito norte, viven en una colina cercana al puerto, a menos de un kilómetro del puerto de cruceros. Según el informe de T&E, Marsella es la ciudad francesa más contaminada por los cruceros.
Marie Prost-Coletta, 65 años, de la organización vecinal Cap Au Nord, vino de París porque su marido tenía problemas respiratorios y la calidad del aire de la capital no ayudaba. Pero, según ella, aquí encontraron otro tipo de contaminación: la procedente del puerto.
—¿Cómo sienten la contaminación?
—Tenemos mucha gente tosiendo, tenemos amigos que se fueron del distrito por esto. Y también tuvimos un número inusual de cánceres relacionados con la calidad del aire.
—¿Pero por qué les echan la culpa a los cruceros?
—Porque están los datos, porque vivimos enfrente y porque la contaminación es muy visible. Por la mañana, si pasas una esponjita por cualquier mesa, siempre está llena de puntitos negros; también los vemos en nuestras piscinas.
Los vecinos de L’Estaque se han puesto en contacto con Remy Yves, de la organización Stop croisieres. Lo que piden Remy y sus colegas es un plan de transición hacia el fin de los cruceros, de modo que a partir de 2025 sólo se acepten dos cruceros como máximo a la vez y siempre que estén electrificados. Y que en el largo plazo no se acepte ninguno.
—¿Sabes de algún estudio independiente o pruebas del impacto económico de los cruceros en Marsella?
—Imposible encontrar algo así. No hay impacto económico. Solo se sabe que la región sur de Francia ha invertido unos 35 millones de dólares de nuestros impuestos para financiar la electrificación de los muelles para las compañías de cruceros, las compañías deberían pagarlo, no pagan impuestos aquí ni en ninguna parte.
El año pasado, un informe de la ONG ReCommon examinó la compleja estructura corporativa de MSC, con sucursales en algunas de las jurisdicciones menos transparentes de Europa. También mencionan cómo MSC está implicada en la transformación de los puertos mediterráneos, especialmente en Génova, para permitir la llegada de algunos de los mayores barcos de carga del mundo y la construcción de grandes depósitos de Gas Natural Licuado (GNL).
—Las empresas me han dicho que no paran de buscar una solución, que es posible el turismo de cruceros sin contaminar.
—Un buen crucero es el que no llega. Es un poco como un buen lío… es el que no sucede.
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Volvemos a Barcelona desde Marsella. Esta vez nos subimos al MSC Grandiosa, donde flamea, alta en el cielo, en la cima del barco la bandera de Malta: uno de los resorts fiscales de Europa.
El barco es casi el doble que el Orchestra. Está en el número 17 entre los más grandes del mundo. Alto como un edificio de 20 pisos y largo como el puente de Londres. Tiene 331 metros de eslora y 43 de manga. 19 cubiertas. 2.421 camarotes para 6.334 pasajeros. 1.704 miembros de tripulación.
Bajo el logotipo de MSC que adorna las chimeneas del barco, un grupo de niños se lanza por toboganes acuáticos mientras varias francesas combinan su desayuno buffet con una sesión de bronceado mañanera.
En los deck del crucero, arriba de cada una de las cientas de reposeras, la gente deja su toalla naranja fosforescente para evitar que alguien se la ocupe mientras van a comer, buscarse un trago o darse un baño.
David, el bartender de Acapulco, uno de los bares en la cabecera de una de las dos piscinas de la cubierta, en el piso 13 de esta ciudad flotante, dice que hay turistas que madrugan para venir a dejar la toalla y luego vuelven a dormir o se van a desayunar. “Dejan la toalla a las 6 a.m. para reservarse puesto y regresan al mediodía”, dice.
Anne, 73 años, de Lens, maestra de primaria jubilada, tras pedir sin éxito un café descafeinado se queja de que pocos tripulantes hablan francés.
David, 27 años, de Filipinas, sirve en ese bar por la mañana, en el bar del piso 4 por la tarde, la barra del piso 7 a la noche y la discoteca del deck desde la medianoche hasta bien entrada la madrugada. Con paciencia, en inglés, le explica a Anne que, a pesar de que la mayoría de los pasajeros son turistas franceses e italianos que no hablan otros idiomas, la mayoría de la tripulación proviene de países que no son franco ni italoparlantes.
Anne no le entiende y se va ofuscada a darse un baño, pero cuando se sumerge no puede nadar: en la piscina hay una persona por metro cuadrado.
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El Grandiosa, cada vez que zarpa, le da play a Con te partirò de Andrea Bocelli con el volumen al máximo. Se escucha más fuerte en las cubiertas pero se reproduce en todos los parlantes. Y hay parlantes en todos lados: en los pasillos, en las habitaciones, en los bares, en los ascensores, en las escaleras.
Suena como un himno, el sonido agobia, la gente deja lo que está haciendo para escuchar en casi toda la parte visible del barco, salvo en el lobby. Allí, Helen sigue haciendo su trabajo: “Welcome, bienvenido, bem-vindo, benvenutti, empareje su llave de la habitación con su tarjeta de crédito en esa terminal de allí”.
Los empleados que eran camareros se transforman en agentes para el desembarco. Dividen a los turistas en 22 grupos. Antes hay que pasar por el tótem para desemparejar la tarjeta de crédito. Al lado de uno de los tótem, un banner reza el eslogan de MSC: “un viaje a la belleza”.
Al desembarcar en Barcelona hay seis cruceros gigantes al mismo tiempo y unas 30 mil personas bajan, como nosotros, en simultáneo, rumbo al centro de la ciudad.
Antes de volver a casa vamos a encontrarnos en un centro cultural del barrio de Gracia con Didac Navarro: 28 años, pelo largo, una camiseta negra con un logo que dice “Stop Creuers”. Es activista asalariado en Ecologistas en Acción.
—¿Los cruceros no benefician a Barcelona? Bajan centenares de miles de turistas cada año de esos barcos. Algún beneficio tiene que traer. CLIA me dijo que al menos 100 dólares cada turista gasta.
—No, solo contribuyen a que Barcelona sea una ciudad para turistas. Además, toda esa gente da una vuelta y vuelve al barco porque ahí tiene comida y bebida, a los bares entran para usar el baño nada más, nuestras estadísticas dicen que gastan unos 40 dólares como muchísimo en la ciudad. Además, no entendemos qué necesidad hay de ir en un monstruo de hierro que cruza el Mediterráneo que contamina tanto. ¿A bañarse en una piscina en un barco? ¿Por qué no van a la playa y se bañan en el mar?
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