Los últimos vestigios de selva virgen de la Serranía de San Lucas
Al sur de la Serranía de San Lucas, en la continuación de la cordillera oriental de los Andes colombianos, las comunidades se organizan para proteger el territorio y la vida.
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San Pablo, sur de Bolívar (Colombia)
–Yo me enviejé aquí, en este territorio.
A Flordelina Perales le cuesta recordar cuántos años tiene. Sentada bajo el techo de uralita que sostienen las maderas de su casa, resigue con su dedo en el horizonte el alcance de sus tierras. Con 16 años llegó junto a su marido a estos terrenos ubicados en la Serranía de San Lucas, a tres horas en camioneta de la cabecera municipal de San Pablo, al sur del departamento colombiano de Bolívar. Entonces, ni había caminos ni nadie más con quien compartir. Apenas monte para descombrar. Flordelina, que prefiere que la llamen Flor, se define como orgullosa fundadora de la vereda y recuerda como en los inicios se quedaba solitica en aquella casa en mitad de la montaña, mientras su marido –ya fallecido– iba a trabajar a San Pablo. Llegaba un sábado en la mañana y el domingo en la tarde volvía a partir.
Con el tiempo fueron llegando familiares y otras personas que, en busca de una oportunidad para vivir, se establecieron en estas tierras que hoy conforman la vereda de Monte Carmelo.
Flor rompe a reír cuando le hablan de la posibilidad de abandonar su hogar. Desde que llegó, ella ha cuidado de estas tierras tan ricas en biodiversidad y nacimientos de agua, pero también en recursos codiciados como el oro o el petróleo.
–¿Por qué me tengo que ir si no le debo nada a nadie? Si no me quieren, quién sabe qué van a hacer conmigo. Pero yo no me voy, ¿no ve que aquí quedó toda mi vida? Aquí está toda mi vida.
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Son las seis de la mañana y la voz de Irina Pérez resuena en toda la finca. Entre las 58 personas presentes hay estudiantes de Bucaramanga y Bogotá, organizaciones juveniles del municipio, liderazgos comunitarios y habitantes de las veredas vecinas, con el acompañamiento de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC) y la organización International Action For Peace (IAP). Todas se reúnen alrededor de Irina, que explica el itinerario del día y las recomendaciones para cruzar parte de la selva. En su mano sostiene un tarro de pintura. Hoy, 5 de agosto de 2023 y después de 21 años, se volverá a dibujar la Línea Amarilla.
Esta figura de protección comunitaria nació en los años 80, cuando un grupo de personas desplazadas forzosamente por el conflicto armado se asentó en estos territorios y decidió crear un espacio de protección ambiental. A través del consenso entre organizaciones sociales y actores armados presentes en la región (FARC-EP, ELN y EPL) se delimitó con pintura amarilla una zona hasta la que poder colonizar. La estrategia, puesta en práctica por el campesinado de esta región, incluyó a los municipios de Segovia, Remedios (Antioquia), Cantagallo y San Pablo (Bolívar).
Gracias a este proyecto se protegieron más de 500 especies en más de 70.000 hectáreas de selva virgen. Sin embargo, con el paso de los años, y debido a los posteriores desplazamientos y la necesidad, campesinos y campesinas colonizaron estos territorios para construir sus hogares.
–Dicen que destruimos las montañas, que no conservamos. Pero mira esta Serranía de San Lucas, esta iniciativa que no salió del Gobierno, sino de las comunidades […] Y si nos toca tumbar el monte es porque la barriga no resiste, lo que no quiere decir que no protejamos el ambiente. La necesidad nos obliga a hacer ciertas actividades que sabemos que no debemos hacer.
Cuando Irina habla, la comunidad escucha. Hoy su voz es claridad y autoridad en las enmarañadas asambleas en las que lleva el mando. No siempre ha sido así. Nacida y criada en el municipio de Banco, en el departamento de Magdalena, a los 13 años el conflicto la obligó a salir desplazada con sus padres y sus dos hermanos a Puerto Wilches, Santander. Siempre cerca de la ribera del río Magdalena, en 2004 se asentó en San Pablo, donde comprendió que la protección de estos territorios tan abandonados por el Estado sería una de sus tareas primordiales. Convertir esta convicción en su forma de vida es lo que, a día de hoy, le da fuerzas para continuar.
–Durante mis intervenciones en las reuniones comunitarias, compañeros y compañeras de la organización me dijeron que veían una luz de liderazgo en mí, que les parecía muy pilosa, y me preguntaron si quería participar en las actividades de la asociación. No desaproveché la oportunidad. Comencé a relacionarme con las comunidades de la región, especialmente con las mujeres defensoras, de las que aprendí muchísimo. Esto me motivó a luchar para que nosotras podamos aportar y tener un espacio participativo y de reconocimiento de nuestras problemáticas.
La lideresa, que entró a formar parte de la ACVC en 2011, es una de las coordinadoras de esta ruta del sexto campamento ecológico que organiza la asociación, cuya iniciativa es remarcar la Línea Amarilla.
La cuestión ambiental es uno de los ejes transversales del trabajo de la ACVC. Esta organización nació en 1996, cuando un grupo de personas golpeadas por el conflicto armado se unió para exigir el respeto a sus derechos humanos. Fueron años donde el abandono estatal era visible a través de la criminalización que sufrían, perseguidas por el paramilitarismo y las guerrillas; acusadas de pertenecer a la insurgencia en territorios donde esta hacía las veces de autoridad –construía puentes, abría trochas y gobernaba el territorio–. La única institución que asomaba su cabeza por aquella ruralidad era el Ejército, cuya presencia todavía hacía más peligrosa la vida para la población civil, que se encontraba entre varios fuegos.
–Esta iniciativa de conservación se hace necesaria para sobrevivir en este planeta. Y la idea es seguir fortaleciéndola con una figura jurídica que sirva para conservar la naturaleza, el subsuelo y los nacederos de agua.
Irina explica que la Serranía de San Lucas ya tiene algunas concesiones mineras y que, gracias a las resoluciones temporales desde 2015, se han podido parar las explotaciones. Estas comenzaron a definirse con los resultados de una caracterización biológica realizada ese mismo año. Franco Gómez, investigador ambiental y organizador de aquella exploración, recuerda como las especies localizadas hicieron replantear a la institucionalidad la actividad económica en aquel territorio. Los principales conflictos socio ambientales en la zona son generados por la expansión de las actividades mineras del oro y los yacimientos de petróleo.
–Esta suspensión temporal permitió proteger un territorio en el que el mercurio utilizado para la minería ya comenzaba a contaminar las aguas de la zona de Antioquia. Todas las solicitudes de explotación minera y petrolera del subsuelo quedaron paralizadas, con el objetivo de darle tiempo a la resolución final de la figura de protección.
En la experiencia de 2015, donde varias organizaciones hicieron la veeduría durante el mes que duró la caracterización, se encontraron especies como el jaguar –que usa la zona como parte de su corredor por América– el mono araña, el oso de anteojos o la danta. Para Franco, la figura que más salvaguardaría esta zona sería la de Parques Nacionales Naturales –donde se prohibiría toda actividad industrial, ganadera y agrícola–, pero solamente en la selva no intervenida, para no afectar a las poblaciones asentadas en los límites.
–San Lucas tiene muchos parches de bosques de selva tropical originaria, de bosque primario no intervenido, y el más extenso es el de la Línea Amarilla. Sería interesante realizar una serie de corredores biológicos que interconectasen las selvas del norte con las del centro y el sur.
Actualmente, los acuerdos comunitarios ya no cuentan con el apoyo de los grupos armados que hacen presencia en el territorio, lo que pone en riesgo a las comunidades y los liderazgos sociales que protegen el polígono. Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ) ya son más de 1.300 líderes y lideresas asesinadas por la defensa de los derechos humanos desde la firma de los Acuerdos de Paz en 2016, 100 en lo que va de año. Varias de estas personas perdieron la vida por su defensa en la sustitución de cultivos de uso ilícito, como la hoja de coca, que también se da en la región. La falta de infraestructuras para sacar la producción de alimentos obligó al campesinado a cultivar esta planta, a la que suelen denominar “la mata que mata”. Y no por la sustancia en la que se convierte, sino por las políticas de persecución y criminalización de los cultivadores, y el daño causado por las aspersiones aéreas de glifosato –herbicida no selectivo–.
Además, según el último informe de Global Witness, Colombia se sitúa como el país más peligroso para defender la tierra y el medio ambiente.
–La Línea Amarilla tiene una alta riqueza verificada en especies, muchas de ellas endémicas, y está en riesgo de amenaza por las presiones e intervenciones humanas. Estas tres características hacen que sea urgente y necesaria su protección, no porque uno quiera o esté terco. En estos tiempos en los que tanto se habla de salvar el planeta de esta emergencia climática, ¿cómo es posible que a estas alturas y con todas las evidencias no se haga nada?
Para la continuación de este trabajo, Irina señala la importancia de que las nuevas generaciones se impregnen del valor de la protección del territorio y muestra su alegría al ver tantas caras jóvenes, entre las que se encuentra su hijo Felipe. Estudiante en la Universidad Industrial de Bucaramanga, ha inspirado y animado a varios compañeros y compañeras que hoy descubren este territorio por primera vez. Con el agua de la quebrada de fondo, Felipe recalca el firme compromiso de seguir los pasos de su madre y de su padre, Francisco González, también líder social. Cuenta que cuando era niño solía entristecerse de no pasar tiempo con sus padres, quería estar pegado a ellos cuando marchaban a las montañas. Pero a la vez, aquel trabajo incansable en favor de la comunidad, que lo apartó de sus padres, es el que ahora quiere replicar. En un contexto de abandono juvenil de los espacios rurales, Felipe es un rara avis.
–No ha sido fácil crecer aquí por el conflicto, pero solo hay que mirar estos bosques, estas montañas, estos ríos… Necesitamos más apoyo de los jóvenes, que se enamoren de la naturaleza.
La militancia tampoco es fácil para Irina, que destaca la multiplicidad de violencias que sufren las mujeres lideresas por su trabajo en el territorio.
-Feminicidios y abusos sexuales. Los peligros que afrontamos son similares a los que afronta cualquier mujer, tanto en lo privado como en lo público, pero añadiendo las amenazas por posicionar nuestra lucha en la defensa de los derechos humanos.
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A una hora de Monte Carmelo en camioneta, cruzando las quebradas que destapan la vía con tracción en mano, se cierra la trocha que obliga a caminar cuarenta minutos para llegar a la finca de Melkin Rodríguez, presidente comunal de la vereda Los Fundos.
De la finca al límite pactado por las comunidades hay dos horas a pie, subiendo y bajando lomas empantanadas para cruzar las quebradas del camino. El espesor de los árboles se hace más visible a medida que el paso avanza, los mosquitos comienzan a molestar y el camino improvisado a punta de machetazos se estrecha. Las 58 personas caminan tras Melkin que, bote de pintura en mano, se para junto al primer árbol.
–Señoras y señores, muchas gracias por haber venido hasta acá a esta selva. Es un gusto para nosotros que conozcan el rincón donde vivimos. Esta Línea Amarilla que vamos a pintar hoy sirve para identificar que la parte tras los árboles es una conservación para el medio ambiente.
A su lado permanece Jairo Naranjo. Campesino de “pura cepa” –como él mismo se define–, llegó hace 27 años desde Sucre a estos terrenos del sur de San Lucas, donde le avisaron que no debía cruzar aquella línea de conservación. Hoy, a sus 66 años, Jairo acompaña a Melkin en esta repintada. La primera fue en el año 1993, cuando se firmó el Acuerdo de la Línea Amarilla. Y hace 21 años la imagen de aquella segunda pintada permanece inalterable en la memoria del presidente de Los Fundos que, abriendo la pintura, se emociona al revivir ese momento.
–Esto no es solamente del campesinado colombiano. Esto es del mundo.
Mientras las cámaras de los teléfonos móviles y las decenas de ojos captan el momento, Melkin sumerge la brocha en el amarillo que simboliza el color de la riqueza. Tras remarcar el primer árbol, cede la brocha y el bote, que pasan de mano en mano para que liderazgos sociales, jóvenes estudiantes e integrantes de la comunidad se hagan partícipes de la jornada. Así, pintando el regreso por las mismas trochas embarradas, cruzando las quebradas y subiendo las lomas, las 58 personas vuelven a la finca. A Irina, que anima a las rezagadas, le brillan los ojos. Sabe que compartir esta experiencia, colectiviza la lucha.
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