La ruta del azufre

El Mediterráneo recibe cientos de cruceros al año mientras que el Ártico algunas decenas. Ambos casos expresan un mismo problema: la huella ambiental y social de un tipo de turismo que contamina más que cualquier otro medio de transporte en el mundo.  
En esta cobertura multimedia en dos continentes hemos seguido a los cruceros, y sus emisiones de dióxido de azufre, desde Europa hasta el Polo Norte. Para mostrar por qué son causa y consecuencia del cambio climático al mismo tiempo.

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Este reportaje ha sido producido desde RUIDO, con el apoyo del Pulitzer Center y del Earth Journalism Network. Esta investigación también la hemos publicado en The Guardian y France 24.  

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PARTE 1
Un viaje hacia la belleza

“Welcome, bienvenidos, bem-vindos, benvenutti”, saluda Helen, rubia, alta, sudafricana de unos 40 años.

A cada uno de los pasajeros que subimos al crucero en la parada de Barcelona nos recibe sonriente y nos pide que no olvidemos emparejar la tarjeta que abre la habitación con nuestra tarjeta de crédito en alguno de los tótem digitales que hay en el lobby del barco. 

En esa terminal se autoriza un cheque en blanco, el carnet magnético que abre el camarote asignado reemplaza la billetera, es el único medio de pago aceptado a bordo. Al bajar, me enviarán la factura indicando el monto que se ha debitado de mi tarjeta.

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Los pisos y las paredes de la nave están alfombradas. Hay esculturas de plástico de tigres  entre sillones con tapizados de pana y estampados de leopardo. Todo es liso y brillante. Es el decorado de un parque temático. Es la de una maqueta de un hotel cinco estrellas.

Apenas ingresamos al lobby los pasajeros somos abordados por vendedores como Gina, 25 años, vestida con un ambo bordó y como todos los tripulantes lleva un cartelito colgado en el pecho que dice su nombre y su nacionalidad: Filipinas. 

—Dos sesiones de masajes más limpieza facial, 240 dólares; tres sesiones de masajes más limpieza facial, 336 dólares; seis masajes y una limpieza, 528 dólares. 

—No, gracias.

—Escuche, si contratan ahora la reflexología, más el masaje balinés, más el masaje capilar, más una hora en el espacio termal que tiene sauna y hammam saldrá 160 dólares, usted entra ahí y sube la temperatura todo lo que quiera. Esos precios son si los contrata ya mismo, después costarán el doble.

Cuando pasamos a Gina, se acerca Alí, un tunecino de 30 años que ofrece paquetes de consumición libre de bebidas a quienes no lo hayan comprado al reservar, van de 30 a 100 dólares por persona al día. 

Se interpone. No se puede avanzar hacia los ascensores que llevan a las habitaciones sin sentarse un momento con él. Dice que si no se compra ningún combo cada cerveza costará al menos 8 dólares. 

Alí no puede aceptar un no como respuesta, se enoja: “Piénselo bien, se arrepentirá, ya verá, terminará tomando solo vasos de agua del grifo del buffet”. 

El MSC Grandiosa fondeado en el puerto de Barcelona, donde el año pasado los barcos fondeados emitieron casi tres veces más de sulfuro que todos los vehículos de pasajeros registrados en la ciudad. Foto: Pau Coll / RUIDO
El MSC Grandiosa fondeado en el puerto de Barcelona, donde el año pasado los cruceros emitieron casi tres veces más SOx que todos los vehículos de pasajeros registrados en la ciudad. Foto: Pau Coll / RUIDO

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31.5 millones de personas compraron un ticket de crucero en 2023. La tercera parte pasó por un puerto español. De cada cuatro españoles que se fueron de vacaciones, uno se subió a un crucero. Después del Caribe, el Mediterráneo es el mercado más grande de este sector en el mundo. 

Según un informe de 2023 de la ONG Transport & Environment (T&E), los 804 cruceros que pasaron por Barcelona el último año contaminaron tres veces más que la suma de todos los autos de la ciudad. 

Los 218 cruceros que circulan por Europa (por Barcelona pasaron 800 porque varios dan la vuelta y regresan) emitieron más dióxido de azufre que todos los autos del continente juntos.

El Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes de España dice que la exposición a eso durante cortos períodos de tiempo “puede irritar el tracto respiratorio, causar bronquitis, reacciones asmáticas, espasmos, paro respiratorio y congestionar los conductos bronquiales de los asmáticos”.

Viajar en crucero es cada vez más popular en Europa, pero a mis compañeros -Berta Vicente y Pau Coll- y a mí, este mundo nos resultaba lejano. Por eso, cuando decidimos investigar el tema compramos tickets para dos barcos de MSC, la empresa de cruceros más contaminante de Europa y, en el medio, un vuelo a Bruselas.  

Decidimos usar los cruceros para lo que nadie los usa: como medio de transporte. Nos llevarán a hablar con los vecinos de los puertos, con los activistas que se oponen a los cruceros pero también con los representantes de las compañías.

La mejor crónica sobre viajes en cruceros la escribió David Foster Wallace. Se tituló “Embarcándose: Sobre las comodidades (casi letales) de un crucero de lujo” y fue incluída en el libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer

Foster Wallace escribió: “El resort de lujo flotante también es un organismo, a su manera: enorme, complejo, con muchas interesantes sub economías internas, pero no tiene órganos; todo es gastrointestinal”. 

Un contenedor de basura junto a una de las piscinas del MSC Grandiosa. Los paquetes de bebidas gratuitas son el extra más comúnmente adquirido por los pasajeros en los cruceros de MSC. Foto: Pau Coll / RUIDO
Un contenedor de basura junto a una de las piscinas del MSC Grandiosa. Los paquetes de bebidas gratuitas son el extra más comúnmente adquirido por los pasajeros en los cruceros de MSC. Foto: Pau Coll / RUIDO

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El MSC Orchestra nos llevará a nosotros, a otros 3223 pasajeros y a 1053 tripulantes, de Barcelona a Génova con escala en Palma de Mallorca.

En Barcelona hacen 35 grados pero en el interior del crucero hay que abrigarse; los pasillos están refrigerados a 20. 

Como no llevamos maleta, antes de ir a la habitación voy a la proa, lo más adelante posible y veo flamear la bandera de Panamá, donde reside fiscalmente este barco. Una bandera de conveniencia. MSC nació como empresa italiana en 1970 —en Italia se sigue promocionando como tal— pero está radicada en Suiza. Cada una de sus naves “tributa” en un país diferente.

Al mirar hacia el cuerpo del crucero se ve el puente de mando encabezando 300 metros de ventanas y balcones, 30 metros de altura coronados por ocho chimeneas que no paran de humear. Justo debajo de las chimeneas hay una cancha de fútbol y, en una de sus áreas, cuatro niños tirando penales.

 

 

Vamos al camarote. Nos toca uno de los 827 que tiene balcón. Hay también 275 camarotes internos. La habitación parece una suite de lujo de los años 60, hay una toalla con forma de cisne arriba de cada cama y a su lado el “Daily Program” que, cuidadosamente, se aseguran que esté escrito en el idioma de los pasajeros del cuarto. 

El folleto dice que a la noche hay que vestirse de blanco, que hoy es el Día Mundial de los Océanos, que el amanecer es a las 5:44  y que el atardecer será a las 21:56. También dice que a las 19:00 hay una promoción especial de tres relojes por solo 49,99 dólares en la tienda de L&CO. 

A esa hora, justamente, las 92.409 toneladas del MSC Orchestra zarpan a 23 nudos rumbo sur.

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Hacemos un breve recorrido por la zona de piscinas. En una de las puntas hay una sección con mesas de ping pong. En un atril, un hondureño de 23 años -Miguel- entrega las paletas y la pelota. No hay muchos turistas de habla hispana hoy, así que Miguel aprovecha para conversar un rato. 

—¿Hace mucho que trabajas aquí?

—No, solo hace algunas semanas me embarqué por primera vez. No sé cuánto pueda resistir. Yo soy sonidista y cuando me contrataron para el área de entretenimientos pensé que venía a manejar consolas y conectar cables. Y aquí me ves, repartiendo paletas de ping pong.

—¿Entonces qué harás?

—Resistir, lo que gano aquí no lo puedo ganar en Honduras. Y me quiero comprar una casa.

En general los trabajadores cuentan que el salario ronda los 1000 dólares básicos, pero que hacen la diferencia con las propinas y con el hecho de que no tienen que gastar un solo centavo en comer y dormir. Todos tienen un objetivo concreto, no dos, uno: el que justifica el esfuerzo. 

Para muchos turistas viajar en crucero es un sueño en sí mismo. Para los trabajadores a bordo, los cruceros son un sacrificio en pos de un sueño que quedó en casa. 

Los toboganes de agua del MSC Grandiosa, ubicados en la cubierta 19, la cubierta más alta del barco, son especialmente populares entre los niños. Las familias con niños son uno de los grupos objetivos de la industria de cruceros. Foto: Pau Coll / RUIDO
Los toboganes de agua del MSC Grandiosa, ubicados en la cubierta 19, la cubierta más alta del barco, son especialmente populares entre los niños. Las familias con niños son uno de los grupos objetivos de la industria de cruceros. Foto: Pau Coll / RUIDO

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Por un crucero como este de cuatro noches por el Mediterráneo con tres escalas —comidas incluidas—- centenares de pasajeros pagamos solo 160 dólares: lo que cuesta una noche en un hotel de tres estrellas en Barcelona. 

Eso pagó Ana, 72 años, que es de Pereira, Colombia, pero hace treinta años vive en Barcelona, y se embarcó con su nieto, su cuñada y una amiga de su cuñada. Nos toca la misma mesa para cenar. La comida es la misma que la del buffet del último piso, la diferencia es que aquí la gente está bien vestida, no hay agua de grifo y te sirven en la mesa los camareros.

Ana dice que gracias a ofertas de billetes de última hora se puede pagar incluso menos. “Ahorramos no comprando bebida y listo, viajo así para no tener que preocuparme por nada”.

El viaje organizado en cruceros tiene costes fijos que se cubren con la venta de tickets, pero el negocio no está allí: los servicios extra son el secreto del éxito. Cuanto más grande es el barco, mayor es el volumen de ventas a bordo. 

Los precios de los billetes tienden a bajar porque la rentabilidad depende de una alta ocupación. El negocio es llenar los barcos como sea para que la gente compre excursiones, productos en el free shop, bebidas, masajes.

Mientras viajamos a Palma de Mallorca me siento a trabajar en el buffet. Tiene casi todo el largo del barco. El tenedor libre está incluido en el ticket básico. Hay bandejas con comida las 24 horas del día: un mostrador de un tipo que saltea pastas, un mostrador de comidas con carne, un mostrador de postres, un mostrador de pescados, un mostrador de embutidos y luego otro mostrador de carnes, otro de postres… 

Hago mi única compra de servicio extra: una conexión wifi que sale 16 dólares al día; hay descuentos si se compran varios días o se conectan varios dispositivos. Aquí, para cada necesidad, nace una oferta. 

Me pasaron el dato de una ex empleada de cruceros, así que aprovecho para llamarla y que me cuente un poco más, a ver si puedo aprovechar algo de lo que me diga mientras dura la travesía.

Se llama Stephanie López, es una profesora de Bogotá, Colombia, de 33 años, que entre 2015 y 2018 trabajó para Norwegian Cruise Line en el área de entretenimiento para niños. “Igual tranquilo, todas las empresas de cruceros se manejan más o menos igual”, me dice cuando se presenta. 

-––Mira bien a la tripulación: los jefes son ingleses o italianos, o a lo sumo europeos o norteamericanos, y mis compañeros son del sur del mundo. Yo compartía habitación con dos personas, los rangos bajos con cinco o seis personas mientras los rangos altos están solos, tienen habitaciones como las de los pasajeros.

—¿Qué es lo que más extrañas de aquí?

—Que en los cruceros cambia la dimensión del tiempo. A bordo de un crucero, cada día es una semana: cada mañana se siente como un lunes, cada noche se siente como un viernes. 

—¿Te puedes acostumbrar a eso?

—Tú trabajas todos los días, pero te vas de fiesta todos las noches también, sobre todo si eres front of the house y no eres personal de limpieza o cocina, que trabajan 75 horas por semana o más. Yo trabajaba entre 50 y 60 horas por semana, tenía tiempo libre, pero no días libres. A los cinco meses trabajas en automático y ya no piensas. Se vuelve una adicción trabajar ahí: ganas mucho dinero en poco tiempo. El problema es que cada vez que vuelves a tierra te das cuenta de que tu vida, mientras navegas, está como estancada.

Cada día se imprimen cientas de fotografías en los cruceros para venderlas a los turistas. Foto: Pau Coll Sanchez- RUIDO

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Anochece. El crucero son sonidos que aturden y luces que enceguecen en medio de la total oscuridad total del mar.

Los puntos críticos de ruido submarino en el Mediterráneo se solapan con varias zonas protegidas y con áreas de importancia para especies de mamíferos marinos sensibles al ruido, además los cruceros brillantes en un mar oscuro pueden desorientar a las aves que vuelan bajo y migran de noche. Debajo del mar, los cruceros afectan las migraciones de zooplancton, cefalópodos, peces y potencialmente otras especies marinas. Para el informe de WWF eso las pone en riesgo de “depredación intensiva y frecuente”. 

A bordo, la gente obedeció el Daily program: todos están vestidos de blanco y la mayoría acude a una “Latin Party” al borde de la piscina Acapulco, donde dos cubanos dirigen coreografías de salsa con el volumen al máximo. El resto se dispersa en alguno de los bares. En cada uno hay algo: una banda tocando jazz, un karaoke de alguien que canta mal, una trivia. Todos beben. Las barras no paran de servir.

En el Shaker Lounge de la cubierta 7, en la zona de la popa, hay un concurso de baile y algunos empleados son obligados a bailar para promover que la gente se anime a salir a la pista. Entre ellos Miguel, el sonidista, que debe improvisar una danza solitaria.

Los pasajeros del MSC Orchestra desembarcan en el puerto de Palma por la mañana y regresan por la tarde. Grupos activistas denuncian que esto contribuye al colapso de la ciudad durante el verano. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Los pasajeros del MSC Orchestra desembarcan en el puerto de Palma por la mañana y regresan por la tarde. Grupos activistas denuncian que esto contribuye al colapso de la ciudad durante el verano. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Al amanecer, el barco ya había anclado en Palma. 

Para ir al centro hay dos opciones: el bus público y el que pone la empresa. Entre uno y otro hay 30 dólares y un rato de espera de diferencia.

A 5 minutos del distrito centro de Palma de Mallorca está la oficina del Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturalesa, una organización que nació hace cincuenta años porque los turistas estaban espantando las aves autóctonas. Ahora se especializan en cómo el turismo y Airbnb están expulsando a los mallorquines de la ciudad. La oficina cuenta con un archivo que ocupa varias habitaciones y que contiene información de aves de la zona, denuncias a los cruceros y estudios sobre la gentrificación.

Un póster detrás del escritorio de Margalida Ramis, su directora, tiene una foto trucada de un crucero transitando por una avenida mallorquina con una leyenda grande: “La ciudad es de quien la habita, no de quien la visita”.  

—¿El problema de Palma es el turismo masivo en general o los cruceros en particular?

-—Los cruceros se agregan a un turismo que ya es masivo en verano y hacen colapsar la ciudad. Luego, por ejemplo, cuando los cruceros llegan aquí mantienen los motores en marcha y el puerto está enfrente de la ciudad. También hay algunos que tienen incineradora, otros trituradora, otros vierten directamente al mar a cierta distancia.  

Una gran parte de los desechos se vierte legalmente al mar. Las compañías reciclan los residuos, los incineran, pero también como hace Royal Caribbean, envían los residuos alimentarios a una despulpadora y se pulverizan a menos de 25 mm, según las normas internacionales, y se vierten a no menos de 12 millas náuticas de tierra. Según la Comisión Europea, los cruceros generan una cuarta parte de los residuos oceánicos, pese a representar menos del 1% de la flota mercante mundial.

—¿Quién puede cambiar esto?

—En Palma se tomó la decisión de adaptar toda la infraestructura del puerto a poder recibir cada vez más cruceros y cada vez más grandes, pero no de tener una zona específica en en el ámbito Mediterráneo para terminales de control de emisiones, especialmente dióxido de azufre y de nitrógeno. Frente a esa apertura, Alfredo Serrano, el representante en España de CLIA, la patronal global de empresas de cruceros, dijo “pues venga” y trae todos los que puede. Deberían intentar hablar con él. 

Alfredo Serrano es ingeniero industrial y, dijo en una entrevista, que es un “viajero vocacional” y que se convirtió “por casualidades de la vida” en director nacional de CLIA. Le escribimos pero elevó la cuestión: su secretaria nos respondió que Sascha Gilles, el vocero para Europa de CLIA, nos recibe cuando queramos en Bruselas.

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Tomamos el bus de línea para volver a la ciudad flotante. Vamos al buffet a merendar. Hay una parte a la que no se puede acceder, está el capitán festejando el cumpleaños de su hijo. Hizo subir a todos sus amiguitos a bordo. El capitán no accede a acercarse a conversar.

Me topo con Carlos, un peruano, que es su camarero personal desde hace ocho años. Dice que su principal privilegio al trabajar en el puente de mando es comer la comida de arriba y no la del personal. “Abajo no podemos comer lo que comen los cruceristas y como hay muchos trabajadores de India condimentan demasiado la comida y además es todos los días más o menos lo mismo lo que dan”. 

Me cruzo a Ana, me dice que esta vez no bajó, que ya conoce Palma. Cuando el Orchestra está en puerto muchos cruceristas no bajan o vuelven rápido. A bordo pueden disfrutar de quince solariums, cuatro piscinas, tres toboganes gigantes, siete salas de juegos para niños, un gimnasio con vista al mar, los spas, un casino en el que se puede fumar adentro, una sala de juegos recreativos, un teatro, guarderías, una tienda de comestibles, once restaurantes, veinte bares, el buffet.

Hay un tour llamado Behind The Scenes. Sale 80 dólares y te llevan a conocer al capitán mientras mueve el timón, a la sala de lavado, a la despensa y los entretelones de la sala de teatro. Stephanie me dijo que hay una parte que en estos tours no muestran: la prisión y la morgue.

Doy una caminata por todos los pisos del barco. La parte que llaman de adelante parece un casino. Me cuelo en la parte de atrás y parece un hospital. En la parte de adelante pasan cosas todo el tiempo. En el atrium de la cubierta 5 hay un dúo haciendo covers de los Beatles, en The Amber Bar en la cubierta 6 hay una banda de filipinos cantando hits de los 90. En el teatro, un espectáculo de zapateo flamenco, en una de las piscinas una clase de samba y en la otra aero stretching.

Se imparten clases de fitness en gran número por la tarde a bordo del MSC Orchestra. "El valor de nuestra industria es que sabemos cómo organizar un viaje", dijo Sascha Gills de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA). Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Se imparten clases de fitness en gran número por la tarde a bordo del MSC Orchestra. “El valor de nuestra industria es que sabemos cómo organizar un viaje”, dijo Sascha Gills de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA). Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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A la mañana cuando salimos a la cubierta, vemos que el crucero está incrustado en Génova. Desde la proa, a unos 200 metros, entre los balcones que vemos en los edificios de enfrete está el  de Enzo Tortello, un ingeniero electrónico de 75 años.

Hasta hace un par de décadas esa era una zona relativamente exclusiva de Génova. Pero desde que el puerto se turístificó los precios bajaron.

Todos los días, a las 4 o 5 de la mañana, Tortello escucha desde la cama la llegada de los barcos-hotel. Es testigo de todo: las fiestas, las sesiones de aquagym, los motores humeando para sostener las funciones hoteleras del mole flotante. 

El ingeniero retirado forma parte del Comitato Tutela Ambientale de Génova, una de las organizaciones locales preocupadas por las emisiones de azufre, parte de la red Cittadini per l’Aria. que nuclea a vecinos como él de varios puertos italianos. Enzo Tortello está obstinado en que los cruceros dejen de contaminar.

—¿Por qué esta lucha Enzo, y no mudarse?

—Mi compromiso es seguir el último y mayor deseo de mi mujer, que falleció recientemente. Ella es la que empezó todo esto. Lo hago por ella. Con el tiempo lo conseguiremos.

—¿Y qué piden exactamente?

—Sé que esta industria es importante para la ciudad, pero nuestra petición ahora es sencilla: que se alimente la electricidad de los muelles para que los barcos se enchufen directamente, eso reducirá el ruido y el humo, y que haya un sistema eficaz de control. Pedimos que antes de inspeccionar, por favor, no avisen a las compañías que van a ir, es muy simple.

En el baño de la casa, la mujer de Tortetllo pegó la letra de un poema de Elli Michler en la pared y Enzo nunca lo quitó: 

No te deseo un regalo cualquiera,

te deseo aquello que la mayoría no tiene,

te deseo tiempo,

para reír y divertirte,

si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras.

Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar

no sólo para ti mismo sino también para dedicárselo a los demás.

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El principal sector económico impulsado por los cruceros en Europa no es el turismo, sino la construcción naval: 40 mil millones de dólares de inversión directa en Europa para los próximos cinco años. Más del 93% de los cruceros del mundo se construyen en el viejo continente. Los principales astilleros de construcción de cruceros están en Italia, Alemania, Francia y Finlandia. 

 
 

Los cruceros, símbolos flotantes de opulencia y ocio, tienen una historia que se remonta al siglo XIX, cuando las aristocracias europeas exploraban el Mediterráneo en barcos de lujo. Sin embargo, fue en el siglo XX cuando se convirtieron en un fenómeno global, en especial tras la Segunda Guerra Mundial, con el surgimiento de imponentes y lujosos transatlánticos. En 2024 se inauguró el más grande de la historia: el Icon of the Seas de Royal Caribbean puede llevar a 7600 pasajeros. 

Si bien cada crucero tiene clases sociales, espacios VIP y servicios diferenciados, los cruceros más lujosos hoy son pequeños, exclusivos, privados y no masivos. Suele suceder: el lujo de las clases medias es el que usaron las clases altas una generación atrás y que descartaron cuando empezaron a mezclarse con los demás.

Los cruceros son para vacacionar. Una manera de ir a ningún lugar en particular y a muchos en general. No son medios de transporte y forman parte del mercado del ocio. No venden viajes de un punto a otro: son hoteles en movimiento. La mayoría de la gente desembarca donde embarcó.  

Eso implica un coloso en el que 5000 personas están duchándose a la misma hora, miles de platos lavándose todo el tiempo, luces y chimeneas que no se apagan nunca. ¿Cómo lograr que no tenga impacto ambiental? Es la pregunta que las compañías no terminan de contestar nunca. 

Cuantos más turistas, más energía se necesita y más residuos se generan. Los investigadores Vincenzo Asero y Stefania Skonieczny concluyeron que “a principios de la década de 1990, el turismo de cruceros era sobre todo un privilegio de las élites. Paralelamente al éxito del turismo de cruceros, también su impacto ambiental, social y económico ha ido creciendo en escala”.

Cuando el año pasado Giles Read, Jefe Global de Comunicaciones Corporativas de MSC, publicó en Linkedin una oferta de empleo para Jefe Global de Comunicaciones sobre Sostenibilidad y Medio Ambiente, dijo que era para gestionar “el problema más crítico al que se enfrenta la industria a nivel global”. 

En algunas zonas se han aplicado soluciones temporales. Las conexiones eléctricas en los puertos han reducido la contaminación atmosférica y la emisión de gases de efecto invernadero en Hamburgo, Rostock y Kiel. Venecia fue el tercer puerto de cruceros más contaminado de Europa en 2019, pero, gracias a la prohibición de los grandes cruceros en 2021, la ciudad ha reducido las emisiones de azufre en un 80%. 

Según la ONG Seas At Risk, reducir la velocidad un 10% permitirá a los cruceros ahorrar un 27% de emisiones, y mucho más si se  impulsan con combustibles verdes basados en hidrógeno. Sin embargo, para Marta Abegón Novella, del Centro de Estudios de Derecho Ambiental de Tarragona (CEDAT)  -un instituto de investigación independiente con sede en Cataluña- “en general, los cruceros no pueden considerarse sostenibles por el momento”.

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Antes de ir a Marsella para hacer el último tramo de nuestro reporteo, tomamos un avión a Bruselas.

La oficina de Transport & Environment (T&E) y la de CLIA (Cruise Lines International Association) están a 100 metros, una de la otra, en el barrio de Ixelles, Bruselas, cerca del Parlamento Europeo.

En la primera nos recibe Constance Dijkstrade, de 33 años. Nació en París, pero se presenta como mitad alemana y mitad francesa: es responsable de la campaña de transporte marítimo y escribió en su último informe que en 2022 los cruceros de MSC emitieron casi “tanto azufre como todos los 291 millones de coches de Europa”.  

—Le pedimos una entrevista a MSC para que les responda ese dato, pero nos enviaron un comunicado oficial: “No hay forma de que podamos establecer la veracidad de esas conclusiones, ya que tanto como empresa como industria ya hemos hecho enormes esfuerzos para reducir las emisiones de dióxido de azufre en puerto con tecnologías probadas y seguimos invirtiendo en otras nuevas para reducirlas aún más”.  Esas tecnologías son por ejemplo los cruceros propulsados por Gas Natural Licuado (GNL) que emiten menos CO2. 

—Esa ventaja percibida queda anulada por las fugas de metano al aire que se producen a bordo del buque debido al proceso de combustión incompleto de los motores de los que dependen. Un solo crucero de GNL emite tanto metano como las flatulencias de 10.500 vacas en un año.  

—Los cruceros que no utilizan GNL usan un combustible marino tradicional. Y para eso necesitan un depurado. ¿Eso qué impacto tiene?

—El depurador funciona tomando y tirando agua de mar. De este modo se reduce la cantidad de azufre que se emite al aire, pero al final se contamina el agua, alterando el equilibrio químico del mar

Emerge, un proyecto financiado por la UE, mostró el efecto del agua de los depuradores en los organismos acuáticos encontrando “efectos dañinos incluso en las concentraciones más pequeñas” y un estudio realizado por profesores del MIT de EE. UU. en 2019 concluyó que “los depuradores pueden no ser tan eficientes en la eliminación de partículas pequeñas que consisten principalmente en ácido sulfúrico”.

A 200 metros nos espera Sascha Gill, vicepresidente de Sostenibilidad Medioambiental de CLIA. Habla en nombre de los miembros de la asociación que representa al 95% de la capacidad mundial de cruceros oceánicos, 53 líneas de cruceros miembros y unas 75 mil agencias de viajes que, en conjunto, generan 12 millones de puestos de trabajo y unos ingresos de 20 mil millones de dólares al año. Un mercado copado por pocos: las tres principales compañías de cruceros obtuvieron el 85% de los ingresos mundiales en 2021. 

Gill nació en Austria hace 48 años. A los 23 empezó su carrera como camarero y luego como chef a bordo. Con el tiempo fue pasando a los escritorios.

Antes de grabar hablamos del target de los cruceros. Le pregunto si acierto, teniendo en cuenta lo que vimos, si digo que son las personas mayores, la gente con hijos, la gente con movilidad reducida, todos de clase media europea o de clases medias altas del sur global. El viaje organizado es una solución ideal para las personas y grupos para quienes irse de vacaciones significa tener todo resuelto por un rato. Y me dice que sí. “En efecto”.

—¿Por qué los cruceros son más baratos que los hoteles? 

—Simplemente por eficacia. El valor de nuestro sector es que sabemos organizar un viaje. Si pensamos en el turismo como concepto, ha existido durante miles de años. Miles de años atrás, teníamos personas individuales viajando a destinos individuales. Hoy tenemos 9 mil millones de personas viajando por ahí. 9 mil millones de personas que quieren experimentar, que quieren viajar, que quieren ir a algún lugar. Entonces, el concepto de turismo hoy es ligeramente diferente a lo que era hace mil años. Hoy día lo que podemos ofrecer es turismo organizado. Por eso es más barato, porque sabemos armarlo, hacerlo accesible.  

—Los vecinos nos han dicho que el impacto económico en los puertos es más negativo que positivo.

—Sabemos que cuando un huésped está en un crucero de 7 días, gasta entre 600 y 700 dólares en puertos (alrededor de 100 por cada uno). Y una gran parte de ellos regresa luego especialmente a la ciudad que conoció gracias a un viaje de cruceros.

—Estamos en un contexto de cambio climático. ¿Los cruceros son parte de la solución o parte del problema?

—Mira, hay reglas muy, muy estrictas sobre dónde puedes navegar, cómo puedes navegar y cómo debes comportarte. Es un negocio muy grande y muy global como para no cumplirlas. 

—¿Es normal que la gente trabaje 75 horas a bordo?

Para cada solicitud o cada vez que publicamos una posición abierta, recibimos más de mil solicitudes. Por lo tanto, podemos ver que somos atractivos para el mercado. Somos atractivos como empleador. También somos atractivos como industria. En los puertos funcionarios del gobierno suben a bordo a revisar el barco y entre las cosas que verifican están las condiciones laborales a bordo. Si un miembro del personal no está feliz, hablaría.

—¿Vio lo que dice el informe de T&E sobre los depuradores?

—Los depuradores son cada vez mejores, los filtros son seguros y están muy regulados por ley como para que grandes empresas como las compañías internacionales hagan trampa. 

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Volamos a Marsella. Regresaremos a Barcelona en un crucero de un día por el que pagamos menos de 100 dólares cada uno.

El año pasado, 50 mil personas firmaron una petición contra los cruceros en Marsella. Los vecinos de este antiguo barrio de L’Estaque, en el distrito norte, viven en una colina cercana al puerto, a menos de un kilómetro del puerto de cruceros.  Según el informe de T&E, Marsella es la ciudad francesa más contaminada por los cruceros.

Marie Prost-Coletta, 65 años, de la organización vecinal Cap Au Nord, vino de París porque su marido tenía problemas respiratorios y la calidad del aire de la capital no ayudaba. Pero, según ella, aquí encontraron otro tipo de contaminación: la procedente del puerto.

—¿Cómo sienten la contaminación?

—Tenemos mucha gente tosiendo, tenemos amigos que se fueron del distrito por esto. Y también tuvimos un número inusual de cánceres relacionados con la calidad del aire. 

—¿Pero por qué les echan la culpa a los cruceros?

—Porque están los datos, porque vivimos enfrente y porque la contaminación es muy visible. Por la mañana, si pasas una esponjita por cualquier mesa, siempre está llena de puntitos negros; también los vemos en nuestras piscinas.

Los vecinos de L’Estaque se han puesto en contacto con Remy Yves, de la organización Stop croisieres. Lo que piden Remy y sus colegas es un plan de transición hacia el fin de los cruceros, de modo que a partir de 2025 sólo se acepten dos cruceros como máximo a la vez y siempre que estén electrificados. Y que en el largo plazo no se acepte ninguno.

—¿Sabes de algún estudio independiente o pruebas del impacto económico de los cruceros en Marsella?

—Imposible encontrar algo así. No hay impacto económico. Solo se sabe que la región sur de Francia ha invertido unos 35 millones de dólares de nuestros impuestos para financiar la electrificación de los muelles para las compañías de cruceros, las compañías deberían pagarlo, no pagan impuestos aquí ni en ninguna parte. 

El año pasado, un informe de la ONG ReCommon examinó la compleja estructura corporativa de MSC, con sucursales en algunas de las jurisdicciones menos transparentes de Europa. También mencionan cómo MSC está implicada en la transformación de los puertos mediterráneos, especialmente en Génova, para permitir la llegada de algunos de los mayores barcos de carga del mundo y la construcción de grandes depósitos de Gas Natural Licuado (GNL).

—Las empresas me han dicho que no paran de buscar una solución, que es posible el turismo de cruceros sin contaminar.

—Un buen crucero es el que no llega. Es un poco como un buen lío… es el que no sucede.

Los cruceros en Génova. (Foto: Berta Vicente Salas)

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Volvemos a Barcelona desde Marsella. Esta vez nos subimos al MSC Grandiosa, donde flamea, alta en el cielo, en la cima del barco la bandera de Malta: uno de los resorts fiscales de Europa.

El barco es casi el doble que el Orchestra. Está en el número 17 entre los más grandes del mundo. Alto como un edificio de 20 pisos y largo como el puente de Londres. Tiene 331 metros de eslora y 43 de manga. 19 cubiertas. 2.421 camarotes para 6.334 pasajeros. 1.704 miembros de tripulación. 

Bajo el logotipo de MSC que adorna las chimeneas del barco, un grupo de niños se lanza por toboganes acuáticos mientras varias francesas combinan su desayuno buffet con una sesión de bronceado mañanera. 

En los deck del crucero, arriba de cada una de las cientas de reposeras, la gente deja su toalla naranja fosforescente para evitar que alguien se la ocupe mientras van a comer, buscarse un trago o darse un baño.  

David, el bartender de Acapulco, uno de los bares en la cabecera de una de las dos piscinas de la cubierta, en el piso 13 de esta ciudad flotante, dice que hay turistas que madrugan para venir a dejar la toalla y luego vuelven a dormir o se van a desayunar. “Dejan la toalla a las 6 a.m. para reservarse puesto y regresan al mediodía”, dice.

Anne, 73 años, de Lens, maestra de primaria jubilada, tras pedir sin éxito un café descafeinado se queja de que pocos tripulantes hablan francés. 

David, 27 años, de Filipinas, sirve en ese bar por la mañana, en el bar del piso 4 por la tarde, la barra del piso 7 a la noche y la discoteca del deck desde la medianoche hasta bien entrada la madrugada. Con paciencia, en inglés, le explica a Anne que, a pesar de que la mayoría de los pasajeros son turistas franceses e italianos que no hablan otros idiomas, la mayoría de la tripulación proviene de países que no son franco ni italoparlantes.

Anne no le entiende y se va ofuscada a darse un baño, pero cuando se sumerge no puede nadar: en la piscina hay una persona por metro cuadrado. 

Enzo Tortello, un ingeniero electrónico de 75 años de edad de Génova, vive frente al puerto de la ciudad. Desde su apartamento, constantemente ve y escucha los cruceros. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Enzo Tortello, un ingeniero electrónico de 75 años de edad de Génova, vive frente al puerto de la ciudad. Desde su apartamento, constantemente ve y escucha los cruceros. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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El Grandiosa, cada vez que zarpa, le da play a Con te partirò de Andrea Bocelli con el volumen al máximo. Se escucha más fuerte en las cubiertas pero se reproduce en todos los parlantes. Y hay parlantes en todos lados: en los pasillos, en las habitaciones, en los bares, en los ascensores, en las escaleras.

Suena como un himno, el sonido agobia, la gente deja lo que está haciendo para escuchar en casi toda la parte visible del barco, salvo en el lobby. Allí, Helen sigue haciendo su trabajo: “Welcome, bienvenido, bem-vindo, benvenutti, empareje su llave de la habitación con su tarjeta de crédito en esa terminal de allí”.

Los empleados que eran camareros se transforman en agentes para el desembarco. Dividen a los turistas en 22 grupos. Antes hay que pasar por el tótem para desemparejar la tarjeta de crédito. Al lado de uno de los tótem, un banner reza el eslogan de MSC: “un viaje hacia la belleza”.

Al desembarcar en Barcelona hay seis cruceros gigantes al mismo tiempo y unas 30 mil personas bajan, como nosotros, en simultáneo, rumbo al centro de la ciudad.  

Antes de volver a casa vamos a encontrarnos en un centro cultural del barrio de Gracia con Didac Navarro: 28 años, pelo largo, una camiseta negra con un logo que dice “Stop Creuers”. Es activista asalariado en Ecologistas en Acción. 

—¿Los cruceros no benefician a Barcelona? Bajan centenares de miles de turistas cada año de esos barcos. Algún beneficio tiene que traer. CLIA me dijo que al menos 100 dólares cada turista gasta.

—No, solo contribuyen a que Barcelona sea una ciudad para turistas. Además, toda esa gente da una vuelta y vuelve al barco porque ahí tiene comida y bebida, a los bares entran para usar el baño nada más, nuestras estadísticas dicen que gastan unos 40 dólares como muchísimo en la ciudad. Además, no entendemos qué necesidad hay de ir en un monstruo de hierro que cruza el Mediterráneo que contamina tanto. ¿A bañarse en una piscina en un barco? ¿Por qué no van a la playa y se bañan en el mar?

El MSC SeaView fondeado en el puerto de Palma de Mallorca (Berta Vicente Salas / RUIDO)
El MSC SeaView fondeado en el puerto de Palma de Mallorca. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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PARTE 2
Turistas vs. Unicornios

Hasta hace un par de décadas esta arteria canadiense del círculo polar ártico solía estar llena de témpanos de hielo en verano. Ya no.

Pond Inlet está ubicado en la costa noreste de la isla Baffin, frente a la isla Bylot. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Pond Inlet está ubicado en la costa noreste de la isla Baffin, frente a la isla Bylot. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

El MV Ocean Endeavour baja la velocidad a medida que entra a una ensenada del pasaje del Noroeste que conecta el Atlántico y el Pacífico. El crucero se detiene delante del único iceberg a la vista y echa anclas. Es la mañana pero no se nota porque hace meses no anochece. 

Los pasajeros de Adventure Canada a bordo de este ex ferry de 200 metros de largo y 100 de alto, cuatro pisos, una piscina, dos restaurantes, 200 habitaciones, un gimnasio, infusiones libres todo el día, menú de tres pasos en cena y almuerzo, llevan un par de jornadas a puro paisaje. Ya han visto glaciares, osos polares, el sol de medianoche y aves silvestres desde las reposeras del bar y desde los mullidos sillones de sus camarotes, tomando las dos copas de vino permitidas. Pero nada como lo que ahora ven a 300 metros de distancia en la costa: un pueblo. 

En una colina, a lo Hollywood, pero escrito con piedras, se lee “Pond Inlet”. Es el nombre que le puso un inglés. En inuktitut el pueblo se llama Mittimatalik. Es una comunidad inuit en la que sus 1600 habitantes llaman al resto del mundo “los del sur”. 

Mientras los 200 pasajeros, casi todos peinando canas, entre 55 y 75 años, terminan de desayunar en el buffet, los policías de frontera van en bote hasta el barco para controlar los pasaportes. Son dos muchachos y una muchacha: altos, corpulentos, amables. 

Se alojan en uno de los dos pequeños hoteles del pueblo. No hay mucho trabajo que hacer, dicen; a lo sumo, recibir algún yate o velero privado que encuentra aquí la primera oficina migratoria canadiense. Así que los agentes, enviados desde Ottawa para hacer este trabajo, se la pasan jugando al póker en el buffet del hotel mientras esperan por los cruceros.

Fuera de la nave hacen unos secos 0 grados Celsius y hay un viento que tumba. El mar está relativamente calmo, no llueve. Dentro de la nave hacen 20 grados más y hay mucha ansiedad. 

El jefe de operaciones lo autoriza: se puede desembarcar. Los turistas se ponen abrigos azules fosforescentes, botas de goma y un chaleco salvavidas naranja. Hacen fila para subirse en cuatro tandas a unas lanchas que los llevan a la orilla. A medida que se arriman a la costa ven la primera línea de casas prefabricadas estilo inglés. Se adivinan trineos estacionados en la puerta de cada vivienda. Treinta y siete perros —-los que empujan esos trineos— amarrados en la playa, a la espera del invierno, les ladran.  

Desembarcan en el mismo muelle que usa la población local para ir a cazar. Hay dos cadáveres de foca arriba de uno de los botes: un macho de unos 30 kilos y una hembra bebé de menos de 10. A lo lejos, en una de las casas hay una piel de oso polar estirada, secándose. Hay evidencia arqueológica de subsistencia a través de la caza y la pesca en esta área durante 4 mil años. La gente de Pond Inlet come y se abriga gracias a los mamíferos que atrapan, las truchas que pescan, los caribú que cazan. De todo eso hay cada vez menos desde que empezaron a venir los cruceros.

Hasta 500 turistas desembarcan de cada crucero, equivalente a un tercio de la población de Pond Inlet. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Hasta 500 turistas desembarcan de cada crucero, equivalente a un tercio de la población de Pond Inlet. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Michael Milton, 28 años, sale de su casa a fumar un cigarrillo y ve pasar a los turistas. Acaba de venir esta semana de un viaje como guía en el crucero de National Geographic. “El clima es más impredecible que nunca”, dice, exhalando una nube de humo. “En invierno el hielo es demasiado delgado, hasta los cazadores experimentados están teniendo accidentes tontos”.

Michael trabaja para Ikaarvik, una organización en la que jóvenes locales, como él, colaboran con investigadores del sur. Este verano ha colaborado con estudiosos de Quebec y el Reino Unido, junto con otros jóvenes locales, para investigar la presencia de microplásticos y especies invasoras relacionadas que arrastran los barcos desde otros mares. 

Michael dice que hay una división en su comunidad en torno al turismo: entre aquellos que advierten sobre el impacto que tiene en el medio ambiente y aquellos que dependen de los ingresos de los turistas para sobrevivir, ya que la caza se vuelve cada vez más difícil.

—¿Qué pide cada lado de esa grieta?

—Algunos abogan por detener esto temporalmente, para ver qué sucede con el medio ambiente; pero otros, que dependen de estos ingresos en el verano, no están de acuerdo. 

—¿Y tú de qué lado estás?

—Es realmente difícil para mí elegir un lado; tengo emociones encontradas. Disfruto interactuando con los turistas, pero también quiero preservar nuestra forma de vida.

—O sea, que en general los turistas son buena onda… 

—Bueno, más o menos. Hay una perturbación en nuestra rutina diaria; algunos turistas toman fotos de niños o de dentro de las casas sin pedir permiso. Los cazadores no aprecian que les tomen fotos en el camino hacia o desde un viaje de caza. Después, algunos turistas publican estas fotos en las redes sociales fuera de contexto, retratándonos como salvajes.

La viralización de fotos de focas muertas, promovida por activistas de organizaciones como Greenpeace derivó en la prohibición de la importación de productos de foca en la Unión Europea y eso ha tenido graves repercusiones en las comunidades inuit. Era prácticamente el único producto que exportaban.

El grupo de teatro realiza demostraciones de deportes árticos y tradiciones ancestrales inuit para cada grupo de turistas que los visita. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
El grupo de teatro realiza demostraciones de deportes árticos y tradiciones ancestrales inuit para cada grupo de turistas que los visita. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Los turistas son un sujeto bastante nuevo aquí. Hasta hace dos siglos solo llegaban los aventureros que sobrevivían al viaje. En el último siglo el Ártico ha sido tierra de indígenas y científicos. Gracias a estos últimos sabemos que hay tres veces menos hielo que en esta misma época hace 120 años. Que el Ártico se está calentando cuatro veces más rápido que el resto del planeta. Que para 2050 en verano el hielo se derretirá completamente. 

El calentamiento global hace que esta ruta sea cada vez más navegable y los cruceros aprovechan: este año 35 proyectaron pasar por aquí, unas 5 mil personas pagaron entre 10 mil y 30 mil dólares por este paseo, que incluye una parada en Pond Inlet. La visita al pueblo no está garantizada: a veces por el viento y la lluvia no se puede concretar.

El desembarco de los turistas en botes se parece al de exploradores de hace un siglo y medio; pero el objetivo es el opuesto al de aquellos pioneros. Los turistas no han venido para descubrir, para ser los primeros; sino los últimos. Vienen a conocer lo que otros ya no podrán ver. Vienen a poder decir: “Yo llegué a ver cómo es aquel lugar antes de que cambie para siempre”. 

Casi todos los contingentes de turistas de cruceros que llegan, entre fines de julio y principios de octubre, de las agencias de viaje de Canadá, Noruega, Estados Unidos, Francia, Alemania y Australia, siguen la misma secuencia que el de Adventure Canada: comienza cuando una docena de guías locales van a la costa a encontrarse con los cruceristas 

Lxs guías son sobre todo mujeres; la mayoría, madres solteras; con una sudadera azul y un chaleco negro con un “Pond Inlet” bordado en blanco en el pecho. Algunas cargan sus bebés en las espaldas. 

Como casi todos lxs habitantes de Pond Inlet tienen estatura moderada, los ojos almendrados, el cabello liso y oscuro. Los pómulos altos, la nariz ancha, la piel morena. Son cuerpos que tienen que calentar y humedecer -resistir- el aire seco y frío, son pieles curtidas por el viento.

Si la escuela no lo está usando, suben a los turistas a un bus escolar para ir hacia el centro de visitantes, donde un pequeño museo repasa la historia del pueblo inuit. A veces suben hasta una glorieta desde donde hay una vista panorámica o hacen una caminata hasta un río en el que los locales van a pescar truchas. 

Luego peregrinan por las calles de tierra desde el centro de visitantes, unos 300 metros en subida, hacia el Community Hall, mientras una guía local les cuenta cosas, como que aquí se hace de noche en noviembre y no amanece hasta febrero, que amanece en abril y el sol no se pone hasta septiembre, o que “un pack de alitas de pollo en el supermercado cuesta 20 dólares”. Algunos turistas toman fotos de todo lo que encuentran. Eso hace que muchos locales se encierren en sus casas cuando ven llegar un crucero.

En el Community Hall, un polideportivo municipal que tiene una cancha de fútbol que en invierno es de hockey sobre hielo, a los turistas les espera una decena de artesanos locales vendiendo guantes de piel de foca a 250 dólares, esculturas de cuernos de caribú a 1000 dólares o postales de narvales a 20.

En la puerta del Community Hall está Cui, de 60 años, alto, desgarbado, bronceado, escultor. Hace cuarenta años que viaja por Canadá vendiendo artesanías hechas con huesos de beluga, de narval o de caribú. Ahora volvió a su pueblo natal para quedarse. En verano ya no tiene necesidad de ir a vender al sur porque, dice, el sur está viniendo. Tiene en exposición unas diez piezas entre 60 y 3500 dólares. Cuando llegan los cruceros prende la amoladora y busca que los turistas lo vean trabajar. Dice que tres veces le ha sucedido que le digan: “Me llevo todo lo que tienes”. 

El recorrido turístico termina en el Community Hall con una demostración de tradiciones ancestrales. Es una actuación que incluye juegos inuit como el salto de dos pies de altura, el canto de garganta y danzas tradicionales. “Ahora saben que estuvimos aquí”, gritan los artistas para cerrar el show.

El trabajo de Robert, 18 años, es hacerle caras a los espectadores. El juego es que quien no se ríe, pierde. Casi todos, un poco divertidos, un poco incómodos, ganan. Robert necesita este trabajo porque está por ser papá, a una edad en la que la mayoría de los jóvenes son papás en Pond Inlet.

El barco Ocean Endeavour, utilizado por Adventure Canada en el Ártico durante el verano del hemisferio norte, es utilizado por otras compañías en la Antártida durante la temporada de verano del hemisferio sur. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
El barco Ocean Endeavour, utilizado por Adventure Canada en el Ártico durante el verano del hemisferio norte, es utilizado por otras compañías en la Antártida durante la temporada de verano del hemisferio sur. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Al lado del muelle, en lo alto de una colina que termina en un acantilado, hay unos cincuenta crucifijos clavados en la tierra. Todos tienen nombres y flores de plástico porque de las otras aquí no se consiguen. Lily nació en el 90 y murió en 2016. Larry nació en 1985 y murió en 2020. Velma nació en 1988 y murió en 2016. Nadia nació en 2016 y murió en 2017. Kipponee nació y murió en 2017.

Aquí la edad media es de 26 años y la tasa de pobreza es la más alta de Canadá. 

En 2012 un grupo de adolescentes le escribieron una carta al representante de entonces en la legislatura del estado de Nunavut, Joe Enook, y la hicieron pública. Ahí se dejan ver una serie de preocupaciones que todavía subsisten:

Querido Joe Enook,

Somos estudiantes de grado 11 de la escuela secundaria Nasivvik en Pond Inlet y queremos expresar nuestras preocupaciones sobre el suicidio y cómo ha afectado nuestras vidas. Creemos que es crucial abordar este problema para prevenir futuras tragedias en nuestra comunidad.

Uno de los problemas principales que enfrentamos es la falta de recursos y apoyo para aquellos que luchan contra problemas de salud mental. Muchos jóvenes no saben a quién acudir en busca de ayuda y esto contribuye a la sensación de aislamiento y desesperanza.

Nuestro amigo James Akpaleeapik perdió a su tío y a algunos amigos debido al suicidio. Esto nos afecta profundamente, ya que estamos perdiendo a personas importantes en nuestras vidas y futuros líderes de nuestra comunidad. Creemos que es fundamental establecer un centro juvenil donde podamos recibir asesoramiento y apoyo.

Creemos que el suicidio en Nunavut está causado por una serie de factores, incluyendo problemas de salud, drogas y alcohol, acoso escolar, pobreza y desesperanza. Para detener a las personas de cometer suicidio, necesitamos abordar estos problemas. Si no hablamos sobre ellos, no desaparecerán. También estamos lidiando con el trauma intergeneracional y la falta de empleo en nuestra comunidad, lo que aumenta la sensación de desesperanza entre los jóvenes.

Finalmente, queremos destacar que el suicidio no solo afecta a los jóvenes, sino también a los adultos que enfrentan problemas familiares y emocionales. Es crucial brindarles el apoyo necesario para superar estos desafíos.

Agradecemos su atención a este importante asunto y esperamos trabajar juntos para implementar soluciones efectivas.

Atentamente,

Los estudiantes de Nasivvik High School en Pond Inlet.

Cementerio en Pond Inlet. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Cementerio en Pond Inlet. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Karen Nutarak, la actual representante en la legislatura, no solo se dedica a la política.

—Exacto, soy miembro de la Asamblea Legislativa, pero también hago muchas otras cosas en la comunidad. Coordino actuaciones culturales para los cruceros y también planifico visitas o eventos cuando me contactan los turistas en la comunidad. Soy cofundadora de la guardería, que está basada en el método Montessori.

Según Nutarak, en 2023 alrededor de cien pobladores estuvieron involucrados en actividades relacionadas con el turismo, especialmente madres solteras y jóvenes. Nutarak dice que la compañía de teatro turístico recaudó unos 58 mil dólares canadienses (unos 40 mil euros) en ganancias, que se distribuyeron entre los actores que participaron en la actuación.  Es el equivalente al precio a tres tickets de cruceros por el Ártico, una milésima parte de los tickets emitidos.

—¿Recuerdas la primera vez que viste llegar un crucero?

—Recuerdo en 1993, yo tenía 16 o 17 años, cuando comenzaron a llegar los cruceros. A veces tendríamos uno o dos en la temporada, y cuando venían los turistas, caminaban por el pueblo y ya. Todo lo que hacían era caminar por ahí, tomar fotos e irse porque no había programas de actividades para recibirlos.

—¿Qué buscas enseñarles a los turistas?

—Muchas veces la cultura inuit se malinterpreta, algunas personas piensan que todavía vivimos en iglús y que no tenemos electricidad. Las agencias de viajes no siempre preparan a los turistas para la visita de la manera que ellos esperan. Es molesto, necesitamos más personas inuit como guías y líderes de expedición.

—¿Hablan del cambio climático?

—El cambio climático está afectando nuestra región, y la presencia de cruceros y barcos ha cambiado la vida marina local. Especies como las ballenas han dejado de pasar por la comunidad y los cazadores informan de una disminución en la población de focas.

—¿Hay algún impacto positivo del turismo?

—La presencia de cruceros tiene un impacto económico mixto. Algunos pasajeros compran artesanías locales, pero otros no muestran interés. Algunos cruceros no respetan nuestra cultura y no contratan suficientes guías inuit, lo que lleva a malentendidos y falta de respeto hacia nuestra comunidad, además de no generar trabajo. Pero lo bueno es que pagan por nuestra actuación y pagan por anclar aquí y eso trae beneficios. Ustedes han trabajado el tema en otros sitios me decías, ¿no?

— Así, es en diferentes puertos del Mediterráneo

— ¿Y allí también están espantando a los mamíferos del mar?

 

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“Estoy muy orgulloso de ser el primero en llevar a la primera guía inuit a bordo con igual salario”, dice John Houston, un cineasta fluido en inuktitut, que ha guiado uno de los tours más queridos dentro de la comunidad para Adventure Canada desde 1992.

—Hay bastante gente en contra de los cruceros, sobre todo los cazadores.

—Nos esforzamos por reducir la contaminación marina y el desperdicio a bordo. En un mundo perfecto, dices “ok, vamos a volver a los viejos tiempos donde no había barcos”, pero no habría suministros para las tiendas tampoco.

—Pero lo que dicen es que el tráfico marino está afectando a las ballenas y narvales que la gente local necesita para sobrevivir.

—Es un dilema. Queremos avanzar en el mundo moderno, pero también preservar la naturaleza. Creo que la solución radica en el diálogo entre los cazadores, los desarrolladores económicos y las autoridades de Nunavut para encontrar un equilibrio entre el desarrollo y la preservación.

—Cuando llegas tú es diferente a cuando llegan otros guías; la gente te va a saludar, te da truchas árticas para que lleves a bordo. ¿Por qué?

—He construido una relación en la comunidad, pero también Adventure Canada ha construido una relación similar. Cedar Swan, la CEO de la compañía, y su esposo Jason Edmonds, un Inuk, estamos entrenando a la gente desde hace treinta años. Y hemos hecho mucho por los jóvenes. No hay muchas posiciones disponibles en la comunidad, más allá de la oficina de correos y las oficinas gubernamentales: surgen nuevas oportunidades laborales con el turismo. Los jóvenes están desesperados por encontrar una forma de avanzar.

El clima en Pond Inlet es muy cambiante y el viento polar está omnipresente con fuertes ráfagas. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
El clima en Pond Inlet es muy cambiante y el viento polar es omnipresente con fuertes ráfagas. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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El transporte marítimo en el Ártico ha crecido un 7% por año en la última década. Y eso está afectando el agua, el aire y la fauna: por ejemplo, la contaminación lumínica y acústica submarina que producen los barcos afectan las rutas de migración de los mamíferos, especialmente los narvales, el unicornio del mar. 

“Los mamíferos marinos son relativamente ingenuos acústicamente y una pequeña cantidad de ruido viaja en el Ártico a distancias mucho mayores que en aguas templadas”, me dijo Andrew Dumbrille, asesor de la ONG Clean Arctic Alliance.

Dumbrille también me contó que está preocupado por las aguas residuales y las aguas grises de los cruceros. “Los sistemas de tratamiento a menudo no se monitorean adecuadamente y descargan esta cloaca en el Ártico que junto a la Antártida, es lo más prístino que queda”. En simultáneo las emisiones de dióxido de carbono y azufre están creciendo: “el impacto se multiplica por cinco cuando se emite en el Ártico en comparación con fuera del Ártico”.

Además del efecto que ya tienen los cruceros, hay preocupación por las posibles consecuencias en caso de un accidente. “El impacto de un derrame de petróleo, por ejemplo, en un entorno relativamente poco biodiverso como el Ártico, sería devastador”, asegura Dumbrille. “El Ártico canadiense no tiene equipos de respuesta a derrames ni personal capacitado cerca”.

Jackie Dawson, una profesora de la Universidad de Ottawa, los llama “turistas de última oportunidad”.  “Hemos cuadruplicado el número de cruceros de hace quince años. Hay esta idea: el paisaje está cambiando y los osos polares se están desplazando. Eso atrajo a muchos turistas a la región. Así que la gente quiere venir aquí porque piensan que es la última oportunidad que tienen de ver todo esto, pero está la paradoja donde tienes este auge… cuantas más personas van, más gases de efecto invernadero se emiten”. Los visitantes participan de una suerte de profecía autocumplida del colapso de este ecosistema.

No es solo el caso de los cruceros, sino además de los barcos de turismo privados más pequeños. “Es el sector marítimo de más rápido crecimiento en la región. Han aumentado en más del 400% en los últimos cinco años”, revela Dawson.

La profesora cree que es más peligroso navegar por el Ártico canadiense que antes, porque el hielo está rompiéndose en pedazos más pequeños, es cada vez más difícil para los barcos esquivarlos. Por eso también está preocupada por un escenario de hundimiento potencial. “Los primeros en responder serían miembros de la comunidad inuit; es probable que se pongan en peligro a sí mismos si pasa algo”.

Trisha Killiktee y Angeline Kiyoapik usan sus amautis para las actuaciones del grupo de teatro que recibe a los turistas. A veces, interrumpen sus clases en la escuela al llegar un crucero. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Trisha Killiktee y Angeline Kiyoapik usan sus amautis para las actuaciones del grupo de teatro que recibe a los turistas. A veces, interrumpen sus clases en la escuela al llegar un crucero. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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En invierno la caza tiene algo de danza. En las vastas extensiones de hielo del Ártico, donde el viento nace y el frío muerde, los cazadores se deslizan en silencio sobre el hielo, se comunican haciendo señas con los ojos, que escudriñan el horizonte blanco en busca de señales de vida. Cuando ven un agujero en el mar congelado, por el que puede salir a respirar una foca, se detienen y esperan en cuclillas o de pie, apuntando hacia abajo, a veces durante horas. Cuando el momento llega, se escucha el chapoteo. Entonces, con un movimiento rápido y preciso, la lanza o la bala del cazador neutraliza la foca. 

La caza del narval es aún más desafiante. Los cazadores se lanzan a las aguas frías en pequeñas embarcaciones, siguiendo el rastro de estos cetáceos majestuosos a través de las olas congeladas. Cuando el narval emerge, lanzan sus lanzas o le apuntan con sus rifles, buscando matar al animal sin dañarlo demasiado, ni dañarse ellos en el proceso.

La piel de narval es de un blanco resplandeciente, salpicada de manchas oscuras que contrastan con la pureza de su pelaje que puede ser gris o marrón. Pero lo que realmente lo distingue son sus largos colmillos espirales, que se elevan hacia el cielo como afiladas lanzas de marfil. Estos colmillos, que pueden alcanzar hasta 3 metros de longitud, son en realidad dientes modificados que sobresalen de la mandíbula superior del narval. Curvados y retorcidos como los cuernos de un unicornio. El narval es elegante: su cola es ancha y poderosa impulsa su cuerpo a través del agua con una fuerza enorme y sutil al mismo tiempo. Del narval se come su grasa, cruda. Algunos la sumergen en salsa de soja. La carne, negra como el petróleo, es mejor no comerla, dicen, porque tiene mucho mercurio.

Cuando la gente de Pond Inlet sale a cazar, la presa es para todos. La caza no es una actividad privada; más bien es un esfuerzo comunal profundamente arraigado en la tradición. Los cazadores inuit utilizan cada parte del animal para su sustento, incluyendo comida y ropa. La caza de cada familia es sin fines comerciales, sino que se consume, se almacena para el invierno o se comparte dentro de la comunidad.

En verano hay más focas que en invierno, cuentan, aunque quizás no sea eso, sino que sencillamente es más fácil cazarlas arriba de un bote a 0 grados que en cuclillas a menos 50 grados.  “Aunque sigue habiendo muchas focas en los meses más cálidos, hay menos que antes y están en lugares más impredecibles”, dice Pete, 24 años, que junto a su primo Roland, de la misma edad, se sube a una lancha violeta casi todos los días. Llevan un termo con café, varios sobres de carne disecada para amenizar la espera y un rifle cada uno. 

Cada vez que creen haber avistado una foca, sus movimientos se vuelven más cuidadosos y deliberados. Hacen silencio y se mueven con sigilo, conscientes de que cualquier ruido raro puede alertar a su presa y hacerla huir. Sin embargo, si la foca no se acerca mucho, hacen un sonido particular: rascan el borde de madera de la lancha con las uñas o con una botella de aluminio. “Dicen que ese ruido las atrae”, susurra Pete.

Finalmente una foca queda al tiro y el mundo parece detenerse. Pete y Roland intercambian miradas. Pete sube a la parte de arriba de la lancha, Roland toma el timón. La foca aparece de frente y tarda en volver a sumergirse. Pete le apunta con su rifle. Hay dos segundos y medio en los que cazador y presa se miran a los ojos. La ternura de la mirada de la foca contra la frialdad del cazador. No hay clemencia con el animal. Con un movimiento calculado y preciso, el disparo resuena en el aire. Rebota en el aire. No le dieron. La foca se escapó. Acaban de errar un gol debajo del arco. 

Cazar, según Roland, es muy simple y a la vez complicado. “Hacen falta solo dos cualidades, las obvias: puntería y paciencia”.

La foca aparece por detrás del bote. En realidad no se sabe si es la misma pero Roland y Pete dicen que es probable. Esta vez va Roland. Pete toma el timón, mientras su compañero se abalanza hacia la popa. Y acierta. La foca herida se sumerge brevemente y a los pocos momentos yace flotando en paralelo a la lancha. La toman por la cola, la suben y queda colgando de la popa la mitad del cuerpo. La foca agoniza durante 10 minutos, un hilito de sangre marca el trazo del bote: cae sobre el mar hasta que llegan a la orilla. “Es un macho —dicen—, las focas macho saben mal si son adultas; la llevaremos para los perros”.

Para 2050, se estima que todo el hielo ártico se derretirá durante la temporada de verano. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
Para 2050, se estima que todo el hielo ártico se derretirá durante la temporada de verano. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Jonathan Pitula, 24 años, es el nuevo archivista del pueblo y parte del consejo directivo de Hunters and Trappers, la organización que nuclea a los cazadores. Pitula va a las reuniones del consejo de ancianos y recibe a los turistas en el Centro de Visitantes. Es uno de los Guardianes de la tierra de Nuuluujaat: el grupo que en febrero de 2021 se subió a motos de nieve desde cinco pueblos distintos en pleno invierno para ir a detener las operaciones de la minera Baffinland por un rato.

Jonathan estudió y conoce todo lo que pasa y también lo que le pasó a su pueblo. En inuktitut lo resumen en cuatro palabras largas, “Sivulirijat aksururnaqtukkuurnikugijangat aktuiniqaqsimaninga kinguvaanginnut”: “el trauma experimentado por las generaciones pasadas tiene un efecto en sus descendientes”.

Es imposible que los inuit no sospechen cuando llega un barco. Desde el momento en que las velas europeas se divisaron en el horizonte ártico, la vida de los Inuit cambió para siempre. El primero fue en 1576, cuando el explorador inglés Martin Frobisher, quien en una expedición financiada por mercaderes de Londres, navegó hacia el norte del estrecho de Davis en busca del Paso del Noroeste. Frobisher, en su búsqueda de una ruta marítima hacia Asia, exploró la bahía que hoy lleva su nombre en la costa este de la isla de Baffin, donde está Iqaluit, la capital de Nunavut, la provincia más al norte de América, el único continente que atraviesa la Tierra de polo a polo.

Un crucero llegando a Pond Inlet. Foto: Berta Vicente Salas- RUIDO

Pond Inlet y todos los pueblos de Nunavut son inventos coloniales: los inuit nunca quisieron vivir dispersos. Fueron sitios creados para agruparlos y reeducarlos.

Los obligaron a sedentarizarse. Les prohibieron la propia lengua. Los evangelizaron. Les mataron a los perros para que no se escaparan en los trineos, hasta casi extinguir la raza canina qimmiq. Los llamaron despectivamente “esquimales”: “los que se comen la carne cruda”. En los últimos veinte años hubo “comisiones de la verdad” y el primer ministro Trudeau pidió disculpas en nombre del Estado por lo que llamó un “genocidio cultural”. Fue después de que el 12 de julio de 2021 se hallaran en la Columbia Británica más de 160 tumbas “indocumentadas y sin marcar”. Eran cadáveres de niños inuit que iban a una de las 150 escuelas en las que se matricularon a la fuerza a unos 150 mil menores indígenas desde 1876 en todo el país. Escuelas en las que desapareció la quinta parte de los niños que asistieron. La última de esas instituciones cerró en 1996.

La prohibición del alcohol que rige estos días en Pond Inlet es en parte la punta de un iceberg que no se derrite: el de la memoria del daño que les hicieron a las comunidades locales todos los que desembarcaron aquí.

Vivir en el Ártico es sobrevivir.  “Sobrevivir es resistir y el pueblo inuit es el que más sabe resistir en el mundo”, dice Jonathan.

—Por lo que vimos eres uno de los jóvenes que más buscan interactuar con los ancianos, como era tradicionalmente.

—Sí, pero aquí no aprendes conversando, aquí aprendes viendo. Los mayores inuit no les explican a sus herederos cómo se hacen las cosas; las hacen y tú ves y luego imitas. Ese es el problema hoy, no les estamos viendo cazar mucho.

—Un boleto de avión desde Ottawa cuesta 4000 dólares, aquí el turismo es turismo de cruceros. ¿Cómo te posicionas tú frente a eso? Eres cazador, guía, conoces la historia.

—Es complejo. El turismo trae trabajo y está bien porque necesitas un trabajo para comprar combustible para ir a cazar; pero es como una trampa porque si trabajas, no tienes tiempo para ir de caza. Y porque el turismo pone difícil la caza.

A diario, Pete Inootik busca focas y narvales durante sus jornadas de caza. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
A diario, Pete Inootik busca focas y narvales durante sus jornadas de caza. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

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Joshua, el vicealcalde, dice que los barcos de la minera Baffinland, que está a 100 kilómetros, molestan más que los cruceros, porque además de modificar el territorio espantando peces de río y caribúes tierra adentro, están alterando el mar espantando ballenas y focas. 

Aquí todos son cazadores, por eso la organización Hunters and Trappers es tan representativa como la municipalidad. “Antes los narvales y las focas estaban enfrente del pueblo; cada vez tenemos que ir más lejos y más profundo a cazar y ya casi no hay narvales”, dice David Qamaniq, el líder de los cazadores. 

—¿Hay alternativas? Porque los barcos parece que no dejarán de llegar.

—No, así es como hemos sobrevivido los inuit. A nosotros no nos crecen árboles ni pasto, a lo sumo podemos recolectar algunas moras de la tundra. Si no vamos a cazar no podemos sobrevivir. Si los adultos no pueden atrapar vida silvestre, no pueden enseñar a sus hijos cómo cortar la carcasa, cómo hacer piel para un abrigo o pantalones de viento o pieles de caribú.

El vicealcalde Joshua Idlout está de acuerdo con Qamaniq. Dice que es importante que los jóvenes aprendan de los mayores, de cómo sobrevivir en el territorio, no solo para continuar la milenaria tradición inuit. “Como sigan así las cosas, todos los seres humanos tendrán que volver a la tierra. Los jóvenes están conectados con el mundo, pero están perdiendo habilidades territoriales: tenemos una naturaleza implacable allá afuera. Si no están preparados para dominarla, no durarán mucho tiempo”.

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El sol se desliza lentamente hacia el horizonte pero no termina de esconderse, faltan meses para que anochezca. Desde el cielo unos delicados rayos naranja se proyectan en las aguas frías y agitadas de la bahía. Algunos turistas intercambian palabras de gratitud con los guías locales, mientras otros observan el último iceberg que queda este año. Ayer por la noche el témpano se dio vuelta y se le desprendieron fragmentos de hielo, que ahora flotan y se deslizan hacia la orilla. 

En la playa de al lado un cazador ve el muelle muy habitado y se aleja un poco para desembarcar con una cría de foca que acaba de cazar. No quiere que los turistas lo vean.

En el barco, las truchas que le dieron a John Huston ya están en el horno. Con un ritmo sereno, los turistas abordan los pequeños botes que los llevarán de regreso a su crucero. A medida que el último bote de turistas se sube al crucero y este zarpa y se aleja, se escucha cesar el ruido del motor, se respira que el humo de las chimeneas del barco se dispersa. El silencio vuelve a apoderarse del pueblo.

Es un silencio que no demora en interrumpirse por un murmullo que llega de las calles de tierra. Hay un tráfico incesante de cuatriciclos y camionetas. El pueblo entero salió de sus casas. Los artistas del Community Hall se quitaron sus trajes tradicionales y deambulan en jeans y chaqueta. Decenas de niños van a los juegos de una placita, otra decena se dirige a la cancha de béisbol y otros tantos van al partido de cada día a las 21 hs. en la cancha de fútbol. 

Cinco vecinos van a la orilla a encontrarse con los pequeños témpanos para romperlos en pedazos y llevárselos, los beberán en casa. John Houston se había asegurado algunos cubitos para ponerle al whisky que le dan a bordo del crucero. No hay agua más pura que ésta, dicen, tiene como 20 mil años.

Antes de venir al Polo Norte yo pensaba que los icebergs no se movían, pero flotan y se desplazan lentamente: el de aquí está viajando paralelo a la costa, como si saludara, como despidiéndose. Nunca se sabe cuándo será la última vez que pase por aquí un iceberg; tan fuertes que parecen y tan condenados a derretirse.

En Pond Inlet, uno de los lugares más septentrionales del mundo, al final del verano oscurece y no hay luz del día durante meses. Es momento de abastecerse para el invierno. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO
En Pond Inlet, uno de los lugares más septentrionales del mundo, al final del verano oscurece y no hay luz del día durante meses. Es momento de abastecerse para el invierno. Foto: Berta Vicente Salas / RUIDO

 

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