| octubre 2023, Por G Jaramillo Rojas

La Macarena: mujeres que lideran con valentía

En el municipio de La Macarena (Colombia), un territorio golpeado por la guerra, un grupo de mujeres toma la batuta política.

Dice el viejo adagio popular que, cuando el río suena, piedras lleva, pero: ¿qué pasa cuando el río no suena? ¿qué lleva? ¿qué disimulan esas corrientes mudas? ¿qué pasa en su inescrutable fondo? ¿qué personifica ese silencio? ¿hay indicios deducibles de esa calma? Para contrarrestar el natural mutismo del río Guayabero, el grupo de la Mesa Municipal de la Mujer de La Macarena, Meta, busca estrategias de empoderamiento y cuestionamiento de la realidad adyacente para mejorar la calidad de vida de todos los pobladores del municipio a partir de la reconstrucción del tejido social con un reflexivo enfoque de género.

Niño juega en las ruinas de la antigua radio de La Macarena / Río Guayabero. Foto: Dahian Cifuentes
Niño juega en las ruinas de la antigua radio de La Macarena / Río Guayabero. Foto: Dahian Cifuentes

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En el restaurante-bar La Balsa, en el hotel El Refugio, en el Salón del Reino de los Testigos de Jehová o en alguna de las innumerables fincas campesinas que bordean el río Guayabero, en La Macarena, se experimenta una tensa calma que sabe apaciguar con cierto dejo de sospecha los ánimos de quien se dedique mañana, tarde o noche a seguir el curso de las silenciosas aguas pardas del río que, una vez se cruza, da la bienvenida al vasto territorio del Parque Nacional Natural Sierra de La Macarena.

El primer hálito del Guayabero brota, inmaculado y taciturno, de la vertiente oriental de la Cordillera Oriental de los Andes, más exactamente en el Parque Nacional Natural Cordillera de los Picachos,​ un esquema montañoso que comparten los departamentos de Caquetá y Meta y que tiene como particularidad, excelsa si se quiere, que es el punto justo en el que se encuentran de frente, con asombrosa presunción celestial, la selva Amazónica, la cuenca del Orinoco y las elevaciones de los Andes. Una vez el río baja casi al nivel del mar se torna arenoso y fluye como en ánfora triste hacia el sureste para serpentear la Serranía de la Macarena y así, después de perseverantes 1497 kilómetros, mezclarse con el Ariari, unión que da a luz al esplendoroso río Guaviare.

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Un grupo de mujeres pertenecientes a la Mesa Municipal de la Mujer, apoyadas por HealthNet TPO (Organización que trabaja por el fortalecimiento de capacidades en salud mental y apoyo psicosocial para la construcción de paz en mujeres víctimas del conflicto) en el marco del Programa Mujeres que Inciden en la Paz (WAP), organizó un foro con perspectiva de género al que sólo podían asistir mujeres y en el que participaron los cuatro candidatos a la alcaldía para el periodo 2024-2027. Un particular experimento colectivo cuya principal finalidad consistió en encender una pequeña llama para empezar a aliñar, a fuego lento, el gran propósito de la transformación social y que, al final del día, debía arrojar algún resultado no sólo en cuanto a proyección de liderazgos y bienestares, sino también a propósito de compromisos sociales y políticos en lo referente a derechos y oportunidades de las niñas y mujeres macarenenses.

En el municipio de La Macarena el Pacto Histórico ganó / Plaza central de La Macarena. Foto: Dahian Cifuentes
En el municipio de La Macarena el Pacto Histórico ganó / Plaza central de La Macarena. Foto: Dahian Cifuentes

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Eunice Ramírez vivió con su familia toda su infancia y parte de la adolescencia en una finca cuya parte trasera tenía una pequeña bajada al río. La vista imponía la última nariz de piedra de la Sierra de La Macarena en su costado sur. Con tan sólo asomarse podía verse, arriba, la meseta glauca, custodiada por la espesa selva que la alcanzaba hasta liquidarse en los altos vuelos de las águilas locales.

El primer recuerdo que le sobreviene del río es de cuando tenía cinco o seis años y eran recurrentes sórdidas explosiones de lado y lado del Guayabero. La casa familiar estaba en la jurisdicción urbana del municipio, mientras que, a no más de 100 metros, en el lado agreste, se configuraba uno de los tantos inicios veredales de La Macarena. Sin importar la hora, y para cuando los estallidos empezaban, la madre de Eunice tenía un juego instaurado que consistía en congelarse, arrojarse al suelo y abrir la boca. Las risas eran insostenibles porque siempre alguien quedaba en una pose extraña o incómoda, sobre todo Sinforoso, el fotógrafo del pueblo que de vez en cuando pasaba a hacer retratos familiares y, como si se tratara de una condena, se veía en la penosa obligación de jugar: su enorme panza y su boca bien abierta, lo hacían ver como una amorfa tortuga gigante suspendida sobre su caparazón. Era tan divertida la dinámica que cuando pasaban días sin las tremendas detonaciones Eunice y sus hermanos esperaban con ansias el retorno del juego.

La inocencia, desde luego, siempre estuvo, pero la realidad también, tambaleándose sobre la cuerda floja de la constante amenaza de muerte. Para nadie era un secreto que aquellas detonaciones formaban parte del bosquejo de guerra que primaba en la zona. El municipio permanecía custodiado por el ejército y las fuerzas estatales, mientras que la Serranía era territorio de la entonces guerrilla de las FARC-EP. En el juego, el intercambio de balas, petardos y granadas significaba el perfecto regocijo de la infancia, a la par que era, también, el aterrador desangre de esa parte del país.

—¿Por qué eso de abrir la boca?

—Eso lo vine a entender muchos años después: básicamente era para evitar la sordera o para que algo dentro de ti no se reventara debido a los estallidos más fuertes.

Eunice tiene 36 años. Lleva jeans, tacones blancos y una camiseta con la caricatura de una mujer sonriente con la palabra “Dream”. Sentada debajo de un frondoso árbol que aguanta la persistente humedad de la tarde cuenta que, cansada de las prolongaciones intangibles del conflicto y con ganas de algún día aportar algo positivo a su municipio, se fue a estudiar derecho a Villavicencio. Lo primero allí, aparte de su ilusión profesional, fue el estigma por ser de La Macarena: los secretos y las distancias para con ella tenían que ver con que la gente creía que era guerrillera. En una ocasión dijo a uno de sus compañeros de clase que ella era campesina y que, así como la gente de Puerto López (Meta) no era necesariamente paramilitar, ella, por haber nacido en donde nació, no tenía nada que ver con las FARC.  

Eunice sonríe y, entrelazando sus manos, continúa su relato a la altura del retorno, cuando pudo desempeñarse por ocho años como personera municipal, cargo que le permitió afinar su vocación de liderazgo y que la llevó a ser candidata a la alcaldía para el período 2019-2023. En este punto la voz se quiebra, los ojos se aguan y su afonía se mezcla con la del vecino río. No sólo faltó dinero y tiempo para llevar la campaña al mejor de los puertos, sino que chocó con el infranqueable muro del machismo que se encargó no sólo de invisibilizarla, sino también de hacerla pasar como una histérica que pretendía encabezar transformaciones en contra de los hombres.

Recuerda puntualmente cuando un señor dueño de un negocio conocido le permitió poner el cartel de su candidatura y, cuando ella volvió a pasar, al cabo de quince minutos, su rostro había sido reemplazado por los rezagos del pegamento que había usado para adherir la publicidad. Eunice asegura que muchos hombres tenían miedo, porque en el último foro que se llevó a cabo antes de las elecciones en el polideportivo del barrio Porvenir y, ante la pregunta de qué haría si un guerrillero se le presentaba para intentar influir en alguna decisión, ella respondió: no negociaría nada y, por el contrario, si la persona debe algo que de una vez pague. Sí se puede, sí podemos, era el lema de campaña. Campaña que terminó con un significativo tercer lugar y uno de sus senos amoratado, cuando el día de las votaciones algunos hombres forcejearon con ella y le impidieron el paso a la cuadra que albergaba su sede política.

Eunice asegura que un día volverá a lanzarse a la alcaldía, y no regalará tejas, ni retretes, ni ponchos, ni gorras, ni llevará fiambres, aguardientes o gallinas a ninguna de las 197 veredas que componen La Macarena. Tampoco desviará dineros ni se aliará con las históricas manos invisibles que mueven los delicados hilos de la región. Su bandera será su voz, su sensibilidad y su consciencia, con una agenda sólida enfocada en cuestiones de género e igualdad. No en vano Eunice, del griego Eu-niké, quiere decir “Aquella que alcanza la victoria”.  

—A mí me importa saber qué siente la gente, más que lo que piensa. Los pensamientos aíslan y radicalizan a las personas, en cambio, por medio de las emociones se conecta, se une todo lo disperso y se empodera lo invisible. Lo más difícil ni siquiera es todo lo que tiene que ver con los hombres, sino muchas veces es con las mujeres mismas. Hay algo cultural, instaurado desde luego, que genera rivalidad entre nosotras, una competencia sin fundamentos que empobrece cualquier intento de coincidencia: que porque esta es más bonita, más exitosa, que porque se expresa mejor, o tiene mayor poder adquisitivo, etc. Si pudiéramos asumir que primero somos mujeres y campesinas y después todo lo demás que viene por el simple hecho de existir, quizás sería más fácil forjar la unión.

Mujeres que lideran con valentía / Foro de candidatos a la alcaldía de La Macarena periodo 2024-2027. Foto: Dahian Cifuentes
Mujeres que lideran con valentía / Foro de candidatos a la alcaldía de La Macarena periodo 2024-2027. Foto: Dahian Cifuentes

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Señores candidatos: ¿Qué trabajo han realizado en medio de sus trayectorias políticas en favor de las mujeres de La Macarena? ¿Qué harían por nuestras mujeres que no pueden obtener un trabajo debido a que tienen que dedicarse a actividades de cuidado? ¿Qué mecanismos de participación proponen para la mujer indígena que habita el territorio? ¿Qué mecanismos de autonomía económica para la mujer rural promoverán? ¿Cómo fortalecerán las redes de comercialización y sostenibilidad de las iniciativas económicas de la mujer rural en áreas como turismo, artesanía y agricultura? ¿Cómo van a materializar su compromiso con la salud sexual y reproductiva de las mujeres especialmente en lo referido a acceso a citologías, tamizaje en VIH, atención materno perinatal y regulación de la fecundidad? ¿Qué opinan de la oferta de salud para niñas y mujeres en corregimientos y veredas alejadas del casco urbano municipal y en qué se comprometen para la atención primaria en salud en esos territorios? ¿Cómo promoverían la profesionalización de agentes comunitarios en salud que trabajen con enfoque diferencial y de género? ¿Qué políticas sociales implementarán para combatir las violencias basadas en género imperantes en el municipio? ¿Qué estrategias tienen para atender la necesidad de mujeres y niñas en materia de formación y fortalecimiento de capacidades en atención psicosocial y salud mental? ¿Cómo piensan colaborar con las organizaciones locales de mujeres y grupos defensores de los derechos de las mujeres para fortalecer la construcción de paz en la comunidad? ¿Cómo van a garantizar la participación de niñas y mujeres en instancias de decisión sobre paz y seguridad? ¿Qué acciones programáticas tienen sus propuestas de plan de desarrollo en materia de sensibilización y prevención de violencias contra mujeres y niñas? ¿Dentro de sus equipos de gobierno, cómo van a garantizar la paridad en los cargos de decisión? ¿Qué medidas tomarán para asegurar que las mujeres tengan un papel significativo en la formulación de políticas y en la toma de decisiones? ¿Qué medidas tomarán para fomentar la educación de las mujeres en todos los niveles, incluyendo la educación superior?

Pese a ser un municipio históricamente golpeado por la guerra, la fe de los macarenenses permanece intacta / Tatuaje juvenil: La muerte está tan segura de alcanzarnos que nos da toda una vida de ventaja. Foto: Dahian Cifuentes
Pese a ser un municipio históricamente golpeado por la guerra, la fe de los macarenenses permanece intacta / Tatuaje juvenil: La muerte está tan segura de alcanzarnos que nos da toda una vida de ventaja. Foto: Dahian Cifuentes

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La Macarena es un municipio joven. Fue fundado el 21 de noviembre de 1954 por colonos caqueteños que, además de huir de la violencia reinante de aquellos años, llegaron buscando tierras fértiles para desarrollar actividades agropecuarias. 224 kilómetros separan el municipio de Villavicencio, la capital del departamento del Meta, pero para llegar por tierra hacen falta de diez a doce horas. Las avionetas proliferan como polillas y transportan gente en hora y media desde Villavicencio y dos horas desde Bogotá. La riqueza natural y la preciosidad de sus paisajes son marca nacional. Caño Cristales es quizás uno de los destinos más apetecidos de Colombia. En 2022 se registró la visita de aproximadamente 14 mil turistas provenientes de 58 países. Es un número elevado si se consideran las dificultades geográficas del territorio, además de la flamante e imaginada trama alrededor de la seguridad, que aún hoy, impide a miles de connacionales visitar la región bajo el prejuicio de que La Macarena fue uno de los municipios de influencia subversiva en la llamada Zona de Distención (1998-2002) otorgada por el presidente Andrés Pastrana para adelantar un fallido proceso de paz con las FARC-EP.

Desde la panadería y cafetería Jade y conducidos por un tinto, un carajillo, una gaseosa o una cerveza, se puede apreciar la magnificencia de la plaza central de La Macarena que, si no es la plaza municipal más grande del país, por lo menos será la segunda. Son cinco cuadras aglutinadas a lo largo del único corredor comercial del pueblo. El espacio se abre básicamente desde la pista de aterrizaje del aeropuerto regional Javier Noreña Valencia y va hasta el hotel-restaurante Punto Verde, lugar de encuentro turístico. La plaza contiene una mini selva, un mercado campesino, una plazoleta de comidas, una iglesia, un polideportivo, una oficina de turismo, una cancha de voleibol playa y decenas de murales inspirados en la paz. A la hora del atardecer vuelven decenas de miles de periquitos a sus nidos generando una sinfonía que agasaja los oídos aledaños. La música sólo termina cuando la raquítica luz artificial aparece para resolver la oscuridad macarenense.

En la Macarena es usual que las motocicletas no lleven placa y que, además, transiten a velocidades de carretera, precipitándose por un territorio que no tiene más del 20% de sus calles pavimentadas. Así, las trochas son las que mandan y las que llevan a los viajeros en un puñado de horas hasta ciudades como San José del Guaviare (Guaviare), San Vicente del Caguán (Caquetá) y Vista Hermosa (Meta). Perderse no sólo es fácil, sino que es ley. En La Macarena puede llegar a necesitarse un guía para todo, hasta para preguntar. Hay una voz sigilosa, no personal sino histórica, que todos conocen y, lejos de obedecer, sí practican. Esa voz no carece de autonomía y es la que dictamina lo que el Estado nunca ha podido, o no puede, incluso cuando se vive entre pelotones enteros de militares que marchan por el municipio ostentando tanto la pesadez de sus armas, como la languidez de sus rostros. Hay un dicho muy reproducido en la jerga local que, aunque no dice nada, lo dice todo: Yo no sepo, yo no sapo.

Salida a San Vicente del Caguán / Institución educativa nuestra señora de La Macarena, vereda El Billar. Foto: Dahian Cifuentes
Salida a San Vicente del Caguán / Institución educativa nuestra señora de La Macarena, vereda El Billar. Foto: Dahian Cifuentes

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Yury Paola Rueda, de 36 años, es una firmante de paz. Nació en Venadillo, Tolima, y allí vivió hasta los 10 años, hasta que la infinita pobreza la desplazó con sus padres y sus ocho hermanos hacia la vereda La Unión, jurisdicción del municipio Puerto Rico, Caquetá. Las cosas no cambiaron mucho y al sentir que el hambre se le pegaba a los huesos como un cáncer rebelde, decidió abandonar el cambuche familiar. Tenía 15 años y el arrojo le surgió al ser consciente de haber pasado años enteros auspiciada por una pequeña ración diaria de yuca hervida con agua de panela. Una persona le habló de “la organización” y le prometió que allí no se aguantaba hambre: tres golpes diarios, hidratación constante y, además, recibiría capacitaciones diversas. Yury salió corriendo y en pocas semanas verificó la promesa de aquella persona. Era tanta su felicidad por haber descubierto que el hambre nunca es un destino, que le contó a uno de sus hermanos la buena nueva a propósito de “la organización” y el adolescente, sin dudarlo, siguió sus pasos.

Primero la preparación en defensa propia, después la instrucción política. Escuchar sobre la Revolución Cubana le amarró el corazón a la figurada lucha por la justicia social y la equidad de los pueblos. Sus profesores venían de universidades bogotanas y venezolanas y disertaban sobre temas que fueron volviéndose la primera plana de su vida. Un día el Estado Mayor Central de “la organización” pidió 32 unidades al bloque en el que Yury ejercía la revolución. Como ella no formaba parte de las líneas de combate fue enlistada y empezó un viaje de un mes a pie. La peregrinación empezaba a las cuatro de la mañana y se terminaba a las cuatro de la tarde. Cuando llegó al destino escuchó por primera vez en su vida una palabra: odontología. Lo primero que pensó fue en tecnología y ahí se le congeló el cuerpo al rumiar la caminata de vuelta que le esperaba. A duras penas ella sabía encender un fósforo y, con cierta práctica, activar un encendedor. Al día siguiente, Yury estaba sentada frente a media docena de moldes dentales aprendiendo todo sobre la salud oral, sus cuidados y enfermedades. Su sorpresa fue mayor cuando en menos de una semana de instrucción empezaron a mandarle pacientes.

Yury, o en su momento alias Liliana del Yarí, recuerda el bombardeo sucedido el 29 de octubre de 2008 en las inmediaciones de la vereda Las Malvinas, La Macarena, en el que murió alias “Felipe Rincón” abogado de la Universidad Nacional y miembro del Estado Mayor de “la organización”. A la una de la tarde, mientras se encontraba en su caleta preparándose para almorzar, escuchó a lo lejos los sablazos de los helicópteros enemigos y, en minutos, el sobrevuelo de aviones bombarderos. Eran 60 compañeros. Pese al infierno vivido sólo murieron 6. Yury, por primera vez habitó la guerra como ese lugar de no retorno: un compañero corría como un loco mientras cargaba su propio brazo, un cráneo y un torso abiertos expelían sangre a borbollones, alaridos de desplomados que sin estar heridos de muerte experimentaban el inicio de sorderas totales. En su mente, la paz se convirtió en ese objetivo silencioso por el que empezaría a luchar. Transcurridos cuatro días del ataque, Yury apenas pudo volver a pasar bocado y a conciliar el sueño. Eran pequeños, pero gloriosos lapsos de hasta diez minutos sin pesadillas.

—Siempre supimos que éramos cuerpos políticos, estuviéramos o no estuviéramos armados. Igual dejamos las armas y la guerra continuó. Las cambiamos por zozobra e inseguridad. La violencia que más hay que combatir en Colombia es la de la pobreza. Yo soy odontóloga empírica, pero no puedo ejercer porque no tengo ningún diploma que lo pruebe. Para mí la paz no es sólo que no haya violencia, sino que haya trabajo y oportunidades. Lo más doloroso de mis años en el monte fue haber tenido que entregar a mi primera hija, que hoy tiene 18 años, a sus abuelos paternos. Apenas la tuve en mis brazos una noche. Lloré mucho. Fue un embarazo difícil porque enfermé de paludismo y anemia aguda, enfermedades que evitaron el legrado que me esperaba por estar embarazada. Lo mejor que me pasó fue haber tenido la valentía de romper con la violencia que recibía de mi primer marido: un día me cansé y lo golpeé con una paila en la cabeza y el macho se enfureció más y más hasta que disparé un arma y fallé: le di en un pie. El campamento quedó mudo y después de que los superiores se enteraron de todo lo sancionaron a él, no a mí.

Yury no siente rechazo alguno por parte de la comunidad desde que vive en la vereda La Esperanza, La Macarena. Por el contrario, desde allí, pretende aportar su granito de arena a esa idea, todavía difusa, que se llama construcción de paz. Le interesa el trabajo comunitario con mujeres alrededor de la protección y el reconocimiento de derechos fundamentales y asegura que no se ha cumplido casi nada de lo pactado en los Acuerdos de Paz. Para sobrevivir intercala el oficio de presidenta de ASOGAMA (Asociación de ganaderos autosostenibles de La Macarena) y algunas actividades campesinas.

Antes de irse cuenta que es madre de otra niña de tres años a la que sí le está transmitiendo todo su cariño y que espera poder presentarla a su hermana mayor en las próximas semanas cuando la vuelva a ver después de media vida.

—¿Quieres que cambiemos tu nombre?

—Pues no, finalmente a quién me lo voy a esconder si toda mi información la tiene el gobierno.

Peaje veredal / La Macarena: de la oscuridad a la luz. Foto: Dahian Cifuentes
Peaje veredal / La Macarena: de la oscuridad a la luz. Foto: Dahian Cifuentes

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El mediodía del viernes 18 de agosto transcurre en La Macarena con delirantes 38 grados a la sombra. Los y las estudiantes del colegio León XIII copan las aceras con sus incorruptibles pasos llenos de algún futuro que todavía no conocen. Llevan entre sus manos tiritas de bolsas congeladas en cuyo interior se alojan refrescos rojos y azules de trescientos pesos. Es el día del foro de candidatos “Las mujeres deciden”, en un lugar que es usado normalmente para llevar a cabo muestras de músicas, bailes y comidas llaneras para los turistas. El nombre del lugar parece elegido con las intenciones de elevar el debate político al fructífero estatus de la confrontación: El CaraCara.

Casi un centenar de mujeres llegan al recinto que, con paredes y suelos blancos y celestes, podría pasar como una velada apología a la Virgen del Carmen. Todas las participantes llevan una camiseta blanca que dice a la altura del pecho “Mujeres que lideran con valentía”. Los candidatos a la alcaldía de La Macarena (2024-2027) van llegando de a poco y saludan casi que una a una a todas las mujeres. Dos llegan en moto, uno en camioneta y otro a pie. En la tarima dispuesta para el foro y detrás de una mesa larga se alojan los pretendidos proyectos políticos con sus respectivos rostros.

Para empezar, mano derecha al pecho y: ¡Oh gloria inmarcesible! / ¡Oh júbilo inmortal! / ¡En surcos de dolores / El bien germina ya! Para seguir, mirada fijada en algún distrito del techo, cual horizonte, y: Ay mi llanura / Embrujo verde donde el azul del cielo / Se confunde con tu suelo / En la inmensa lejanía. Para terminar, voz más grave, robustecida, y: Esta es mi Sierra Macarena / Tierra noble y soberana / La reserva nacional / Tú eres la belleza incomparable / Fauna y flora y tus riquezas / Paraíso universal.

De la solemnidad nacional a la fascinación regional hasta la distinguida efervescencia local. Una gallina cercana cacarea con furor al terminar las lisonjas patrias. Ahí están, juntos, frente a la mujer macarenense, el candidato del partido Liberal, el de la Alianza Verde, el del MAIS (Movimiento Alternativo Indígena y Social) y el de AICO (Autoridades Indígenas de Colombia).

Ruinas del antiguo hospital de La Macarena devenido en puesto de salud. Deterioro y abandono de la salud municipal. Foto: Dahian Cifuentes
Ruinas del antiguo hospital de La Macarena devenido en puesto de salud. Deterioro y abandono de la salud municipal. Foto: Dahian Cifuentes

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Aceneth Castro dice de sí misma que primero es mujer campesina, después profe y por último líder comunitaria. Nació en Otanche, Boyacá, en 1975. A sus 13 años se rebeló contra su madre que la increpaba constantemente por soñar con estudiar. A esas alturas de su vida sólo tenía tres opciones: 1. Conseguir marido. 2. Irse a las FARC. 3. Suicidarse. Ninguna de las anteriores. La rebelión consistió en salir a escondidas, una madrugada, de la finca familiar y caminar hasta Chiquinquirá para ofrecer sus servicios como empleada doméstica. El objetivo firme: juntar pesos para poder estudiar. Así pasaron varios años y de Chiquinquirá saltó a Duitama y de Duitama a Bogotá. Después de mucho esfuerzo y dedicación, fue en la capital que escaló el primer peldaño de su temprana vocación y logró terminar el bachillerato.

Un día volvió a Otanche y allí, gracias al apoyo de su padre que era el presidente de la junta de acción comunal, logró conseguir trabajo como maestra primaria. Allí se sumó a un programa de educación en contexto rural de la Universidad del Bosque y empezó a cursar una licenciatura, hasta que llegó un alcalde y la sacó porque consideraba que su familia tenía nexos con la guerrilla por la sencilla razón de que algunos de sus integrantes ejercían diferentes formas de liderazgo en la comunidad. Así, no logró terminar la licenciatura y se entregó a profundas lamentaciones. Fueron tres años de depresión hasta que una noche fría y despejada comprendió que en el campo o en cualquier lugar donde haya necesidades de algún tipo, los profesores son necesariamente líderes. El compromiso pedagógico no lo firmaba ningún diploma, sino su amplia disposición comunitaria.

En 2010 Aceneth llegó a La Macarena y tuvo que cambiar enseguida sus tacones por sandalias. Caño Cristales la deslumbró tanto que la hizo jurarse a sí misma que haría hasta lo imposible por quedarse a vivir en esta tierra coloreada con todos los verdes. En esa época estaba en marcha el Plan Colombia, y en Boyacá se decía que la zona tenía el apoyo del gobierno para el desarrollo de innumerables proyectos educativos. Puro barro. Pero como para ella la docencia ya era una forma de hacer patria, decidió quedarse y empezar de ceros en un territorio en el que cualquier liderazgo era sinónimo de guerrilla. Fue así como no tardó en descubrir la existencia de una fuerza anónima y dinámica que simplemente se dedicaba a leer comunicados y a hacerlos cumplir usando como principal modelo de contención el miedo: eran las FARC.

Ya en los años del Acuerdo de Paz, Aceneth se comprometió aún más con la defensa del territorio, los Derechos Humanos, la organización de marchas y el establecimiento de juntas comunales. La gente que no la conocía la pasaba como una guerrillera, pero ella hacía caso omiso a esa ignorancia: un líder se sienta a hablar con todos o no es líder, al igual que un maestro educa a todos o no es un maestro. Intentó estudiar a distancia la carrera de Administración Pública en la ESAP, pero tampoco pudo terminar, porque al mismo tiempo tenía que cuidar y educar a sus hijos. La maternidad fue un paréntesis que, según ella, retrasó su vida profesional alrededor de 15 años. A esto hay que sumarle que, en el contexto del liderazgo social, los hombres la tenían a menos y en general la mandaban a hacer labores de secretaría, cuando ella estaba a la altura de la gestión y/o la coordinación.

Aceneth fue la gerente de la campaña del Pacto Histórico en La Macarena. Hacerle publicidad al hoy presidente de la república, Gustavo Petro, le generó varias discordias, pero ella siempre miró hacia otro lado y no dejó que esos trances ideológicos desviaran su labor pedagógica y política.

 —Ahora la lucha civil en La Macarena ya no es tanto contra grupos armados, sino contra el narcotráfico en su máxima expresión. La violencia persiste, aunque se haya transformado en el marco del posconflicto. En el último año han asesinado guardabosques y firmantes de paz, ha habido desplazamientos forzados y amenazan constantemente a líderes ambientales sobre todo por control territorial. Es complicado, empezando porque en La Macarena todavía es difícil que las mujeres hablen de política y mucho más que se capaciten con discursos que pongan sobre la mesa los derechos femeninos y la descosificación de la mujer como simple cuidadora y reproductora de la especie y que, así, sucesivamente, se ponga en tela de juicio la dominación masculina. Aquí sigue habiendo conflicto, porque hay plata. Básicamente, si tu pisas mal una piedra del pueblo o de alguna vereda, corres el riego de descubrir un pozo petrolero, sin mencionar que formamos parte de lo que se llama el pulmón del mundo y aquí lo que hay es agua. Hay mucha riqueza y pues están quienes se la quieren apropiar a como dé lugar. La resistencia civil no es resistencia armada. El estigma de guerrillera es el producto del liderazgo que ejerzo. Nunca tuve nada que ver con ellos, aunque sí, en muchos escenarios, tuve que sentarme a hablarles, porque para nadie es un secreto que ellos tenían aquí más incidencia que el Estado.

Eunice Ramírez: ex candidata a la alcaldía de La Macarena / Yury Paola Rueda: firmante de paz / Aceneth Castro: educadora. Foto: Dahian Cifuentes
Eunice Ramírez: ex candidata a la alcaldía de La Macarena / Yury Paola Rueda: firmante de paz / Aceneth Castro: educadora. Foto: Dahian Cifuentes

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Muchas personas en La Macarena apagan la voz y lo susurran como si fuera un misterio. En la iglesia, en una discoteca, en un restaurante, en la estación de servicio. El ferretero, la panadera, el conductor de tuc-tuc, la trabajadora sexual: las disidencias de las FARC-EP ejercen control social, económico, territorial y militar en la región. Son la voz que dicta y la mano que hace cumplir. Y cualquiera puede comprobarlo. Sólo hay que agarrar la trocha que lleva a Vista Hermosa y, al cabo de un par de horas, a la altura de fastuosos edenes como Caño Canoas, Caño Indio o Yarumales, se les puede ver, con todas sus insignias y sus armas, con las fotos de sus héroes y pintadas de bienvenida a “territorios soberanos”, haciendo retenes y preguntas a plena luz del día.

Lockheed C-130 o Hércules en el aeropuerto Javier Noreña Valencia de La Macerena / Militares custodian la plaza central del municipio. Foto: Dahian Cifuentes
Lockheed C-130 o Hércules en el aeropuerto Javier Noreña Valencia de La Macerena / Militares custodian la plaza central del municipio. Foto: Dahian Cifuentes

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Cada candidato respondió a cada pregunta intentando mejorar la respuesta dada por sus contrincantes. Nada nuevo bajo el sol. Eufemismo tras eufemismo. Promesa tras promesa. En cuanto a la mujer y el desarrollo rural: trabajo para todas, subsidios para todas, inclusión para todas, respeto para todas, oídos para todas.

En materia de salud sexual y derechos reproductivos, la flamante coincidencia: las mujeres no son sólo el motor del municipio, sino el motor de la vida y por eso hay que protegerlas y cuidarlas para que ejerzan la maternidad y los cuidados que el municipio necesita. En este punto apenas mencionaron que el centro de salud debía tener “algunas” mejoras, pero ninguno profundizó en temas de planificación familiar, VIH, planes de seguridad en contra de la sucesión de violencias médicas que sufren las mujeres, ni de la necesidad de especialistas o de campañas de capacitación y/o prevención.

En cuanto a las violencias basadas en género, una misma voz: infortunadamente el país sufre mucha violencia y estamos comprometidos con la supresión de este flagelo histórico que no permite que avancemos como sociedad. Otra vez: violencias basadas en género y todos, casi al unísono, le apuestan al género… pero de la paz.

Al tocar el tema de la mujer y construcción de paz, la mesa se puso rápidamente de acuerdo: vamos a colaborar y a garantizar y a fortalecer y a sensibilizar y a capacitar y a desarrollar y, sobre todo, a decidir.

Con lo que respecta a mujer y participación política y social tampoco hubo variaciones discursivas: este es un país democrático que debe permitir la participación de las mujeres para construir equidad y vencer las brechas existentes. ¿Qué proponen? Que la mujer tenga voz y que esta sea escuchada. ¿Qué más? Apoyarlas y ayudarlas a que se expresen.

En educación uno de los candidatos se animó a dar su palabra para construir la primera Universidad de La Macarena en un terreno que un gran amigo, dijo, le va a donar, mientras los otros se limitaron a decir que iban a garantizar el derecho a la educación por la sencilla razón de que es un derecho fundamental absolutamente inviolable. Otro candidato aseguró que años atrás le había dicho a su esposa que estudiara psicología y que él se sentía muy orgulloso no sólo de haberla apoyado en esa “decisión”, sino de que ella ya estuviera terminando la carrera.  

Todos, absolutamente todos los candidatos, se refirieron en diferentes momentos a los cuestionamientos planteados por las mujeres, como “las problemáticas de la mujer”, con la distancia propia de los que ejercen el poder y, por tanto, los llamados, los elegidos a tomar las decisiones a propósito de cosas que ignoran con la vehemencia de un temblor.

Terminando el foro y en una ronda de preguntas libres y anónimas, alguien preguntó: ¿qué harán para evitar o contrarrestar el fenómeno de la homofobia en el municipio? Candidato 1: ya lo dije antes, la mujer es el núcleo de la sociedad y hay que protegerla. Candidato 2: la homofobia es un problema y hay que hacerle frente desde la casa, ya que la familia es la encargada de transmitir los valores. Candidato 3: la homofobia es una manifestación que hay que corregir con paciencia y educación. Candidato 4: la homofobia es algo nuevo y hay que tratarlo con nuevas reflexiones, nuevos planteamientos y nuevas políticas.

Al final, una pregunta, cerrada y en privado para tres de los cuatro candidatos: ¿En su mandato qué hará con la influencia social, económica y política que tienen las disidencias de las FARC en el territorio? Uno manifestó que era una pregunta compleja y se escabulló entre la multitud con la excusa de una foto con algunas de sus seguidoras, otro bajó la voz, miró para todos lados y dijo que no haría nada porque él había sido elegido por su comunidad para representarlos y por nadie más y, el siguiente, explicó: a mí me tocó ir a pedirles permiso, todos sabemos que ellos acá tienen poder y que cualquier decisión política o económica tiene que ser consultada, no sólo ahora, en ápoca de campaña, sino también después, en la administración formal. Nadie quiere problemas o accidentes o granadas en la puerta de su casa. El último candidato desapareció, como un espectro, apenas terminó el foro.

Cementerio de La Macarena / Antigua antena de comunicaciones de Telecom. Foto: Dahian Cifuentes
Cementerio de La Macarena / Antigua antena de comunicaciones de Telecom. Foto: Dahian Cifuentes

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Baldosas blancas y celestes de todos los tamaños desvían los ardientes rayos de sol hacia la vista de los visitantes. La brillantez es tal al mediodía que se hace casi imposible no cubrirse los ojos con las manos. Arena dura, como empedrada, ralentiza el poquito de brisa que baja de la imponente sierra. Arbolitos medianos dan la sombra justa para el descanso de los vivos que van a saludar a sus muertos. “Si vas a hablar con Dios apaga el celular” dice un letrero en la entrada. La capilla, completamente blanca, posee un Jesucristo crucificado de dos metros con una curiosa piel ambarina y pequeños rastros de sangre. Al lado un divino niño de 30 centímetros y un cuadro de igual tamaño de nuestra señora de La Macarena. Una desolada canción de Darío Gómez musicaliza la sordina cementerial del domingo. Desde tres torres de unos veinte metros de altura, militares observan con sus binoculares el devenir del camposanto que exhibe más cruces (hechas con madera de monte), que tumbas. El pueblo no tiene señal de internet desde la noche anterior, ni ningún tipo de comunicación civil. Todo está bloqueado por la espontánea presencia, en la pista del aeropuerto, de uno de los ocho aviones Lockheed C-130, más conocidos como Hércules, propiedad de las Fuerzas Militares de Colombia.

El cementerio de La Macarena está ubicado justo al lado del fuerte militar La Macarena, también conocido como puesto de mando de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega (FUTCO). Con una autonomía de más de 20 mil militares y el peso logístico y armamentístico necesario para afrontar una guerra, el Estado colombiano hace presencia a las afueras del municipio, en un espacio que otrora funcionara como campamento del Mono Jojoy, o base “El Borugo”, nombre que hace alusión al roedor gigante que abunda en la zona. El pasado 6 de septiembre de 2022, la general Laura J. Richardson, comandante del Comando Sur de los Estados Unidos, visitó el fuerte con el pretexto de llevar a cabo una excursión que permitiera evidenciar el compromiso de Colombia con el cuidado del medio ambiente. Por un par de días la tensa calma de La Macarena desapareció y, según testimonios de pobladores, con esta intempestiva visita los nervios de la selva estaban literalmente por las nubes, esperando alguna acción por parte de las disidencias de las FARC, que un año antes habían sido declaradas grupo terrorista por el gobierno de Estados Unidos.

Wilder Valderrama es el profesional facilitador de la Agencia para la Reincorporación y Normalización (ARN). Su trabajo con firmantes de paz en La Macarena inició en marzo de este año y va desde escuchar sus historias de vida, hasta guiarlos en el arduo camino de la implementación de los diferentes puntos del Acuerdo de Paz, encuadrados en el paradigma de justicia restaurativa y no punitiva y la libre reinserción a la sociedad civil con las garantías propias de acceso a seguridad, trabajo, educación y subsidios. Para Wilder no hay reparación más profunda que la verdad y, desde ahí, ha planteado rutas que rescatan las emocionalidades dentro de lo que fue el conflicto armado en todos y cada uno de los 48 firmantes que tuvo inscritos al principio y los 45 que aún le quedan.

—Dos se fueron a buscar vida a otro lado y el tercero fue una equivocación lamentable: los desvinculados son aquellos sujetos que entraron a las filas guerrilleras siendo menores de edad y, aun siendo menores, dejaron las armas. El asunto fue que tenía un desvinculado que quiso acogerse al programa y el día de su presentación se levantó frente a todo el mundo y dijo que estaba muy contento de estar ahí y que como desmovilizado quería formar parte del grupo. Todos voltearon a mirarlo hasta que uno de los integrantes del grupo, quizás el que más experiencia castrense tenía, me preguntó: Wilder, si este tipo es un desmovilizado no debería estar acá ¿cierto? Yo enseguida intenté aclarar el panorama diciendo que él no era un desmovilizado sino un desvinculado y el tipo volvió otra vez y se autodenominó como desmovilizado. Los desmovilizados son básicamente considerados sapos: dejan las armas, se entregan a la justicia y colaboran con la misma con el objetivo de recibir los beneficios pactados. A la semana el muchacho me llama y me dice que tuvo que irse del pueblo porque además de haberle quemado una parte de su casa, lo iban a matar. Lo último que supe es que iba a empezar de ceros en Villavicencio, lejos del proceso que, según mi opinión, le convenía un montón.  

Wilder es sociólogo y homenajea a Alfredo Molano, uno de sus maestros, contando las historias que le fueron contadas o, como dice él mismo: generando la doble hermenéutica de interpretar lo interpretado, porque la historia debe ser narrada por quien la vivió y no tanto por quien la investigó:

—Tengo un firmante muy juicioso y trabajador. El tipo en la guerrilla había sido conductor o transportista, nunca agarró un arma. Después de acogerse al proceso de paz fue contratado por Ecopetrol para conducir una camioneta, ahí duró como dos años, con un buen sueldo y feliz. Hasta que alguien descubrió su pasado fariano y lo denunció y sin darle ninguna explicación lo echaron. Una injusticia total que demuestra el prejuicio social que hay en contra de los firmantes. Tengo la historia de otro que vivía en un cambuche en la parte más lejana de la finca familiar. Su papá no lo quería ni poquito y cada vez que podía le demostraba su desprecio. Un día llegó la guerrilla y se lo llevó. El tipo me dijo: pues Wilder, si ya vivía en el monte, daba lo mismo irme unos kilómetros más adentro, por lo menos en la guerrilla me iban a dar comida y hasta de pronto hacía uno que otro amigo. Y así fue: el tipo se enlistó, estuvo un tiempo ahí, generó vínculos, después firmó y cuando regresó a la finca la familia lo volvió a rechazar. Lo más triste es cuando las familias rechazan a los firmantes porque los ven como criminales o terroristas. Verlos quebrados por eso es muy duro, pero muchos dejan de mirar hacia atrás y empiezan a forjar y a cultivar sus propias familias olvidándose del pasado. Pero también hay historias bonitas: otro contó que salió de la guerrilla, firmó todo lo que tenía que firmar y se fue a trabajar a una finca. Duró como dos años trabajando duro, hasta que la soledad y la necesidad por socializar lo sacó directo, otra vez, para el monte. El tipo quería una pareja o un grupo de amigos con los que departir y allá en la finca sólo estaba él. Cuando iba camino al lugar donde están las disidencias se encontró en una panadería con una mujer a la que entre tinto y tinto le contó toda su historia y, vaya sorpresa, al cabo de unos meses se enamoraron, él volvió a trabajar a la finca y siguieron la relación como pudieron. Hoy tienen una hija. En general trabajo con gente buena que sí se mandó alguna cagada, pero que tienen derecho a rehacer sus vidas y a que los respeten, pero no, todos sufren algún tipo de discriminación o estigmatización y mi labor es justamente apoyar todo ese proceso de reincorporación a la vida civil, proceso que infortunadamente les ha costado la vida a muchos. Quería venir al cementerio porque me impacta mucho esta base aquí al lado, es como una burla poner ese símbolo de guerra al lado de un lugar que seguramente alberga los restos de muchas personas que murieron en el contexto del conflicto armado. No en vano, en 2010, este cementerio estuvo resonando mucho en los medios de comunicación, porque se descubrió que había una enorme fosa con aproximadamente 300 “falsos positivos” que hoy aún no tienen ningún tipo de identificación ni responsabilidades.

—¿Qué pasa hoy con las disidencias?

—La orden de las disidencias es que en temporada turística ni muertos ni detenidos, pero eso no implica que dejen de ejercer su poder o de llevar a cabo su recaudamiento económico. Para no ir tan lejos, esta orden no garantiza que el reclutamiento pare. ¿A dónde puede ir a parar un adolescente o joven que no quiere estudiar, ni trabajar y se la pasa por ahí en el pueblo sin hacer nada? Las disidencias los conocen, los captan y los enfilan. Aquí todavía la gente no puede negarse a ciertas prácticas so pena de cosas que todos saben. Lo que se experimenta en La Macarena, un municipio enorme, es, efectivamente, una tensa calma.

En este cementerio también están los restos de una mujer que fue asesinada de un tiro en la boca. Al finalizar la zona de distención, el presidente de entonces, Andrés Pastrana, ordenó la recuperación de la zona que era considerada por el Estado un punto neurálgico de posibles violaciones a derechos humanos por parte de las FARC. De hecho, se llegó a asegurar que fue allí, en “El Borugo”, donde Ingrid Betancourt pasó una temporada de su largo secuestro. Cuando la guerrilla recibió el ultimátum para salir de la zona rural de La Macarena, todas las unidades apenas alcanzaron a recoger sus cosas personales y darse a la fuga. Apenas se fueron, varios vecinos de La Macarena invadieron la base y, como el ejército en teoría si no bombardeaba, lo iba a quemar todo, aprovecharon y se llevaron tejas, puertas, retretes, catres, lavamanos, elementos de cocina, etc. No habían pasado ni 24 horas y el presidente se retractó de su decisión, lo que ocasionó un inconveniente retorno de los guerrilleros. Al llegar y ver que lo que les servía como campamento estaba completamente desvalijado, decidieron tomar la justicia por mano propia y ejecutaron en el centro del pueblo a media docena de personas señaladas de incitar a lo que ellos consideraron un atraco. La solución final fue la misma para todos: un tiro en la boca, ante la desgarradora mirada de sus familiares y el atroz silencio del río Guayabero, que hizo rebotar cada disparo, amplificando su ruido, como si se hubiera tratado de diez bombas atómicas, una detrás de otra, directo al alma de La Macarena.

Una de las principales actividades de la región es la ganadería / Preparación de un asado llanero. Foto: Dahian Cifuentes
Una de las principales actividades de la región es la ganadería / Preparación de un asado llanero. Foto: Dahian Cifuentes

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Una vez terminado el Foro, las mujeres se concientizaron de la urgente necesidad de entretejer rutas de trabajo colectivo que garanticen acciones participativas alrededor tanto de la construcción de paz, como del alcance de derechos básicos en salud, autonomía, atención, protección y prevención de violencias basadas en género. De esta forma, más que sonrisas electorales, discursos vacuos e intenciones etéreas, se requieren alianzas y compromisos gubernamentales para el fortalecimiento de capacidades, el levantamiento de planes de desarrollo económicos y rurales y tiempo de calidad para enriquecer procesos de incidencia política desde y para la mujer macarenense. Mujeres que ejerzan su liderazgo desde todos los escenarios de la vida cotidiana: futuras ediles, concejalas y alcaldesas con influencia y poder de decisión.

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—El Guayabero está ahí, como bendición, como maldición, pero obvio más bendición que maldición ¿no ve que a muchos no sólo nos trajo hasta acá, sino que día a día nos pone el pan en la boca? A veces pienso que estas aguas mansas con profundidades que no puedo ni imaginar son una historia que reúne todas las historias del pasado, o una canción llanera, un lamento llanero o también una alegría, todo depende no del día ni de la época del año, sino más bien del humor que uno trae encima, dice un experimentado lanchero que quiso reservar su nombre, y que ha dedicado los últimos veintiún años de su vida al transporte de cualquier cosa, antiguamente desde tropas subversivas, hasta cargamentos de hoja de coca y, recientemente, sobre todo de turistas que se dirigen a Caño Cristales, afluente conocido como el río más bello del mundo.

Es la historia, las historias, las que el río arrastra en silencio.

Voces, al fin y al cabo.

Memorias. 

 

 

 

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