Madres buscadoras ante el abismo de la desaparición

Son muchas las personas desaparecidas en México. En 2022 se llegó a los 100 mil registros, contados a partir de la década de 1960, aunque el 80 por ciento de estas desapariciones sucedió en las últimas dos décadas. Así lo documenta la Comisión Nacional de Búsqueda.

Entre esas desapariciones hay nombres y rostros de diversos lugares del centro y sur de América, mencionados y descritos por madres que recorren la geografía mexicana y preguntan: “¿La ha visto? ¿Lo ha visto?”. Esas madres esperan volver a sus países con sus tesoros hallados.

Luz Dary

Tres veces ha estado Luz Dary en México. Tres veces ha podido seguir de cerca los indicios que tiene sobre Alia Vanessa Uribe, su hija.

Hablamos en una tarde de abril de 2022. Cuando la contacté estaba en su casa, en el municipio de Envigado, cerca de Medellín, Colombia. Cuidaba al nieto menor, quien quedó a su cargo luego de la desaparición de Vanessa el 30 de noviembre de 2013. Conversamos por medio de una videollamada. De vez en cuando movía su teléfono celular, trataba de atinarle a un punto donde la recepción de señal fuera generosa. Luz Dary tiene 68 años. Es modista y buscadora.

Su primer viaje lo hizo en 2014. Arribó directo a la ciudad Morelia (Michoacán) y después se desplazó a Ciudad de México. Fue una jornada corta, cuyas pistas eran escasos datos recogidos a través de comunicaciones establecidas desde Colombia.

En Morelia se hospedó en el hotel Palacio rojo, lugar donde su hija estuvo hasta la fecha de su desaparición. Una llamada que tuvo con el administrador antes del viaje la llevó a quedarse, ya que le prometió acompañarla a exponer el caso ante la Procuraduría General de Justicia Estatal (PGJE). Pero esa atención resultó ser mera cordialidad a la distancia. El administrador nunca se dejó ver en el tiempo que estuvo hospedada, lo que significaba un mal presagio para Luz Dary. Así que decidió dejar el hotel. Al cuarto día de estancia, llamó al recepcionista, lo hizo subir a su habitación, le pidió el favor de cargar las maletas hasta la salida. Después le solicitó un servicio de transporte, “pero yo me le hice al pie del teléfono, para que no pudiera timbrarle a alguien más. Yo me estaba escapando”.

Horas después, ya estaba en un bus rumbo a Ciudad de México, sin saber a quién preguntar o dónde dormir. Aunque gracias a un taxista dio con un albergue. Allí estuvo tres días antes de volver a Colombia. Obtuvo hospedaje, acompañamiento, facilidades para poner una denuncia por desaparición. Sin embargo, no hubo certezas sobre su hija.

Alia Vanessa tenía 31 años cuando desapareció. Los carteles de rastreo que Luz Dary usa son fotografías de ella de hace diez años. Una de estas piezas es la ficha descriptiva: Estatura: 1.52 mts, Complexión: delgada, tez: blanca, Cabello: lacio largo, Ojos: cafés grandes, Nariz: respingada, Boca: grande, Labios: gruesos, Origen: colombiana.

Una de las fichas de búsqueda de Alia Vanessa Uribe.
Una de las fichas de búsqueda de Alia Vanessa Uribe.

Fue en septiembre de 2013 cuando Vanessa se trasladó de Medellín a Cancún. Lo hizo aprovechando la facilidad de viajar a México sin la necesidad de una visa, ya que, a finales de 2012, el gobierno mexicano eliminó este documento como requisito de ingreso para una persona de origen colombiano. A Luz Dary le dijo que tomaría vacaciones con unas amigas. Después la llamó y avisó sobre su estancia en otra ciudad mexicana cuyo nombre se reservó. Pocas aclaraciones hubo por parte de Vanessa, y cada vez que la contactaba, Luz Dary la percibía preocupada.

La noche del 30 de noviembre tuvieron la última comunicación. Vanessa se despidió y prometió llamar pronto. Tenía pocos días de haber llegado a la misteriosa ciudad. Luz Dary quedó preocupada luego de la llamada, y en menos de una hora de haber terminado la conexión, encendió de nuevo el computador y le escribió a Vanessa. No hubo respuesta.

Amaneció, y la madre buscó calmar la incertidumbre preguntándole a una hermana y a su otra hija por algún recado. Ellas trataron de calmarla, pues la conexión más reciente se había dado unas cuantas horas antes.

Cuatro días pasaron y ningún mensaje, ninguna llamada.

Luz Dary buscó en el historial de su teléfono móvil un número desde el cual Vanessa a veces marcaba, uno diferente al propio. Lo encontró, llamó en varias oportunidades, no obtuvo respuesta. Luego insistió con mensajes de texto. Dos días después, le devolvieron la llamada. Escuchó la voz de un hombre joven. Luz Dary fue directa y pidió información, ya tenía una semana sin noticias de su hija. El hombre le aseguró que ella ya debía estar viajando a Colombia. Le aseguró que él marcaba a un número de una compañía de telefonía mexicana y el tono sonaba como fuera de la cobertura permitida.

Por medio de esa comunicación, supo el nombre de la ciudad y del hotel: Morelia, el Palacio rojo, pero poco conoció de la persona con la cual hablaba. Sólo la distinguía como “un amigo de Vanessa en México”.

Presionado por Luz Dary, el supuesto amigo le comentó que se encontraba en Aguascalientes, una ciudad a 323 kilómetros de Morelia. Así que le pidió tiempo para viajar e indagar. Pasadas unas horas, la llamó y le dio la razón: Vanessa estaba desaparecida. Prometió encontrarla, prometió avisar si daba con una pista. Una de las pistas fue el número telefónico del administrador del Palacio rojo.

El hombre empezó a llamarla. Le daba certezas en migajas que poco o nada decían sobre Vanessa. Luz Dary, por su lado, tuvo dudas de la buena fe del informante, “pero le llevaba la corriente, lo hacía para que me diera más pistas”. Hasta que una noche le notificó un descubrimiento. Le dijo que el día de la desaparición, Vanessa salió con una amiga conocida como La campanita, quien se hospedó en el mismo hotel y ya la tenía localizada.

Al otro día la llamó temprano. Había “capturado” a La campanita. Luz Dary de inmediato quiso hablar con ella. Cuando se comunicó con la joven la escuchó llorar y decir que la iban a matar. “Eso no iba pasar”, le dijo para tranquilizarla, y le pidió información sobre Vanessa, “Usted fue la última persona que la vio”.

La campanita dio una versión muy vaga: el 13 de noviembre las dos salieron a cenar al restaurante La cantinita. Al lugar llegaron también dos hombres y La campanita se los presentó a Vanessa, pero hasta ahí, porque Vanessa, en algún momento, se paró de la mesa en la cual estaban, fue al baño y no regresó.

—¿Entonces se la tragó el baño? -cuestionó Luz Dary. Luego preguntó por los hombres. La campanita sólo dijo que apenas los distinguía.

—¿No pues que se los presentó a Vanessa? ¿Cómo presenta gente sin conocerla?

Luz Dary sintió que perdía el tiempo. Si seguía dependiendo de las llamadas, pocas posibilidades de actuar tendría. Fue cuando decidió pedir préstamos, tomar sus ahorros y viajar a México. De esta manera supo que sería una buscadora, como otras madres y padres que hacen del rastreo de sus familiares desaparecidos, a quienes llaman tesoros, una actividad imposible de abandonar en lo que queda de vida.

En su paso por Morelia, le entregó a la funcionaria de la PGJE que tomó el caso los números telefónicos del supuesto amigo de Vanessa y de La campanita. Cinco meses después, ya en Colombia, le notificaron el asesinato del ese amigo.  Ella no creyó la noticia. Incluso, pudo ser el mismo hombre quien la llamó y se hizo pasar por otra persona. En los pocos contactos con el administrador del Palacio rojo se habló de una relación del hombre con el cártel Los caballeros templarios.

Ante la PGJE, La campanita dio otra versión de lo sucedido: salieron en un taxi y, al llegar al destino, Vanessa tomó otro rumbo en el mismo taxi. De ahí no supo nada más. Luego de un tiempo, el periodista Javier Juárez contactó a Luz Dary para ayudarla con las averiguaciones en México. Juárez fue al Palacio rojo, donde el administrador le contó otra historia: La campanita llegó al hotel un día después de la desaparición y pidió la llave de la habitación de Vanessa porque ya no iba a volver.

Estos fragmentos de diferentes versiones le parecían tachones de preguntas a Luz Dary, evasiones más que certezas. Para ella, La campanita tuvo responsabilidad en la desaparición. En sus días en Morelia, le entregaron la maleta de su hija y sólo encontró el pasaporte y prendas interiores. Vanessa estaba a cuatro días de volver a Colombia, y las amigas del viaje a Cancún se enteraron de la ausencia al regresar a Medellín. Se enteraron porque la madre ya había hablado con varios medios del país.

En 2016 fue el segundo viaje a México. Lo hizo acompañada de una hermana. Estuvo en Morelia y revisó el caso después de haber puesto la denuncia. Nada nuevo encontró.

—El expediente estaba igual como lo dejé.

En casi un decenio de búsqueda, Luz Dary fortaleció sus relaciones con colectivos mexicanos a través de WhatsApp y Facebook, como Colectivos Unidos de BC, Guerreras Buscadoras, Buscando A Nuestros Corazones, Búsqueda Zacatecas y Buscando A Los Nuestros AC. Esos colectivos han sido una vía para aprender sobre la defensa y exigencia de derechos. También son espacios de conocimiento y colaboración entre familiares, porque las instituciones en Colombia, la embajada, por ejemplo, sólo le recomendó acercarse a las instituciones mexicanas, y estas le recomendaron pedir ayuda a través de las colombianas.

—La familia mía es toda de México. A mí me adoptaron como una hija.

En su tercer viaje, a mediados de febrero de 2022, participó de la Primera brigada internacional de búsqueda en México. Participó junto a otras madres y padres de personas migrantes desaparecidas, además de colectivos vinculados como Una nación buscando T.

Luz Dary atravesó el noroeste mexicano en búsqueda de su hija. En sus recorridos pegó carteles, preguntó, exhibió fotografías, entró en reclusorios para hallar a alguien con información. En los videos que documentan la brigada, aparece con la bandera de Colombia puesta como una capa. En la bandera estampó la foto de Vanessa. El último día de la jornada viajó desde Tijuana a Ciudad de México, donde fue recibida por el grupo Eje de iglesia y su colectivo Caminos de Luz. El 8 de marzo estuvo en la marcha del Día de la mujer que llegó a Palacio Nacional. Esa marcha se ha configurado como una exigencia ante la violencia, los casos de feminicidio y las desapariciones.

—Las fotos que llevaba de mi hija eran las últimas que tenía y ahora ella debe estar muy cambiada. Claro que la siento viva.

Ana Ruth

Rafael Ernesto Valencia Cuellar desapareció el 9 de octubre de 2012 en la ciudad fronteriza de Piedras Negras (Coahuila). Su madre, Ana Ruth Cuellar, lo busca desde hace diez años.

Hablamos a través de WhatsApp un viernes de marzo de 2022. Ya habían pasado 21 días de los últimos rastreos de la primera Brigada internacional y ella se comunicaba desde la ciudad de Guazapa, en El Salvador.

Para Ana, de 46 años, ha sido difícil sostener la cotidianidad de ser madre de dos niños, además de esposa, mientras mantiene la búsqueda de Rafael, quien migró a México con una esperanza todavía constante en América Latina: trabajar en Estados Unidos, ganar en dólares, enviar remesas a casa, obtener estabilidad y, quizá, algún día, volver, pero con dinero.

El tránsito de personas entre ambos países es una experiencia registrada en investigaciones históricas sobre las ciudades que comparten un espacio de frontera y, como tal, persisten diversas posturas sobre la condición migrante. Algunas son muy excluyentes, nacionalistas y racistas. Basta recordar las políticas migratorias y de seguridad de Donald Trump, aplaudidas por habitantes tanto de Tijuana como de San Diego, por mencionar ciudades vecinas donde hubo actividades en defensa de la “patria” y en contra de “invasores” provenientes de Centroamérica. Otras demuestran empatía y colaboración. Un ejemplo son las redes de activistas vinculados a través de asesorías legales, defensa de derechos humanos, albergues, búsqueda de trabajo, asistencia médica e integración a la vida cotidiana.

La dualidad anterior marcó la percepción de los flujos migratorios recientes más replicados en los medios, las llamadas caravanas migrantes: la de 2016, relacionada con movilizaciones provenientes de Haití, y la de 2018, de Guatemala, El Salvador y Honduras. Esas caravanas fueron mal recibidas por los gobiernos municipales y estatales, pero encontraron apoyo entre colectivos y organizaciones locales que tomaron fuerza en los debates en plataformas sociales. Sus acciones tuvieron mayor reconocimiento desde las sociedades, y les fue posible hacer contrapeso a las violencias. Aun así, el cubrimiento de las posteriores caravanas por parte del periodismo se redujo. Actualmente hay movilizaciones provenientes de otros territorios de América Latina. La diferencia está en que ya no registran el mismo sensacionalismo, a pesar de las noticias sobre quienes arriban a la frontera a raíz del conflicto en Ucrania.

El interés de viajar en grandes grupos a través de México es una manera de lograr protección contra ataques de ladrones, pandillas, fuerza pública, agentes migratorios y carteles de la droga. Antes, la movilización se hacía en pequeñas congregaciones o en solitario, decisión que tomó Rafael: emprendió el camino sin más que sus pertenencias cuando tenía 21 años, dejó su trabajo como albañil, salió de El Salvador, ingresó a Guatemala, cruzó la frontera con el estado de Chiapas y recorrió la ruta a pie, en bus, sobre el tren de carga conocido como La Bestia. Rafael quería una vida mejor, escapaba de las pandillas. La última noticia suya la obtuvieron sus familiares cuando intentaba ingresar a Eagle Pass (Texas), desde Piedras Negras, a orillas del río Bravo.

Al igual que Luz Dary, Ana diseñó algunos carteles de búsqueda que publica en plataformas sociales y utiliza cuando puede rastrear en campo. En uno hay dos fotografías.

Fotografía izquierda: Rafael sale con unos audífonos que cubren sus orejas. Imagen tomada antes de la desaparición.

Fotografía derecha: el rostro de un joven con rasgos similares a los de Rafael. El plano es muy cerrado, parece estar tendido sobre un andén.

Bajo las imágenes se lee lo siguiente: “Se cree que es el del lado derecho y lo vieron en Col. Horóscopo, Tijuana, BC”. Luego dice: “Edad actual: 30 años, Estatura: 1.60 aprox, Complexión: robusta, Tez: trigueño, Cabello: negro, lacio, Ojos: café, Nariz: media, Labios: medianos, Origen: salvadoreño”.

Una de las fichas de búsqueda de Rafael Ernesto Valencia Cuellar.
Una de las fichas de búsqueda de Rafael Ernesto Valencia Cuellar.

Desde la desaparición, Ana ha encontrado posibles señales de vida de su hijo. Ha rastreado datos e imágenes de personas extraviadas que cuelgan en Facebook. En octubre de 2018 escribió en su perfil sobre el parecido de Rafael con un joven hallado en 2014 en Phoenix, Arizona. Dos meses después, vio fotografías en un periódico de un joven con características similares, las subió al perfil y pidió ayuda para distinguir si era su hijo.

La pista más reciente la obtuvo en 2020. En nuestra charla, Ana insistió en lo importante de mantener la búsqueda, y una manera es estar activa en las plataformas. Un día de junio halló una fotografía de un joven en la cuenta de Facebook de Desaparecidos Tijuana. Es la utilizada como comparación en sus carteles para identificar el probable aspecto actual de Rafael. La foto fue tomada por una señora al encontrar al joven enfermo en el andén de una calle. El comentario de la nota explicaba que el “muchacho” no dijo el nombre de sus familiares, pero pedía ayuda para ubicar a la mamá. En ese momento, Ana sólo compartió la información. Un mes después, una amiga le envió la imagen por WhatsApp. “Es que yo le hallo el parecido”, le dijo.

—Y mira que miré la foto y te imaginarás cómo me puse yo. Me puse a llorar, me sentía mal de no haberlo reconocido en su momento. Yo me volví loca al buscar la publicación, incluso, hice comparación de la foto de mi hijo con la del muchacho que tenía.

Ana empezó a publicar la imagen una y otra vez en su perfil y en otras cuentas de Facebook. Buscaba una manera de contactar a quien fuera en Tijuana y establecer un seguimiento. Buscaba confirmar sus sospechas a través de comentarios. Se sintió frustrada, poco podía hacer desde su casa en medio de la pandemia.

Así que se dirigió a la embajada mexicana en El Salvador. Llevó diferentes fotografías para establecer la semejanza entre su hijo y el joven en México. Pidió ayuda para contactar alguna institución que le permitiera viajar a Tijuana. No hubo respuesta. En momentos similares, cuando no encuentra una oportunidad para continuar, se siente “atada de manos”. Pasa igual si descalifican su investigación porque suponen la muerte de Rafael, porque lo quieren ligar con grupos pandilleros y dicen frases devastadoras como “algo habrá hecho”.

Aunque también hay apoyo. Su familia sabe que nunca desistirá, y por lo menos no le impiden seguir vinculada a los colectivos. Uno de estos es el Comité de Familiares Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador (Cofamide), conformado en 2006 y en el cual participa de manera activa desde 2021.

Supo de Cofamide a través de su actividad en cuentas de Facebook de grupos de México. Esas cuentas las siguen otras madres salvadoreñas. Fue una de ellas quien le comentó de la organización.

—Yo me uno al dolor de mis compañeras, mis compañeras se unen a mí dolor y es así como este comité busca apoyo.

Para Ana, el Estado salvadoreño desconoce la situación de “las madres que hemos perdido familiares en tránsito”. Si bien Cofamide es apoyado por la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos y algunas dependencias, la centralidad está, sobre todo, en la búsqueda de desaparecidos dentro de los límites nacionales.

Por eso mantiene una relación cercana con las buscadoras mexicanas, en especial con las compañeras de la Brigada internacional, su primer viaje para buscar de manera física. En las jornadas se sintió acompañada. Caminó junto a Luz Dary y otras madres y padres. Fue por medio de las redes hechas en plataformas que dio con la brigada y pudo contactarse con los colectivos organizadores.

—Por todos los lugares hay colectivos de esas mujeres guerreras que están buscando tesoros, como dicen. Esos tesoros los han dejado enterrados.

Ana Ruth volvió a El Salvador terminada la brigada. Dejó pistas inconclusas. Espera viajar de nuevo a México porque Rafael está en Tijuana.

—Voy a hacer hasta lo imposible para encontrar a mi hijo.

Angélica y Una nación buscando T

Angélica Ramírez abrió su perfil de WhatsApp y fijó sus ojos en la hora marcada en el teléfono móvil. En la tarde se conectaría a un conversatorio sobre Una nación buscando T. Angélica llevaba puesto un suéter oscuro con la frase “Hasta encontrarles y regresarles a casa”. Tiene 42 años y una familia amplia. Estudia derecho, nació en Guanajuato, pero vive en Tijuana desde hace 20 años. En su mano derecha, el tatuaje de un gato negro.

El encuentro fue en un café de la Revolución. Era un lunes de marzo de 2022, era mediodía y ya se veían turistas del “otro lado” de la frontera frecuentando esa avenida obligada en un itinerario de fiesta tijuanense.

—Algo que debió activar en mí el acompañamiento fue mirar cómo las autoridades insensibles trataban a la gente cuando mi amiga Marcela y yo fuimos a las instituciones. Mirar cómo las señoras a mi lado esperaban horas a que llegaran los agentes.

Pasó en 2016. Aguardaban turno en las oficinas del Ministerio público para reportar la desaparición de la hija y nieta de Marcela (la nieta apenas tenía unos meses de nacida). Estuvieron más de seis horas en espera, sin moverse del lugar en ningún momento. Si lo hacían, si iban por comida, incluso, al baño, significaba que el descuido podía ser utilizado con la intención de cancelarles su derecho de atención ese día y obligarlas a volver en la siguiente jornada laboral. Una manera de hacerlo era aprovechar una pequeña ausencia del denunciante y soltar la frase común que Angélica repitió en la entrevista de tanto oírla como excusa: “El agente vino y se fue”.

En esa espera, ya en la tarde, observó la llegada de un señor. Tenía puestas unas botas de trabajo, cargaba un morral con herramientas. En sus manos se aferraban manchas de cemento.

El señor se acercó al puesto de atención y le informó a la agente encargada sobre la desaparición de su hija. Le dijo que desde hace dos días no tenía información de ella, que era una menor de edad, que la buscó y no la encontró, que venía a pedir ayuda. Como respuesta, la encargada respondió con un lugar común: la joven debía estar con sus amigas.

Angélica recordó el rostro desajustado del hombre cuando escuchó esa versión de uso fácil entre funcionarios, el dardo tranquilizante cuyo significado es nada importa, sus emociones de padre poca atención merecen. Incluso, antes de despacharlo, la funcionaria le advirtió que, para lograr la atención del Ministerio, debía volver en unas semanas.

El padre se marchó en medio de un letargo administrativo, cuando las guías de búsqueda de organizaciones y centros de investigación sugieren iniciar el rastreo sin esperar mucho tiempo. Cada minuto cuenta.

Angélica vio al padre llorar, igual que a muchas personas en una situación similar. Entonces surgieron varias preguntas entre ella y Marcela: “¿Quién ayuda a esta gente?, ¿quién las orienta?, ¿quién las acompaña? Luego de localizar el cuerpo de la hija de su amiga a los pocos meses, y a la nieta con vida casi un año después, decidieron responderlas. Convocaron a familias de víctimas de desaparición.

—Vamos a decirles cómo le hicimos para que lo hagan, cómo tocamos puertas y gritamos, con quién fuimos. Acompañar para mostrar el camino.

Una nación buscando T surgió en ese 2016. El nombre indica la convivencia de personas de diferentes naciones en un espacio particular, Tijuana. Pero las intenciones de formar colectivos no era una iniciativa nueva. A mediados de la primera década de este siglo aparecieron varios en los estados de Nuevo León, Chihuahua y Coahuila, momento en el que también se conoció la marcha de las caravanas de madres centroamericanas. Cada año se reúnen a través del Movimiento migrante mesoamericano y trazan rutas para buscar a quienes desaparecen en México.

Fue el tiempo de una violencia sin disimulo llamada guerra contra el narco, marcada, muchas veces, por la desaparición forzada. Como respuesta, brotaron resistencias. En 2011 trazó la ruta el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que convocó a la primera Caravana por la paz desde Ciudad de México hasta la frontera con Guatemala. Su actividad fue una manera de presionar para la promulgación de la Ley General de Víctimas de 2013. En marzo de 2015 surgió el Movimiento por nuestros desaparecidos, integrado por 25 colectivos y cuyos objetivos eran la exigencia e implementación de una ley general sobre la desaparición. En la actualidad, el Movimiento está compuesto por 60 grupos, tanto mexicanos como centroamericanos.

El debate y exigencias al Estado recibió apoyo de organismos como el Grupo sobre Desaparición Forzada de la ONU. Se quería consolidar los derechos de las víctimas por desaparición y configurar leyes e instituciones que llevaran a la práctica el rastreo y previnieran situaciones similares. Luego, sin ningún preámbulo, como un golpe directo, ocurrió un acontecimiento que llevó a las personas a las calles a exigir: “Nos faltan 43”.

La desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas de la Escuela Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, revivió violencias donde el Estado tuvo directa acción: la masacre de Tlatelolco, 2 de octubre de 1968; la matanza de Acteal, 22 de diciembre de 1997. La exigencia por la aparición de los normalistas restituyó memorias y se convirtió en una declaración de cambio demandada al Estado. Los padres y madres de los jóvenes marcharon a través del país, pedían una investigación profunda y clara al gobierno de Enrique Peña Nieto.

Esa movilización resaltó la actividad de colectivos e introdujo presión. Se empezó a atender el tema de las desapariciones de migrantes, se mejoraron los ensambles técnicos y legales que fortalecían el trabajo de búsqueda. En 2016 se compusieron las primeras Brigadas nacionales en Veracruz. En octubre de 2017 lograron la aprobación de la Ley General en Materia de Desaparición Forzada de Personas.

Según Carolina Robledo Silvestre y May-ek Querales Mendoza, la desaparición es parte de un negocio para “extorsionar, esclavizar, reclutar o vender a personas”. También es “castigo, advertencia o limpieza social”. Al estar ausente una persona, al no saber dónde está y desde cuándo no está, en un caso de violencia emerge un mecanismo cuya función es inhibir la verdad y memoria. No hay cómo seguir las pistas de un crimen, tampoco es posible indagar quién lo ejecutó. Los familiares tratan de articular un sentido a aquello difícil de definir, y mantienen presente a la persona desaparecida. En palabras y acciones otorgan presencia.

En América Latina la desaparición ha estado marcada por la represión política. Según Robledo, el término tomó este rasgo en México desde los acontecimientos de Tlatelolco y se dilató hasta 1982, en la medida de dar una periodización a experiencias que poco pueden ser clasificables en un rango porque las exceden. Aunque están las otras desapariciones. Son las personas sin la estampa política, destinadas a oscilar en un campo de actores y acciones diferentes donde se “diluyen intencionalmente las responsabilidades”. Es lo que ha pasado en los actos de desaparición prolongados en diferentes partes a través de los “levantones”. Y a pesar de ser los hombres quienes tienen un índice mayor, desde la década de los setenta los casos de mujeres han incrementado. En 2006 el registro de víctimas era de 71. Para febrero de 2022, el registro se elevó a 19 813.

Los hijos de Angélica tienen miedo de un levantón. Le piden desistir en el acompañamiento a las familias, porque esa es su labor: acompañar. Angélica es rastreadora, hace frente a las denuncias, guía las rutas de trabajo, persigue a funcionarios públicos, pero no tiene un familiar ausente. Esa condición es lo que en su familia le recalcan: “No tienes un hijo desaparecido. No es necesario que arriesgues tu vida”.

—Y ¿qué les respondes?

—Es que quién más lo va a hacer.

Una nación buscando T tiene un registro de desapariciones notificadas desde mediados de la década de los noventa en Baja California. Y son las brigadas las jornadas de mayor alcance y convocatoria. Suelen ser a nivel estatal o nacional. La primera estatal fue en 2019. Contó con la participación de colectivos de las ciudades de Ensenada, Mexicali y Tijuana, incluso, del estado de Sonora, la Ciudad de México y Estados Unidos.

El financiamiento de una brigada, que puede durar más de dos semanas, se hace a través de apoyos monetarios o en especie. Los mismos colectivos emprenden campañas de recolección de dinero: venden comida, hacen rifas, aportan cantidades.

La brigada de 2019 fue un aprendizaje para Angélica. Junto a los buscadores Miguel Ángel Trujillo, quien busca a cuatro hermanos, desaparecidos en 2008 y 2010, y Mario Vergara, quien busca a un hermano desaparecido en 2012, trabajó en campo, rastreó cuerpos, interactuó con tecnologías, reconoció las emociones percibidas frente a una fosa, asimiló con escepticismo lo dicho por una institución; supo sobre derechos de víctimas, comprendió que las “autoridades” están obligadas a seguir protocolos; dejó de lado el temor a “salir a buscar”. 

—Cada vez que se solicita una brigada es para visibilizar lo que está pasando, para decirle al gobierno, mira, un puñado de gente a la que no le pagas trabaja más que a los que les pagas. Lo hacen en días, tú tienes todo el año y no lo haces.

Después de la primera brigada estatal, en la cual se halló una osamenta, las actividades de los colectivos aumentaron. Hicieron búsquedas de campo de jornadas amplias bajo el sol del desierto bajacaliforniano, en el cenit continuo, sin consentir sombra alguna, contra un viento que puede parecer un peso invisible, humo de fogata continua. Pero llegó 2020, la pandemia, cuatro meses sin rastreos.

—A pesar de la pandemia no pararon las desapariciones.

Esa inevitable situación impulsó a salir en julio. Las buscadoras de Una nación buscando T se vieron obligadas a hacerlo con algunas compañeras enfermas de Covid-19, sin acompañamiento de la policía o dependencias relacionadas con la seguridad. Como trabajaban en espacios abiertos, las distancias de rastreo eran amplias, así trataban de mantenerse alejadas. Además, la remoción de tierra debía hacerse, y se hizo con guantes, lentes, cubrebocas, ropa gruesa. La indumentaria, aseguró Angélica, evitó mayores contagios.

En 2020 se hizo la Segunda brigada estatal. 400 restos óseos, dos osamentas completas y una persona con vida fue el resultado. El esposo de Angélica participó. Para la tercera, encontraron tres personas con vida y seis cuerpos: dos sin identificar en el forense y cuatro en trabajo de campo.

Angélica se demoró en comentar la reciente muerte de su esposo. Tomó una pausa en la charla y lo dijo rápido, con un tono de voz bajo. No se permitió hablar mucho sobre ello. A continuación, retomó la conversación. Su voz volvió al tono de su historia.

En 2020 y 2021 los colectivos encontraron personas con vida. Algunas eran originarias de otros países. De allí se tejió la idea de conformar una brigada internacional. La jornada sería una manera de acceder a México sin tanto preámbulo de oficina y permisos migratorios. Facilitaría trasladar casos de lo estatal a lo federal, lo cual, aseguró Angélica, sería una ventaja para las madres al poder dar seguimiento desde sus hogares.

A la gran mayoría de personas migrantes desaparecidas se les cataloga en desapariciones en tránsito. La Fiscalía atiende un número menor de estos casos y son pocos los reportados, como lo hicieron Luz Dary y Ana Ruth. Ellas fueron parte de los 200 integrantes de la Brigada internacional de búsqueda. Su ensamble se originó a finales de 2021: su ruta, los estados de Sonora (Hermosillo, Nogales, Puerto Peñasco y San Luís Río Colorado) y Baja California (Mexicali, Tecate, Rosarito y Tijuana). La fecha: 16 de febrero – 4 de marzo. Una fecha premeditada, ya que el clima en esos tiempos es soportable para cualquier ser vivo. Si hubiera sido entre julio y agosto, digamos, las vestimentas parecerían pesar como si estuvieran hechas de plomo y la suela de los zapatos derretirse.

La activista hondureña Ana Enamorado fue quien permitió la comunicación con mujeres de otros países. Ella vive en Ciudad de México y fundó la Red regional de familias migrantes. Busca a su hijo Oscar Antonio López Enamorado, desaparecido en el estado de Jalisco el 19 de enero de 2010. A través de sus contactos se estableció comunicación con rastreadoras de Perú y Centroamérica, conformando un grupo de siete personas extranjeras. La primera en ser aceptada fue Ana Ruth. Angélica ya tenía conocimiento de ella por el caso de su hijo. A Luz Dary la vincularon a través de la Red de enlaces nacionales, compuesta por 141 organizaciones. El resto de integrantes eran de México.

Los puntos de trabajo donde pudiera haber una fosa clandestina, se identificaron al investigar las zonas de movilización migrante hacia Estados Unidos. También la decisión dependió del costo de una jornada por día. Según Angélica, el dinero invertido en la brigada estuvo entre pasó el millón de pesos mexicanos. ¿En qué se fue? En establecer la seguridad, mantener protocolos de protección, tramitar y solicitar documentos migratorios, comprar pasajes de avión, abastecer de gasolina el transporte, tener los equipos adecuados, establecer las pruebas de ADN, solventar las comidas para las personas vinculadas.

—Cuando hay una brigada obligas al Estado a hacerse cargo de la búsqueda, del alimento, de los combustibles, de las herramientas, del transporte.

Es la presión, resaltó, porque en la brigada hubo especialistas en derechos humanos y familiares conocedores de leyes. Quienes apenas están aprendiendo lo hacen de quienes ya han trazado cierta experiencia, y eso evidencia las falencias de los gobiernos.

—Nos los desaparecen el crimen organizado, los amigos, los familiares, pero también el gobierno, la administración, los trámites burocráticos. Porque encontramos 300 y se regresan a casa 100 y los otros se quedan en administración del gobierno a falta de ADN, de antropólogos, de equipo especializado, mandando cuerpos a la fosa clandestina.

Parte de esa negligencia es la manera como los colectivos conocen los casos: llamadas anónimas que pueden provenir de quien ejecutó la desaparición. Atender estas llamadas es un paso en la labor. A veces son datos falsos. No obstante, saber si en un lugar determinado no hay una fosa significa identificar un espacio donde no se debe insistir.

También está la búsqueda en vida. Ana y Luz Dary optaron por esta posibilidad. Angélica dijo que se hizo por medio de peticiones de ingreso a reclusorios y caminando las calles. El trabajo en las cárceles tiene doble impacto, ya que se pone a prueba una pista y se habla con posibles informantes.

También se recolecta información. Así pasó en Tijuana. Las madres aprovecharon su visita a la penitenciaría y al solicitar las fotografías de aquellas personas que fueron trasladadas o puestas en libertad, armaron un listado con más de 300 nombres. Ese listado se difunde por los perfiles en plataformas sociales de los colectivos.

—La búsqueda en vida da resultados en lo presente y en lo futuro. En el presente haces el contacto con el familiar. En el futuro porque todas esas fotos y nombres que miramos se suben, y a la semana o días hay resultados. Es donde sigue habiendo positivos.

Para Angélica, Luz Dary fue una de las buscadoras más identificadas por la bandera colombiana que llevaba como capa. Aunque ya eran los últimos días de las jornadas (principios de marzo) y los ánimos poco a poco disminuían. A pesar del “agotamiento” y la “tristeza”, la Brigada halló nueve cuerpos y cuatro personas con vida, así resumió las dos semanas de jornada Cecilia Delgado Grijalva, de Buscadoras por la paz, otro colectivo vinculado.

Ana Ruth fue quien mayores logros tuvo entre las madres extranjeras. Desde Sonora comenzaba a escuchar posibles paraderos de su hijo. En Tijuana dio con algunas pistas, pero quedaron en el aire. El tiempo era poco, solo cuatro días en la ciudad fronteriza y le faltó descartar lugares donde pudo estar Rafael.

Ana espera volver a México, al igual que Luz Dary. Cuando les pregunté si se animaban a intentarlo de nuevo, no dudaron en sus respuestas. Pero Angélica dijo que, de hacer una segunda brigada internacional, se haría en los estados de Chihuahua y Tamaulipas. Buscarán integrar familiares de diversos países que no participaron en la primera. Ya tienen algunas madres y padres con casos de desaparición en esa región. Desde lejos preguntan y se aferran a las señales de vida.

___________________________

Nota de investigación:

Para la composición de esta crónica se usaron datos del sitio web Desaparecer en Baja California, proyecto del equipo de Elementa DDHH.

También se llevaron a cabo diferentes lecturas de los registros de la Comisión Nacional de Búsqueda en México y se revisaron los trabajos periodísticos del portal A dónde van los desaparecidos, en especial el proyecto de podcast Camino a encontrarles: Historias de búsqueda.

Por otro lado, se indagó en el sitio web del Movimiento por nuestros desaparecidos en México, consultando las siguientes guías:

¿Qué hacer frente a la desaparición de una persona?, elaborada en 2021 por la organización IDHEAS.

Caminos para la búsqueda en vida, saberes y experiencias de familias y colectivos, elaborada en 2020 por el Grupo en investigaciones en Antropología Social y Forense (Giasf) y Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz).

Se consultó el dossier Desaparición de personas en el mundo globalizado: desafíos desde América Latina, publicado en 2020 por la revista Íconos N.67 de Flacso, Ecuador, y se tuvo en cuenta el libro Drama social y política del duelo de los familiares de desaparecidos en el marco de la Guerra contra las Drogas, una investigación de Carolina Robledo Silvestre, publicada por El Colegio de México en 2017.

Nota del autor: Agradezco a Luz Dary Calderón Zuluaga y Ana Ruth Cuellar por el tiempo permitido para compartir sus historias de lucha y resistencia en la búsqueda de sus tesoros. También agradezco a Angélica Ramírez por su amabilidad y apertura para conocer sus experiencias como integrante de Una nación buscando T. Toda mi admiración.

Suscripción

LATE es una red sin fines de lucro de periodistas que cuentan el mundo en español