El Mar Menor, una laguna salada que lucha por sobrevivir
El Mar Menor, una laguna situada en el sureste de España, ha sufrido una grave degradación debido a años actividades humanas, principalmente agricultura intensiva y el turismo masivo. Esta situación ha convertido a la laguna en un símbolo de la lucha medioambiental por los derechos de la naturaleza.
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Con las primeras luces del día, la laguna se llena de aves. Gaviotas, garzas, cormoranes… Solo se oye el canto de los pájaros y su aleteo. Una bandada sobrevuela el agua mansa, que los refleja como un espejo. Al fondo, los primeros rayos de sol comienzan a intuirse detrás de los altos rascacielos de La Manga. Dentro de un rato, cuando sople levante, la luz que ahora tiene reflejos rojos y azules mostrará un agua turbia. Algas verde oscuro flotando y fango en las orillas nos recuerdan que este trampantojo de paraíso es el Mar Menor, la mayor laguna salada de Europa.
Son las nueve de la mañana e Isabel Rubio ya se ha leído toda la prensa del día. Esta profesora de inglés jubilada es una de las personas que más pendiente está del estado de la albufera, uno de los principales destinos turísticos de la Región de Murcia, en el sureste de España.
Con 135 km² (su tamaño original se redujo cuando se construyeron playas artificiales), temperaturas extremas y una salinidad mayor que el Mar Mediterráneo, el Mar Menor tiene un ecosistema propio que se ha visto muy dañado en los últimos años.
Isabel va explicando las características de este interesante lugar como quien habla de la historia de su familia, solo que, en vez de tíos y primos lejanos, aquí habla de islas, caballitos de mar y especies invasoras.
—Si a mí me quitan el Mar Menor me muero. Me duele tanto. ¿Cómo hemos podido destruir esto tan bellísimo? ¡Cómo ha podido la fuerza del dinero frente a la preservación de la belleza! Isabel se emociona cuando responde, lo mismo que todas las personas con las que hablo y les hago la misma pregunta: ¿qué es para ti el Mar Menor?
Junto con varios compañeros, Isabel forma parte del Pacto por el Mar Menor. La asociación nace en el año 2015 con la finalidad de informar a la gente y generar presión a propósito del deterioro del Mar Menor, a la vez que busca crear puentes entre políticos, administración y ciudadanía. Acompañada de los grupos ecologistas, Pacto por el Mar Menor ha sido una pieza clave para dar a conocer la degradación de este ecosistema al público, tanto a los propios vecinos de los pueblos ribereños afectados, como en el Parlamento Europeo donde han ido en varias ocasiones a denunciar la situación.
La degradación de la laguna por la construcción masiva y el turismo durante las últimas décadas era evidente. No obstante, toda la presión que recibía, el Mar Menor seguía resistiendo, en un equilibrio cada vez más tenso. Hasta que no pudo más y colapsó.
El problema es muy complejo, abarca múltiples frentes y no tiene una única solución. Tampoco ha sido imprevisible. Llevaba años fraguándose, fruto de una presión urbanística y turística desenfrenada, los cambios en el ecosistema por la apertura de canales para que pudieran entrar barcos de mayor calado, la mala gestión de los residuos urbanos y desechos mineros, además de una ganadería y agricultura intensiva sin ningún control en la gestión de residuos y aguas contaminadas.
Aunque científicos y expertos avisaban del desastre, no se hizo nada. La inacción de las administraciones responsables y el “dejar hacer” durante varias décadas, hicieron crecer por toda la cuenca del Campo de Cartagena pozos ilegales y desalobradoras que, con sus vertidos llenos de nitratos y salmuera que se tiraban a las ramblas, acabaron por contaminar las aguas de la laguna y del acuífero subterráneo.
En apenas unas décadas, lo que era una laguna hipersalina con un ecosistema excepcional cambió por completo. Sus aguas transparentes llenas de flora y fauna, en el año 2016 se volvieron verdes, en un momento que se conoció como “la sopa verde”. Isabel explica de forma didáctica en las charlas que realiza ese proceso de eutrofización de la laguna con fotos y gráficos, haciendo que el público se familiarice con el término.
—Si el agua tiene un exceso de nutrientes, se produce un aumento de las microalgas. Hay un desarrollo muy grande, porque estas microalgas consumen mucho oxígeno, creciendo de una manera brutal. Crecen tanto que el sol no puede bajar y no permite que las praderas de algas hagan la fotosíntesis.
Pero la degradación acababa de empezar. El día de El Pilar de 2019 se produjo la primera gran mortandad de peces, cuando aparecieron más de 3 toneladas de peces y crustáceos muertos en las playas de San Pedro del Pinatar, al norte de la laguna. En agosto de 2021, en plena temporada de verano, se repitió el episodio pero esta vez en La Manga: 4,5 toneladas de peces murieron por la falta de oxígeno del agua. Las imágenes son dantescas y tristísimas.
Desde entonces, el Mar Menor agoniza.
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Los peces muertos no llegaron a Los Urrutias, pero la suya es una historia de dejadez y abandono ligada a la decadencia del Mar Menor. Por su situación geográfica, este pueblo recibe todos los vertidos que llegan a la laguna por la cercana rambla del Albujón. Además, por varias construcciones el agua queda estancada en algunas zonas de la playa. Los fangos negros, la recomendación de no bañarse, el mal olor y las plagas de mosquitos son parte cotidiana de los últimos veranos en este lugar, una playa familiar donde el agua apenas cubre.
A pesar de que hay zonas donde alcanza los 7 metros, una de las características del Mar Menor es su poca profundidad: se puede andar durante centenares de metros y el agua apenas llega a la cintura. En la orilla de Los Urrutias el mar parece transparente, pero al fijarse bien se ven zonas negras.
—Si te metes, te hundes— avisa Ana Pineda, la presidenta de la Plataforma de Los Urrutias.
Es una mañana fría de invierno y los servicios de limpieza de la comunidad están quitando las algas de las playas. Grupos de 6 personas armadas de rastrillos y botas hasta la rodilla trabajan de 7h a 15h, todos los días, sacando kilos y kilos de caulerpa prolífica. Van poniéndolos en montones que luego un tractor retira.
La misma imagen la veremos en el vecino pueblo de Los Nietos. Parece que las desgracias se ceban en esta zona. Ambos municipios fueron los principales afectados, junto con Los Alcázares, de fuertes riadas y lluvias torrenciales en el otoño de 2019.
Ana Pineda explica que todos sus recuerdos de la infancia son en el pueblo y en la playa. Que aquí conoció a su marido y que aquí se casaron.
—Esto es una tristeza absoluta para los que tenemos un arraigo importante. El Mar Menor es nuestra vida. A nivel afectivo nos ha tocado mucho a todos.
Muy poco se parece el Mar Menor actual a aquel que cantaba Carmen Conde en sus poemas.
Palmeras en bandadas, algarrobos,
olivos y almendrales, los granados
amparan al que come de las aguas,
mezclando sal del mar a oscuro aceite.
Los algarrobos, olivos y almendros se han cambiado por interminables campos de lechugas y melones que irán a parar en su mayoría, a los estantes de supermercados extranjeros. Campos trabajados por mano de obra inmigrante, que son los que ahora alquilan las viviendas en las que los locales no quiere vivir.
Desde el mostrador de su bodega, Severo Sánchez explica que fue presidente de la asociación de vecinos del pueblo durante 8 años. En las estanterías hay botellas de vinos y diferentes tipos de bebidas alcohólicas. También hay toneles con vino a granel y una máquina de tabaco que tiene que activar cada poco con un mando a distancia. Un silencioso gato naranja dormita acurrucado en su cesta, ajeno a las preocupaciones de su dueño. Cuando Severo habla, mezcla la frustración de sentirse engañado por los políticos con las ganas de hacer cosas para cambiar la realidad. Incluso llegó a plantear cambiar el nombre del pueblo por “Los Olvidados” con la esperanza de llamar la atención sobre la situación. Porque si la gente no se puede bañar, ¿para qué va a venir a esta zona?
—Cuando conocí a mi mujer, ella vivía aquí en Los Urrutias. Yo me enamoré de ella porque primero me enamoré del Mar Menor. Esta laguna para mí es mi vida, mi pasión.
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Isabel recorre el paseo de Los Nietos señalando las antiguas casitas de los pescadores. A sus 72 años, los recuerdos de sus primeros veranos fueron allí, en una infancia de los años 50 y 60 que hoy cuesta imaginar.
—Yo conocí el antiguo club náutico de Los Nietos, y recuerdo pasar nadando por debajo del puente de madera. Junto al puente del actual, de hormigón y cemento, solo hay agua estancada, algunas cañas y barro.
Cinthia Quintana tiene 39 años. Y, aunque nació en Paraguay, lleva 12 dedicada a la pesca en Los Nietos. Con dos hijas adolescentes, apenas se le nota una barriga incipiente. Para el verano volverá a ser mamá.
—Mi marido es pescador y al final yo me he vuelto pescadora, se justifica, explicando su vínculo con un oficio que en la zona se vive de padres a hijos.
Los pescadores son uno de los principales colectivos afectados, con unas 100 familias dedicadas a la pesca en el Mar Menor. Cinthia tiene su barco en el puerto de Lo Pagán y desde el otoño de 2022 están saliendo al Mediterráneo a faenar porque en la laguna no encuentran nada. Además, se queja de que el precio de la pesca del Mar Menor ha bajado mucho.
Esta mañana ha soplado viento del maestral y el mar está ondulado. Sin embargo, el agua en Los Nietos prácticamente no se mueve.
—La laguna lleva mucho tiempo dando un grito de socorro. Se notaba desde hace años que lo que es el fondo del mar se pudría, salía fango negro. Para mí el Mar Menor es una fuente de trabajo. Dependo de esto. Y en el futuro seguiré dependiendo de la laguna. Me daría mucha tristeza que desapareciera.
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“Adivina adivinanza, tiene cola de mono, cabeza de caballo y es un pez, ¿qué animal es?” Con esta pregunta Isabel se dirige a los niños en las charlas que da en los colegios para presentar al caballito de mar, una especie que aquí todos asocian con el Mar Menor porque era muy frecuente verlo en las orillas. Había infinidad de ellos.
La última vez que Isabel vio un caballito de mar en el Mar Menor fue en 2018. La asociación Hippocampus, que realiza un recuento de esta especie, estima en menos de 1000 ejemplares los que quedan en toda la laguna.
Entre acuarios llenos de corales, peces de colores, almejas gigantes y otros animales subacuáticos, pasa los días Emilio Cortés. Es el director técnico del Acuario de la Universidad de Murcia y parte de su trabajo es, como dice cariñosamente “criar bichos”. Desde el Acuario están desarrollando un banco de especies con la idea de que no se pierdan definitivamente animales emblemáticos del Mar Menor como los caballitos de mar o las agujas mula. En tanques que imitan las condiciones reales de la laguna, hibernan centenares de estos peculiares peces en diferentes etapas; algunos son tan pequeños que cuesta verlos a simple vista.
—Somos muy serios con esto. En concreto con la población del Mar Menor tenemos un cuidado brutal.
Lo ideal sería que las poblaciones de la laguna se recuperaran por sí solas y no hiciera falta el banco de especies. Sin embargo, el trabajo está sirviendo para conocer mejor y obtener datos muy interesantes de especies como la nacra.
Parecido a un mejillón pero más grande, este animal se encuentra en situación de peligro crítico: se estima que por la acción de un parásito ha desaparecido más del 98% de la nacra en el Mediterráneo. Apenas quedan en algunas zonas concretas y el Mar Menor es una de ellas.
Emilio y su equipo están inmersos en el reto de conseguir reproducir la especie en cautividad para poder reintroducirla cuando la situación mejore.
—Aquí nos acostamos soñando con nacras, bromea.
Emilio habla de guttulatus, syngnathus o caulerpa con la familiaridad del que usa los nombres científicos constantemente. A veces corrobora lo que cuenta sacando el móvil y mostrando una foto, como un padre orgulloso de los progresos de su hijo. La luz de la sala, con las bolsas de fitoplacton verdes, amarillas y marrones junto con el rumor constante del agua de los acuarios dan la sensación de estar dentro de uno de ellos.
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Para comprender lo que significa el Mar Menor, basta con hacer memoria de los recuerdos de la infancia. Sentada en un sofá a rayas verdes y azules en su casa de La Manga, Isabel va pasando las páginas de un viejo álbum de fotos. En blanco y negro, hay varias de ella muy pequeña: una niña de pocos años en bañador en la playa, otra jugando en el mar y en otra se la ve junto a unas casas de pescadores en la orilla. En todas sonríe, con cara de felicidad. Escrito con boli se lee “alma de sirena”. La fotografía es una parte importante en su actividad de divulgación, sobre todo desde que sus antiguos compañeros le regalaron al jubilarse una cámara subacuática. Llegó a reunir tal volumen de material que se decidió a abrir un blog. Con un contenido didáctico y lleno de imágenes, esta web es una fuente de información continua para muchos amantes de la flora y fauna de la laguna costera.
En 1970, recuperándose de la tuberculosis, se dedicó a escribir comentarios a las fotos del álbum familiar, que hoy mira con cierta nostalgia.
—Yo me pongo las gafitas, mis aletas y por las calitas cristalinas del Mediterráneo soy muy feliz. Y cuando me meto en el Mar Menor y veo cosas interesantes, voy identificándolas. Esto es para mí un estímulo intelectual. Ahora me siento mucho más viva que cuando estaba trabajando.
Acompañada siempre de su cámara de fotos, en verano es frecuente verla con el kayak, pendiente de cualquier signo de alarma en la laguna.
A pesar de que ahora está gravemente contaminado, las aguas del Mar Menor tradicionalmente han tenido propiedades terapéuticas. Carmen López es un ejemplo de ello.
Como si de una curación milagrosa se tratara, explica que hacer unos ejercicios en el agua del Mar Menor y tomar un poco el sol a diario fue la clave para reducir (y prácticamente curar) su osteoporosis y fibromialgia, junto con un brote de morfea, una enfermedad rara que sufre en la piel.
Lo cierto es que el sonido del mar arrulla y relaja y que, a pesar de que se ha reducido la salinidad, el agua del Mar Menor sigue teniendo una mayor concentración de sales y minerales respecto el Mediterráneo.
—El Mar Menor siempre ha sido una medicina natural, lo que pasa es que en esta región no lo han sabido vender.
El agua está fría, pero Carmen no tiene problema en quitarse los zapatos y meter los pies. Hace sol y llega un olor a salitre suave. Mientras paseamos por la playa de Los Alcázares, repite varias veces que el Mar Menor ha sido su remedio y que le ha devuelto las ganas de vivir.
Vestida con una camiseta negra con el lema Mar Menor Vivo. Vertido Zero y la silueta de un caballito de mar, lleva también un pendiente de este animal en su oreja derecha. Carmen estuvo bañándose hasta que la situación empeoró y ahí cambió su papel de paciente por el de activista, formando parte de un movimiento ciudadano que se llamó Banderas Negras. Movidos por la desesperación de ver su Mar Menor muriendo, vecinos y veraneantes de los pueblos costeros se unieron para organizar marchas simbólicas, llamar a expertos que explicaran la situación y principalmente, apoyar propuestas que revertiesen el deterioro. A través de diferentes asociaciones e iniciativas, la movilización ciudadana ha sido vital para dar a conocer el problema y presionar a las administraciones.
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Una idea innovadora. Una concepción de justicia ecológica. Una líder capaz de sumar a la gente en plena pandemia. Una propuesta de Iniciativa Legislativa Popular (ILP). Más de 640 mil firmas recogidas. Una ley que da derechos a la laguna. Una vía para rescatar al Mar Menor.
Lo que Teresa Vicente y Eduardo Salazar han conseguido como impulsores de la ILP no ha sido solo darle personalidad jurídica al Mar Menor, sino que han abierto un camino en la protección de la naturaleza.
La norma, pionera en Europa, supone otorgar a la albufera derechos para su protección. Con un importante papel de los científicos, se han previsto una serie de comités que serán encargados de gestionarla, como si fueran el consejo de administración de una empresa.
—Tanto el ecocidio del Mar Menor, como la ILP y la ley 19/2022 han sido dos caras de la misma moneda. El ecocidio lo hemos visto todos y no hemos sido capaces de reaccionar hasta que no vimos la mortandad de peces. Pero la vuelta a la tortilla que le hemos dado, creo que no se ha visto en ningún lado— explica orgulloso Eduardo Salazar, abogado ambientalista.
La idea nace de la profesora de derecho Teresa Vicente, como va contando Eduardo desde su despacho en el centro de Murcia.
—Ella siempre está hablando en sus clases de cambiar la relación de los seres humanos con el medio ambiente.
Lo que parecía una idea utópica comenzó a desarrollarse y a contar con el respaldo de muchas personas, a pesar de encontrarse en plena pandemia de COVID19. Una de las principales dificultades fue conseguir las 500 mil firmas necesarias para presentar la propuesta al Congreso. Luego la tramitación parlamentaria de la ley. Y todas las objeciones y reticencias por parte de muchas voces que no acababan de entenderla. Sin embargo, lo consiguieron. Y la Ley 19/2022 es el fruto de ese sueño.
De forma paralela, a nivel estatal y regional se han planteado una serie de actuaciones y medidas prioritarias para recuperar el Mar Menor. Se proponen abordar e intervenir en las causas del problema para que la situación mejore, aunque poner de acuerdo a las partes implicadas sea un reto por su complejidad.
—El proceso de la ILP ha sido precioso, para vivirlo y contarlo. Y precioso porque la identidad y la espiritualidad con que la gente vive aquí la relación con el Mar Menor ha sido muy potente. Esto es una cuestión de identidad nuestra en Murcia (…) El Mar Menor tiene una potencia que no podemos imaginar. Sigue vivo, todavía hay transparencias en verano. Si fuera pesimista hubiera cogido las maletas y me hubiera ido. Tengo esperanzas. Yo pienso que se va a recuperar, creo que es lo que debo hacer. Donde debo y quiero estar— afirma el abogado.
Que la naturaleza sea sujeto de derechos se ha dado en muy pocas ocasiones en el mundo —aclara Eduardo. Principalmente se ha producido en Latinoamérica, donde dos de los principales referentes son el río Atrato en Colombia o la Constitución de Ecuador. En Nueva Zelanda el Parque Nacional Te Urewera y el río Whanganui, en India el río Narmada… y algunos ejemplos más en el continente americano, pero vinculados casi siempre a zonas indígenas. Desde el otoño de 2022, el Mar Menor entra a formar parte de esta exclusiva lista.
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Por la noche, me llega un mensaje de Isabel al móvil.
—Creo que no te dije que mis últimos años los querría pasar en Los Alcázares mirando el Mar Menor.
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Este reportaje se ha realizado con el apoyo de Internews’ Earth Journalism Network.
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