| enero 2023, Por Marcela A. Martínez

Argentina, 1985: El tiempo de los hijos

«Las víctimas de la espera»[i]

Antonio Di Benedetto

Es la noche del lunes 10 de octubre de 2022. Una larga fila de público intenta conseguir entradas en la boletería del complejo Cinema Paradiso de La Plata. La sala está tan repleta que mi compañero y yo tenemos que sentarnos separados. Desde que se estrenó Argentina, 1985, del director Santiago Mitre, el éxito de taquilla es abrumador. El filme sobre el histórico Juicio a las Juntas realizado por los jueces de la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Capital Federal puso en el banquillo de los acusados a los nueve excomandantes en jefe de las cúpulas militares que usurparon el gobierno desde el 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre de 1983. Se les imputa haber llevado a cabo un plan sistemático de desaparición forzada de personas y exterminio en todo el país durante un régimen calificado de «terrorismo de Estado».

La película hace eje en la participación del fiscal de cámara Julio César Strassera, un funcionario gris impelido a ser el acusador de los militares en ese juicio, y la del colaborador, nombrado fiscal adjunto, Luis Gabriel Moreno Ocampo. A Strassera se le reprocha su pasividad durante los años de dictadura cuando ocupó otros cargos. Pero, a medida que la trama progresa, el personaje de Strassera gana en carnadura: le toca estar en el lugar y el momento indicados para quedar en la historia como el «fiscal de la democracia». Moreno Ocampo, de treintipico, proveniente de familia de estirpe militar y reciente incorporación, carece del dilema de tener que lidiar con el pasado. Inteligente, propone con mirada de estratega un equipo de trabajo con jóvenes sacados de otros estamentos ante la falta de compromiso del funcionariado de carrera judicial. También, el filme visibiliza las presiones a las que estuvieron sometidos, las amenazas sufridas, las tensiones en la propia estructura gobernante. En fin, recorre aquellos años de la democracia incipiente, aún débil, que decide llevar a cabo ese juicio icónico.

Fiel a la autolimitación del título, se concentra en la Argentina de ese año y en ese juicio en el que resultaron condenados a pena perpetua Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, mediante la sentencia dictada el 9 de diciembre de 1985. Los momentos más emotivos son los testimonios de las víctimas, desgarradores y de enorme valentía.

Algo de lo previo y lo sucedido post 1985 apenas insinuado en unas placas. Así, la atribución de competencia a los propios militares para que enjuiciaran a los excomandantes con apelación ante la referida Cámara Federal o la posibilidad de avocación si aquellos no cumplían tal cometido como efectivamente sucedió. El valioso trabajo de la CONADEP –Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas– creada por Alfonsín. Sobre el final se destaca que a pesar de las leyes de impunidad que marcaron los años venideros, el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia no se detuvo.

El clímax de la trama se da cuando Strassera (Darín) pronuncia el célebre cierre de su alegato: «Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: “Nunca más”», y la gente estalla en aplausos.

Nos vamos conmocionados por los recuerdos tan vívidos de ese comienzo de la primavera democrática. Pensando en las oportunidades perdidas y en lo que falta. Entonces recordamos la historia de Laura Manzo y de su hija Paula, quien sigue esperando que se haga justicia.

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Paula tiene 53 años. Es empleada pública y fotógrafa en investigación documental. Nació en Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. Laura Manzo la tuvo con apenas dieciséis años. Al principio vivieron en casa de sus abuelos maternos radicados en ese extremo de la Patagonia austral. Como su mamá era militante social pronto se mudaron a una villa de emergencia en Comodoro Rivadavia por casi un año. Desde ese lugar Paula veía algo que a sus cinco le parecía una montaña. Era el Chenque, una especie de cerro amesetado. Después se trasladaron a Bahía Blanca. En esa ciudad Paula cursó el primer año de la escuela primaria en dos establecimientos distintos. El pase a la clandestinidad de la actividad de Laura conllevaba entre otras cosas mudanzas transitorias. Eran muy compinches. Cuando esa mañana se llevaron secuestrada a su mamá de casualidad no estaba con ella sino en la casa con Pepe, el compañero de su madre. Luego viajaron sus abuelos desde Río Gallegos para tratar de dar con el paradero de su hija y hacerse cargo de la nieta. Pero su abuelo Polo debió retornar enseguida a Santa Cruz porque también habían detenido a su hijo mayor. A partir de entonces Paula pasó a vivir con ellos. Sus abuelos se ocuparon de su crianza, de que concurriera al colegio, de todo. Al recuperar Laura la libertad, ya instalada la familia en Quilmes, provincia de Buenos Aires, frente a la inseguridad que le generaba el minucioso y constante seguimiento sobre ella y su familia, se exilió con su hija en Bélgica. Era 1982. Hacia allá marcharon Paula con trece años y Laura con treinta. En 1986 retornaron al país.

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La mañana del 29 de diciembre de 1975, alrededor de las 6:15 horas, Laura Manzo, junto con María Emilia Salto y Daniel José Bombara, es secuestrada en cercanías de calle Santa Cruz y Bravard de la ciudad de Bahía Blanca, por personal del Comando Radioeléctrico de la Policía de la provincia de Buenos Aires, por orden del Comando V Cuerpo de Ejército. Las tres víctimas militaban en la Juventud Peronista.

Mientras los meten en el patrullero les hacen poner la cabeza abajo y les vendan los ojos. En el trayecto los pasan a una camioneta o camión. El viaje culmina en las afueras de la ciudad. Creen que estuvieron en el Centro Clandestino de Detención conocido como “La Escuelita”. Los tres fueron brutalmente torturados.

Laura tenía 23 años. Desnuda la atan de pies y manos en una cama de metal. Le aplican picana eléctrica en muslos, antebrazos, tobillos, rodillas, genitales, senos. En algún momento la cuelgan. Eso le deja secuelas en los tobillos. Se notaba cuando caminaba.

Durante las sesiones de torturas, Laura y María Emilia escuchan desde sus celdas lo que les hacen a otros detenidos. Destacan el particular ensañamiento con Daniel Bombara. Ese día los torturan sin parar. Al siguiente los sacan y los reparten en distintos lugares. Saben que Daniel está muy mal. No logra sobrevivir. Muere el 2 de enero. No se supo del paradero del cuerpo de Bombara hasta que carbonizado y politraumatizado fue ubicado en una tumba sin nombre en un cementerio del partido de Merlo e identificado en el 2011 por el equipo de Antropología Forense (EAAF).

―Cuando mis abuelos estuvieron en Bahía Blanca recorrieron distintas comisarías donde les negaban toda información sobre mi mamá. Mi abuela Cata contó que tal vez en una de esas se apiadaron de su desesperación, porque le dijeron que estaba ahí. Aunque no le permitieron verla, preguntó si podía alcanzarle algo y le indicaron que la detenida quería agua tónica. ―Era lo que más le gustaba a mi vieja. Eso confirmó su paso por la comisaría Segunda.

El 7 de enero de 1976 consta el ingreso de Laura Manzo a la Unidad Penal Nº 4 de Bahía Blanca comunicado al V Cuerpo de Ejército mediante oficio «estrictamente confidencial y secreto». El 25 de febrero la trasladan al Penal de Olmos, una cárcel de mujeres en La Plata. En septiembre, por orden del mismo comando militar reingresa a la Unidad de Bahía Blanca. El 14 de diciembre la destinan con María Emilia Salto, con quien comparte ese periplo, y otras quince mujeres, a la Cárcel de Villa Devoto de capital federal. Allí permanece hasta su salida bajo el régimen de libertad vigilada según el Decreto N° 802/1981. Finalizada la guerra de Malvinas, una vez que deja de estar a disposición del PEN, parte con su hija al exilio.

Cárcel de Devoto. Foto de Paula Blaser Manzo.
Cárcel de Devoto. Foto de Paula Blaser Manzo.

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Son las ocho de la noche del último domingo de octubre de 2022. Hace frío y llueve. No parece primavera. Hacemos una videollamada para completar las charlas telefónicas de la semana anterior porque Paula está a tope con refacciones en la casa. Esa vivienda la compró Laura con la indemnización que cobró por esos años de detención durante la dictadura militar.

―Era una casa vieja, deshabitada. Había que hacerle de todo. A mi mamá le llevó mucho tiempo reacondicionarla. Además, confiesa, le costaba mudarse. Dejar el caserón de calle Sarmiento, la casa de sus padres: Cata y Polo, a donde volvieron de regreso del exilio.

―Mi vieja se mudó a esta casa recién en el 2003. Tenía el cáncer bastante avanzado. Yo vivía en Capital, pero venía siempre los fines de semana para estar con ella. En fin, cuando falleció me instalé acá. La casa es grande, con una galería que da a un fondo con árboles.

―Y ahora la reacondicionas vos.

― Le hice una primera reforma cuando me vine. De hecho, también modifiqué el lugar de la cocina, sí eso… Y ahora bueno esta gran reforma donde hice algo que siempre quise y tuve ganas … de ponerle piso de madera. Sss de madera, bueno no es madera, es símil madera. Es algo que me gusta de las casas antiguas. La casa de Sarmiento –con mi mamá ocupábamos la planta alta, aclara– era de esas construcciones inglesas típicas. El living era hermoso, hermoso –repite. Todo con piso de pinotea, con grandes ventanales.

― ¡Qué bueno! ¿Te parece si arrancamos?

― Dale.

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Paula se arma un cigarrillo. Mientras se entrega a ese ritual con el tabaco, papel y filtro relata que su abuelo Polo, al tomar conocimiento de que Laura se encontraba detenida en la Seccional Segunda de Bahía Blanca, interpuso un habeas corpus ante el Juzgado Federal de esa jurisdicción. Desde el V Cuerpo de Ejército informaron que estaba alojada en la Unidad Carcelaria Nº 4 a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Al pasar de la comisaría a ese lugar dejó de estar en la clandestinidad.

― ¿Supiste si pasó algo más con ese habeas corpus?

―Fue rechazado, como pasaba con todas esas presentaciones. Solamente quedó claro que la habían «blanqueado».

La falta de debida tramitación de los habeas corpus fue una constante. A partir de una acordada refrendada en 1977 por el presidente de la Suprema Corte de Justicia bonaerense nombrado por el poder de facto, con motivo de un documento oficial emitido por uno de los jefes del Estado Mayor Conjunto manifestando «inquietudes» en referencia a la tramitación de los habeas corpus y solicitando la adopción de medidas al respecto, se dispuso recomendar a los jueces de instancia, de Cámaras de Apelaciones y Tribunales Colegiados de toda la provincia que «se abstengan de efectuar pedidos de informes al Estado Mayor Conjunto, relacionados con personas detenidas o desaparecidas». Ese documento luego fue descalificado «por su insanable nulidad» por la Corte de la democracia (Res. Nº 468/2006). De ese episodio y de la recuperación y desclasificación de casi 4.300 habeas corpus da cuenta Alejandra Dandan en el diario Página/12 del 9 de abril de 2006.

Por su parte, en el capítulo III del “Nunca Más”, informe de la CONADEP de septiembre de 1984, dedicado al papel del Poder Judicial en el período de desaparición forzada de personas, se reseña que, en lo que concierne al derrotero ante la administración de justicia, los familiares de tales víctimas echaron mano «a toda la gama de posibilidades que les permitió el procedimiento legal», en especial presentando ese tipo de acciones. Detalla que, a tenor de las estadísticas brindadas por los registros de la Cámara Criminal y Correccional Federal, sin contar reiteraciones de pedidos, entre 1976 y 1983 se presentaron únicamente en ese fuero de la capital federal, 8.335 habeas corpus, a los que cabe sumar otros 1.089 en los dos años anteriores al golpe de estado.

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Laura Manzo nunca pudo declarar en democracia.

―El 20 de mayo de 2009 llegó a casa una citación para que mi vieja se presentara en tribunales. Fue cuando estaban reactivándose los procesos por delitos de lesa humanidad, comenta Paula. Ese día me volví loca. Estallé de rabia, de impotencia. Justo se habían cumplido tres años de su muerte. Laura falleció el 16 de mayo de 2006.

 ―Mi abuela Cata se presentó con el certificado de defunción y se ofreció como testigo para contar lo que sabía sobre el secuestro de su hija y las torturas. Pero todo es tan lento, tan burocrático, que tampoco ella tuvo la posibilidad de testimoniar, nunca la convocaron.

Paula señala que la única vez que su mamá declaró ante una autoridad judicial fue ante el juez Madueño y su secretario, a poco más de un mes de producirse el golpe militar. Ambos le tomaron testimonio en el Penal de Olmos. En esa declaración Laura relató su detención ilegal en Bahía Blanca y las torturas que le infligieron (causa N° 29/1976 instruida por el Juzgado Federal de esa ciudad). Denuncia que pese a que obra en el expediente el acta con la firma de la detenida y la de los señalados funcionarios éstos no hicieron nada para investigar esos ilícitos.

Con todo, hubo algo inesperado: el registro de un dato clave para el juicio. Al ingresar el 6 de enero a la Unidad 4, el médico de guardia dejó constancia que Laura Manzo presentaba escoriaciones en región mamaria izquierda y pantorrilla derecha y heridas supuradas en ambos pies región posterior. Ese documento, junto con los testimonios, permitió corroborar las torturas a las que fue sometida.

Registro familiar.
Registro familiar.

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Paula, única hija de Laura Manzo, es quien declaró en el juicio en el que debió estar su madre –la víctima directa– y, ante su ausencia, su abuela.

En esa primera causa instruida para investigar los delitos que damnificaron a Laura ya hay responsables condenados. En ocasión de ese juicio, en el expediente “González Chipont”, Paula testificó el día 2 de noviembre de 2016 ante el Tribunal Oral Federal de Bahía Blanca. No fue sola. Fue con Gaby, su tía. Era demasiado fuerte estar en la misma sala en la que estaban los torturadores de su madre.

― ¿Cómo viviste esa experiencia?

 ― Yo viajé el día anterior, y cuando tenía que declarar me puse muy nerviosa. Sentía que el corazón se me salía. Sentía una gran carga. De algún modo la carga de que no me quería olvidar absolutamente de nada ni de nadie. No sólo porque estaba ahí por mí, por mi vieja, por mis abuelos, sino también dando cuenta de otros que habían estado detenidos con ella, como el caso de Daniel Bombara y lo mataron.

Cuenta que llevó para que la acompañe un collar que Laura hizo engarzar. ―Es como un medallón, que son unas flores que hacía en el penal de Devoto tallando el hueso de caracú de vaca, que lograba esconder.

Al finalizar su exposición, el presidente del tribunal le pregunta a Paula Blaser Manzo si tiene algo que agregar. Una formalidad con la que suelen terminar estos interrogatorios. En la grabación de la declaración que me mandó por mail se escucha lo siguiente:

 ― ¿Quiere decir algo más?

―Sí, quiero.

―Acérquese un poco más al micrófono por favor.

―Noooo, no soy de hablar fuerte.

―Acérquese usted. No va a poder sacar el micrófono –le señala otra voz.

―Sobre todo para los que están afuera de la sala –le aclaran.

Entonces, Paula suspira, toma coraje y dice: «Yo estoy y estuve presente acá para declarar, en parte por mí, pero fundamentalmente por mi mamá Laura Manzo, que no llegó a estar, por mi abuela, Catalina Repetto, que tampoco llegó a estar, por mi abuelo Leandro Hipólito Manzo, Polo, que tampoco llegó a estar y esto hace a los tiempos de la justicia, hace a los tiempos de la espera. Desde lo personal podría decir que estoy esperando hace 40 años que esto pase. Desde mis 7 en que se la llevaron y todo lo que seguí viviendo después. Desde la democracia puedo decir que hace 30 años que estoy esperando que esto suceda».

Hay una interrupción por unas aclaraciones y enseguida retoma. Quiere decir una última cosa y agrega lo siguiente: «… Sí, me indigna que estos señores, muchos de ellos, estén con prisión domiciliaria …. No puede ser que nos estemos cruzando en las calles con esta gente …. Realmente es indignante y hace que uno se sienta absolutamente vulnerable. … Y los años, algo que sí quiero agregar en relación con todos estos años de espera, que hoy por hoy vengan a pedir prisión domiciliaria o que apelen a la edad que tienen avanzada algunos, bien señores, háganse cargo de lo que hicieron porque en definitiva se tard[aron] muchísimos años en llegar a instancias como estas, las cuales valoro y agradezco profundamente, pero se tardaron muchísimos años. Si llegamos con ustedes ya grandes a esta altura, es porque también pudieron vivir toda una vida, impunes y libremente, pero ya no lo son más. No para la sociedad, espero que también acá, se haga justicia.… Yo a mi mamá durante años la tuve que ver a través de un vidrio sin siquiera poder tocarla …  lo mínimo es que tengan cárcel común y paguen por lo que hicieron». Mientras pronuncia estas palabras la sala de audiencias se llena de aplausos de los presentes.

―Volví a viajar a Bahía Blanca para la lectura de esta primera sentencia de condena. Esa vez llevé puesto un pulóver que le habían regalado sus compañeras del penal de Devoto. Fui porque me pareció que era una forma de hacerla llegar a mi vieja dado que ella no pudo estar. Ahora se está llevando a cabo en esa ciudad el juicio que involucra, entre otros, su caso, correspondiente a la denominada «Mega causa Zona 5».

Los procesos son exasperantemente largos –se queja Paula. Los imputados se mueren sin haber sido condenados. Las víctimas se mueren sin poder ser escuchadas. Las Abuelas de Plaza de Mayo se mueren sin haber recuperado a sus nietos.

―Ahora somos nosotros, los hijos, los que tenemos que poner el cuerpo para dar testimonio e impulsar estas causas, junto con los organismos de derechos humanos que siempre están.

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Después del Juicio a las Juntas, hubo una etapa desesperanzada por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos del presidente Menem de fines de 1989 y 1990. El primero sacado a pesar de la multitudinaria marcha realizada en su repudio. Esas políticas implicaron la paralización de las causas por delitos de lesa humanidad por años hasta recobrar impulso en 2003. A partir de allí vivimos una espera con esperanza, ante la anulación de esas leyes y la declaración de inconstitucionalidad de los indultos. Los condenados volvieron a estar condenados, debiendo reingresar a prisión para cumplir sus penas. También se reanudaron los juicios por estos delitos. Hoy persiste una espera agónica por las demoras en esos procesos.

Según el último informe trimestral elaborado por la Procuraduría de Crímenes contra la humanidad del mes de diciembre de 2022 en el país se dictaron 294 sentencias desde la reapertura de los procesos en 2006, con 1.117 personas condenadas por esos crímenes. Entretanto, se indica que tramitan en la actualidad 12 juicios, mientras que otras 62 causas se encuentran a la espera del inicio del debate y 275 están todavía en etapas previas. Fallecieron 1.036 imputados, en tanto 21 permanecen prófugos. Del universo total de personas bajo investigación, 1.506 se hallan en libertad y solamente 717 detenidas, de las cuales el 77% está con arresto domiciliario y el 30% restante con dispositivo de monitoreo electrónico.

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«No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, / no a la fuerza. / La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida…», escribió el poeta Juan Gelman Bajo la lluvia ajena.

― ¿Cómo fue el tema del exilio? ¿Por qué Bélgica?

―Terminamos en Bélgica porque la solicitud de asilo político te la habilitan los países. Y, la verdad, es que Bélgica fue el primero que respondió. Además, allá había ex-presas de Devoto. Cuando llegamos nos recibió en el aeropuerto un grupo de exiliados y gente de ACNUR. El primer tiempo hasta que pudimos tramitar todos los papeles nos acogió una pareja residente, que se había ofrecido para recibir refugiados. Ella era griega y él italiano. Unos divinos. Pronto se convirtieron en familia. Dado que los plazos de recepción son cortos, vas cambiando de casa. Luego pasamos a estar con una mujer. Recuerdo que se la pasaba llorando, no sé por qué. Cuando obtuvimos la documentación pudimos alquilar una vivienda social en las afueras de Bruselas. 

― ¿Cómo se informaban de lo que pasaba en Argentina, del regreso a la democracia?

― Nosotras nos juntábamos en la casa argentina-uruguaya, en un barcito, tipo salón. Era un lugar de encuentro para combatir el desarraigo. Recuerdo que allí escuchamos con mi vieja los resultados de las elecciones del ´83. Viniendo de crianza peronista fue muy sorpresivo el triunfo de Alfonsín. Igual era chica, tampoco tenía tanta idea de lo que había sido la campaña del peronismo en Argentina, ni del personaje de Herminio Iglesias y todas esas cosas.

Paula señala que la comunidad más grande de exiliados era chilena. Había una red de contención entre exiliados, con diversos niveles de solidaridad social y política.

― ¿Cuáles eran sus expectativas con lo que pasaba acá?

―Lo recuerdo como un momento crítico. Vivimos con entusiasmo la reinstauración de la democracia, aunque con cierta contradicción. Lo digo porque se nos caían las condiciones del estatus de exiliados al haber democracia en nuestro país. Eso nos obligaba a volver. Había muchos compañeros exiliados que consideraban que no había aún garantías para regresar a Argentina, porque uno de los decretos firmados por Alfonsín ordenaba enjuiciar a los líderes de las organizaciones guerrilleras. Como que no había certezas de con qué te ibas a encontrar.

Varios retornaron enseguida, en 1984. Otros, como ellas, un poco después, hacia fines de 1986. Lo primero que se le viene a la mente recién arribada al país fue haber participado en una marcha contra la Ley del Punto Final.

El 7 de noviembre me encuentro con Paula en casa de Gaby, su tía. Compartimos una cena por un cumpleaños. Me muestra varias fotos sobre el avance de las reformas en la casa. Se la nota entusiasmada. En el transcurso de la conversación volvemos sobre la historia de ella y su madre.

―Con esto de estar en obra y reacondicionando los espacios, días atrás, ordenando la biblioteca, encontré una publicación en francés de la época del exilio, sobre Los desaparecidos en Argentina. Le saqué una foto pensando en lo que hablamos.

Abre el WhatsApp y me enseña la imagen. Dice: Les Disparus en Argentine. Analysis d’une politique de repression. Me traduce. La nota de presentación, que es del 24 de febrero de 1983, expresa que fue realizada por militantes argentinos, articulada sobre textos originales, entre otros, de Julio Cortázar y Rodolfo Mattarollo. Como introducción está el texto de “La negación del olvido” de Cortázar, del discurso que dio en el Coloquio de París el 1 de febrero de 1981. Otro “Noche y niebla” sobre América Latina. Se tematiza sobre las desapariciones forzadas como política de la dictadura, el secuestro como método de detención, la familia como rehenes de la seguridad nacional, un capítulo dedicado a adolescentes detenidos desaparecidos, otro sobre los niños desaparecidos y el Proyecto de Convención sobre las desapariciones forzadas de personas.

―Este antecedente muestra lo mucho que se venía trabajando desde el exilio por diversos organismos como la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU), aclara Paula.

Archivo familiar. Foto intervenida por Paula Blaser Manzo.
Archivo familiar. Foto intervenida por Paula Blaser Manzo.

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Son las 6 de la tarde del jueves 23 de marzo de 2022. Es la víspera de otro aniversario del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. El salón de exposiciones de la casa de la provincia de Santa Cruz, ubicada en la calle 25 de mayo 279 de la ciudad de Buenos Aires, se va llenando de gente. Paula estrena una muestra fotográfica sobre la detención de su mamá en la Cárcel de Villa Devoto. La tituló: “La memoria que resuena en el silencio”. Las fotos fueron producidas durante dos visitas de reconocimiento a la cárcel que realizaron en 2018.

Paula cuenta a través de la fotografía sobre la privación de la libertad de su mamá por la dictadura militar. No obstante, las fotos no son exclusivamente de la cárcel, sino que abarcan un espacio más amplio: las cartas censuradas, lo que vino después en relación con los juicios.

―En esa oportunidad ingresamos con un grupo de la Colectiva de ex-presas de la cárcel de Devoto y con la gente de sitios de memoria de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, comenta Paula, que respira, vive, milita y crea con la convicción de que lo personal es además social.

―Mi vieja estuvo presa en ese lugar por seis años. Cuando salió, yo terminaba la primaria.

La característica de esa cárcel es que hubo una decisión de la dictadura militar de llevar a las mujeres presas políticas de todo el país a ese establecimiento. Concentrar a todas las detenidas en la Cárcel de Villa Devoto. El propósito era separarlas de sus familias y de sus lugares de origen bajo los lemas de “Centralización, Aislamiento, Desarraigo y Destrucción”, según puede leerse en el libro Nosotras, presas políticas. 1974-1983, obra colectiva de 112 prisioneras políticas, de ed. Nuestra América, 2019.

―Las visitas se hacían en los “locutorios”, recuerda Paula. Para 1977 se inauguró ese sistema que las detenidas intentaron repudiar, siendo severamente castigadas. Hoy no están más los locutorios, fueron levantados.

―Podíamos vernos a través de un vidrio y a una distancia de un metro o más. Había un tubo que hacía las veces de micrófono para comunicarnos. No podíamos tocarnos. No había ninguna posibilidad de cercanía. Por supuesto que escuchaban todo lo que hablábamos.

― ¿Te acordabas del lugar?

―Recuerdo perfectamente donde estaban los locutorios porque era donde tenía las visitas con mi mamá. Se produjo una anécdota curiosa y a la vez muy movilizadora cuando fuimos en el 2018 diez ex-presas y dos hijas. Tengo presente que yo tenía bien claro el camino hacia los locutorios y algunas ex detenidas no. Era lógico porque ellas estaban del otro lado: presas. Por eso no conocían ese trayecto que conectaba hacia el sector de las visitas.

En la muestra hay fotos de cartas que llevan estampado el sello de «Censurada. Decreto 2023/74», relativo al tratamiento de los internos procesados o condenados destinados a establecimientos de máxima seguridad. Una es una carta de otra interna que muestra la censura de un garabato de su niña de tres años. Las demás son fotos de cartas de Laura a su pequeña hija. Por ejemplo, agradeciéndole la visita: «Querida Paulita: qué linda fue la visita…». Otra con un dibujo de una nena que lleva flores. Gran parte de la vida de Paula está atravesada por una activa correspondencia: de cuando la cárcel de su mamá y, luego, de la lejanía del exilio con sus abuelos, tíos y primos.

Hay una foto de Paula chiquita, cuya risa franca y amplia deja ver la ventanita que se abre por dos dientes de leche de reciente caída. Al lado, una foto de la época de la libertad vigilada de Laura. Madre e hija están en la playa, sobre la arena, antes de partir hacia Bélgica. Paula ya es adolescente. Ambas fotos están intervenidas.

―Son un collage, dice Paula. Les estampé la leyenda de la citación que le llegó a mi vieja en 2009 para declarar en el juzgado de Bahía Blanca a tres años de su muerte.

En la inauguración de este ensayo fotográfico-visual estuvo Vicente Zito Lema, abogado, poeta, dramaturgo, periodista, docente. Refirió que el encuentro era importante no sólo por el día de la memoria sino por la convocatoria a una exposición de arte. Dijo: «Eso lo quiero destacar, porque he peleado siempre para que se entendiera que el arte es parte de la historia y le corresponde al arte, si se me permite, una función sacra: transformar lo siniestro en maravilloso. Eso es una declaración, pero también es una práctica muy difícil. Y aquí nos encontramos con un caso concreto de ello. Estas fotos son obras que hablan. Hay que verlas también desde ahí… Ya lo he dicho en otra oportunidad: La memoria nos hace, la consciencia nos crece y la belleza, aún trágica nos pertenece».

Cuando se llevaron secuestrada a su mamá Paula no tenía dimensión total de lo que pasaba, aunque a sus seis años ya acumulaba una experiencia infantil singular.

―Sabía que el nombre de mi mamá era el nombre de guerra y no Laura. Que jugaba a la rayuela con “Tata”, mi amiga de chica, en la puerta de la casa, para ver si unos tipos que estaban en la esquina seguían ahí, si nos vigilaban. Tenía noción de que había gente peligrosa afuera. Yo no jugaba ni hablaba con nadie en el colegio. Mis amigos pasaron a ser los hijos de otros compañeros. Mi infancia no fue igual a la de otros niños. Cuando había vuelto a vivir en Río Gallegos y estaba lejos de su mamá sin poder verla recibe una sorpresa. El 19 de junio de 1976 Laura le escribe una carta desde la cárcel de Olmos, en la que intenta explicarle a su hija las cosas por las que luchaba y por las que estaba presa. Entonces le escribe un cuento, en manuscrito y con coloridas ilustraciones, que se abre como un librito: El país de la alegría. Esa tarde en la exposición se proyectó ese cuento en formato de corto cinematográfico interpretado por niños y jóvenes: los hijos de los hijos.

Cartas. Foto de Paula Blaser Manzo.
Cartas. Foto de Paula Blaser Manzo.

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― ¿Viste la peli?

―Sí, la vi.

― ¿Qué te pareció?

―Celebro lo que dispara Argentina, 1985. Que nos pusiéramos a hablar otra vez del tema que aborda. De los juicios por los delitos de lesa humanidad. Porque hay que revisar los tiempos de la justicia y valorar el rol de los testigos, que es fundamental.

Enseguida agrega: ―Los otros días escuchaba a Pablo Llonto hablando del filme y coincido con él que no corresponde al hecho artístico pedirle… uhmm no sé, que tenga la lógica de un documental. Es cine. El director le pone su mirada. Por eso no le reclamo nada. Él tiene derecho a hacer el recorte que le parece. Lo importante es que nos permite discutir «en torno de».

Paula refiere que sintió algo paradójico en lo relativo al Juicio a las Juntas.

―Por supuesto que es un juicio emblemático en nuestro país. Justamente en la película, Norman Briski, en el papel de un personaje ficcionado (el Ruso), hace referencia a “la rendija”. A que alguien se descuida y ahí aparece un espacio que hay que aprovechar. Por eso no me cierra lo de convertir a Strassera en un héroe. Para mí hacer las cosas bien, hacer lo que había que hacer, hacer justicia, no puede devenir en un acto heroico. Hay algo de contradictorio en eso, como discurso social –digo. Como que no me va.

Hace una pausa y continúa. ―En la actualidad se hace referencia a la importancia de que los juicios siguen, pero no se dice nada de las dificultades que existen para que avancen. No todos tienen un real compromiso político-institucional con estas causas. Se demoran los trámites, hay pruebas a las que no se hace lugar. Pienso que falta un área específica para que todo eso sea más ágil. No soy abogada. Hablo de la sensación que me dejó mi experiencia. De los tiempos de la espera. De haber tenido que ir a declarar por el caso de mi vieja cuarenta años después. Tampoco se ha avanzado mucho sobre la responsabilidad de la complicidad civil del terrorismo de estado –acota.

Paula destaca una parte de la película que tiene que ver con la situación de un testigo que no quiere presentarse al juicio porque tiene miedo, siente que nadie le garantiza su seguridad.

―El tema de los testigos me parece central. Falta levantar el papel que tienen. Son los testigos los que sostienen los juicios, pese a las amenazas, a los años de espera interminables, a las formalidades y requisitorias judiciales que a nosotros nos son tan distantes. Es necesario reconocer eso. Porque sin testigos no hay juicios. Como en mi caso, cuando las víctimas directas ya no están –mi vieja se murió hace dieciséis años–, somos nosotros esos testigos. Son nuestras voces las que deben contar la historia.

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La voz de los hijos e hijas de detenidos, desaparecidos y exiliados durante la última dictadura cívico-militar implica, en cierta forma, una nueva narrativa de la memoria. Hay algo de propia experiencia y algo de aquello que se transmite de generación en generación en sus decires. A Paula, como a muchos de ellos, le tocó declarar en el juicio duplicando la edad que tenía su madre cuando fue secuestrada. La comparecencia como testigo-víctima, poniéndole el cuerpo y llevando tantas voces guardadas: la de su mamá Laura Manzo, la de sus abuelos Cata y Polo, la de los impedidos de nombrarse a sí mismos como Daniel Bombara, y la suya propia, sobre lo vivido en su niñez y adolescencia, genera una peculiar expansión de lo individual a lo colectivo. El conjunto de las voces de esta generación de hijos transfiriendo cada parte de esa memoria personal y familiar –que excede en mucho el de la declaración judicial, incluso con manifestaciones artísticas, como en el caso de Paula y tantos otros–, contribuye a modelar la memoria colectiva que es un proceso complejo en constante (re)construcción. Por eso este es el tiempo de los hijos. Como expresara Juan Gelman, la memoria colectiva es un imperativo moral y ellos están colaborando a construirla para que, frente a nuevos negacionismos, aquellas barbaries no se repitan y pasen definitivamente al reino del nunca más.

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[i]   Texto realizado en el taller de Revista Late. “Se busca una realidad. Taller de escritura de no ficción”, coordinado por Camila Fabbri y Giovanny Jaramillo Rojas, segundo semestre 2022.

 

 

 

 

 

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