Estado que olvida, madres que recuerdan y buscan

El 7 de diciembre de 2018 Lolo abraza fuerte a su sobrina y se despide con un beso de su madre, sin saber que sería la última vez que estarían juntas. La pesadilla de Alejandra en busca de su hija comenzará en la desesperación. Después elaborará un plan de búsqueda que dará como resultado una seguidilla de fracasos y violencia institucional por parte de la fiscalía y la policía.
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Alejandra
Merienda mate dulce con cascaritas de limón fresco; a veces, en vez de limón, le echa burrito o poleo que le pide a la vecina de enfrente. Hoy, sin darse cuenta, muerde un gajo, lo mastica rápido y ahoga un suspiro. Vive en un barrio teñido de verde y amarillo que resuena en las redes sociales por el cantante de cumbia 420 El Noba y el oriundo equipo de fútbol Defensa y Justicia, al sur del conurbano en la provincia de Buenos Aires. Alejandra sueña despierta que su hija, Roxana Villalba, vuelve a abrazarla y le dice que está todo bien, que no pasó nada. Pero su hija no aparece desde hace más de mil ciento dieciséis atardeceres.
El 7 de diciembre de 2018 “Lolo”, como familiares y amigos íntimos llaman a Roxana, abraza fuerte a su sobrina y se despide con un beso de su madre, sin saber que sería la última vez que estarían juntas.
La pesadilla de Alejandra en busca de su hija comenzará en la desesperación. Después elaborará un plan de búsqueda que dará como resultado una seguidilla de fracasos y violencia institucional por parte de la fiscalía y la policía.
Primero le envió mensajes a su hija a través de las redes sociales. Aunque la joven no tenía celular, Alejandra indagó con todos sus contactos de Instagram y Facebook. Nadie sabía nada.
Realizó una cadena de llamadas. Sus amigas más íntimas le escribieron y contactaron a otros conocidos. Pero nadie sabe nada de ella desde los primeros días de diciembre. Recorren plazas y lugares públicos que Roxana solía frecuentar, tanto en Varela como en Capital Federal. Pegan carteles con su foto, reparten volantes, acuden a una comisaría de Caballito para contarles y pedirles registros de las cámaras de seguridad para localizarla; los policías le dicen que solo puede hacerse con un pedido desde la policía bonaerense; dicen que no es un “caso” de su jurisdicción.

Lolo le había dicho a su mamá que iría a casa de su novio, Pablo Manson, en Caballito. Es la única pista que tenía Alejandra. Consiguió el teléfono de Manson; lo llamó. Él negó tener una relación con Roxana. Una tormenta de frío y angustia empezaba a desatarse en el interior de una madre. Una y otra vez la misma pregunta: ¿Dónde está mi hija?
La familia de Lolo recorre hospitales de todo el conurbano sur; pero ella no aparece. Saben que necesita medicación porque tuvo un trasplante hepático. Se dirigen al Hospital Argerich. Allí confirman con una recepcionista que Roxana quiso que la atendieran el 13 de diciembre; pero, al no tener un turno programado, le asignaron uno para el día 26. No asistió.
A partir de ahí no hay más rastros físicos de Lolo.
Alejandra se acerca a la Comisaría de la Mujer y la Familia de Florencio Varela para hacer la denuncia. Lejos de contenerla, las oficiales se burlaron de ella por su ropa y por el tiempo que tardó en buscar a su hija. Le dijeron que no podían tomar la denuncia, que debía dirigirse a la comisaría tercera. Allí sí la tomaron, con la carátula de averiguación de paradero; pero no dejaron asentadas de forma correcta las características físicas de Roxana; ni siquiera el dato clave: la cicatriz que lleva en su cuerpo.
La madre de Roxana investigó en quince días mucho más de lo que hizo la justicia en cuatro años. Para la policía y la justicia, ¿quién es Roxana Villalba? Un caso, una más. Pero para Florencia y Tati, íntimas amigas de Lolo, es la sensación de pérdida unida al terror de sentir que ellas también pueden desaparecer. Es una cumbia alegre que se nubla con el recuerdo de la amiga bailando al son de La Liga o El Duki. Para Florencia, es la hermana cómplice que le falta todos los días. Cada 19 de julio hay una carta de Florencia escrita con su puño y letra que trata de dialogar con su hermana en la distancia. Todas tienen el mismo remitente, y ningún destino al que enviarlas.
A Alejandra las palabras la desbordan. Sabe que su hija es “un caso” y que tiene una “causa” en la Fiscalía 4 de Florencio Varela a cargo de la fiscal Nuria Gutiérrez.
El día 9 de mayo de 2019 a las 6:49 de la mañana Alejandra lee un mensaje enviado seis horas antes desde la cuenta de Facebook de Lolo. Es solo un signo de interrogación. Nada más. El corazón le estalla, un mar de llanto azota su mañana y desea que sea el principio del camino que la llevará a su hija.
Llama varias veces por Messenger, le escribe, le pide a su hija que le dé otra señal; le dice que la sigue buscando. Nada. A las 8:00 de la mañana Alejandra está en la puerta de la fiscalía para aportar el nuevo dato. Tiene que servir, piensa. Ya no hay dudas: a Roxana se la llevaron, silenciaron su voz y coartaron su libertad.
Tanto la fiscal Nuria Gutiérrez como la abogada Viviana Garbel hacen hincapié en que probablemente Roxana se haya ido de viaje sin avisar. Toman el dato del mensaje recibido sin darle mucha importancia. Le dijeron a Alejandra que harían lo posible. Ella quiso creerlo.
Pasó un mes; luego otro, tres meses y Alejandra terminó confirmando que no habían averiguado nada.
Una tarde de mayo, luego de haber recibido el mensaje desde la cuenta de Roxana, habían golpeado a la puerta de Alejandra. Miró por la ventanita y vio a un hombre uniformado junto al patrullero. El corazón le dio un vuelco y salió rápido a recibirlo. “¿La encontraron?”. El policía negó con la cabeza y comenzó con las formalidades. Se presentó como el nuevo comisario de la Comisaría Tercera de Florencio Varela. Alejandra se siente mareada. Lo hace pasar. Responde todas sus preguntas; pero hay algo que le llama la atención: el comisario tiene particular interés en saber qué había averiguado ella.
Finalmente se va. Por el barrio circulan constantemente dos patrullas haciendo sonar sus alarmas y obligando a los vecinos a vivir una noche eterna de luces azules. Pasaron unos días. Alejandra se acerca a la comisaría en busca del comisario que se mostró interesado por “el caso”; pero es “una nueva noche fría en el barrio…”, como la canción de Callejeros que tarareaba Lolo. La novedad: el comisario no existe.
Un baldazo de agua fría. ¿A quién le había abierto las puertas de su casa? ¿Por qué estaba uniformado y con un móvil oficial de la policía? ¿Qué relación tiene la policía con las pibas desaparecidas? La respuesta de los agentes fue cortante: “No, señora, seguramente está muy estresada y se confundió. Consulte con un especialista”. Ahora la trataban de loca.
Su esperanza empezaba a diluirse como el limón en el agua caliente del mate de sus mañanas. Aun así, no se deja vencer, organiza marchas, pega afiches en las calles, se acerca a los medios que acepten recibirla; todos locales: ningún medio hegemónico aceptó dar a conocer su historia. Solo Crónica accedió a entrevistarla y mostrar la imagen de Lolo. Quince minutos. Ese fue el tiempo de que dispuso para contar la búsqueda de su hija. Nadie se interesa por la vida de una piba de familia trabajadora y humilde del sur del conurbano.

En Argentina se pierden entre 7 y 8 personas por día. El 60 % son mujeres. El 90 % aparece en el transcurso de las primeras horas o días gracias a la difusión en redes sociales, el acompañamiento de Red Solidaria, Agrupación de Madres del Dolor, agrupaciones de militantes políticos, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo; además de la publicación y registro en el Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (SIDEFU), que funciona desde 2011.
Aun así, no alcanza. En lo que va de 2022, poco más de 140 mujeres han desaparecido y no se sabe nada de ellas. Roxana es una más, que ha quedado a la vera del tiempo.
Entre mates y marchas, Alejandra conoce a dos madres que transitan su dolor: la búsqueda de sus hijas en medio de la inoperancia de la policía, a lo que se suma una corrupción que las desborda.
Alejandra conoce a Isabel, madre de Diana Colman y ella le cuenta su herida.

Diana
El día viernes 19 de junio de 2015, Diana salió de su casa para encontrarse con su ex pareja, Juan Marcelo Sardinas. Jamás volvió.
El día 20 por la madrugada, Isabel, madre de Diana, contactó por celular a Sardinas para saber qué había pasado con su hija. Él contestó que no la había visto. Isabel se dirigió a la comisaría para hacer la denuncia. La desestimaron, dijeron que seguramente su hija había pasado la noche con algún novio; pero ella insistió tanto, que tuvieron que tomarle la denuncia con la carátula de averiguación de paradero.
La fiscal que llevó adelante la instrucción del caso en primera instancia fue Cristina La Rocca, de la Unidad Fiscal de Instrucción 2 Descentralizada de Presidente Perón (Departamento Judicial La Plata). La Rocca descartó las sospechas contra Sardinas: “Tiene cara de buenito”. No pide prisión preventiva ni acepta acusación porque “no existen pruebas reales para dudar de él”.
La madre dijo una y otra vez que su hija estaba por encontrarse con aquel hombre; pero la justicia no hizo siquiera una revisión de domicilio. Tiempo después se supo que las últimas llamadas que recibió Diana fueron de Sardinas. La justicia siguió sin ver nada sospechoso en él.
Isabel siguió presentándose dos veces por semana en la fiscalía para saber de su hija. Luego de escuchar frases como “ahí viene la loca con su prole” y otros maltratos institucionales, la causa pasó a manos del fiscal Juan Cruz Condomí; pero siguió igual: sin indicios de Diana ni hipótesis de su paradero.
Condomí acusó a la familia de Colman por haber provocado destrozos frente a la fiscalía, cuando en realidad se realizó una movilización pasiva y simbólica con la liberación de globos blancos con pequeños carteles que pedían justicia por Diana. Este año, el hijo de Diana, que al momento de la desaparición de su madre tenía 9 años, cumple 16. Aún no sabe qué pasó ni dónde está su mamá.
Marta
La otra madre que acompaña a Alejandra en cada movilización es Marta Ramallo, quien vio por última vez a su hija Johanna el 25 de julio de 2017 en su casa de Villa Elvira, La Plata. Ambas comparten mate y angustia; la bronca por no tener recursos suficientes para buscar y encontrar con vida a sus hijas, partecitas de ellas, sangre de su sangre.
Marta es una matrona con ojos color café que invitan a charlar. Dejan ver la tristeza pero también el deseo de justicia. Este 25 de julio se cumplieron cinco años desde la última vez que su hija le besó la frente y le dijo que entrara a la casa porque estaba lloviznando. Ahora no la paran ni la lluvia ni el dolor, porque a su hija se la devolvieron en una urna, sin rastro de sospechosos ni culpables. Nadie pudo explicar qué pasó, dónde estuvo ni por qué le quitaron la vida.
Parte del cuerpo de su hija fue hallado a orillas del río en Palo Blanco, Berisso. Jamás encontraron el cadáver completo. Se tardó casi un año en confirmar desde la justicia que los restos pertenecían a Johanna. En el lugar del hallazgo colocaron una escultura con su imagen y la frase “Debemos florecer, no desaparecer”.
Nelly
Uno de los pocos casos del conurbano sur que consiguió el esclarecimiento de desaparición seguido de violación y muerte, fue el de Sandra Gamboa Ayala, joven peruana que se había establecido en La Plata para estudiar Medicina. Su madre, Nelly Gamboa, se mudó a Argentina y no paró de buscar a su hija. Logró encontrarla, violada y sin vida, dentro del antiguo edificio de Rentas de la capital platense.
Diego José Cadicamo fue el único acusado y sentenciado a cadena perpetua. Pasaron quince años. Hoy en el edificio funciona una sede de contención y asesoramiento para mujeres en situaciones de vulnerabilidad por violencia de género.
Marta Ramallo asiste a todos los actos y marchas que se realizan en protesta por las pibas desaparecidas y los feminicidios. No se cansa de darles ánimo y abrazos a esas madres del dolor que aún sostienen la esperanza de dar con sus hijas.
Transformar el dolor en lucha
En un conversatorio por Facebook durante la pandemia, Alejandra y Marta cuentan sobre sus luchas y van tejiendo algunas frases sororas que se vuelven un mantra o una canción antigua en busca de libertad y fuerza, la libertad que les robaron a sus hijas: “Tenemos que transformar el dolor en lucha”. “Tenemos que seguir por la sonrisa de nuestras hijas”. “El Estado está ausente para nosotras y como nos arrancaron a nuestras hijas, aprendimos a luchar solas”. “Hay que seguir por las que no están”.
La tarde cae de a poco y el agua del mate de Alejandra se fue enfriando entre pausa y pausa. Su historia se vuelve un mar de luciérnagas en una tarde de verano y de pronto se torna oscura como una profunda noche sin luna.
Se seca las lágrimas repletas de bronca y dolor. Pone a calentar el agua del mate en la pava, a fuego mínimo, sin apuro. Es hora de seguir, de guardar las fotos y postear en @buscamosaroxana: “¿DÓNDE ESTÁ ROXANA? Viva se la llevaron, viva la queremos”.

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