Parlana Sabina Manta
Más de 1.500 kilómetros recorrió la familia desde Sucre, Bolivia, hasta La Rioja, Argentina, donde su hija sería asesinada a la edad de 11 años. Ellos habían llegado buscando “algo mejor”.
El domingo 14 de abril de 2019 publicaciones en Facebook, historias de Instagram y cadenas de WhatsApp difundían una noticia con la foto de una niña. Era Sabina Condorí Garnica, víctima del primer femicidio infantil en la provincia de La Rioja, Argentina.
La Garganta Poderosa, organización barrial a la que pertenecía Sabina, publicaba y compartía comunicados que exigían justicia. “Hablemos de Sabina”, pedían. El llamado se repetía en quechua: “Parlana Sabina Manta”. Sus raíces quechua y boliviana gritaban desde las familias migrantes. Exigían hablar de Sabina, de ellos, de su barrio, de sus vidas y sus muertes.
Al día siguiente, en medio de la 25 de mayo, plaza principal de la ciudad, una bandera blanca con letras negras decía “Todos somos Sabina”. Remeras rojas con su rostro impreso en blanco y negro y más letras que se ordenan para seguir hablando de ella, para que todos la conozcan, para que nadie la olvide.
Sabina tenía 11 años. Pertenecía a una familia boliviana que migró en busca de trabajo. Su mamá, Pauli, la recuerda como una niña muy alegre y tranquila, que se llevaba bien con sus hermanos y con los mayores. Cuando la extraña sale de su casa, camina por el barrio, va hasta la escuela a donde asistía Sabina y la espera.
—Voy a la escuela, llego a la escuela, pienso verla, pero no —se lamenta Pauli con la voz quebrada.
El barrio de Sabina
Al guglear “Barrio Virgen Desatanudos, La Rioja”, aparecen noticias del año 2019 que se titulan: “La Rioja: asesinaron a una niña de 11 años (…)”. Noticias del año 2022 que informan: “Comienza el juicio por el femicidio infantil de Sabina Condorí”, otra de 2019 intenta denunciar: “Los asentamientos riojanos, una realidad que interpela” y una de 2016 cuantifica problemáticas históricas del barrio: “Por las lluvias, más de mil familias debieron ser asistidas”.
El Barrio Virgen Desatanudos se encuentra en el sur de la ciudad de La Rioja, nace de la necesidad y del derecho a la tierra, al techo y al trabajo de un grupo de familias, que en 2008 decidieron ocupar tierras que nadie usaba. Está habitado por unas 115 familias, en su mayoría migrantes bolivianos que cada temporada llegan a La Rioja. La familia Condorí Garnica es una de esas familias que llegaron para trabajar en la cosecha de aceituna. La Rioja aparece en los medios como el corazón de la Argentina olivícola; exporta su producto a dieciséis países. Aparece además por las malas condiciones de trabajo y alojamiento que padecen los cosecheros en las fincas.
A esos trabajadores los llaman “golondrinas”, porque vuelan lejos de su lugar de origen, buscando trabajo. A veces vuelan solos y otras veces van con sus pichones y reconstruyen sus nidos donde el destino les permite apilar un par de ramas, lonas y chapas. El destino o el Estado.
Los Condorí Garnica llegaron a La Rioja hace unos doce años.
—Hace mucho tiempito que ‘tamo aquí. Primero mi marido vino a trabajar en este tiempo que hay aceituna [febrero]. Entonces, como había trabajito nomás, él no ha podido volver para allá [Sucre, Bolivia] y de esa manera nosotros hemos venido. Vinimos y no pudimos volver y ahí sí nos quedamos. Ahí estamos hasta ahorita aquí. Estamos bien aquí gracias a dios; pero lo que nos pasó, eso es muy doloroso —recuerda Pauli, mientras se lleva las manos al pecho y la cabeza varias veces. Las deja reposar sobre su falda cuando se queda en silencio.
Más de 1.500 kilómetros separan Sucre de La Rioja. Unas trescientas horas caminando o un día de viaje en auto sin parar. Esa distancia recorrieron la mamá y el papá de Sabina, buscando “algo mejor”. Antes del femicidio, vivían en una habitación sin ventanas. Solo había una puerta. Tenían todo dentro de esa habitación. Las camas, la mesa, la cocina. Lo único que había fuera era el baño y una huerta.
—Yo tenía uvas, como tres o cuatro plantas. Por aquí tenía maíz, acelguita, perejil, verdurita —cuenta Pauli.
Desde que se asentaron en esas tierras, los vecinos y vecinas del barrio denuncian las condiciones habitacionales y urbanas en las que viven. El barrio se transforma en un barrizal cuando llueve. Algunas familias pierden sus casas y lo poco que tienen. El barrio queda a oscuras cuando se oculta el sol. Es la oscuridad en que a Sabina la interceptaron, la violaron y la mataron.
La noche del 14 de abril, al ver que Sabina no regresaba a casa, su mamá salió a buscarla por el barrio. Preguntó a los vecinos y vecinas si la habían visto. Les pidió ayuda para buscarla. Con las linternas de sus celulares, auxiliaron en la búsqueda. Pasadas las 23 horas, la encontraron, sin vida. Tres años después, las calles de tierra permanecen iguales, a oscuras.
Hace unos años, militantes de La Garganta Poderosa llegaron al barrio con una misión: “Dar una mano”. Esa mano levantó un merendero para más de cien niños y niñas, que como Sabina, van a comer, a jugar, a aprender en clases de apoyo escolar. Quienes preparan la leña y los alimentos todos los días, cuentan que en época de cosecha el número de raciones de comida aumenta.
Sabina asistía al merendero a diario. En uno de los talleres aprendió a sacar fotos y la cámara se volvió su juguete favorito. Caminaba por su barrio registrando los perros tirados bajo alguna sombra, los niños jugando a la pelota en la canchita, el colectivo que llegaba con cosecheros a las 7 de la tarde o el paisaje de montañas.
De Sabina hablan todos, menos su femicida
—El culpable que está ahora salió después de un largo tiempo de investigación. Más de un mes después. El tipo ya ni estaba acá —cuenta una integrante de La Garganta Poderosa.
Roque Adrián Rodríguez, apodado el Salteño, vivía de changas y trabajaba a cambio de hospedaje. Vivió en todo el barrio. Todos le dieron cobija. Estuvo en la casa de la familia de Sabina; en la casa de la referente del merendero; estuvo en casas en las que cuidaba a los niños. Uno lo llamaba para que le hiciera el baño y él iba para ahí. Otro, para que le hiciera la pieza. Se ganó la confianza de todos los vecinos y vecinas. Cuando cayó preso, muchos lo defendieron. “¿Cómo va a ser el Salteño, si vivía en mi casa?”, decían. En la última casa en la que trabajó está al frente de donde vivía Sabina.
Esa noche, luego de matarla, no se escondió. Estuvo cerca de la familia. A la referente del merendero le acercó una silla para que se sentara cuando le bajó la presión ante lo que sucedía. Estuvo ahí en la búsqueda y fue a la primera marcha que pedía justicia por Sabina. Usó sus conocimientos de albañilería e hizo la gruta en su memoria. Construyó ese altar en el lugar donde encontraron su cuerpo. En el descampado, justo a la vuelta de su casa.
—Él estuvo todo el tiempo presente. ¿Cómo uno va a sospechar? Cuando apareció, ahí nomás buscamos las fotos. En las fotos de la marcha no lo vemos; pero todos los vecinos dicen que estaba —cuenta una de las integrantes de La Garganta Poderosa.
Un tiempo antes había conseguido trabajo en una finca. Allí es donde lo encuentra la policía. Cuando lo detienen, identifican lesiones en el cuerpo. Marcas de la defensa desesperada de Sabina ante su violencia.
Aunque Roque, hasta la fecha, continúa sin declarar sobre lo sucedido, todas las pruebas lo señalan como el responsable de la violación y femicidio de Sabina. Las muestras de ADN y las marcas en el cuerpo hablan por él. La familia Condorí Garnica espera que confiese, y sostienen que hubo cómplices. Para despistar, alguien acusó a tres vecinos que finalmente quedaron libres por falta de pruebas; y nadie entiende cómo el cuerpo de Sabina apareció en la esquina por la que Pauli, la mamá, y Cami, la hermana, dicen haber pasado dos veces antes y no haber visto nada.
—Nosotros que estuvimos en la búsqueda, pasamos por ese lugar cinco mil veces. Mágicamente me doy vuelta y está [el cuerpo de Sabina]. ¿En qué momento? —cuestiona una integrante de La Garganta Poderosa.
Ese domingo, Sabina salió cuando estaba anocheciendo. Quedaban pocos minutos de sol y pocos minutos de luz para el barrio. Sabina se dirigía al kiosco para comprar el ají que faltaba para condimentar la cena. En el camino se encontró con algunos amiguitos del barrio. Los saludó al pasar. Llevaba en la mano 20 pesos para comprar lo que su mamá le había encargado.
—Nosotros queremos hablar, pero ahí nomás viene el dolor y no se puede aguantar —confiesa Pauli.
La mamá de Sabina atravesaba un embarazo de riesgo cuando ocurrió el femicidio. A los meses tuvo a su bebé. La llamó Esperanza.
El juicio
El juicio inició el 19 de abril de 2022. La causa se caratuló como Abuso Sexual Seguido de Muerte.
Fuera del recinto en el que se enumeraban las atrocidades que le hicieron a Sabina, sus familia, vecinos y vecinas del Barrio Virgen Desatanudos, la organización La Garganta Poderosa y otras organizaciones feministas, levantaron gazebos blancos, rojos y azules. Era otoño, pero el sol igual picaba. De uno de los gazebos colgaba la bandera de Bolivia. De otro, una whipala.
Había muchos niños y niñas que conocieron a Sabina, que jugaron y merendaron con ella.
Días previos a la primera audiencia se habían cumplido tres años del femicidio y el barrio se iluminó con velas. Vecinos y vecinas recorrieron las calles, como lo hicieron aquella noche del 14 de abril de 2019. Los niños y niñas llevaban globos en sus manos. Cuando llegaron a la gruta que se levantó en memoria de Sabina, uno de ellos soltó un globo en dirección al cielo.
—Es para que Sabi también juegue con nosotros. La extrañamos.
Para la última audiencia, que se realizó el primero de julio de 2022, la mamá de Sabina grabó un audio en quechua recordando de dónde vienen su hija y su familia, y lo que les tocó vivir.
—Buenas tardes, compañeros, noqa saludarimuyquis enteruman, kay primero de juliuta, akompañawaykuman justiciaman, kay justicia ruwakushan, kay centruman chayman, munayman akompañawariykuta, chay justiciata mañanapaq entero; porque kay wawayta Sabinata asesinawanku, como todos yachanquichis, y por favor rogayquichis akompañawaykuta, señoras por favor. (*)
Durante el proceso, tuvieron lugar diez audiencias entre abril y julio de 2022. Roque no habló en ninguna de las instancias. No aparecieron los cómplices que la familia sospecha que existieron. Pasaron más de cuarenta testigos; entre ellos, niños y niñas que vieron a Sabina aquel día. Se solicitó la pena máxima de prisión perpetua y que calificara como femicidio. La sentencia se leyó el viernes 30 de septiembre.
Un pasacalle blanco pintado con aerosol negro enmarcaba la lectura de la sentencia. La frase pintada “Por vos seguimos luchando hasta que se haga justicia” representaba los meses que se volvieron años de espera activa por justicia.
Familiares, amiguitos y compañeros/as de Sabina comenzaron a abrazarse mientras escuchaban que Roque Rodríguez era condenado a prisión perpetua por abuso sexual seguido de muerte y homicidio calificado. Es la primera condena por un femicidio infantil en La Rioja.
—¡Descansa en paz, Sabina! ¡Sabina, presente, ahora y siempre! —grita una voz ronca, entrecortada por el dolor y la rabia que se escucha por los parlantes.
La gente aplaude y repite “¡Presente, ahora y siempre!”. Los redoblantes suenan muy fuerte, pero las gargantas son más poderosas. Siguen y seguirán gritando Parlana Sabina Manta hasta que el Estado se haga presente.
En el momento del feminicidio, se registraban en la región 345 niñas y adolescentes asesinadas. Argentina y El Salvador encabezaban la lista, con 89 y 104 casos respectivamente.
(*) Buenas tardes, compañeros, yo les saludo a todos lados. En este primero del mes de julio, quiero que me acompañen a la justicia, esta justicia se está haciendo en el centro, allí. Yo quiero que me acompañen, para todos pedir justicia; porque a mi hija pequeña Sabina la han asesinado, como todos saben, y por favor les ruego que me acompañen, señoras por favor.
Este texto es un trabajo final de “Contar el mundo”, taller de periodismo narrativo de Late y Le Monde Diplomatique; y fue posible gracias a la colaboración de: Paulina Garnica y Camila Condorí Garnica, madre y hermana de Sabina; Claudia Vera; Lucia Saleh; Katherin Yurema Mamani Contreras y Belén Romero.
Suscripción
LATE es una red sin fines de lucro de periodistas que cuentan el mundo en español