| junio 2022, Por Lucia Sabini

¿Una fosa es un montón de huesos?

Se confirma lo que venían diciendo los testigos hace décadas: la existencia de fosas comunes en el cementerio local de Belchite, un pequeño pueblo aragonés, en la provincia de Zaragoza.

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En la “Nueva Belchite” viven hoy alrededor de 1600 personas, pero en su época de esplendor llegó a tener más de 3800 habitantes. A principios de la década del 30, este pueblo tenía unos 1200 edificios, varios bares o cantinas y hasta dos bandas de música que expresaban la politización del momento: una identificada con las ideologías de izquierdas, y la otra, con las derechas. 

Belchite es un caso bastante singular: sufrió como pocos lugares los embates de la guerra en casi todas sus dimensiones. Desde febrero de 1936, Belchite era gobernada por el alcalde Mariano Castillo Carrasco, socialista, campesino y activo militante de la República. Con el levantamiento fascista en julio de 1936, la ciudad fue rápidamente ocupada por tropas falangistas, quienes realizaron las primeras razzias, detenciones y fusilamientos: allí incluyeron a los referentes más conocidos del pueblo, maestros, campesinos o trabajadores políticamente activos, e incluso fueron asesinados la mujer y el hermano del alcalde. Castillo, que había sido encarcelado primero que nadie, se suicidó en su celda el último día de ese mismo mes, dejando unos manuscritos que daban cuenta de los episodios de violencia y de las razones de su lucha. 

El Ejército Popular (bando republicano) dispuestos a recuperar la ciudad, organizó una ofensiva que tenía su epicentro en Zaragoza. La famosa Batalla de Belchite se desarrolló entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937, dando como resultado la victoria del bando republicano. Después de la batalla, la ciudad quedó literalmente destruida. Fue además un episodio especialmente sangriento: se calculan más de 5000 muertos durante esos 14 días, incluidos cientos de civiles. Una de las particularidades fue la presencia de las Brigadas Internacionalistas en este enfrentamiento, puntualmente la XV Brigada -conocida como Abraham Lincoln- cuyos combatientes provenían principalmente de Estados Unidos, Canadá, Irlanda y Reino Unido. Tras largas tensiones y reordenamientos en las zonas linderas, en 1938 las tropas franquistas arrebataron Belchite al bando republicano y se apoderaron del territorio. Para esa altura, lo que quedaba era mucho más escombro que pueblo.  

Como corolario del drama, cuando el gobierno del dictador Francisco Franco a través de la Dirección Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones que funcionó entre 1939 y 1957, decidió mover a la población al nuevo pueblo, les hizo comprar a los vecinos sus nuevas casas sin reconocerles las anteriores; las que el propio ejército había ayudado a tirar abajo años atrás. Las estructuras edilicias datan todas de la misma época: la nueva Belchite fue levantado (con mano de obra esclava) a partir de 1940 y en esa tarea se pasaron cerca de quince años, por lo tanto, las fachadas y el estilo es prácticamente uniforme. El mismísimo Franco se opuso a que se reconstruyera la ciudad y en cambio prefirió dejarla como ejemplo vivo “de la barbarie roja”, generando con ella un lazo particular, de cierto apadrinamiento. Una especie de contracara de Guernica, en el País Vasco. La inauguración del pueblo fue en 1954 con la presencia estelar del presidente de facto, quien dio un acalorado discurso desde el Ayuntamiento. El viejo pueblo y lo que quedaba de él, fue abandonado y prácticamente dejado al olvido por décadas; aunque hasta 1964 vivieron allí las últimas familias mayormente no “adictas” al régimen franquista, o incluso exiliados que regresaban sin un centavo a su pueblo de origen. 

Recién en el año 2013, el gobierno local del PSOE puso el ojo en el pueblo viejo y decidió -al menos- reconocer su importancia histórica y revalorizar lo que quedaba del lugar. El llamado “Pueblo viejo” está literalmente al lado y hoy día se puede visitar comprando una entrada en las oficinas del ayuntamiento.  

Desde que se advirtió la veta turística, los restos del pueblo original fueron un gran escenario cinematográfico: se filmaron escenas de películas que trataban la propia guerra (como “El laberinto del fauno” o la catalana “Incierta Gloria”) pero también aquellos rodajes que necesitaron escenas de destrucción lo más realistas posible, como el caso de “Spiderman: Lejos de casa” del año 2019. Hasta el exgobernador californiano Arnold Schwarzenegger viajó allí para filmar la venta de un videojuego. 

Para la visita guiada al Pueblo Viejo, el punto de encuentro es el “Portal de la Villa Belchite Viejo” y es literalmente una puerta de entrada. Arriba, tiene colgado un sugestivo cartel que dice “Prohibida la blasfemia”. Un hombre vestido con el traje del ejército nacional recibe a la gente y le entrega un folleto: “Menú del día 35 euros, restaurante Gavilán”. Al terminar la visita le pregunté por su atuendo y me respondió muy amablemente: “También tengo el de las brigadas Lincoln. Las voy cambiando cada un par de días”. 

 

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Hay temas, lugares, conflictos, que mantienen una vigencia estremecedora y cada tanto vuelven a ser noticia. La llamada guerra civil española se cuenta en esa lista: hace apenas dos meses se encontró un campo de concentración en Jadraque, un pueblo del municipio de Guadalajara, pegado prácticamente a la comunidad de Madrid en el centro del país. La estructura abandonada y mimetizada con el bosque lindero tiene algo de espectral: todo está tal cual fue abandonado en su momento, muchas décadas atrás. El espacio funcionó como recinto militar durante la guerra y a partir de 1939 como centro de detención para republicanos: se calcula que pasaron más de 4000 presos por allí; hacinados, en pésimas condiciones de todo. Un grupo de arqueólogos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (organismo público de investigación dependiente del Estado español) trabaja actualmente en el espacio recién descubierto, que se suma a la lista de casi 300 campos de concentración de prisioneros del gobierno franquista; un número abordado por la investigación periodística de Carlos Hernández publicada en 2019.

El fenómeno es probablemente resultado del silencio estrepitoso que cayó sobre el país ibérico una vez terminada la guerra y comenzado el gobierno dictatorial de Francisco Franco: los crímenes de guerra y postguerra nunca fueron realmente abarcados desde la democracia y mucho menos desde la justicia. Simplemente pasó el tiempo y se procesó desigualmente: como se quiso para los triunfadores, como se pudo para los derrotados. Los muertos de esta crónica llevan 85 años enterrados, no son lo que se dice carne fresca. Son más bien huesos, un montón de huesos.

Antes de la guerra, habitaban en España alrededor de 24.500.000 personas, prácticamente la mitad de población que hoy en día. Si bien aún se desconoce el número de muertos producto del conflicto político llamado guerra civil (1936-1939) o cuántos represaliados hubo durante los años posteriores del franquismo (1939-1976), las cifras son escandalosas. Hay muchas formas de calcular aunque ninguna es del todo certera: según la Enciclopedia del Holocausto, murieron durante el conflicto 500.000 personas (medio millón!) incluyendo republicanos, rebeldes o franquistas y civiles, lo cual son categorías bastante distintas. De esa cifra, el sitio web calcula 200.000 asesinadas en situaciones de masacre, fusilamiento, tortura o distintos tipos de brutalidad (lo que se podría decir, no en situación de combate, donde hay -se supone- mayor igualdad de condiciones). También estiman medio millón de refugiados tras la guerra, que como parte del bando republicano y por lo tanto perdedor, debieron marcharse de sus ciudades y pueblos. Los exilios fueron al exterior, pero también al interior de España, y en realidad tampoco tuvieron un único momento: durante las décadas del 40 y 50 siguieron emigrando familias porque se les hacía muy difícil una vida digna como opositores al régimen. 

Foto: Lucía Sabini

En 2008, la Plataforma de Víctimas de Desapariciones Forzadas por el Franquismo había recabado una lista de 143.353 desaparecidos durante la Guerra Civil y la posterior dictadura (incluidos quienes terminaron en campos de concentración nazis en Alemania), y muchas de esos desaparecidos se encuentran en fosas comunes a lo largo y ancho del país. En 2011 se creó la primera versión del mapa de fosas virtual a cargo del Ministerio de Justicia (que depende de Presidencia) y en su página registraban 4265 fosas. No es casual el dicho de que España es el segundo país después de Camboya con más fosas comunes del mundo. La contabilización de las exhumaciones está desactualizada en el sitio web, pero el minucioso informe sobre “Las exhumaciones de la Guerra Civil y la dictadura franquista 2000-2019, Estado actual y recomendaciones de futuro” realizado en 2020, aporta la información: en estos casi veinte años, se han exhumado 785 fosas y recuperado 9.698 individuos. Un porcentaje demasiado bajo para la relación tiempo/hallazgo: de seguir así, se terminarían de exhumar todas las fosas recién en 100 años. 

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El cementerio de Belchite está ubicado en la intersección de las carreteras que unen Belchite/Zaragoza con otros pueblos, a 3 kilómetros de la nueva ciudad. No hay nada alrededor, salvo kilómetros de tierra plana y árida, decenas de modernos molinos de viento (llamados aerogeneradores) y algunos pocos arbustos que crecen desordenadamente. Se ve lejos el horizonte y el viento es arrasador. En la entrada al cementerio, un cartel viejo y gastado anuncia en latín: “Clamo ad te et non ex audis me”, que significa “Te lloro y no me escuchas”. 

El equipo de arqueólogos que trabaja en el lugar está compuesto por 5 jóvenes de entre 25 y 30 años, y el coordinador Gonzalo García Vegas, tiene pocos años más que el resto. Son de distintos lugares del país y fueron contratados por la Asociación Mariano Castillo (dedicada a la memoria histórica de Belchite) que logró obtener los fondos a partir de subvenciones aplicadas por la actual Ley de Memoria Democrática. En Belchite, la ciudad mimada por Franco, gobierna el Partido Popular desde el 2015 y el silencio reina desde mucho antes: no fue el Ayuntamiento quién gestionó los fondos, sino un grupo de vecinos que decidieron formar la Asociación para poder encauzar las exhumaciones.  

– ¿Cuántas personas se contabilizan acá? le pregunto a Gonzalo, el coordinador, un joven de mediana altura, rubio, que lleva lentes negros y habla coloquialemnte. Probablemente por la poca diferencia de edad (siendo él más joven que yo), nos tuteamos desde el comienzo. 

– Como esto va por capas, no se puede saber al 100% ahora.

-¿Claro, esta es la primera capa, no?

-Son los primeros cuerpos. Lo que pasa es quecuando vas limpiando y sacando, vas viendo cuerpos debajo de esos cuerpos. Tenemos alrededor de unos 50, 60; pero es sólo lo que vemos ahora mismo. No es que eso sea solo la primera capa, vemos la primera y parte de la segunda.

Otro arqueólogo del equipo me señala una fosa en particular donde hay una concentración de piernas, unas entrelazadas con otras. Mientras se agacha me explica: “Esto es el hueso coxal que está al final de la columna, o sea que hay otra persona más todavía por aquí debajo”.

GGV– No sabemos hasta dónde pueden llegar estas fosas. No sabemos cómo son; obviamente hasta que no bajemos no podemos saber lo que hay.  

Se hace un silencio. 

Yo me agacho para mirar los dientes, las mandíbulas de los muertos. 

Son como las de los vivos.

El equipo me cuenta que constató la existencia de varias mujeres y hasta un joven de 16 o 17 años. Esos últimos huesos se ven claramente más pequeños y al lado se conservan las suelas de sus zapatos todavía enteras. Nunca había visto una fosa común, pero es tal cual como dicen: los huesos hablan.

Esta es una mujer por ejemplo, eso son los restos de una peineta, me señala uno de los jóvenes mientras se agacha y pone el dedo sobre un cráneo y sobre el resto metálico de púas que sobresalen, carcomidas por el paso del tiempo. 

El trabajo del equipo arqueológico se extendió al menos un mes y fue por etapas. Los días que estuve de visita coincidieron con la finalización de un proceso: se logró delimitar, limpiar e identificar la primera capa de cuerpos. 

 

– Este individuo aquí está boca abajo. Tenemos la cabeza (dice mientras la señala) y si seguimos los brazos, se juntan en su espalda porque los tiene atados a la espalda. Pero todavía más, si sigues las piernas, los pies vuelven a coincidir: estarían atados de pies y manos. Y fueron arrojados de tal forma que incluso este individuo que vemos aquí queda entre las piernas del otro individuo que está por aquí (me señala lo evidente, que son cuerpos tirados a las apuradas). No hay ningún tipo de orden, de nada. Los arrojan y punto. 

Son varias fosas, una al lado de la otra. Aunque muchas fueron rociadas con cal para apurar los procesos de descomposición, solo hace falta mirar un rato para pueden interpretar las formas de los cuerpos, los últimos movimientos o la forma de muerte: casquillos alojados en el pecho, un agujero nítido en la sien o en la frente del cráneo. 

Foto: Lucía Sabini

El grupo trabaja casi sin descanso, tienen los pantalones llenos de polvo, y a veces ponen música mientras limpian los restos óseos con pequeños cepillos de manera delicada y consciente, o mientras ubican las señalizaciones correspondientes, o sacan las fotos para realizar los informes. Durante el último día de trabajo de esta etapa se escucha Serrat de fondo; como quien diría- un homenaje encubierto. 

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Después de varios intentos, logré entrevistarme con un miembro de la Asociación de Memoria Histórica de la ciudad de Belchite, quienes en definitiva se pusieron la tarea al hombro de remover el pasado. El hombre -que prefirió no ser identificado con su nombre- fue muy amable y mostró total confianza para la charla. Su caso es más bien curioso: no llegó al tema por tener familiares represaliados (como suele suceder) sino por solidaridad con sus amigos de la infancia, cuyos abuelos fueron asesinados bajo el régimen franquista. 

Quienes se presupone que forman parte de las víctimas de estas fosas, son la familia del famosísimo cantautor catalán Joan Manuel Serrat. Es sabido que su familia materna es oriunda de Belchite y que decenas de familiares fueron muertos durante la Guerra Civil. Se especula (por testimonios orales de la época) que muy posiblemente la abuela y algunas de sus tías o tíos abuelos hayan sido detenidos aquellas fatídicas noches de julio apenas consumado el levantamiento fascista y fusilados en las paredes o en el interior de este cementerio. Su abuelo, al haber sido trasladado a Zaragoza como prisionero, es posible que haya sido fusilado en aquella ciudad y no en el pueblo. Las sospechas de que efectivamente gran parte de la familia de uno de los cantautores más conocidos (y reconocidos) de España estén enterrados anónimamente aquí es tan evidente, que la propia familia Serrat facilitó el ADN para las muestras al poco tiempo de comenzadas las excavaciones.    

El cementerio. Foto: Lucía Sabini
El cementerio. Foto: Lucía Sabini

Se inicia en Belchite la toma de muestras de saliva a los familiares, con el fin de realizar los estudios de ADN, que permitan la identificación de los cuerpos encontrados en las fosas del cementerio. Por privado se les notificará el lugar y el día” anunciaba a principios de noviembre del 2021 la página de FB dedicada a promover el avance de las investigaciones. Para quienes se encontraban fuera de la Comunidad de Aragón o en el extranjero, una empresa privada se encargó de tomar las muestras y transportarlas. El aviso no estuvo de más: se contactaron desde Francia, Portugal y hasta de países más lejanos como México o Canadá en busca de los rastros de algún familiar. 

Belchite sin embargo recibió con más resistencias que alegrías el hecho de ser noticia: las excavaciones removieron mucho más que huesos. “No esperaban toda la repercusión. Primero, todo lo que está saliendo y segundo la repercusión que está teniendo en los medios de comunicación de toda España. Quedan mucho más descendientes de los vencedores que de los vencidos, y hay gente que lo encaja mal” respondió mi entrevistado sin rodeos. Mientras hablamos, de pronto, bajó la voz al mínimo. Pasó un hombre, apenas se saludaron, el hombre cruzó la calle. Retomó la alocución en voz muy bajita, casi susurrando; tanto que le tuve que pedir con un gesto que repitiera porque no lograba entenderlo. 

– “Es que éste ha sido alcalde casi 30 años de derechas”, dijo, mientras acompañó con un gesto donde su pera parecía señalar al hombre de unos 80 años, que vestía boina y se alejaba despacio por la vereda de enfrente. “Ya era concejal con la corporación de Franco y yo tengo mucha amistad con él, pero mucha. Y ahora, me hace un poco el vacío”. Sin perder la sonrisa, agregó irónicamente: “Por eso te digo que sí, que repercusiones está teniendo algunas.”

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El 18 de diciembre de 2021, un mes después de haber visitado la fosa, la Asociación de Memoria Histórica de Belchite publicó en su página los datos finales que corresponden a la primera etapa de trabajo. “Se trata de 47 cuerpos que ya están fuera de la fosa, y de los cuales se van a tomar muestras para analizar su ADN. Según los arqueólogos, en esa fosa todavía quedan unos 30 cuerpos más por exhumar” dice el texto y agradece al gobierno de Aragón al tiempo que lo compromete para continuar las excavaciones durante este 2022. “Como ya sabemos, hay más fosas pendientes de su exhumación, fosas que están localizadas tanto en el interior del cementerio, como en las tapias exteriores. Los trabajos han finalizado este año, a la espera de los presupuestos aprobados para el 2022.”

Desde el punto de vista del trabajo con las excavaciones, la explicación es sencilla y hasta conciliatoria: durante las décadas del 40 y 50, los muertos del bando llamado nacional fueron mayormente exhumados y enterrados de manera acorde a las creencias occidentales. En muchos casos recibieron honores, reconocimientos y hasta importantes pensiones a los familiares. Para el bando republicano, la represalia fue abrumadora: “Pasaron a la historia en los expedientes como criminales. Y como desaparecidos. Entonces de lo que se trata es de justificar ahora con lo que está saliendo, de que no están desaparecidos, que están ahí, que los han fusilado. Y dignificar a estos inocentes y a las familias” me explica el hombre que milita la causa. Los y las derrotadas debieron llevar su luto en el recuerdo, en la intimidad familiar y sobre todo en el mayor de los silencios. “En este pueblo, lo que ocurrió lo saben pocos, los descendientes de los represaliados, algunos, porque a otros no les decían nada y punto. Yo, por ejemplo, no sabía nada”, reflexiona. 

Pocos meses antes, el director de cine Pedro Almodóvar había estrenado en España su última película “Madres paralelas”, donde relata la historia de una mujer obsesionada con encontrar los restos de su bisabuelo enterrado en una fosa común de su pueblo. Muchos miembros de la familia, como su abuela, esperan ansiosas poder tener una lápida donde dejar flores y sentir que su ser querido descansa en paz. El hecho de que el cineasta más famoso de España decida poner de relieve este tema habla de lo delicado del asunto. “Ya es hora de que te enteres en que país vives”, le dice una Penélope Cruz enojada -en una escena memorable- a su pareja muchos más joven, que subestima la importancia de encontrar a los desaparecidos porque son cosas del pasado. 

Cuando un país no resuelve las deudas con su propia historia las fosas siempre serán más que huesos. 

 

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