Buenos Aires: el anfibio de hormigón
Bajo el pavimento de Buenos Aires se esconde agua, mucha agua. Agua contaminada y agua potable; unas veces con afluentes prominentes; otras, con apenas un hilo de agua en tiempos de sequía. Cada tanto la lluvia cae copiosa y el agua encerrada no aguanta una gota más en los tubos que la contienen; se desborda sobre las calles, lo inunda todo y solo entonces algunos recuerdan que por debajo del barrio corre un arroyo.
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Muchos ni siquiera imaginan la subterránea dimensión acuática que tiene la Ciudad de Buenos Aires, ni las megaobras de ingeniería necesarias para mantener y continuar fabricando cámaras bajo tierra; tubos enormes por donde circula el agua de arroyos que vienen desde la provincia, pasan por la capital del país y desembocan en el Río de la Plata.
La capital argentina, nacida hace cinco siglos bajo los ojos de Pedro de Mendoza, comparte la cercanía al agua como otras tantas ciudades construidas al calor de la conquista marítima. Aunque ahora Buenos Aires le dé la espalda al río, hubo tiempos en que no fue así. Su razón de existir era impensable lejos de la costa. Pero la pujante Buenos Aires no era solo puerto, era también afluentes. ¿Qué hacer con ellos? fue la pregunta de muchos cuando la Ciudad dejaba de ser una aldea, un latifundio y empezaba a ser la capital del país.
Maldonado, Vega, Cildañez, White, Medrano y Radio Antiguo son los nombres de algunas cuencas que durante décadas el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ha sabido enviar al infierno. “Puede que sean unos 20 metros hacia abajo, calculale un edificio”, contestan algunos arquitectos —que se animan a fantasear la Ciudad con arroyos a cielo abierto— cuando les pregunto cuánto espacio ocupan los tubos.
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La historia de los arroyos porteños que terminaron por entubarse, podría comenzar en el Reino Unido a principios del siglo XIX, cuando a los albañiles Leeds Joseph Aspdin y James Parker se les ocurre ponerse a experimentar con caliza y arcilla y terminan por encontrar la fórmula del cemento. La patentaron bajo el nombre de Portland Cement por su color oscuro, similar a la piedra de la isla de Portland. Pero los amigos albañiles no pudieron ver lo que el futuro deparaba. A pesar de lo grandioso del descubrimiento, su fabricación era costosísima. Es a finales del siglo, con la invención de los hornos rotativos, que comienza a ser posible fabricar el cemento a gran escala. El desenfreno por su utilización fue la moda de los hombres blancos con capital económico, todo cuanto miraban podría cimentarse.
En Argentina dos de las fábricas cementeras más importantes de la actualidad tuvieron sus inicios en esta fiebre industrial, Loma Negra en 1926 y Cemento Minetti en 1930, luego absorbida en 1998 bajo el neoliberalismo de privatización de fines de siglo. El arroyo Maldonado, el más extenso, que recorría la Ciudad de sur a norte y que hasta 1887 sirvió de límite con los municipios de alrededor, empieza a ser mirado con recelo. Pronto no sería necesario verlo: gracias al hormigón podría ser entubado en cámaras de casi dos metros de altura. La peste originada por los residuos allí arrojados y las complicaciones cuando llovía dejarían de existir, serían eliminadas.
Pero la historia de los arroyos porteños que terminaron por entubarse también empieza en Argentina, en 1887, con otros personajes igual de envalentonados por la impronta civilizatoria y el progreso industrial. Pero que veían en los arroyos una opción diferente a la que terminó por ser, una relación más fructífera con el agua: hacerlos navegables. Poco sirve imaginarse un arroyo naif porque la documentación y los registros desmienten ese ideario: el arroyo hasta su entubamiento —y después también pero sin que fuera visible— fue depósito de la escoria social. Quienes vivían en sus cercanías eran las clases económicas más bajas que, sin la posibilidad de un recolector de basura, encontraban en el arroyo el lugar de destino para todo aquello que ya no se podía usar.
Las fábricas tuvieron la misma relación con los arroyos. El Cildañez, por ejemplo, que tiene su inicio porteño en el barrio de Mataderos, recibía toda la sangre que manaba de los cadáveres vacunos y la llevaba por el Riachuelo hasta el Río de la Plata. Los arroyos eran sinónimo de barbarie, de todo lo que la iluminada Buenos Aires nunca quiso ser.
Alfred Ebelot y Pablo Bot, ingenieros ambos, franceses ambos, advirtieron al antiguo Concejo Deliberante (hoy Legislatura Porteña) que había que hacer algo con el arroyo Maldonado. La elección de este por sobre los restantes cursos de agua respondía a su dimensión y atravesamiento: 15 kilómetros de largo; iniciaba su recorrido en el sur, en los barrios de La Boca y Barracas, y continuaba hasta la desembocadura en el Río de la Plata, en Puerto Madero.
El Maldonado, que hoy pasa por debajo de la Avenida Juan B. Justo casi en su totalidad, era fundamental para conectar el sistema industrial de la Ciudad con el puerto nuevo. El “Canal de Circunvalación de la Ciudad de Buenos Aires y Puerto de Cabotaje”, presentado al Concejo Deliberante en 1887 por Blot y Ebelot bajo el auspicio de la empresa francesa Construcciones Five—Lille de París, advierte que “además de promover espacios verdes alrededor del canal, toda esta obra representa grandes ganancias para el estado nacional” a razón de la facilidad que encontraría la industria para transportar todo aquello que por tierra siempre costó más. “Lo que se consigue con la realización de la idea, es la creación de una zona industrial envolviendo á Buenos Aires como una cintura” (sic).
Actualmente hay una “cintura” como la que imaginaron Ebelot y Blot, aunque más alejada de donde ellos preveían hacer el Canal; una cintura que no es de agua sino de hormigón, que recorre la ciudad de sur a norte y que la separa del resto del país: la Autopista General Paz.
Para convertir el Maldonado en el Canal Saint Martin de París, los ingenieros franceses creían necesario intervenir en el cauce del arroyo para que algunos sectores tuvieran la profundidad y el ancho acorde a los lineamientos urbanísticos. Imaginaron también la posibilidad de construir edificios y paseos públicos, pero no era lo central del proyecto, primero que nada había que ajustar el Maldonado y, fundamentalmente, conectarlo con el Riachuelo que daría las aguas que el arroyo, en tiempos de sequía, siempre iba a necesitar. Luego serían necesarios algunos diques y murallones para retener la locura acuática, otros dos depósitos para almacenarla cuando escaseara y finalmente la construcción de puertos de cabotaje.
Así las cosas, el Maldonado podría ser navegado. Pero el proyecto fue rechazado. Hoy Juan B. Justo es una de las arterias principales de la Capital Federal, donde reina la velocidad límite que los vehículos pueden alcanzar por ley, donde es un deporte de alto riesgo pretender caminar cuando el sol acucia. Hoy esa avenida que está recubierta únicamente por hormigón, en algunas de sus esquinas, pintado de celeste sobre el asfalto, aparece el dibujo de unas olitas, y un cartel que avisa que justo por ahí abajo corre el Maldonado.
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En 1924 comienzan los entubamientos del Maldonado, los vecinos se ilusionaban con que al fin se hiciera algo con la suciedad de los arroyos; pero el proyecto de Ebelot y Blot se desempolva.
El villacrespense y concejal Remigio Iriondo, como muchos vecinos del barrio, detestaba los días de lluvia porque sabía que el Maldonado se iba a llevar algo o a alguien, que tan sequito que anda por el verano, en invierno que encima hace frío se llena todo de barro. Nuevamente algo había que hacer con el Maldonado; pero Iriondo no quería taparlo. Junta firmas y fieles por igual, y el proyecto de los ingenieros franceses vuelve a tocar las manos del poder ejecutivo, se publica en el Boletín Oficial del 24 de agosto de 1924 y a Iriondo se le dibuja una media sonrisa en el rostro. Pero, de nuevo, el proyecto es rechazado. De nuevo, no existe registro documental pertinente en los archivos de la Ciudad. Sabemos que fue rechazado porque terminó por pasar otra cosa.
Iriondo, además de Concejal de la Ciudad, era un vecino del barrio que luchaba por que el lugar fuese un espacio de buenaventura para sus habitantes. Los boletines oficiales de aquellos años muestran que el villacrespense siempre estuvo atento en presentar normas que sirvieran al disfrute ciudadano. Era tal la convicción de Iriondo en hacer el Maldonado navegable, que en una de las publicaciones del diario vecinal El Progreso, en el que escribía con frecuencia, Iriondo menciona que “abrir un canal navegable que pusiera en comunicación Palermo con el Riachuelo es procurar para la ciudad uno de los mejores espectáculos de belleza, e incorporar a su economía un elemento de mayor y positivo beneficio”.
Por esas ironías de la vida, la mayoría de las publicaciones del diario se perdieron a causa de un desborde del Maldonado. Lo dicho por Iriondo solo es posible de encontrar gracias al archivo de la revista Aquí Está en su edición n° 909 del 1 de febrero de 1945. Marcelo J. Bourdeu, nieto de Julián Bourdeu, fundador del diario El Progreso, durante largos años atesoró las ediciones del diario, que dejó de publicarse en 1977. “Un día se los presté a Cayetano Francavilla cuando estaba haciendo una investigación para su libro Historia de Villa Crespo, hubo una inundación y se perdió todo. Pero decime vos, a quién se le ocurre guardar algo en un sótano en Villa Crespo. Por suerte el libro ya lo había escrito”; cuenta Marcelo mientras se ríe de la fatal casualidad de que por debajo del barrio circule el Maldonado.
Para Iriondo, como para Blot y Ebelot, el beneficio económico de los arroyos era central y por eso dedica más de un artículo de la ley a la obligatoriedad del municipio de Buenos Aires, de establecer las medidas necesarias para que el saneamiento y cuidado sea acorde a la envergadura del proyecto. Iriondo publica y publica, presenta cuantas firmas le piden pero la respuesta siempre es no y en 1948 los sueños del Maldonado, cuantioso en agua y dinero, mueren con él. Cada vez que una nueva licitación era aprobada para entubar los arroyos, los vecinos de Buenos Aires festejaban: al fin desaparecen las molestias ocasionadas por los olores, las inundaciones, las muertes de infantes o borrachos que caían sin saber cómo salvarse, la peste de los mataderos, las enfermedades que sumían en la desesperación a toda la urbe. Con el hormigón se construía donde parecía que solo quedaba la resignación a la naturaleza.
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En los albores del nuevo milenio, cuando los doce arroyos que circulan por la Ciudad ya están ocultos y entubados, nace un nuevo proyecto: de vuelta el Maldonado. Quien hoy camine o se dirija a la estación de trenes de Palermo podrá observar que, ubicado en los terrenos de la ex playa de maniobras del Ferrocarril San Martín, hay un centro comercial a cielo abierto construido por el Grupo Irsa en 2014.
El predio, antes de la construcción del centro comercial, estuvo durante largos años deshabitado, lo que provocaba ciertas molestias en los vecinos del pretencioso Palermo. Por la noche en esa zona, el lado B del ser humano urbanizado se hacía presente y si se trataba de sexo y drogas era el lugar correcto. Cansados de la inseguridad que la escena provocaba, la Asociación Vecinal Lago Pacífico, a cargo del arquitecto Adolfo Rossi, toma voz en el asunto. Porque el problema no era únicamente el estado de abandono del lugar, el otro gran problema era que por debajo del predio corría el Maldonado y, si llovía, ni los túneles ni los aliviadores construidos durante décadas daban abasto.
Rossi recuerda el proyecto de “Plaza de las Provincias y Lago Pacífico” con cuotas de nostalgia y pesimismo por igual. Fueron cuatro las veces que intentaron dar cauce a un proyecto que el sector inmobiliario siempre calló a tiempo. La propuesta de la Asociación Vecinal era hacer del predio ferroviario, de 4 hectáreas, una plaza donde cada provincia argentina pudiera verse representada y un lago —al que llamaron Pacífico en honor al antiguo tren trasandino que hasta 1979 operó entre Chile y Argentina y que finalizaba su recorrido en la actual Estación de Palermo— que serviría de aliviador cuando el entubamiento del arroyo Maldonado no pudiera soportar el caudal causado por las lluvias.
El proyecto establecía una inversión de 30 millones de dólares, “pero, ¿sabes qué me dijo una vez un vecino que participaba de las audiencias? Que si quería que me dieran bola tenía que aumentar el valor de la inversión, dibujar números. Pero dije que no; el proyecto valía lo que valía”.
Lo presentaron cuatro veces en la Legislatura Porteña y hubo incluso una oportunidad que estuvo muy cerca de llegar al recinto, contó con un amplio consenso y con firmas como las de Gabriela Michetti, Diego Santilli, Roy Cortina, Eduardo Lorenzo “Borocotó”, Diego Kravetz, Mónica Bianchi, Álvaro González y Silvia Majdalani. Pero cuando todo estaba listo para que fuera puesto a votación, apareció el sector inmobiliario, “ellos no querían saber nada” y después de que apareció la licitación para el Grupo Irsa “entendimos que no había más oportunidad; la Asociación se disolvió”.
Para levantar el centro comercial, el Grupo Irsa sabía que era necesario construir los túneles aliviadores que el arroyo Maldonado siempre va a necesitar, al menos mientras su entubamiento se considere la única posibilidad. De lo contrario, el mercado se inundaría. Para la construcción de los aliviadores, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires llama a licitación y el 20 de octubre de 2011 el Grupo Ghella —cuyo principal accionista, Ángelo Calcaterra, es el primo del ex Jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri— es anunciado en el Boletín Oficial como adjudicado para llevar adelante la mega obra que enterraría más cerca del infierno al Maldonado. La licitación salió adjudicada un año después de que Adolfo Rossi presenta por última vez el Proyecto Lago Pacífico.
Aunque para él nada de lo propuesto puede ser realizable “con las cosas como están”, la tozudez parece ser su característica esencial. Con 81 años continúa trabajando en proyectos para mejorar la relación de Buenos Aires con el agua que la rodea y atraviesa. Apenas se ingresa a su casa, en una de las paredes del living, aparece protagónica la fotografía satelital del Riachuelo; una imagen a escala de 3 metros de ancho que muestra 17 km del recorrido del río. Las imágenes del Proyecto Riachuelo se despliegan por toda la casa. En su estudio mantienen el protagónico en compañía de recortes de diario en los que puede vérsele haciendo quilombo’. Para Rossi, sin el Riachuelo es imposible cualquier discusión acerca de los arroyos: en el Riachuelo se encuentra la clave anfibia que Buenos Aires intentó olvidar.
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Cuando Adolfo comienza a colgar los botines del Proyecto Pacífico, cinco arquitectos se asocian y, mientras trabajan en proyectos de mayor rentabilidad económica, sueñan en paralelo con una Ciudad atravesada por arroyos a cielo abierto.
Monoblock es un estudio de arquitectos ubicado en el barrio de Villa General Mitre, a 150 metros de la Avenida Juan B. Justo y de una de las esquinas donde aparece nuevamente pintada sobre el asfalto la leyenda que reza “Por acá pasa el Arroyo Maldonado” —iniciativa de la Secretaría de Transporte y Obras Públicas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires—.
Parque de la Innovación (2016) y Acuanismos (2014), son dos de los proyectos presentados por Monoblock para imaginar un futuro con arroyos libres. Fueron presentados a concurso con acogidas que van desde la risa lastimera de algunos colegas hasta la cancelación a pedido de la Secretaría de Planeamiento del GCBA para el premio ganador que el jurado había decidido darles
“Hubo un concurso, el de Tres de Febrero, al que presentamos un proyecto para desentubar el arroyo White. Era buenísimo porque no había muchas viviendas cercanas a la ribera y que hubiera que reubicar, pero sí mucho espacio verde para trabajar; sin embargo, el Gobierno salió aterrorizado diciendo que pensábamos que al desentubarlos iba a haber agua celeste y transparente. Sabíamos que no, por eso queríamos hacerlo”, recuerda Fernando Cynowiec, fundador del estudio junto a Juan Granara, Adrián Russo, Marcos Amadeo y Alexis Schächter.
Con otros proyectos presentados sabían que era imposible que alguien del Gobierno les prestara atención; por ejemplo, el Parque de la Innovación, un desentubamiento a gran escala que atraviesa las principales arterias de la ciudad y desemboca en el Río de la Plata: “No había chance”. Pero el rechazo consuetudinario no los frena. “En Buenos Aires no hay un frente al río y por eso estamos seguros de que es inevitable que se desentuben los arroyos en un futuro”; contesta Marcos, que es como si contestaran los demás; habla uno y el resto asiente como en una coreografía instintiva, como un grupo de peces que nadan en cardumen.
@ArroyosLibres en Instagram parece ser una pequeña voz porteña pero convocante en la Ciudad con más natural market del país, en la que lo cool es comprar agroecológico y orgánico. En la cuna argentina del running y la healthy life, el paradigma del trato humano para con su cuerpo y su naturaleza suma cada vez más adeptos. El cambio climático es una urgencia que vuelve a ganar la agenda pública y, de repente, Martín Civeira lo ve con claridad: todo lo que estudió y aprendió de los arroyos tenía que ser compartido; había que publicar toda esta información.
Civeira, para explicar el contexto que lo une al agua, cuenta que “al ser de zona sur del Gran Buenos Aires, teníamos mucho contacto con el Río de la Plata y los arroyos que desembocan en él. Además, cruzábamos bastante el Riachuelo para venir a Capital. Con los años, el interés se hizo un poco más académico, por mi formación: soy ingeniero civil, orientación hidráulica y especialista en ingeniería portuaria”.
La cuenta de Arroyos Libres en Instagram se creó en 2019 cuando “se sumó más gente al barco”, cuenta Martín. Graciela Burgueño “pule los escritos para que no sean horrorosamente técnicos” y Sandra Iturriaga “aporta la parte ambiental para no quedarnos solo con las cosas ingenieriles”.
Martín, Graciela y Sandra saben cuánto importa la comunicación de la existencia de los arroyos. “Tapamos el último arroyo hace más de cincuenta años; algunos ya superan el doble de ese tiempo bajo tierra. Las generaciones que convivieron —y en muchos casos sufrieron— con los arroyos han desaparecido o no están en condiciones de transmitir sus historias”.
Para Martín tiene poca utilidad fantasear con la idea de los daylighting —desentubamiento en inglés— porque, si bien en otras partes del globo fue posible volver a darles luz a los arroyos entubados, no son prácticas cuyos resultados estén a la vista en corto plazo.
“Pasan años entre la idea y la concreción del proyecto, generalmente en tramos cortos, de unos pocos cientos de metros; aunque cada uno de esos logros, aunque parezca poco, es parte de un camino de reingreso de la Naturaleza a las ciudades”. En cuanto al Maldonado, para el ingeniero, a menos de que se invierta en un sistema de esclusas y reservorios, solo es posible desentubar en las cercanías a su desembocadura y en trayectos cortos.
@Paisajeante en Twitter, conocido como Fabio Márquez, es Licenciado en Diseño del Paisaje y divulgador de tesoros. Como quienes integran Arroyos Libres, él reconoce la poca información y el desconocimiento público de cómo era este espacio geográfico antes de que se consolidara la Ciudad que conocemos.
“Muchos no tienen claro que bajo las calles hay arroyos transformados en ductos pluviales. Cuando hay inundación, ni siquiera interpretan que tiene que ver con flujos naturales del agua que, ante la impermeabilización y la compactación, tiene que salir por algún lado”. Fabio da mención especial a un fenómeno que pensamos como natural y recuerda que cuando los arroyos fueron entubados no había inundaciones a gran escala; por tanto, la contención de los tubos fue pensada para los volúmenes hídricos de la época. “Pero como la ciudad siguió creciendo y siguió impermeabilizando suelos, estos ductos no alcanzaron para transportar la cantidad de agua y al desaparecer un montón de superficies verdes que tenía la ciudad, hicieron que hubiera menos suelo absorbente”.
Para Márquez, la desinformación y el ocultamiento de los arroyos provoca graves problemas. La gente cree que las inundaciones ocurren porque no se hicieron las obras suficientes. Hace años las políticas públicas son las de “querer domesticar el ambiente a través de grandes presupuestos. Los millones que ha gastado esta ciudad para querer controlar su cuenca hídrica son descomunales, sobre todo la última obra del Maldonado [el Plan Director de Ordenamiento Hidráulico] con ese terrible caño que va por debajo del entubamiento anterior con créditos [del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento] que estaremos pagando por muchos años”. El crédito del que habla Marquez es uno de los tantos contratos que los gobiernos de la Ciudad de Buenos Aires fueron adquiriendo con el BIRF desde fines del siglo pasado. El BIRF es una de las 5 organizaciones financieras internacionales que conforman el Banco Mundial y, según lo que se puede leer en su página oficial, tiene como misión ayudar a “reducir la pobreza y promover la prosperidad compartida en los países en desarrollo”.
Discutir qué se hace con los arroyos es un tema fundamental para quienes trabajan por divulgar la existencia de estas aguas subterráneas. Pero más allá del “espectáculo de belleza” por el que tanto luchó Iriondo, los tiempos que corren requieren una mirada integral que devuelva los arroyos al sol; pero que, al hacerlo, sea prioridad el saneamiento ambiental. El Río de la Plata hace parte del paisaje por excelencia de la Ciudad de Buenos Aires; pero su acceso está en manos de quienes detentan un título de propiedad hasta de los peces que por allí nadan.
“La transformación no para”, reza el eslogan del Gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, mientras calientan motores para el próximo año electoral. La Secretaría de Transporte y Obras Públicas, a cargo de Manuela López Menéndez, lleva adelante la señalización de los arroyos con carteles y pintadas sobre las calles de hormigón; pero hace silencio cuando se le pregunta cuál es el sentido de la propuesta.
Si bien toda la plana de entrevistados para esta investigación aseguran que es técnicamente posible desentubar los arroyos en algunos tramos, nada sucederá si la información no circula, si la participación plena y masiva de la sociedad no lo exige y si la educación ambiental continúa relegada. No se trata solo de levantar la alfombra, sino además reconocer la basura escondida.
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