El paraíso comunista
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La última vez que escribí este newsletter, el mes pasado, estaba en Sri Lanka, sin poder salir del hotel porque el gobierno había decretado estado de sitio. Tampoco podía prender la computadora, porque me había quedado sin batería y no había electricidad para cargarla. Pero cambia, todo cambia, y más cuando uno está de viaje: por eso, mi situación hoy, en este momento, es completamente diferente.
Lo que más me gusta de viajar es que cada día, y casi sin darse cuenta -porque el descubrimiento se vuelve parte de la normalidad cotidiana- uno hace cosas que, si las hiciera en tiempos de rutina, sin dudas llevarían la marca de lo excepcional: hoy, por ejemplo, fui a la playa, jugué al fútbol con unos amigos indios y me quedé una hora charlando de política con un maltés, que me terminó invitando a su casa en Dubai; además, salí a comer dos veces afuera, a restaurantes populares y baratos, chana masala de día (un guiso de garbanzos) y paneer dosa -un panqueque enorme de queso- de noche. Todo eso no me llevó más que 4, 5 horas y en el resto del tiempo, descansé, leí un libro, no hice nada particularmente especial.
No considero que haya sido un día digno de mención, más bien fue bastante gris; estuve mucho tiempo recostado, pensando en nada, mirando el teléfono…y sin embargo, si cualquiera de las cosas que me pasaron hoy me hubieran sucedido hace 5 meses, en Buenos Aires, estarían revestidas del carácter de la novedad. En el grupo de WhatsApp con mis amigos, comentaría: ¡No saben lo que me pasó! ¡Jugué al fútbol con unos indios y conocí un maltés!
¿A qué quiero llegar con esto? A que, en un mes, que es el lapso entre un mail que les mando y el siguiente, me suceden tantas cosas que, cuando me siento en la computadora a escribirlas, no sé ni por dónde empezar. Y ahora pienso en Sri Lanka, en el gran problema que tienen -que continúa y de hecho, empeora-, recuerdo el asomo de preocupación que se desprendía de mi último correo, la cantidad de personas que me escribieron ofreciéndome ayuda, o para saber si estaba bien, y me parece, sinceramente, que ocurrió en otra vida. Realmente, fue en otra vida.
Pero el motivo de esta percepción no es otro que el que comenté recientemente: tantas cosas nuevas, inesperadas, originales suceden a cada momento que lo que me pasó hace un mes siento que en realidad aconteció hace dos años.
Llegados a este punto, y antes de empezar con el tema que quiero desarrollar hoy, me gustaría contarles algo que escribió Milan Kundera, en ese hermosísimo libro que es “La insoportable levedad del ser” y que a mí me quedó grabado para siempre cuando lo leí en la adolescencia. Él dice -en boca de uno de los personajes de la novela- que los animales todavía viven en el paraíso, a diferencia de los humanos, porque el paraíso consiste en poder experimentar una sensación primigenia y original de entusiasmo y alegría a pesar de que la acción efectuada sea algo repetido. A un perro, uno lo puede sacar a pasear todos los días, siempre por el mismo camino, la misma vuelta manzana, y sin embargo, la felicidad que va a experimentar la mascota al ver la correa va a ser siempre igual, espontánea, por más de que el trayecto sea todos los días exactamente igual al del día anterior. La rutina, en ese caso, siempre pierde -inevitablemente- la batalla contra la irrupción de lo nuevo. Imagínense si, en cada beso que nos diéramos con nuestras parejas, pudiéramos volver a sentir lo que sentimos cuando nos dimos el primero. Eso no nos sucede, obviamente: el ser humano se aburre rápido, jamás puede volver a experimentar en su cuerpo la corriente que lo electrifica al hacer algo por primera vez (el segundo beso ya no será el primero, por lindo que sea) y eso, dice Kundera, es la gran marca de nuestra expulsión del edén.
A veces, pienso que viajar es un poco eso: experimentar con mucha más frecuencia la sensación de la originalidad, el descubrir, la génesis de algo nuevo.
Y me encanta.
Así, porque sí, y casi a modo de constatación de la teoría, les puedo contar por ejemplo que en el último mes:
-Visité la extrañísima comuna experimental de Auroville (por supuesto que escribiré sobre el tema, aquí o en mis otras redes sociales; todo a su tiempo).
–
Me corté el pelo en un salón indio, en la ciudad de Madurai.
-Fui a la cancha a ver la semifinal de un importante torneo de fútbol la India, hubo 10 goles y la gente me hizo sentir como un rockstar.
–Viajé en tercera clase de un tren de once horas, sentado en el piso, y publiqué una foto que viralizó. Me hice múltiples amigos en el trayecto.
Y así podría seguir un rato largo, pero, en realidad, en lo que que me gustaría detenerme en esta nueva comunicación es en un lugar en el que estuve, y que es realmente particular, por no decir que es de los lugares más increíbles que visité en mi vida, y con más historias para contar. Se trata del estado indio de Kerala, uno de los 28 que conforman el país.
Kerala, en la costa oeste del pais, al sur, con costas en el Mar Arábigo, es una preciosura. Sus playas -como la de Varkala- son bellísimas, los campos de té conforman algunos de los paisajes más extraordinarios que alguna vez vi, los atardecer generan en los cielos explosiones de miles de colores, la comida es muy rica (en este estado, a diferencia del resto de la India, se vende y se come carne de vaca sin mayores problemas, porque, además de los hinduistas -quienes consideran que la vaca es sagrada- hay altos porcentajes de población cristiana e islámica), la gente es muy agradable…parece casi que estoy escribiendo una publicidad, pero no es así.
En Kerala se habla Malayalam, uno de los tantos idiomas dravídicos que se usan en el sur del país; es muy diferente -y cualquiera que haya estado en India lo sabe- la forma de vivir de los indios del norte a los del sur. En el norte -y ni que hablar en Delhi- pareciera que el ritmo de vida va mucho más acelerado, mientras que el sur (¿Será por la cercanía al mar, por el clima?) tiene una forma de desenvolverse más pausada y armónica, como influenciada por los vientos oceanicos, y no los de montaña, que tejen su acontecer. Pero, más allá de todo esto que les cuento, la gran particularidad de Kerala es la siguiente: es gobernada por el Partido Comunista (Marxista) de la India.
El comunismo llegó al poder en Kerala -un estado de unos 40 millones de personas- en 1957, hace más de 60 años, y nunca se fue. Es decir: no siempre estuvieron en el gobierno, perdieron algunas elecciones, pero sí se convirtieron innegablemente en la fuerza política más importante de la región. Y eso se nota al transitar sus calles: ni siquiera en Transnistria había visto tantas (tantas y tantas) banderas rojas con el símbolo de la hoz y el martillo, ni tantos carteles, grafittis, fotos y pintadas -¡Incluso estatuas!- del Che Guevara, un personaje omnipresente en la sociedad keralita.
Cuando uno camina por cualquier ciudad del estado, a cada cuadra se cruza con una bandera comunista, luego con una foto de Fidel Castro, una de Lenin, después con otra del Che. Y lo interesante -al menos en mi percepción paisajistica, emocional y sensorial- es que todo está rodeado de plataneras, de papayas, de sudor…normalmente uno asocia a los comunistas con la nieve, el frío, los bolcheviques de Moscú, pero en Kerala -como en Cuba, claro- las circunstancias climáticas cambian, y la gorra revolucionaria de lana es sustituida por camisas floreadas (aunque no pantalón corto, porque, recuerden, hay mucha población musulmán).
Para entender la emergencia del comunismo en Kerala, hay que tener en cuenta, primero, que en India, un país de 1.400 millones de habitantes, cada estado tiene una lógica de funcionamiento completamente diferente. Así, lo que pasa en Kerala no tiene por qué replicarse en Tamil Nadu, Maharashtra o Uttar Pradesh. Lo que sucedió en esta zona fue que el sentimiento anticolonial previo a la independencia india, en 1948, se mezcló también con un importante reclamo agrario -y de clase- de los campesinos, que vivían prácticamente bajo un régimen feudal y además, que la importanTe presencia musulmana de la zona (estamos frente a las costas de los Emiratos Árabes Unidos) contribuyó a que la lucha por romper los lazos con la potencia europea no vaya tan acompañada de una reivindicación hinduista que es lo que sí ocurrió, con Gandhi a la cabeza, en el resto del país.
Paradójicamente, el primer gran nombre del comunismo keralita, y la primera persona en el mundo que ganó unas elecciones con el Partido Comunista, se llamó E.M.S Namboodiripad -un verdadero “¡Qué hombre”!- y pertenecía a la casta de los brahmines, la de mayores privilegios: pese a ello, incluso en contraposición a lo que se esperaba de él por su origen patricio, impulsó el comunismo en la región.
El gobierno de Namboodiripad se caracterizó por la promulgación de una (realmente) revolucionaria reforma agraria, muy de avanzada ara la época y para los parámetros indios, que otorgaba al menos unas hectáreas de tierra a toda la población campesina keralita, hasta entonces completamente desposeída. El experimento, de todas formas, no duró mucho porque el gobierno central, con apoyo de la CIA, intervino el estado dos años después, so pretexto de que las reformas comunistas estaban alterando la ley y el orden (es decir, el orden de los poderosos). Aún así, gracias a la lucha anticolonial y los esfuerzos de Namboodiripad en aquella primera experiencia, el comunismo arraigó para siempre en la zona, y hasta hoy gobierna el estado. Y de hecho, lo hace muy bien: Kerala es el estado con menores índices de pobreza en toda India, con mayor desarrollo humano, el único con igualdad real entre hombres y mujeres y aquel con mayor porcentaje de alfabetización. Los números son muy buenos, el bienestar social es alto, y por eso, el comunismo gobierna el estado e impone su presencia en las calles. Uno de los problemas importantes que tiene Kerala, de todas formas, es el porcentaje de desempleo y eso tiene que ver con que muchos empresarios eligen cambiarse de estado, ya que los trabajadores de Kerala están muy organizados, las prestaciones sociales y derechos laborales son mucho mayores que en cualquier otro lugar de la India, y las ganancias, claro, por eso mismo, no son tantas. El ingreso de dinero proveniente de keralitas que viven en Dubai, Qatar y otras monarquías de la cercana Península Arábiga funciona como un buen incentivo para las arcas locales.
El comunismo keralita, un comunismo que gobierna un estado de 40 millones de personas (mucho más que Cuba, por ejemplo), se estableció siempre bajo los preceptos de la democracia liberal que gobierna India. Es decir, hay elecciones libres tal como está estipulado por la ley nacional y todas las instituciones funcionan normalmente. De hecho, el propio Namboodiripad era enemigo de cualquier imposición ideológica a la fuerza. En términos sociales y de reformas, es un “soft-communism” que, de todas formas, se las ingenió para hacer de Kerala uno de los estados más prósperos de India, con niveles altos de desarrollo y -algo importantísimo- una región en la que las disputas religiosas están ausentes. La tranquilidad y seguridad que uno siente al recorrer el estado, en el que me quedé 20 días, son dignas de mención.
Como siempre digo, estos correos son apenas disparadores. Queda mucho por decir sobre Kerala, sobre el comunismo indio (¿Cuál es su relación con el sistema de castas?) y sobre tantísimas cosas más. Uno empieza a meterse en un tema -y más en un país tan complejo como la India- y se da cuenta de que es imposible de abarcar o, más aún, que sus ramificaciones son infinitas. Pero, bueno, siempre vale la pena aprender un poco más, para entender también que las realidades del mundo son vastas, muy diferentes todas entre sí -y a la vez, similares- y siempre fascinantes. Aprender y seguir aprendiendo.
Con esta reflexión muy simple, me despido. ¿De qué estaremos hablando en el próximo mail? Pasé del estado de sitio ceilandés al comunismo keralita así, sin escalas y sin traumatismos. Lo que viene próximamente ni yo lo sé porque, como dije al principio, cada día puede ser una sorpresa. Un gran abrazo a todos y todas: este fue el correo de abril (atrasado); en unos días, entonces, tendremos el de mayo.
Fer.
Pd: Ya se pueden anotar al taller de Política Internacional de Late. Si mencionan en el formulario que vienen de mi parte tienen un descuento.
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