| marzo 2022, Por Beatriz Arslanian

Las mujeres van siempre al frente

Esta guerra está tan vigente y vinculada al fin de la Unión Soviética como la de Ucrania. En ambas se piensa el rol de las mujeres como secundario, aunque sea clave. Desde la guerra en el Nagorno Karabaj, este reportaje de Beatriz Arslanian interpela: ¿Las mujeres son solo la retaguardia? ¿Por qué todavía pensamos que la guerra es un tema de hombres?

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A pocos kilómetros de Yerevan, capital de Armenia, en la aldea de Balahovit, se despliega una unidad militar al final de una de las calles principales del pueblo. Un par de soldados controlan una barrera que se eleva cada vez que se acerca un vehículo autorizado. Escriben los nombres de los visitantes en una lista y uno de ellos les entrega unos pequeños papeles firmados que deben ser devueltos a la salida. Luego de este proceso, el acceso está permitido.

No se ven mujeres en el patio. Hay que buscarlas. El porcentaje de participación femenina en las Fuerzas Armadas del país no está registrado. En realidad, sí lo está; pero es información secreta del Ministerio de Defensa. Una serie de datos, como conformación de las filas, ubicaciones de postes militares o detalles de armamentos, permanece oculta para que no llegue al adversario. Algunas fuentes aseguran que representan un 9% de todo el personal, pero no está verificado. Ocupan diferentes puestos, en especial los administrativos, y conviven a diario con la vigencia de un modelo de masculinidad al que deben adaptarse.

Un grupo de hombres robustos de unos 50 años con uniformes camuflados atraviesa uno de los patios de la unidad. Soldados más jóvenes hacen el saludo militar cuando los cruzan; los oficiales apenas inclinan la cabeza como respuesta. Arrojan a cada paso su fehaciente virilidad. Son generales del Ejército de Defensa armenio; todo el cuidado que se les escapa sobre lo que acontece a su alrededor es destinado a no cometer faltas que echen por tierra su hombría.

Lilit tiene 42 años y se desempeña en la unidad pacificadora del Ejército de Defensa de Armenia. Se asoma con timidez por la puerta a un compartimento con varias salas de estudio. Ingresa a un aula vacía en la que usualmente los militares aprenden inglés. La sala está muy calefaccionada. Se siente ahogada y el botón que sujeta el cuello de su camisa no ayuda. Su uniforme es intachable; también su maquillaje y su cabello. Mira hacia arriba y recuerda el momento en que decidió enrolarse en las filas de las Fuerzas Armadas.

“Estaba muy entusiasmada. Soñaba con convertirme en oficial. Al comienzo, hacía los trabajos administrativos de toda la unidad militar; parecía fácil pero al final resultó ser un trabajo multifacético, complejo y requería mucha responsabilidad”, cuenta. Al margen de cada cargo, las mujeres también tienen entrenamientos físicos en el campo, lecciones de tiro y formaciones militares a la par de los varones.

Pero no todo es parejo. Para Lilit dentro del Ejército “hay tareas que pueden realizar los hombres y otras que son más afines a las mujeres”. Dice que, en el detrás de cámaras las mujeres pueden desenvolverse mejor, pero todas “están preparadas para cualquier escenario de aprieto”. No está descontenta con esta diferencia de roles. Tampoco se cuestiona que en sus efectos simbólicos, la guerra o las situaciones de emergencia se alejen de la igualdad de responsabilidades y reconocimiento de méritos. Lilit celebra que, al menos ahora, ellas pueden ser parte del sector militar y ser reconocidas formalmente como “trabajadoras de las Fuerzas Armadas”.

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Hay francotiradoras que identifican objetivos y humillan con su puntería, y zapadoras que facilitan los movimientos de las tropas en las batallas. Este es un planteo difícil para una sociedad que entiende a la mujer como dadora de vida y encargada de los trabajos reproductivos. Un halo sagrado cae sobre ella y la coloca en el pedestal de ser quien da a luz a quienes engrosarán las filas del Ejército en el futuro.

Manush en su consultorio del Hospital Militar de Yerevan, Armenia. Foto: Beatriz Arslanian
Manush en su consultorio del Hospital Militar de Yerevan, Armenia. Foto: Beatriz Arslanian.

La unidad militar de Balahovit es de las tantas del actual Ejército de Defensa de Armenia que vio la luz en 1992, cuando urgía la institucionalización de las tropas. La seguridad nacional de Armenia y Nagorno Karabaj corría peligro luego de conseguir la independencia de la URSS y con una guerra en proceso con Azerbaiyán. La experiencia heredada de la época soviética se combinó con la nacional y comenzó la travesía hacia la formalización.

Gradualmente, se activó el reclutamiento de mujeres. Allí estaban ellas, a las órdenes, aunque sus tareas estaban vinculadas en exclusivo al servicio, la administración y las comunicaciones. La buena nueva llegó en 2010, cuando fueron aceptadas en unidades de combate. Así, aparecieron mujeres en las fuerzas especiales y en los servicios de inteligencia de Armenia. El primer escalón estaba tomado.

La aceptación social no pudo seguir el ritmo de la legislación. Aún hoy, permanecen actitudes conservadoras que cuestionan la utilidad de la participación femenina en el Ejército armenio con un “¿para qué?” Las mesas familiares suelen ser el centro de espinosas discusiones cuando una joven anuncia que quiere alistarse en el Ejército. Es una ambición disruptiva en un torrente de mandatos. Sin embargo, cada vez son más las mujeres dispuestas a desempeñar roles de combate.

Marina es una enfermera militar de Stepanakert, la capital de Nagorno Karabaj. No pasa de 35 años. Sus ojos son casi transparentes y su sonrisa es aún más cautivadora. Tiene un particular sentido del humor, y la suma de todo eso alborota los estereotipos de las Fuerzas Armadas. Lleva puesto el uniforme oficial del Ejército de Defensa; en su pecho derecho, un parche indica su grupo sanguíneo. Se mira y confiesa que es un uniforme nuevo. “El que usé en la guerra terminó tan sucio que fue imposible reciclarlo”, cuenta.

Avala la participación de las mujeres en el Ejército. “Creo que tiene que haber igualdad entre mujeres y hombres; pero deben ser más compasivos con nosotras, porque detrás nuestro tenemos una casa, una familia, hijos. Todo eso se debe tener en cuenta”, sugiere. Marina tiene un hijo y hace unos años se divorció de su esposo.

Sobre el saco verde de Lilit posan medallas y parches. Su pollera estilo tubo del mismo tono parece incómoda para todo menos para hacer trabajos de oficina. Su mirada pícara desentona con esa solemnidad cuando confiesa que no se imagina la cotidianidad de la unidad militar sin mujeres. “Nosotras estamos preparadas para hacer lo imposible”, garantiza mientras agrega que, a diferencia de los varones, ellas realizan su trabajo con gusto y sin quejas.

En los últimos treinta años, el fantasma de una nueva guerra en Nagorno Karabaj es constante; a veces se hace realidad. El 27 de septiembre de 2020 no dio tregua al frágil status quo y se recrudecieron las hostilidades con Azerbaiyán. Armenia movilizó a la sociedad masculina de entre 18 y 55 años. Se organizó el Ejército regular y la resistencia de grupos de voluntarios. Las mujeres quedaron al margen de los lugares de primera línea y lideraron las tareas de asistencia a soldados y refugiados. La guerra duró cuarenta y cuatro días, tiempo que consolidó la idea de superioridad masculina en la labor de defender la patria.

En aquellos días, Lilit estuvo a cargo del reclutamiento de los soldados varones. Resopla cuando intenta relatar sus vivencias. “Estuvimos día y noche en esta unidad militar. Se había convertido en nuestro hogar. Preparamos a los varones para enviarlos a la frontera. Ese fue el momento de aplicar toda nuestra experiencia. En tiempos de paz hemos entrenado mucho; pero nunca pensamos que esto pasaría”.

Causal de separación: la patria y el género. En toda guerra contemporánea hay un momento en el que las mujeres despiden a sus varones antes de que vayan al frente.

Sin embargo, Marina estuvo en el frente de batalla. Su voz suena con mayor claridad cuando relata sus andanzas bajo fuego adversario.

“Cuando todo comenzó, me llamaron para decirme que debía ir junto a mi batallón. Tomé a mi hijo y lo dejé con mi profesora. Fui a la unidad militar y allí nos informaron los destinos”, cuenta.

No tenía miedo. Viajó durante la noche en un convoy y llegó a la región de Hadrut. Los aviones lanzamisiles y los drones kamikazes cruzaban sobre sus cabezas constantemente y remataban con una sinfonía de estallidos. Marina era la única mujer en esa línea. Jamás pensó en abandonar a su tropa.

“Tenía que estar ahí. En ese momento podía volver con mi hijo; pero realmente a veces me olvidaba de que tenía un hijo”, confiesa.

Su acción fue considerada heroica; aunque socavada por un contexto paternalista. Sus oficiales masculinos fueron quienes se acercaron a las trincheras, la observaron con desasosiego, giraron sus cabezas hacia sus compañeros y les preguntaron: ¿Qué hace esta chica aquí?

Marina se ríe cuando lo cuenta, y alega que se sintió orgullosa de sí misma con la respuesta de sus compañeros: “No iremos a ninguna parte sin ella, se quedará con nosotros en la primera línea”.

Lilit en una de las aulas de la unidad militar Balahovit, en la provincia de Kotayk, Armenia. Foto: Beatriz Arslanian
Lilit en una de las aulas de la unidad militar Balahovit, en la provincia de Kotayk, Armenia. Foto: Beatriz Arslanian.

Las mujeres van poblando las filas de uniformados. El sistema legal intenta acompañar este escenario. Las reformas legislativas en 2014 aportaron puntos para asegurar igualdad de condiciones para hombres y mujeres alistados en el Ejército. A partir de ahí, el Instituto Militar aceptó a mujeres en un programa de cuatro años con el fin de convertirlas en oficiales. Dos años después, un proyecto aprobado por la Asamblea Nacional fue tras la creación de oportunidades adicionales para ellas. El Ministro de Defensa, Seyran Ohanyan, aceptó que “sería un error no permitir a las mujeres alcanzar su máximo potencial”. Así, un mapa de ruta expandió el círculo de cargos sin diferencias de género y promovió la participación femenina en la toma de decisiones. Posteriormente, en 2019, el pimer ministro Nikol Pashiyan prometió públicamente que no está lejos el día en que Armenia tenga generales mujeres.

La leyenda del soldado varón enaltecido y motivo del orgullo popular atraviesa la sociedad armenia, pero sus mujeres han dado ya varios pasos. La conquista ha comenzado.

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El enrolamiento de mujeres armenias en el Ejército de Defensa no arrasa con estructuras de manera disruptiva; sigue pasos pautados que, aunque están diseñados por hombres que ocupan las cúpulas de poder, aportan ventajas que ellas han sabido aprovechar. A partir de entonces, su misión traza los primeros pasos hacia el cuestionamiento de los relatos de la sociedad, donde la figura simbólica del ejército generalmente está arraigada a los actos heroicos de los varones.

Manush cerró la puerta con llave para que nadie interrumpiera. Su consultorio es un constante ir y venir de soldados o familiares de soldados que se acercan con preguntas o traen papeles para ser firmados. Es médica en el Hospital Militar de Yerevan y hace veintidós años, junto a su esposo, decidió servir en las Fuerzas Armadas desde su profesión.

Está convencida de que defender la patria es un deber colectivo, como si la Constitución de Armenia se hubiera apoderado de su habla. El artículo 46 enuncia que todo ciudadano está obligado a participar en la defensa de la República de Armenia en conformidad con el procedimiento prescrito por la ley. Pero hay un contraste. Por otro lado, el servicio militar es obligatorio para varones, pero voluntario para mujeres.

Manush aprueba el reclutamiento de mujeres en el Ejército. “Sin nosotras sería difícil el trabajo. Hay mujeres que ocupan cargos altos en las Fuerzas Armadas y llevan adelante operaciones muy grandes. Cada vez hay más mujeres sirviendo. Por un lado, las condiciones han cambiado y por el otro, es mayor el deseo de servir a la patria”, asiente, mientras se acomoda el pelo detrás de la oreja.

El lazo entre las mujeres, lo militar y la guerra no está del todo determinado. La sociedad armenia suele recurrir a referencias alegóricas como la mujer que huye de su hogar, la viuda desconsolada o la madre que maldice la guerra. Manush asume que “naturalmente, hay tareas que pertenecen solo a las mujeres”; pero cree que la guerra de Nagorno-Karabaj dejó por sentado que todos pasaron por los mismos momentos críticos con independencia del género. Esta perspectiva horizontal aprieta los zapatos de un tejido social que solicita a sus mujeres que sean sembradoras de valor, que brinden entereza a sus hombres y que acepten estoicamente su muerte.

Para Marina todos deben colaborar para proteger la diminuta superficie de Nagorno-Karabaj, no importa si como enfermera o francotiradora. Para Lilit, la patria es como una madre a la cual hay que amar sin interés y ayudar en los momentos críticos. La defensa de la “patria” es un lugar de encuentro pero también de separación. No hay patria sin matria. La retaguardia es el frente, el frente es la retaguardia. Por eso las mujeres van siempre al frente. Manush desea que las mujeres “tengan salud” y puedan “permanecer firmes junto a los varones para atravesar las consecuencias de la guerra”.

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