| diciembre 2021, Por Jorge Rodríguez

Los últimos pescadores de la manjúa

Por su importancia para la economía y la seguridad alimentaria de su población, la regulación de esta pesquería debería ser una prioridad para el Estado guatemalteco y otros actores involucrados en la actividad.

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Zoila de la Cruz es una pescadora de origen Maya q’eqchi’, cuya estricta rutina diaria solamente varía según el clima con el que amanece en Río Salado, la aldea de Lívingston, Izabal, al noreste de Guatemala, donde vive. Cada mañana, antes de los primeros rayos de luz del día, ella, junto a sus hijos, se prepara para navegar las aguas de la Bahía de Amatique, en busca de la manjúa.

En esta bahía, que Guatemala comparte con Belice, también viven los garífunas, otro de los cuatro grandes grupos étnicos, junto a los mestizos, Mayas y Xincas, que componen la población guatemalteca. Y es del idioma garífuna, o garinagu, de donde proviene la palabra manjúa, que significa sardina. Asimismo, es en esta bahía donde se aprovechan cuatro de las seis especies de este pequeño pez: manjúa negra (Anchoa lyolepis), manjúa canche (Anchoa clupeoides), manjúa campechana (Brevoortia patronus) y manjúa panzona (Cetengraulis edentulus),  explica Manuel Ixquiac, encargado de monitoreo y evaluación de recursos pesqueros del Proyecto Regional de Biodiversidad Costera, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Zoila de la Cruz descarga el producto pescado, ya salado, y lo extiende sobre un trozo de plástico negro para secarlo al sol y luego ponerlo a la venta. Foto: Jorge Rodríguez
Zoila de la Cruz descarga el producto pescado, ya salado, y lo extiende sobre un trozo de plástico negro para secarlo al sol y luego ponerlo a la venta. Foto: Jorge Rodríguez

Las sardinas, anchoas y anchovetas, que viven en las zonas costeras y forman densos cardúmenes, alcanzan según la especie, tamaños máximos de 15 centímetros y sirven de alimento para muchas otras especies, algunas, como el róbalo (Dicentrarchus labrax) y el pargo (Pagrus pagrus), de importancia comercial para la región. Es por su papel en la cadena trófica de la vida marina, que esta pesquería está prohibida en todos los países de Centroamérica.

En el caso de Guatemala y, a diferencia de los otros países de la región, se sigue pescando porque su impacto socioeconómico y cultural es valioso. No solo es la única fuente de ingreso para Zoila, así como para otras 250 familias distribuidas entre Lívingston, Puerto Barrios y Punta de Manabique, todas en el departamento de Izabal, sino que también sirve de base alimentaria y nutricional para pobladores Mayas k’iche’, k’aqchiquel’, mam y tzu’tujil que habitan en el centro del país.

“Lo interesante de la manjúa es su importancia socioeconómica, porque es una especie que garantiza o sustenta la seguridad alimentaria”, mencionó Ixquiac. La carne de la sardina es rica en grasas y aceites esenciales, como el omega-3 y omega-6. “Esas grasas poliinsaturadas, llamadas buenas o saludables, hacen descender los niveles de ciertas lipoproteínas que están asociadas, de forma directa con el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares”, según el informe La pesca de la Manjúa en el Caribe de Guatemala, publicado por la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología (SENACYT) en 2008.

En el mismo reporte se indica que 100 gramos de manjúa proporcionan más proteína animal que la carne de cerdo, pollo o res. Es un alimento clave para zonas como Sololá y el resto del Altiplano guatemalteco, donde se ubican algunas de las regiones con menores índices de desarrollo humano (IDH), según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Sololá, por ejemplo, es el séptimo departamento, de 23, con menor IDH, con 0.455, comparado con el 0.66 de Guatemala como país.

Esto significa que, según el Índice de Pobreza Multidimensional de Guatemala (IPM-Gt), el 61,6% de la población del país (16,3 millones) sobrevive con menos de $3,68 al día. De ese porcentaje, casi el 30% vive en pobreza extrema, lo que significa que se las arregla con $2,07 por día. Debido a esto, la mayoría de las personas en Guatemala no tiene la oportunidad de acceder a la canasta básica, y es por eso que el consumo de la manjúa es tan importante para ellos.

Por su impacto en el desarrollo económico, social y cultural del país,  la actividad pesquera de la manjúa debería de ser una de las más reguladas y protegidas por el Estado. “Cuenta con períodos de veda, zonas de no-pesca, talla mínima de captura, y con una normativa específica de las características del arte de pesca. Pero, una cosa es que existan esas regulaciones, y otra que se cumplan”, se lamentó Ixquiac.

–¿Dónde se comercializa la manjúa?

“No tenemos idea de a dónde se la llevan. Solo viene el comprador, negociamos un precio y la vendemos. Nosotros solo lo pescamos y ya”, dijo Zoila al preguntarle si conoce el destino de la manjúa que extrae del mar. Con seguridad, lo único en lo que ella piensa, es en el dinero que obtendrá con su pesca diaria.

Luego de extraer la manjúa y como parte del proceso de secado necesario para vender el producto, los pescadores le añaden sal. Foto: Jorge Rodríguez
Luego de extraer la manjúa y como parte del proceso de secado necesario para vender el producto, los pescadores le añaden sal. Foto: Jorge Rodríguez

Después de atraparla, Zoila, al igual que los otros pescadores, salan la manjúa en el lugar. Esto es importante, porque ayuda a que el pescado pierda humedad. Luego, ya en tierra, el proceso se finaliza secando la sardina al sol, para entonces empacarla en bolsas plásticas que luego el vendedor recoge.

Dependiendo de la época del año, así varía el precio que el intermediario ofrece por la libra de manjúa, el cual va desde 1 ($0,13) hasta los 8 quetzales ($1,03). El promedio es de Q5 ($0,64). No obstante, luego de ser distribuida en diferentes mercados, la misma libra puede comprarse por más de Q20 ($2,60). Aunque el precio final no es barato, una libra de pollo, por ejemplo, vale Q11 ($1,42) y de carne Q28 ($3,63), la gente tiende a comprar por onza, que puede rendir para toda la familia, a diferencia de una libra de pollo o carne.

Estos asombrosos rasgos nutricionales y socioeconómicos, han llamado la atención de distribuidores de El Salvador. “Lo empacamos en bandejas de una o tres libras y lo exportamos”, dijo Leider Pérez, pescador y vendedor de manjúa en Puerto Barrios. Sin embargo, Guatemala sigue siendo el único lugar donde su captura es legal.

La mayoría de la manjúa, que en otras regiones del país se conoce como pepesca o simplemente como pescaditos, la llevan a la Ciudad de Guatemala y después es  distribuida a mercados de Chimaltenango y El Quiché, departamentos situados a unos 60 y 150 kilómetros al oeste de la Ciudad Capital, respectivamente. Desde ahí la trasladan a otros departamentos como Sololá, Quetzaltenango y Huehuetenango,con mayoría de población indígena. Ahí, “la gente la tira al comal, la dora, y la come así tostadita, con un poco de tomate, un poco de limón. Se come bien rico”, dijo Leider Pérez, pescador y vendedor de manjúa en Puerto Barrios.

En Sololá, específicamente en San Pedro La Laguna, a orillas del lago Atitlán, Catalina Ajqú, usa la manjúa para la preparación del P’aay chú s’aay (patín de pescaditos, en idioma Maya Tzu’tujil). Al igual que Zoila, doña Catalina, no sabe de dónde se obtiene el pescado seco que usa para la elaboración del patín. “Lo preparamos en cualquier ocasión para compartir con la familia, o para nuestros esposos cuando se van al campo”, dijo. Y no solo es una preparación casera. El patín se puede comprar en el mercado local de San Pedro, y también a base de camarón seco, carne de pollo y de cerdo.

La pesca de la manjúa es una pesquería familiar, en la que participan desde los hijos pequeños hasta los abuelos y adultos mayores. Foto: Jorge Rodríguez
La pesca de la manjúa es una pesquería familiar, en la que participan desde los hijos pequeños hasta los abuelos y adultos mayores. Foto: Jorge Rodríguez

Pesca sin regulaciones

“La pesca de la manjúa principió hace unos 50 años. Unos paisanos de apellido Cotoc eran los que la compraban y se la llevaban para el interior de la república”, recordó César Aguilar, pescador de unos 70 años. El interés de estos comerciantes del altiplano, creó un nuevo nicho que no existía antes de la década de 1970. Aguilar formó parte de una de las siete tripulaciones que comenzaron a extraer manjúa en las aguas poco profundas de Punta de Manabique.

Ahora se estima que podría haber unos 600 pescadores registrados dedicados a la pesca de la manjúa, y uno de los mayores esfuerzos se centra en realizar un censo formal, para que la Dirección de Normatividad de la Pesca y Acuicultura (DIPESCA) del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAGA) pueda aplicar una serie de regulaciones, con la finalidad de reorganizar la pesquería para el beneficio de la comunidad y la biodiversidad marina de la zona.

Muchos de los pescadores de manjúa pertenecen al grupo Maya Q’eqchi’ y tienen en esta pesquería, su única fuente de ingresos económicos para la subsistencia. Foto: Emerson Díaz
Muchos de los pescadores de manjúa pertenecen al grupo Maya Q’eqchi’ y tienen en esta pesquería, su única fuente de ingresos económicos para la subsistencia. Foto: Emerson Díaz

Es aquí donde este esfuerzo colaborativo entre diferentes sectores busca tener un impacto real. Al saber cuántas personas pescan manjúa y cuánto extraen, se podrían crear estrategias más efectivas para proteger la disponibilidad de este recurso natural, sin afectar los medios de vida de las personas. Sin embargo, la realidad actual está condicionada por el descontrol establecido desde el inicio de la actividad, esto según Manuel Ixquiac.

“No fue hasta 1998-99, cuando el Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM) fue reconocido como un área de gran importancia para las pesquerías de la región, que los países manifestaron su interés en que Guatemala abandonara la pesquería de manjúa”, dijo Ixquiac.

Sorprendentemente, todavía no hay peligro para el equilibrio biológico, al menos desde la perspectiva de los sardineros, porque aunque ahora mismo las poblaciones de peces están “un poco sobreexplotadas”, según Ixquiac, la disponibilidad del recurso sigue siendo abundante. Las estimaciones hablan de una extracción anual de 2.700 toneladas métricas de manjúa. Otros estudios realizados por DIPESCA, encontraron que la biomasa anual ha aumentado “de 40 toneladas en 2006, a 48 y 52 en los últimos años”, dijo Mario Salazar, inspector de pesca de la entidad gubernamental.

Responsabilidades compartidas

Entonces, ¿por qué todos estos esfuerzos son importantes? Todos los involucrados buscan condiciones justas para ellos. Las autoridades aspiran a tener una actividad ordenada y regulada, que beneficie a los pescadores y a quienes consumen la manjúa. Los sardineros quieren condiciones laborales justas, ya que este es el único trabajo que tienen. Por último, los organismos internacionales, como la UICN, promueven una gestión sostenible que beneficie a las comunidades y la vida marina de la región.

En ese sentido, uno de los rasgos más fuertes de la estrategia de conservación es la veda de pesca, que va del 1 de mayo al 15 de julio. Cada año, Zoila, y el resto de sardineros, deben buscar otras actividades económicas, para permitir que las sardinas juveniles alcancen su medida ideal para ser pescadas. “DIPESCA, anualmente, viene a hacer cumplir la veda, a través de reuniones con representantes de cada comunidad pesquera”, dijo Blanca García, coordinadora del programa de biodiversidad de UICN. En estos encuentros participan hasta 120 pescadores, por lo que los periodos de veda se adoptan de forma participativa y consensuada.

El problema es que, durante este período, muchos de estos pescadores no pueden recurrir a otro tipo de actividades productivas para su subsistencia. A diferencia de otras poblaciones de Guatemala, los habitantes de esta parte del país no tienen tierra para cultivar cultivos para su propio consumo. “En cada veda, el comité de pescadores de cada aldea pide ayuda al municipio (una bolsa de comida). A veces la dan y otras no”, lamentó Zoila.

Manjúa, sardina, pepesca, pupos o pescaditos son los nombres que reciben  varias especies de anchoas y anchovetas que se pescan en las aguas del Caribe de Guatemala. Fotos: Jorge Rodriguez
Manjúa, sardina, pepesca, pupos o pescaditos son los nombres que reciben varias especies de anchoas y anchovetas que se pescan en las aguas del Caribe de Guatemala. Fotos: Jorge Rodriguez

Esta falta de oportunidades, así como la debilidad de DIPESCA para realizar jornadas de vigilancia, lleva a muchos de los pescadores a violar la veda. “Para nosotros, la forma de solucionar este problema es con una presencia más fuerte de las autoridades pesqueras”, dijo Benedicto Cordón, pescador de sardinas y representante del comité de pescadores de Puerto Barrios.

Si bien DIPESCA reconoce que la falta de fondos es un gran impedimento para llevar a cabo una “gestión eficaz” del cumplimiento de la veda, cree que son los pescadores quienes deben hacer más para evitar la reducción del recurso pesquero. “Si le decimos al pescador “intenta limitar la manjúa estos meses”, es porque sabemos que la manjúa se está reproduciendo. Muchos de los pescadores no son conscientes de eso, pero el cierre a largo plazo es beneficioso para todos”. comentó Salazar. “Si el departamento de pesca (MAGA) no tiene más autoridad para aplicar la ley, lo más probable es que quienes violen la ley, la sigan infringiendo”, respondió Cordón.

Pero, responsabilizar solamente a los sardineros por pescar durante la veda, no es la mejor estrategia para encontrar una solución a este problema. “Nosotros sí trabajaríamos en otras cosas, si hubiera, pero, por el momento, no tenemos otra oportunidad más que solo la pesca”, dijo Zoila.

Únicamente en Punta de Manabique, zona protegida administrada por el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP), están contempladas algunas actividades alternativas a la pesca, como la extracción de carbón, el manejo del recurso forestal y la ganadería. Según Sergio Hernández, técnico de CONAP, además de los permisos para la extracción de recursos (pesca, extracción de carbón y recursos maderables), la entidad trabaja con los comunitarios para prevenir la sobreexplotación de los mismos.

“Estamos conscientes de que si no se conciencia a la población, ellos no van a utilizar de forma sostenible sus recursos. Dos veces por mes realizamos sensibilizaciones con líderes comunitarios, para involucrarlos en los procesos de conservación”, dijo.

En esa misma línea, UICN, a través del Proyecto de Biodiversidad Costera, asignó recursos económicos para el fortalecimiento de la red de pescadores de la zona de la bahía. “Se busca dar alternativas económicas para un manejo sostenible de los recursos pesqueros”, comentó Blanca García, coordinadora del proyecto. “El anhelo de los pescadores organizados es construir un centro de acopio con cuartos fríos, para poder almacenar el producto, fijar precios fijos para todo el año y así poder tener ingresos incluso durante los períodos de veda”, añadió. Este centro de acopio servirá para todas las pesquerías, como langosta o camarón, que se realicen en la zona.

Hacia una pesquería sostenible

Si bien es cierto que la debilidad del Estado se manifiesta en su limitada capacidad para monitorear las acciones de los pescadores, y que no existen alternativas económicas que puedan hacer los sardineros mientras la veda esté vigente, también es cierto que las redes de pesca que los sardineros utilizan, es una amenaza para otras especies marinas. “Es una mosquitera (con mallas de 2 mm a ¾ cm) que solo deja pasar el agua”, reconoció Ixquiac. De las 2.700 toneladas métricas de manjúa recolectadas anualmente, el 10% es captura incidental (peces globo, caballitos de mar y otros peces de valor comercial en estadios juveniles).

César Aguilar, uno de los “sardineros originales”, muestra una red típica para la pesca de la manjúa, cuya luz de malla pone en riesgo la sobrevivencia de hasta 60 otras especies acompañantes de la manjúa. Foto: Jorge Rodriguez
César Aguilar, uno de los “sardineros originales”, muestra una red típica para la pesca de la manjúa, cuya luz de malla pone en riesgo la sobrevivencia de hasta 60 otras especies acompañantes de la manjúa. Foto: Jorge Rodriguez

Junto con el programa de biodiversidad de la UICN, Ixquiac trabaja actualmente con los pescadores para fomentar el uso de una red con una luz de malla de 5 mm. Mientras esto se pone en práctica, como todos los demás esfuerzos realizados hasta ahora, el único recurso es confiar en la buena fe de los sardineros para respetar la normativa vigente.

“Ahora bien, la vía de trabajo más importante es precisamente el manejo de la fauna acompañante de manjúa. Los pescadores deben separarlos y dejar la mayor cantidad de especies que regresen vivas al mar luego de la pesca. Este es un acuerdo que debe alcanzarse cuanto antes ”, instó Ixquiac.

El otro gran papel de esta historia le corresponde al gobierno de Guatemala, ya que, para que todo esto funcione, tienen que aumentar el presupuesto de DIPESCA, hacer más jornadas de vigilancia, para asegurarse de que nadie quebrante la ley y buscar formas en las que las comunidades pesqueras puedan generar ingresos mientras la prohibición esté vigente.

“Vemos la necesidad de fortalecer las capacidades de DIPESCA. También vemos que una de sus debilidades está en la vigilancia, por eso promovemos procesos de manejo local participativo, donde se generen convenios de trabajo con los pescadores para la promoción y cumplimiento de la normativa pesquera”, dijo Blanca García de UICN. Asimismo, manifestó que confían en que todos estos nuevos procesos que están trabajando con el programa de biodiversidad, darán como resultado mandatos legales acordados con todos los sectores involucrados, y se sumarán a la normativa ahora vigente.

Mientras los esfuerzos de parte de todos los sectores involucrados logran asentarse, Zoila, continúa con su rutina en busca del sustento diario. Como el resto de sardineros de la bahía, su único objetivo es sacar adelante a su familia, mediante un trabajo digno.

El hecho de que cientos de pescadores caribeños dependen de la manjúa para sobrevivir, y que este pequeño pez sea clave en la seguridad alimentaria de miles de guatemaltecos en el centro del país, conlleva a regular toda la cadena productiva de esta actividad.

“El cierre de esta pesquería no favorece a nadie, al contrario, perjudicaría considerablemente al sector de pesca, a los intermediarios, a los consumidores y a la economía nacional. Sabemos que se puede continuar explotando el recurso, pero haciéndolo de manera responsable”, concluyó Ixquiac.

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Esta historia fue producida con el apoyo de la Earth Journalism Network de Internews.

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