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¡Hola!
Soy Maria Paulina Baena. Soy periodista colombiana. Desde hace casi una década trabajo en El Espectador, el periódico independiente más antiguo de mi país, y desde hace cinco años, soy youtuber de un canal que se llama La Pulla, en el que opinamos sobre temas de la agenda nacional con un lenguaje digerible y sincero. Nunca me he considerado una experta en nada. No soy especialista en nada. Disfruto hablar de cualquier cosa, no en vano soy periodista.
En este newsletter les recomendaré cosas que veo, que oigo y que siento; cosas que me encuentro en el camino, que me ayudan a vivir la vida un poco más ligera, que me interpelan, en las que pienso y que me hablan sobre el momento que transito. Me encantaría saber ustedes qué se han encontrado por ahí últimamente. ¡Conversemos!
No necesariamente las cosas que les contaré serán coyunturales porque por lo general suelo llegar tarde a todo. Espero que la pasen bien y algo les quede resonando. No pretendo que estas recomendaciones les sirvan de algo, tampoco. Últimamente he llegado a la conclusión de que lo que realmente me gusta en la vida no sirve para nada, salvo para darme consuelo por poco tiempo.
Hace un mes soy tía de una niña hermosa y muy deseada, Matilde, y últimamente todo ha estado atravesado por ella. Ver a mi hermano y a mi cuñada siendo padres por primera vez me da mucha ternura y, sobre todo, ver a la bebé, olerla, sentirla y besarla. Es un sentimiento nuevo. De hecho, me di cuenta de que lo tenía dormido, como aplacado.
Una amiga alguna vez me dijo “usted ya no se enternece con nada”. Me quedé pensando en eso y es verdad. Sentía ternura por mi perro, pero nunca algo igual por los seres humanos. Me daban lo mismo los bebés y me sentía un poco mal por eso. Antes de Matilde, iba anestesiada por la vida, en piloto automático. “Desde el nacimiento hasta la muerte, conectamos nuestra existencia a un piloto automático, y hace falta una valentía sobrehumana para cambiar de rumbo”, leí la otra vez en El amor dura tres años de Frédéric Breigbeder.
La cuestión es que yo no tuve valentía ni cambié de rumbo. Simplemente llegó a mi vida esta gota de amor frágil y perfecta que cabe en mi antebrazo y que me hizo ponerle freno a la inercia para preguntarme por la maternidad y la crianza. Ese tema me convoca muchísimo hoy y me surgen un montón de preguntas al respecto: ¿Seré mamá algún día? ¿Me bastará con ser tía? ¿Ser tía no es ser una suerte de pseudomamá que está en los mejores momentos de los niños y se desentiende de los peores? ¿Soy mala por pensar así? ¿Me voy a quedar sola? Pero si decido ser mamá… ¿cómo hacer si no hay con quién?
Este mes leí el capítulo “Leche” del libro Primera persona, de la escritora colombiana Margarita García Robayo, que habla sobre la dificultad de ser madre y sobre todo, del mandato contemporáneo de amamantar.
Tenemos instalada la imagen de las mamás de revista que les dan teta a sus hijos tranquilas, plácidas, naturales, sin sufrimiento. Pero lo que me gusta de este texto es la sinceridad con la que la autora cuenta el lado oscuro de amamantar. A muchas madres, más de las que imaginamos, no se les da tan automáticamente: no les sale suficiente leche, sus bebés las lastiman al chuparlas, les dejan en carne viva los pezones, les sale más leche por una teta que por la otra, los pezones no se adaptan a la boca del bebé, les duele, lo sufren… Y siempre hemos creído que debería ser algo placentero. Si además las madres deciden ahorrarse ese sufrimiento dándoles la famosa fórmula, es peor; otra vez fallaron como madres. Al final queda esa sensación de que las mujeres no pueden pensar en sí mismas, que dar teta es ganar como mamá y que las que no pueden hacerlo son unas perdedoras.
También escuché el audiolibro Dear Ijeawele, or A Feminist Manifesto in Fifteen Suggestions, de Chimamanda Ngozy Adiche, leído por January LaVoy en Storyteller.
Les recomiendo el audiolibro en inglés porque la narración me pareció entretenida y concreta (dura una hora, apenas para un vuelo corto o un paseo en bici). En quince sugerencias directas y divertidas, la autora le aconseja a su amiga sobre cómo criar a su hija en este mundo machista. Aunque es un manifiesto feminista, no se enreda en términos y conceptos laberínticos, sino que da herramientas sencillas, prácticas y cercanas. Ojalá todos los papás lo leyeran, lo escucharan en familia y les sirviera como punto de partida para una gran conversación con sus hijxs.
¿Saben qué sentí? Que la crianza no debe ser tortuosa.
Se me quedó el concepto de “madres mediocres” que le leí a Tamara Tenembaum en su libro El fin del amor. En Francia es mal visto que una mamá se anule a sí misma por el hecho de dar a luz, que deje al margen sus preocupaciones académicas, sus amigos y su familia. Como dice Tenembaum, para ser mamá basta con desearlo, como deseo unas papas fritas cuando tengo resaca o como deseo pasar la noche con un hombre cuando me voy de fiesta. No hay que justificarlo, es suficiente con que medie el deseo. Me dejó impresionada ver que mi hermano Alejandro y mi cuñada Tatiana son esos papás que no dejaron de ser ellos mismos cuando nació Matilde, mi sobrina. Y eso, creo, no los hace peores padres, todo lo contrario: los hace seres que entienden las distintas dimensiones y complejidades de la vida. Cuando la bebé salió de la clínica y tenía apenas cinco días de nacida, había copas de vino en la casa esperándonos y un partido de Colombia en el televisor prendido.