Cuatro millones de estafados y una democracia ejemplar
En Ghana, donde el PIB se multiplicó por 13 entre 2000 y 2019, han proliferado cientos de bancos e instituciones financieras: aquellas que en todo el mundo llamamos de ahorro, inversión y crédito. Esta es la historia de más de 500 entidades clausuradas en los últimos cinco años: al menos cuatro millones y medio de personas con su dinero perdido o bloqueado. Eso es lo que sucede por detrás, mientras se ha empezado a erguir una democracia africana como ninguna otra.
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Kumasi, la capital del estado de Ashanti, en el centro de Ghana, uno de los países que está en la base de la panza que dibuja el continente africano. A las afueras, después de surcar caminos de arena, entre puestos de comida ambulante, pequeños negocios de repuestos para coches y tiendas de aspecto parecido, se vislumbra un grupo de viviendas de barro detrás de una gran explanada. En la más humilde de todas ellas, las manos de Perpetual Parker, una mujer de 46 años, pelo corto, peso y altura media, ojos tristes y hundidos, tiemblan con cualquier movimiento, por leve que éste sea. Su voz se entremezcla con tenues sollozos, con gemidos angustiosos que provocan que se pierdan algunas de las palabras que pronuncia. “Todo. Me lo han robado todo”, dice. Habla en lengua twi, sentada en una cama. Sin cocina, sin cuarto de baño, sin televisión, sin internet, sin ordenador, sin más comodidades que esa cama y una lámpara autónoma. “Vivía en un apartamento mejor que este, de dos habitaciones. Pero, no pude pagar más el alquiler; me tuve que mudar aquí. En tres semanas me echan y no tengo a dónde ir”.
Kumasi es la segunda ciudad más poblada del país, después de Accra, la capital, con más de dos millones y medio de habitantes. Ahí, en esa cama, con esas manos temblorosas, saca de un sobre marrón una radiografía reciente.
—Tengo un tumor cerebral. Algunas veces se me reproduce con tanta fuerza que pierdo la vista o me duele la espalda de una forma infernal. He aprendido algunos trucos para aliviarme. Por ejemplo, raparme la cabeza. Las molestias se me van un poco cuando lo hago.
Y luego, tras muchas pausas y más sollozos, prosigue:
–Mi médico me ha dicho que necesito tratamiento, cirugía y medicinas, pero no tengo dinero ni para seguir pagando radiografías.
Recuerda Perpetual aquellos tiempos, no tan lejanos, en los que era una mujer de negocios. Alguien que se ganaba el sustento bastante bien con su trabajo y que se había convertido en una persona de esa pujante clase media ghanesa. Se dedicaba a la compra y venta de material textil: bolsos, vestidos, zapatos, ropa de mujer. Se desplazaba a Togo, a Nigeria o a China, donde adquiría grandes cantidades de estos productos y luego los vendía en una tienda que tenía alquilada en Kumasi. Viajaba varias veces al año, sobre todo en periodos navideños, y ganaba sustanciosos márgenes. Aun con su marido fallecido, podía permitirse pagar un buen colegio para sus hijos, cinco en total (tres niñas y dos niños) entre los 22 y los 12 años. Perpetual era una mujer independiente que iba ganando en la batalla de la vida.
No recuerda la fecha exacta. Dice que fue en los primeros meses de 2018. Una amiga le habló de Menzgold, una compañía dedicada al comercio y la inversión de oro que ofrecía intereses de entre el 7% y el 10% a los clientes que le confiaban su dinero. Perpetual buscó información y comprobó que el fundador y presidente de la compañía, Nana Appiah Mensah, había recibido el premio a Mejor Empresario del Año en 2017, un galardón otorgado por el gobierno de Ghana. Varios políticos habían alabado públicamente su labor, habían posado con él en diferentes actos, lo habían recibido en sus sedes ministeriales. Incluso el presidente de la nación, Nana Akufo-Addo, publicó un tuit en abril de 2018 en el que, acompañado de una fotografía de ambos personajes, podía leerse: “Esta tarde he tenido el singular privilegio de dar la bienvenida a la ‘Jubilee House’ [la casa presidencial ghanesa] a Nana Appiah Mensah. Ha sido inspirador escuchar su historia de éxito y su impacto en la juventud del país”.
Con estos antecedentes, Perpetual consideró que Menzgold era una empresa suficientemente solvente como para confiarle sus ahorros:hizo un primer depósito de 48.000 Cedis (unos 7.000 euros) en abril de 2018.
Como todo fue según lo convenido y cobró el interés prometido, en junio del mismo año realizó otras dos inversiones. Primero de 60.000 Cedis (algo más de 8.700 euros) y unos días más tarde, otro de 44.000 Cedis (6.450 euros). En septiembre, cuando debía volver a hacer las maletas para viajar a China a por nuevo material textil, un punzante dolor de cabeza que sentía desde hacía algunos meses le hizo replantearse la marcha y desistir. Para mantener su nivel de ingresos, el día 11 regresó a la oficina de Menzgold para dejar todo el capital que le quedaba, 136.000 Cedis (casi 20.000 euros). En total, 288.000 Cedis (alrededor de 43.000 euros). Eran los ahorros de más de dos décadas de trabajo y la herencia de su difunto marido.
Sólo un día después del último depósito, el 12 de septiembre, todas las operaciones de Menzgold fueron canceladas por la Comisión de Bolsa y Valores de Ghana (SEC) en una decisión apoyada por el Banco Central de Ghana (BoG), de propiedad gubernamental, y su licencia fue revocada por la Comisión de Minerales. Según declaró la SEC en una carta recogida por diversos medios de comunicación locales, “las investigaciones realizadas concluyeron que el negocio de la compañía, que involucra la compra y depósito de oro y contratos emitidos con retornos garantizados con los clientes, es una actividad del mercado de capitales que no puede realizarse sin una autorización explícita para ello”. Menzgold, con una licencia concedida únicamente para el comercio y la exportación de oro desde 2014, se había convertido en una especie de banco que aceptaba depósitos en efectivo a cambio de unos jugosos intereses cuya cuantía no alcanzaba a ofrecer ninguna otra entidad en el país.
Pese a todo, la noticia no debió haber pillado desprevenido a Nana Appiah Mensah. El 8 de agosto, solo un mes antes del anuncio de revocación a la licencia a Menzgold, el BoG emitió un aviso público donde indicaba sin posibilidad de equívoco que la compañía no tenía autoridad para participar en la recepción de dinero, inversiones ni en el pago de dividendos a sus clientes e insinuaba medidas próximas como las que llevaron a la cancelación de todas las labores de esta empresa.
Cuando Perpetual fue a preguntar por su dinero el 13 de septiembre, la oficina de Menzgold en Kumasi había cerrado. Nadie le dio una explicación. Nadie le dijo cómo recuperar su inversión. Y todo se precipitó. Ese dolor de cabeza que le había impedido viajar aquel invierno es hoy un tumor cerebral que la tiene postrada en la cama. Perpetual dice que está arruinada. Que no le han devuelto nada. Ninguno de sus hijos está ya con ella.
“No puedo mantenerlos –dice. El mayor sobrevive como puede, a una lo he mandado con mi hermana, y los otros tres viven con amigos y algunos familiares”. Afirma que ahora, a tres semanas de que la echen de esa casa donde solo tiene el cuidado de vecinas y amigas, con la incertidumbre de no saber ni dónde ir, una fatal idea recorre su mente con demasiada frecuencia. “Cada vez tengo menos esperanzas de recuperar mi dinero. Como no puedo ni costear las medicinas que me recomiendan los doctores debo comprar otras, más baratas, y ni siquiera tengo para pagarlas siempre… He pensado en tomar algún medicamento para morir”.
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Menzgold defraudó a 16.000 personas una suma que ronda los 1,68 billones de Cedis (más de 246 millones de euros), según los fiscales estatales de Ghana. Diferentes asociaciones de afectados como la Coalition of Aggrieved Customers of Menzgold (CACM) elevan la primera cifra a las 500.000 personas y la suma dineraria a los 2 billones de Cedis (unos 293 millones de euros).
Menzgold era, en realidad, el rostro visible de las operaciones comerciales de una estructura empresarial matricial donde los inversores depositaban la cantidad deseada en primera instancia en otra entidad, Brew Marketing Consult Ltd (BMC), también propiedad de Nana Appiah Mensah, que recibió la mayoría de los fondos. “Los clientes venían a comprar oro a BMG y, después, llevábamos ese dinero a Menzgold. Allí se supone que realizaban inversiones con las que obtenían los dividendos para satisfacer la demanda”, explica Davidson Apreaku, antiguo Oficial de Relación con el Cliente de la compañía.
“Nos decían que debíamos convencer a unas 100 personas al mes. Mientras más, mejor. Íbamos a mercados, a iglesias, a universidades, a colegios, a otros bancos, a todo tipo de organizaciones y asociaciones. Era una ganga; ofrecíamos un beneficio del 7% al final incluso del primer mes. Y a nosotros nos prometían el 1% de cada cliente”, dice Davidson, natural de Kasoa, un pueblo cerca de Accra crucial en la historia de Menzgold ya que fue allí donde abrió su primera sucursal y donde empezó a operar. “Algunas veces, los jefes lanzaban promociones que los trabajadores teníamos que colocar. Recuerdo una: la compañía ofreció un 10% de interés a la gente que comprara un kilo de oro por 200.000 Cedis (algo menos de 30.000 euros). Crecimos rápidamente”. Todo esto en un país en el que más del 25% de la población es analfabeta, estadística que recrudece en las zonas rurales.
Ghana es el segundo mayor productor de oro en África (tras Sudáfrica, aunque en Ghana viven 28 millones de personas y en Sudáfrica más del doble) y el décimo del mundo. En 2018, el oro protagonizó más del 40% de las exportaciones del país. Hay al menos 23 compañías registradas en la nación cuyo principal nicho de mercado se encuentra en el negocio con este mineral. 28.000 empleos directos. Menzgold se definía entonces como un distribuidor de lingotes dedicado a la venta, compra, exportación, comercio y depósito de oro. Más aún, la compañía imprimía folletos propagandísticos que repartía entre los habitantes de las ciudades y pueblos donde iba abriendo sucursales. En uno puede leerse: “En los últimos 2.400 años, la gente ha ido perdiendo la fe en la moneda de papel fiduciaria. Te recomendamos que cambie su papel moneda por oro en Menzgold como protección contra la amenaza socioeconómica mundial y la inflación”. En otro, del 2017, se ofrecía un viaje de una semana para dos personas a Dubai con todos los gastos pagados por comprar un kilo y medio del mineral.“Para cuando empezamos a tener avisos del Banco de Ghana, Menzgold estaba ya en todos los lugares importantes del país. Los políticos alababan la empresa públicamente, Nana Appiah Mensah se rodeaba de actrices y de celebridades ghanesas, teníamos sucursales en decenas de ciudades, nos anunciábamos en todos los sitios, hasta en los carritos del aeropuerto… Pero, a mediados de 2018, dejaron de pagarnos los sueldos y de abonar los dividendos prometidos a los clientes. Nos decía la dirección que era culpa del BoG. En septiembre todo acabó. Nos mandaron a casa, la gente dejó de tener acceso a su dinero… Y así hasta hoy”, concluye Davidson.
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El de Menzgold no es un caso aislado en Ghana. Solo es la punta de un iceberg demasiado viciado. La expresión de un síntoma. Además de Menzgold, entre 2017 y 2019 la administración del gobierno que preside Nana Akufo-Addo interrumpió las operaciones de 9 bancos universales; 23 empresas de ahorro, préstamo y finanzas; 39 instituciones de microcrédito; 347 empresas de microfinanzas y 54 sociedades gestoras de fondos; en un contexto en el que la reestructuración y limpieza que necesitaba el sector bancario y financiero en el país era un secreto a voces. En diciembre de 2015, una auditoría realizada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el BoG reveló falta de regulación y control, falta de liquidez en el capital de varias entidades importantes y actividades fraudulentas. Era un problema que ya había sido abordado sin éxito por gobiernos anteriores.
Cuando Nana Akufo-Addo ganó las elecciones democráticas de diciembre de 2016, el ejecutivo que dirigía no tardó en actuar. El BoG obligó a los nueve bancos universales citados a fusionarse en uno solo, el actual Consolidated Bank Ghana United, y prometió recomprar deuda de las entidades cuyas licencias fueron revocadas para salvar a las personas que habían depositado su dinero en ellas, 4 millones y medio según sus datos. El 25 de agosto de 2020, casi cuatro años después de aquello, el vicepresidente de Ghana, Mahamudu Bawumia, se vanaglorió durante una entrevista en la radio de la gestión de su administración y se felicitó a sí mismo porque la deuda con la gente ya estaba finiquitada.
“El gobierno miente”, asegura Ezequiel Annor, representante de CASLOC (Coalition of Affected Savings and Loans Customers), una asociación que reúne a millares de afectados por el cierre de estas instituciones. “Por ejemplo, el ministro de Finanzas dijo que había recibido la petición de sólo 360.000 antiguos clientes de las 23 empresas de ahorro, préstamos y finanzas, y que había rechazado 63.000 porque tenían algún defecto de forma. Los usuarios perjudicados por estas empresas son unos 3 millones. La mayoría no ha podido acceder a los formularios que han proporcionado las autoridades porque no saben a dónde ir, o llaman a los números de teléfono facilitados y no les responden, o los mandan cada vez a un sitio diferente. Es decir, que el porcentaje de gente que ha recibido de vuelta sus ahorros no llega al 10%. Además, han puesto un tope: como mucho devuelven 70.000 Cedis. Da igual si tenías más”, explica.
Las medidas respecto a los 9 bancos universales no han tenido mejor efecto: más de un millón de afectados tan sólo han obtenido la promesa de recibir su dinero en 5 años. Es decir, en 2025. Sin interés alguno por la demora. Y, para quien no pueda esperar tanto tiempo, el ejecutivo que encabeza Nana Akufo-Addo ha propuesto otra solución: que renuncie a, al menos, el 50% de su depósito.“El BoG dijo, al principio de todo, que necesitaba 9.000 millones de Cedis (1.300 millones de euros) para solventar el problema. Después, el ministro de Finanzas elevó esta suma hasta 21.000 millones de Cedis (unos 3.090 millones de euros). No va a resultar fácil que los afectados recuperen sus ahorros. No sabemos dónde está ese dinero”, valora Alexander Amo Baffour, analista financiero y profesor en el Departamento Bancario y de Finanzas de la Universidad Pentecostés de Accra. “Había un problema que necesitaba medidas, pero el BoG actuó demasiado rápido, creó pánico y no midió las consecuencias de sus acciones. Estas instituciones (Menzgold, los bancos, las empresas de créditos…), que tenían en común su naturaleza inversora, eran vitales para los empresarios del país y el gobierno debería haber previsto soluciones antes de clausurar su actividad”, dice.
Akosua Suta, una mujer de 35 años, es vendedora de zapatos. Regenta desde hace tres lustros un puesto en el mercado central de Accra. Cuando responde por qué confió sus ahorros (35.000 Cedis, unos 4.830 euros) a GN Bank, una de las entidades colapsadas, da una respuesta muy sencilla: “Era la que tenía más cerca de mi negocio”. Un día cualquiera de 2017, cuando la radio anunció nuevas cancelaciones de licencias bancarias, Akosua se acercó a su sucursal a interesarse por su dinero. Y aquella consulta fue el inicio de su nueva y patética normalidad. “Me dijeron que no podían dármelo, que no tenían nada. Y así hasta ahora. No he podido recuperar nada”.
Dice Akosua que antes tenía tres empleados y ahora ninguno; los ha tenido que despedir. Que, de sus tres hijos, dos se preparaban para ir a la Universidad y ahora están en la casa sin hacer nada. Que su madre, enferma crónica, necesita cuidados y medicinas que ella no puede pagar. Antes sí. “El gobierno ha dicho que nos va a ayudar, pero todavía no ha hecho nada. Promete mucho pero luego no cumple lo prometido”, prosigue con cierta amargura. “También he intentado ponerme en contacto con el dueño del banco y con la gente que me atendía, pero no he conseguido que me den una solución. No sé qué hacer. Se han llevado todo lo que tenía”.
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En 2010, Ghana extrajo petróleo por primera vez en su historia. Antes de la pandemia de coronavirus, casi todas las previsiones auguraban que, a finales de 2020, el estado tendría capacidad para producir 200.000 barriles diarios. Las más optimistas hablaban hasta de 400.000 para 2021. Además, Ghana es el segundo mayor productor de cacao del mundo y disfruta de un sector minero con muy buena salud (no sólo exporta oro, sino también diamantes y otros preciados minerales). Estos antecedentes explican que su Producto Interior Bruto haya crecido de los 4.983 millones de dólares del año 2000 a los 66.984 de 2019 y que el porcentaje de gente viviendo con menos de 1’9 dólares al día haya bajado del 35’7% de 1998 al 13’3% en 2016, cuando el Banco Mundial actualizó las cifras de esta nación por última vez.
Este auge económico permitió un aumento de la clase media ghanesa, que hoy incluye casi al 20% de la población (seis puntos porcentuales por encima de la media africana). El incremento de capital también trajo consigo la apertura de decenas de bancos, empresas de ahorro y crédito y de instituciones de préstamos. Que muchas no actuaron bien es algo que no sólo ha dicho el FMI. Samuel Okyere fue empleado de UT Bank y de Capital Bank, dos de los bancos universales cuyas licencias fueron revocadas por el BoG, y publicó el libro Fate of System Thinking el pasado año. En él resume su experiencia como trabajador de estas compañías y cuenta cosas como esta: “El 50% de las decisiones relevantes para otorgar préstamos del UT Bank no fueron más eficientes que lanzar una moneda al aire. El banco carecía de autoridad y sistemas para monitorear el crédito de manera adecuada”.
Historias como las de Samuel son numerosas y sangrantes. Ato Essien, quien se autodefinía como “el padre de las microfinanzas de Ghana”, fundador de Capital Bank, está siendo juzgado por 26 cargos, entre los que se incluyen conspiración, robo y blanqueo de dinero. El periodista Ebo Hawkson, del diario local Graphic, de propiedad estatal, reveló que la fiscalía acusa a Essien, entre otras cosas, de llevarse de la sede bancaria 27’5 millones de Cedis (4 millones de euros) en sacos de yute y de distribuirlos entre amigos y diferentes personas con fines de promoción empresarial. El mismo reportero afirmó que el abogado de Essien declaró ante el Tribunal Superior de Justicia en mayo de 2020 que su cliente estaba en posesión del dinero y que se mostraba dispuesto a cooperar y a devolverlo al Estado.
El caso del Beige Bank Ghana (otro del club de los nueve) es también un buen ejemplo de la situación. A su director, Michael Nyinaku, se le acusa, entre otros delitos, de apropiarse de 340 millones de Cedis (unos 50 millones de euros) pertenecientes a los clientes de dicha entidad bancaria. Su modus operandi, según la fiscalía ghanesa, fue algo más sutil que llenar sacos de yute con billetes: el grupo Beige compró una participación del 90% de First African Saving and Loans (FASL), una entidad de préstamos y ahorros (cuya licencia también fue revocada), y Nyinaku abrió dos cuentas en Beige Bank a nombre de FASL, una pública –que conocían los administrados de FASL– y otra secreta – -a espaldas y sin conocimiento del órgano de administración. Después, utilizaba esta última para transferir fondos a amigos, empresarios afines y a sí mismo. Nyinaku se encuentra en libertad bajo fianza y con el pasaporte retirado.
Pero, al hablar de impunidad, el nombre de Nana Appiah Mensah vuelve a brillar por encima de los demás. Tras unos problemas legales en Dubai resueltos a su favor (un juzgado del emirato condenó a una empresa local a abonar 39 millones de dólares por un negocio con Menzgold), el empresario ghanés volvió a su país con la firme promesa de usar ese dinero para pagar a los afectados por el colapso de la compañía que presidía. Nada de esto ocurrió. Appiah fue detenido y acusado de 61 delitos en septiembre de 2019. Menos de un año después, la fiscalía decidió retirar todos los cargos contra él en una controvertida y protestada decisión. Actualmente, Appiah maneja en Ghana otras sociedades (como Metallica Refinery, con la que ofrece comprar oro “un 5% por encima del precio de mercado” o Ivex Minerals) cuyas licencias de operación dependen de la Minerals Commission and Precious Minerals Marketing Company (PMMC): el mismo organismo gubernamental que le concedió licencia a Menzgold.
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Desde 1992 (año en el que se celebraron las primeras elecciones democráticas en el país tras algo más de 10 años de dictadura militar), dos agrupaciones políticas se han repartido el poder en Ghana en un sistema bipartidista que dura hasta hoy y que tuvo en los comicios generales del pasado año, celebrados el 7 de diciembre, un nuevo capítulo. Por un lado, el National Democratic Congress (NDC), de tendencia socialdemócrata, ha ostentado el poder durante dos periodos (de 1993 a 2001 y de 2009 a 2016). Ahora se encuentra en la oposición. Por otro, el New Patriotic Party (NPP), de centroderecha, gobernó el país desde 2001 hasta 2009 y lo hace en la actualidad, tras revalidar en las últimas elecciones su triunfo de 2016, comandado en ambas citas por Nana Akufo-Addo.
Todo se ha desarrollado siempre de una forma tan pacífica y ejemplar, que el país ha sido alabado constantemente por la Comunidad Internacional. No en vano, Ghana es la quinta nación africana con mejor índice democrático tras Mauricio, Botsuana, Cabo Verde y Sudáfrica. Más aun cuando se encuentra situado en el Golfo de Guinea, una zona donde la inestabilidad política es algo habitual. Para muestra, dos ejemplos: en 2010, un proceso electoral en la vecina Costa de Marfil desembocó en una guerra civil corta pero cruel que provocó cientos de muertos. Y en 2014, Burkina Faso, al norte de la nación ghanesa, sufrió un golpe de Estado que dio lugar a un gobierno militar de transición y a unos comicios, un año después, cuyo resultado no ha conseguido acabar con el descontento de la población. Problemas crecientes en este país, como el terrorismo islámico, son las consecuencias más directas del malestar.
“Yo creo que en el caso de Menzgold hay intereses políticos. Por eso nadie hace nada”, afirma Stephen Aboagye, de 35 años, representante y uno de los miembros más activos de la CACM (Coalition of Aggrieved Customers of Menzgold). Él invirtió 86.000 Cedis (algo más de 12.600 euros). Todos sus ahorros. Confió en la compañía porque trabajó en ella durante un tiempo. “Veía cómo Appiah compraba coches caros, cómo recibía a políticos del NPP y a empresarios influyentes en su despacho. Parecía un hombre exitoso”. Como tantos otros, no ha vuelto a ver ni un céntimo desde aquel septiembre de 2018.
Stephen muestra fotografías de diferentes personas en su teléfono móvil sentado en un bar de Lapaz, una confluida zona comercial de Accra. Enseña una, se detiene unos tres segundos en ella, y después pasa a la siguiente. Parecen ciudadanos normales, con sus trajes típicos locales, las poses improvisadas en los salones de sus respectivos hogares, esas sonrisas entre naturales y forzadas que sólo se ponen ante una cámara manejada por mano amiga. “Son los clientes de Menzgold que han muerto en los últimos dos años. 61 en total. Ha sido por la angustia, por la ansiedad, porque estaban enfermos y no pudieron costear sus medicinas, porque les robaron todo… Míralos, son jóvenes, gente de 35 y 40 años que ha fallecido mientras esperaba recuperar su dinero. Lo que está pasando con nosotros es peor que el coronavirus”, dice.
Stephen no se fía del gobierno porque Nana Appiah Mensah patrocinó con grandes sumas de dinero la campaña electoral de Nana Akufo-Addo en 2016. Fue, de hecho, un importante socio que proclamaba públicamente y en todos los foros posibles las bondades del candidato del NPP. No se fía porque familiares del empresario (su madre, su hermana) ocupan hoy puestos en el mismo partido político. No se fía porque nadie recibe sus ahorros pese a que la ley está de parte de las víctimas. La vigente Security Industry Act, una norma de 2006, recoge de forma clara en su artículo 123 que una comisión gubernamental deberá velar por el pago a los afectados si el gobierno revoca la licencia empresarial a alguien que haya obtenido beneficios excediendo las competencias de esta licencia.
Pero las conexiones políticas en el caso del crack bancario y financiero en Ghana no acaban ni empiezan aquí. Hay quien ha acusado al gobierno de actuar atendiendo a intereses personales. Dicen estas voces que la administración de Nana Akufo-Addo aprovechó la necesaria reforma del sistema financiero para debilitar a sus enemigos políticos. Hay varios ejemplos.
Cuando el UT Bank fue clausurado, su director, el ex militar Prince Kofi Amoabeng, denunció una persecución por negarse a financiar las campañas de ningún partido. “El sistema actual de Ghana no recompensa el trabajo duro, lo que indica que favorece a las personas que mienten y a las que están conectadas con altos cargos y no a los que trabajamos duro”, valoró entonces. Y lo cierto es que, si la mala praxis de ciertas instituciones bancarias ghanesas queda fuera de toda duda, acusaciones como la de Prince Kofi Amoabeng parecen difícilmente discutibles.
Lo parecen porque el Heritage Bank, uno de los 9 bancos universales colapsados, era propiedad de Isaac Adongo, actual parlamentario por el NDC. Lo parecen porque el UniBank, otro dentro de este club de nueve, fue fundado por Kwabena Daffour, ex ministro de Finanzas con el último gobierno del NDC, un hombre cuya labor bancaria había sido alabada y premiada por el Banco Mundial. Lo parecen porque el GM Bank, una de las empresas de ahorro, préstamo y finanzas con más volumen de negocio de las 23 que colapsaron, pertenecía a Papa Kwesi Duom, un hombre de negocios de reconocido prestigio, una de las personas más ricas de Ghana, portada de Forbes África en su edición de abril de 2017 y fundador y candidato electoral del Progressive People’s Party, un partido político minoritario muy crítico con el poder actual y que lucha por hacerse un hueco en el parlamento ghanés.
El economista y profesor universitario Alexánder Amo Baffour también lo tiene claro. “Pienso que muchas de estas decisiones tuvieron motivaciones políticas. El gobierno quería controlar dónde iba a ir en adelante el dinero en Ghana. Algunas de las instituciones colapsadas eran solventes en el momento de la revocación de licencias”, opina.
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Si hay una queja común entre las víctimas de estos escándalos financieros es la poca visibilidad y la escasa preocupación de los medios locales por sus historias. ¿Cómo un escándalo que afecta a unos 4 millones y medio de personas, al 15% de la población total del país, al equivalente al 35% de la población activa, no ocupa a diario las portadas de los rotativos ghaneses con más tirada o los principales espacios radiofónicos o televisivos? La posición de los partidos políticos en los medios privados de Ghana va mucho más allá de una simple influencia. Es un dominio claro y absoluto.
Los ejemplos vuelven a ser cuantiosos. The Daily Guide, uno de los periódicos más difundidos de Ghana con una tirada cercana a los 25.000 ejemplares diarios, es propiedad de Frederick Blay, miembro del parlamento en representación del NPP por el distrito electoral de Ellembelle. El grupo Angel Broadcasting Network, el mayor conglomerado de cadenas de radio del país, pertenece a Kwau Oteng, un conocido empresario cuya hija se hizo famosa en las elecciones de 2016 tras convertirse en la parlamentaria más joven de la historia de la democracia ghanesa. Lo hizo concurriendo en las listas del NPP y mientras cursaba el tercer curso de Derecho en la Universidad. Oteng ha reconocido que financió la campaña política de su descendiente.
El propio Nana Appiah Mensah, el otrora dueño de Menzgold, fundó y dirige Zylophone Media, un grupo con varias cadenas de radio y televisión. Otros conglomerados con menos audiencia y posibilidades como NET2, que incluye una decena de emisoras radiofónicas y televisivas, o Skyy Media Group, son propiedad de Hon Kennedy Agyapong y Wilson Arhur respectivamente, ambos parlamentarios del NPP.
El NDC, el partido político en la oposición, también controla y dirige diversos medios. El caso más representativo es el de EIB Network, un gran grupo de comunicación que incluye siete emisoras de radio y una de televisión y que fue fundada por Kwabena Duffour, también su actual propietario, quien ostentó el cargo de ministro de Finanzas con el NDC. Pero esta agrupación política, pese a algunos ataques a Menzgold y a su dueño desde algunos de estos canales, ha pasado también casi de puntillas por el tema del colapso de bancos. Tiene mucho que callar. La administración de John Dramani Mahama, quien presidió el país entre 2012 y 2016 después de heredar el cargo tras la muerte por cáncer del ex presidente John Atta (de su mismo partido), candidato (y perdedor) de las elecciones del 7 de diciembre de 2020, clausuró 82 instituciones de microfinanzas con la misma explicación: el necesario saneamiento del sector financiero y la acusación a estas entidades de efectuar operaciones sin disponer de una licencia válida para ello. Los afectados aún esperan el reembolso total de su dinero.
“Mi mente ya no funciona bien. Es de no dormir durante estos años, de darle vueltas a la cabeza, de pensar demasiado. Ahora ya no puedo trabajar, no puedo hacer nada”, dice Hose Johnson Kofe, un hombre de 49 años natural de Kumasi, donde también reside. Si hay alguien que ha perdido la fe en el sistema legal de Ghana, es él. A Kofe lo han estafado dos veces. Conductor de tractores y de maquinaria pesada para una importante empresa internacional, en 2015 tenía todo su dinero, unos 300.000 Cedis (algo más de 42.000 euros) en DKM, una de las entidades colapsadas aquel año por el gobierno del NDC. Sólo le devolvieron 45.000 (alrededor de 6.540 euros). Dejó entonces de confiar en los bancos de su país, en las entidades de crédito y microfinanzas, por lo que en 2018 volvió a coger todos sus ahorros, 81.200 Cedis (11.800 euros) y los invirtió en esa compañía de la que todo el mundo hablaba maravillas, la que había sido premiada por el actual ejecutivo, la que ofrecía hasta un 10% de interés; los invirtió en Menzgold.
Kofe anda arrastrando los pies, con los hombros caídos y la mirada perdida, y habla como a trompicones. “Es que me cuesta mantener conversaciones con la gente. Dejo de prestar atención”, se justifica. “Mi hijo Kojo murió el año pasado; no pude costear su tratamiento. Tenía 15 años. Mi mujer me dejó porque no estoy bien de la cabeza. Ahora vivo con mis otros dos hijos en una casa que me ha prestado un amigo. Vivimos de la caridad”, dice, y acredita todo lo que cuenta con papeles sellados por estas entidades, con un doloroso certificado de defunción, con fotocopias de diagnósticos médicos de su enfermedad psiquiátrica. “La policía me echó de mi anterior vivienda por no poder abonar el alquiler. Mi hija, que sólo tiene once años, debe caminar todos los días 4 kilómetros de ida y otros 4 de vuelta para ir al colegio, pero es que, sin poder pagar nada, sólo la aceptan en ese. Está muy lejos y muchos días tiene que ir con el estómago vacío”.
A unos kilómetros de la actual casa de Kofe vive Emmanuel Opoku, de 47 años, desempleado que no puede costear las medicinas para tratar su diabetes porque le estafaron su dinero. A otro puñado de kilómetros, el empresario de electrodomésticos Daniel Ochew, de 44 años, se maldice porque ha tenido que despedir a la mitad de sus empleados y suda sangre para pagar el salario de los demás. Stephen Adama, de 34, era vendedor de seguros en Accra y ahora sobrevive como puede. Hayford Awere, de 40 años, profesor en Swedru, en la Región Central, se divorció y ha abandonado todos sus proyectos para hacer frente a las deudas. Amenor Geoyina ya ha perdido una hija y no puede solventar el problema en la vista de su hijo menor ni los gastos esenciales de sus otros cuatro retoños; con el pequeño puesto callejero de venta de fritos que regenta en Gomanya, en la Región Este, no llega ni a 20 Cedis (alrededor de 3 euros) diarios.
Todos ellos vieron cómo los medios enfocaron las elecciones de Ghana: “qué bien, son pacíficas, sin tensiones ni sospechas de fraude, esto nos destaca en África”. La envidiable democracia de Ghana esconde detrás cuatro millones de estafados.
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