En un hospital mexicano adaptaron cuatro salas para atender pacientes con síntomas de coronavirus. Desde mayo del año pasado, cuando se decretó el estado de pandemia, no han dejado de ingresar enfermos. (*)
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Al interior del hospital todo es sometido a un proceso de sanitización y desinfección. Cualquier objeto es susceptible de estar contaminado en medio de la faena cotidiana. Los médicos organizan su jornada: las salas y pacientes que atenderán, las urgencias que recibirán y la elaboración de reportes.
“Todo paciente que llega lo debemos considerar como covid-19 hasta no demostrar lo contrario, por lo que tenemos que traer todo el tiempo el equipo de protección”, cuenta la doctora Katia. Ponerse el overol, botas protectoras, bata quirúrgica, mascarilla o filtro, googles, careta, guantes y gorro, requiere de entre 10 y 15 minutos.
“Nosotros hemos invertido mucho dinero en el equipo necesario para poder estar seguros; el que nos ha proporcionado el hospital es de muy mala calidad”, confiesa el urgenciólogo Fausto. En promedio cada médico ha gastado alrededor de 15 mil pesos en protegerse. El equipo que les proporciona el hospital es básico y sirve principalmente para dar consultas y es insuficiente dentro de una sala con pacientes que se han infectado del virus.

Una vez que están “protegidos”, los médicos revisan a los pacientes que les hereda la guardia anterior, dando prioridad a los más graves. En la sala principal de urgencias se atiende a 30 personas y, en los cuatro espacios adaptados para enfermos de covid-19, a otras 48.
“En días pesados, cuando hay poco personal y el piso está lleno, un solo doctor llega a atender hasta 15 pacientes, cuando lo recomendable es que sean cuatro”, declara Héctor, uno de los médicos encargados de aliviar el dolor de los pacientes.
“Cada día este hospital recibe entre 50 y 60 nuevos pacientes con problemas respiratorios y de ellos ingresan entre 10 y 15”, detalla.
En la sala de urgencias es permanente el pitido de los monitores que dan los signos vitales, la música de los celulares de los doctores, el hablar de las enfermeras, pero principalmente, los quejidos de los pacientes que no pueden respirar porque sus pulmones han perdido capacidad de procesar aire y trabajan a marchas forzadas, lo que les ocasiona dolores en el pecho.




“Es imposible cubrir las urgencias de varios pacientes al mismo tiempo”, dice la doctora Quetzalli, a quien se le nota la incomodidad por el traje que lleva puesto después de varias horas de estar en la sala corriendo de una cama a otra.
En el rostro de Silvia Ramos se refleja una mezcla de cansancio y dolor. “Primero empecé a toser con flemas y posteriormente me dio diarrea. Fui a ver a un médico y dijo que tenía los intestinos inflamados, pero no sentía mejoría y fui a ver a otro doctor que me puso un aparato en el dedo y me dijo que me fuera al hospital, porque ‘esto no es de una pastillita'», recuerda Ramos, quien apenas ingresó al hospital.
“Nada más tengo un hijo y se fue casi llorando porque ha escuchado que entran (enfermos) y ya no salen, ya no los vuelves a ver. Le dije: ‘no pasa nada, un par de días aquí y nos vemos afuera’”.
María Lourdes, otra paciente que lleva 11 días internada, comenta: “(Le pido) a todo mi país que se cuide. Esto es real, no es un juego. Hay que tomar todas las precauciones, sobre todo quienes tenemos una enfermedad crónica y que somos mayores y también hay que tener la paciencia de estar en casa. A fin de cuentas yo no me cuidé, me enfermé y todos los problemas que tenía se multiplicaron”.
Cama por cama, los médicos analizan los síntomas de cada paciente y si hay recuperación o no. Algunos de ellos abandonarán caminando el hospital mientras que otros lo harán metidos en una bolsa negra.

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Ventiladores, el último recurso
Cuando el paciente apenas y puede respirar, se le coloca un ventilador, que se vuelve una extensión de sus pulmones para mantenerlos en funcionamiento. La única forma de estar intubado es de forma inconsciente, para no sentir el tubo de plástico que entra por la garganta.
Es el último recurso para los pacientes graves, pero solo tres de cada 10 pacientes intubados sobrevivirán, apunta Héctor, uno de los médicos que ha realizado el procedimiento. “Muchos pacientes, por el estado tan delicado en el que se encuentran, no resisten la intubación, incluso fallecen durante el procedimiento”, advierte.
La doctora Quetzalli recuerda un caso que la marcó mucho, tanto como los googles alrededor de sus ojos. El 12 de mayo solo había dos médicos disponibles para 30 pacientes. En ese momento, dos pacientes tuvieron incapacidad para respirar al mismo tiempo, una mujer de 72 años y un hombre de 42 años, y contaban con solo un ventilador disponible. “En ese momento tomé una decisión que no tendría por qué tomar”, confiesa.

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Zona de desinfección
En uno de los pasillos del hospital se adaptó una zona de desinfección. Todo lo que salga del área de urgencias debe ser sanitizado, incluidos los médicos que ahí laboran, quienes previamente limpian uno a uno sus accesorios con cloro. En algunos, la forma de los googles queda marcada alrededor de los ojos, mientras que otros ya presentan quemaduras en el rostro por el uso del equipo de protección durante largas jornadas.
Inevitable, el personal médico labora con miedo a infectarse y a pesar de que se protege y cumple con todas las medidas recomendadas se llega a infectar.
El 13 de mayo pasado falleció Daniel Reyes, un médico que se contagió durante una de sus jornadas. Y las versiones de que hay decenas de infectados entre el personal médico se escuchan con frecuencia.

“Cuando uno se da cuenta cuenta de que tiene los síntomas, te vienen un montón de pensamientos a la mente; el primero es la negación y decir que solo es el cansancio de una guardia más, pero cuando se te van acumulando síntomas, sabes que eres un paciente y piensas cómo voy a aislarme, cómo no voy a contagiar a las personas con las que trabajo y convivo diariamente”, comenta María Guadalupe, una de las personas que resultó positiva a covid-19, pero que se recuperó y regresó a trabajar.
“Desde el primer día me aislé completamente en mi cuarto, separé mis utensilios de comida y los rociaba con cloro cada vez que podía, cuando iba al baño sanitizaba con cloro y todos los días barría y trapeaba con cloro de una forma muy exagerada”, todo eso, comenta, para evitar contagiar a las personas con las que vive.
“Estuve 14 días aislada completamente. Regresar fue integrarme nuevamente con miedo de seguir siendo un portador más, seguir siendo positivo, de no saber si iba a poder aguantar una guardia más. Es muy pesado estar con un equipo de protección”, recuerda.
“Más que nada, creas empatía y te pones del lado de los pacientes, pensar que quizás yo pude haber sido la persona que está ahí acostada aislada, lejos de su familia sin saber qué va a pasar conmigo, sin saber si voy a fallecer sola”.
María Guadalupe

(*) Los médicos aquí entrevistados solicitaron por mayoría que se omitiera el nombre del hospital. Iván Macías es fotógrafo y comenzó a documentar la pandemia en los hospitales durante el mes de mayo y principios de junio. Resultó ganador del segundo lugar de la categoría retrato en el World Press Photo.