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BUENOS AIRES— 38 a favor, 29 en contra. El movimiento feminista de Argentina llegó para deconstruir el amor romántico pero su propia lucha es romántica: apasionada, dolorosa, trágica, épica, de caídas y levantadas heroicas. Este texto se escribe a la mañana siguiente, cuando nuestros cerebros no terminan de asimilar el nuevo escenario. Se tarda en caer en cuenta cuando lo conseguido es después de una epopeya, se demora en descargar las utopías y pasarlas a formato realidad. Hoy se puede escribir que «el aborto es legal, seguro y gratuito en Argentina» y no se puede creer. Lo más emocionante es redescubrir que se puede ligar la lucha a la victoria. El resultado es un momento de éxtasis hasta la exhalación. Eso contagian los acontecimientos-signo, incluso a quienes no participamos directamente de ellos, como en este caso los hombres. Al volver a respirar ya es el día después, el día de otra lucha, que empieza un paso adelante de la anterior: el momento del efecto contagio al resto del territorio que se extiende hasta el Río Bravo. Si es lucha es porque se persigue la gloria, si no las búsquedas tienen otros nombres, otras emociones, otras maneras de denominar el resultado. No había tanta gente en el centro de Estocolmo cuando aprobaron el acta de legalización del aborto en 1938. No hubo tanto grito agudo y transversal en las calles de Moscú en 1920, cuando Lenin lo autorizó por decreto. El status quo no siempre es el mismo ni en cualquier lugar, requiere diferentes tipos de multitudes y fuerzas para conmoverlo. Hay un poema de Borges que en el primer verso dice «el porvenir es tan irrevocable, como el rígido ayer» y en el último que «en las grietas está Dios, que acecha». Dios no es el jefe de un movimiento de gente con pañuelos celestes, sino el azar, la totalidad, la fortuna, esa que Maquiavelo decía que había que afrontar con virtú. Bueno, eso hicieron las mujeres ayer en Argentina.
Texto: Daniel Wizenberg