| octubre 2020, Por Fernando Duclos

[Newsletter] El conflicto del Nagorno Karabaj

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Buenas, ¿Cómo están?

En los últimos días, me llegaron un montón de mensajes a mis redes sociales. Todos pedían más o menos lo mismo: “¿Podrías explicar lo que sucede entre Armenia y Azerbaiyán?”. Evidentemente, a cada vez más gente le interesa entender lo que pasa en el mundo, incluso en países que nos parecen súper lejanos, y eso está buenísimo. Vivimos en un tiempo en el que la proximidad y la distancia ya se volvieron conceptos muy relativos y todo está hiperconectado: las diferencias entre lo local y lo internacional son muy difusas y, al cabo, acontecimientos que se desarrollan al otro lado del planeta pueden influir más en nuestras vidas que lo que sucede a unas cuadras de nuestras casas.

Dicho esto, les cuento que sí, que accedí a los pedidos, pero debo hacer una aclaración previa: prepárense, tengan un café a mano y respiren profundo. Comprender lo que sigue será complicado y apasionante. Leanlo con calma, si quieren vayan anotando…

Bueno, vamos por partes. Lo primero que hay que decir: este conflicto -al que ya podemos llamar guerra- entre Azerbaiyán y Armenia sucede en la región del Cáucaso. Esto es clave y se ve al mirar un mapa: el Cáucaso se ubica entre Europa y Asia. Al Oeste vemos el mar Negro, con Bulgaria y Rumania en la otra orilla; al Este, el Mar Caspio y las costas de Kazajistán. Al Sur, Turquía e Irán, históricos imperios, y al Norte, las estepas que nos conducen a Moscú. Digámoslo así: estamos en uno de los centros neurálgicos del mundo, un puente por el que, a lo largo de siglos y milenios, transitó una buena parte de la humanidad.



El hecho de que el Cáucaso haya sido -y aún sea- un puente por el que caminó tanta gente, en tantos años, provocó que hoy, allí, exista una diversidad étnica impresionante. Sin ir más lejos, déjenme mostrarles el mapa de idiomas de la zona. Son unas siete millones de personas que -incluyendo dialectos- hablan más de cien lenguas diferentes. Es obvio: en un lugar así, las peleas son moneda corriente. Porque además, al estar rodeados de tantos gigantes (Rusia, Persia, el Imperio Otomano), a lo largo de la historia a los pueblos caucásicos no les quedó otra opción que aprender a defenderse…

En los últimos treinta años, el Cáucaso fue escenario de muchos problemas entre las personas diferentes que lo habitan: los abjasios y los osetios se pelearon contra los georgianos, los ingusetios fueron a una guerra contra los osetios, los chechenos lucharon salvajemente contra los rusos, en el Daguestán casi estalla todo… y de todos esos conflictos, el que enfrenta a los armenios contra los azeríes viene de larga data y es de los más intensos.




Conocí poca gente tan amable como en el Cáucaso: allí, haciendo dedo en Chechenia
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Aunque no estuve en Armenia, la vi desde Turquía: ahí, a lo lejos aparece la frontera (cerrada)


La cosa es así: durante el Siglo XIX, el Cáucaso estuvo bajo control del Imperio Ruso, que gobernaba el Zar. Pero en 1917, tras la Revolución de Octubre y en medio de todos los disturbios y el descontrol, los habitantes de la región declararon su independencia y crearon un país nuevo: la Federación Transcaucásica. Esta, sin embargo, se desintegró muy rápidamente y así, nacieron tres países diferentes: Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Los dos últimos reclamaban para sí algunos territorios disputados y entonces empezó la guerra: los armenios (con ayuda británica) contra los azeríes (con colaboración turca).

Ese conflicto, a grandes rasgos, terminó cuando la URSS volvió a tomar posesión de la zona. Fue así que, entre 1921 y 1991, Armenia y Azerbaiyán se convirtieron en Repúblicas Socialistas Soviéticas. Las cicatrices entre ambos pueblos continuaron abiertas y el odio permaneció enquistado entre mucha gente, pero el paraguas protector que se extendía desde la Moscú comunista evitaba que el resentimiento pasara a mayores.

Pero entonces, un día, la URSS se desintegró, cayó el muro de Berlín y otra vez aparecieron los nacionalismos. Y fue así que los recién independientes Azerbaiyán y Armenia se enfrentaron en una nueva guerra. El botín había pasado a ser la región montañosa de Nagorno Karabaj, una zona que durante los tiempos soviéticos había sido colocada bajo la órbita azerí pese a que en ella más del 90 por ciento de la población era armenia. La ecuación era muy simple. Azerbaiyán decía: “Si nosotros gobernamos esta región en el último siglo, ahora que somos soberanos corresponde que se mantenga la integridad territorial”. Armenia, en tanto, respondía: “Si de cada diez habitantes en el lugar, nueve son de origen armenio, ¿Por qué la zona debe ser administrada desde Azerbaiyán?”.

En el conflicto, ambos bandos cometieron atrocidades (ejemplos: el pogromo de Bakú y la masacre de Khojaly). Todo terminó en 1994, con victoria armenia. Nagorno Karabaj consiguió su independencia “de facto” y se constituyó así la República de Artsaj, con una bandera que exhibe los colores armenios (veanla abajo). El tema es que, “de jure”, este nuevo país no fue reconocido por la comunidad internacional, para la cual Nagorno Karabaj se convirtió así en una especie de limbo, un tema del que nadie quería hablar mucho, un conflicto irresuelto y puesto en el congelador.



Sé que es difícil, espero que hasta ahora vaya quedando claro, pero por las dudas hagamos una pausa y veamos cómo quedó la situación después de 1994:

-Para los armenios, nació un país nuevo, Artsaj, que en algún momento debía unirse a Armenia y que, de hecho, “de facto” ya estaba unido. Para asegurarse de que la región de Nagorno Karabaj (verde oscuro) tuviese comunicación directa con la capital Ereván y no quedase “encerrada” en territorio azerí, las tropas de ese país ocuparon además regiones lindantes a la zona, hasta la frontera (en verde claro).


-Para los azeríes, en cambio, no nació ningún país. La región de Nagorno Karabaj pasó a ser considerada una zona “rebelde y separatista” (o sea, que no obedecía al gobierno central en Bakú) y el deseo de recuperarla, así como sus partes fronterizas, persistió y fue “in crescendo” en el sentimiento e imaginario nacional.

-Para la comunidad internacional (si es que se puede hablar de ella como un cuerpo unificado), siguió existiendo Nagorno Karabaj en tanto parte de Azerbaiyán. Ningún país miembro de la ONU reconoció a Artsaj, aunque, por supuesto, tampoco lo enfrentaron.

A esta altura, muchos estarán preguntando: “¿Y de las religiones no va a hablar?”
Claro, es que Azerbaiyán es mayoritariamente musulmán de confesión chiíta y Armenia fue el primer país del mundo en que el cristianismo fue instaurado como creencia oficial. A simple vista, de hecho y con toda lógica, la guerra podría ser considerada como un conflicto entre los que consideran que Mahoma es el profeta definitivo y quienes creen que es Jesucristo. Y sin embargo, todo en este mundo es tan pero tan complejo que, al contrario de lo que podríamos imaginar en primera instancia, la religión no juega un papel tan importante en esta batalla.

Antes, déjenme aclarar: no me voy a explayar sobre las novedades relativas a la guerra actual, la de ahora, de este momento, porque además, todo va tan rápido que cuando te llegue este mail probablemente ya la información habrá quedado desactualizada: una noche de combates, o un bombardeo, pueden cambiar la situación. Lo que importa es que efectivamente Armenia y Azerbaiyán están luchando otra vez por Nagorno Karabaj: ambos bandos se acusan mutuamente de haber comenzado las hostilidades, la movilización bélica es total y nadie sabe muy bien qué va a pasar. Pero además, lo que se debe mirar con muchísima atención es la respuesta de la comunidad internacional. Eso puede definir el curso del conflicto.  Y acá entenderán por qué antes hablé de la religión.

Cuando vemos cómo está reaccionando cada país al conflicto armenio-azerí, es imposible no terminar mareados…

-Irán, vecino de ambas naciones, es un estado musulmán y chiíta, como Azerbaiyán. Y sin embargo, parecería apoyar (con mucha cautela) a la cristiana Armenia. ¿Por qué? Por muchas razones, pero, por ejemplo, para no “empoderar” a los más de 10 millones de azeríes que viven en el país y que, desde la ciudad de Tabriz, nunca se olvidaron del todo de sus deseos de dejar de responder a Teherán y unirse a un “gran Azerbaiyán”.

-Israel, el estado judío, vendió armas al islámico Azerbaiyán. ¿Por qué? Bueno, para debilitar al enemigo Irán, por el peso de la comunidad judía azerí y tal vez porque los armenios, con muchísima presencia en Siria, son muy receptivos a la causa palestina.

-Turquía apoya a Azerbaiyán y de hecho, está tomando un papel importantísimo en el conflicto: en esto tienen que ver, entre muchísimos otros factores:
1) que los azeríes son un pueblo de raíces túrquicas (en Irán los llaman directamente “turcos”);
2) la histórica enemistad con Armenia (Argentina es uno de los países que reconoce a la matanza sistemática de armenios durante la Primera Guerra Mundial como genocidio);
3) lo que algunos llaman el neo-expansionismo otomano y:
4) el deseo de aumentar la esfera de influencia turca en la zona, a costa de los deseos de Irán y Rusia.

-Rusia es, justamente, uno de los principales apoyos de Armenia, por el cristianismo compartido y porque pocas cosas podrían ser peores que ver a una Turquía fortalecida, país con el que se están disputando -con muchos muertos de por medio- la influencia en Siria. Los rusos, de todas formas, evitan hacer declaraciones estridentes, porque también tienen una relación aceptable con los azeríes (ambas naciones eran parte del Imperio y de la URSS)

-Georgia: el otro país caucásico, el que no participa activamente de la guerra, en donde, al igual que Armenia, el sentimiento cristiano está muy arraigado entre la gente y que, sin embargo, no sorprendería en el caso de apoyar al musulmán Azerbaiyán (aunque clamando neutralidad). ¿Por qué? Bueno, no nos olvidemos que en este país existen dos repúblicas separatistas apoyadas por Rusia (vean los links anteriores de Abjasia y Osetia) y que sería algo muy malo estar a favor de algún aliado ruso. Además, Georgia y Armenia tienen sus propias disputas territoriales y su relación con Turquía es bastante buena.


Podríamos seguir así durante días. Francia, por ejemplo, está más cerca de Armenia (por miedo a que crezca el poder de Turquía, con quien disputa poder en Medio Oriente). Hungría, un país muy fuertemente católico, de Azerbaiyán, por sus “lazos túrquicos”. A Estados Unidos la guerra no parece cerrarle mucho por ningún lado. Y eso que, en todo este laberinto, casi ni hablamos de la economía… Al ver, por ejemplo, el recorrido del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan, segundo más largo del planeta, que deliberadamente no pasa por Armenia, que bombea buena parte del petróleo azerí al mundo y cuyas acciones son propiedad, en un 30 por ciento, de la British Petroleum empezamos a entender que tal vez, detrás de todo, de tantas vidas apagadas y del énfasis bélico de miles de jóvenes que marchan con su bandera, y las cruces y los libros sagrados y los apelos de los gobiernos, lo que tal vez esté en juego sea la posibilidad de ciertos sectores económicos de ganar muchísimo dinero…




Les voy a ser sincero: estoy escribiendo este mail desde hace cuatro horas, y todavía no me convenzo de que me haya quedado bien. Intentar ser claro para referirse a una región tan complicada, en la que todo está mezclado con todo, es muy difícil. La política, los rencores, la economía, las potencias, la religión (y todo lo que no sabemos)… ¡Al final, a uno le agarra esa sensación de desespero de querer abarcar lo inabarcable!!

Estoy agotado y supongo que ustedes también. Para cuando se recuperen de este descalabro caucásico, y si todavía les sigue interesando lo que sucede en la zona, les recomiendo una película y un libro:
Mandarinas, un retrato muy sensible, situado en el Cáucaso, sobre las secuelas invisibles de las guerras en la zona (nominada al Oscar como mejor película extranjera en 2014). Veanla, eso sí, con un pañuelo cerca, eh.

-Ali y Nino: uno de los libros más hermosos que leí en mi vida. El “Romeo y Julieta” del Cáucaso: la historia de amor prohibida entre una muchacha georgiana y un príncipe azerí a principios de siglo.



Espero les haya gustado este correo, que haya servido para entender un poco más algo de lo que el mundo está hablando estos días y les prometo algo: intentaré que el newsletter de noviembre venga repleto de lindas noticias.

Me despido con un deseo, el que dicen los árabes: Que la Paz sea con nosotro/as.
Adiós.

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