Dejen, la comunidad se ocupa

Foto: Roy Bento
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Brasil y Ecuador son escenarios sombríos de la pandemia. En ambos, el número de fallecidos por Covid-19 rebasa los promedios de muchos otros países y el gobierno ha sido duramente criticado por una pésima gestión de la crisis.
En ese contexto dos comunidades —una rural y otra urbana— toman medidas para protegerse del virus y navegar este momento de excepción: a veces presionando al Estado, otras prescindiendo de él. Mientras el individualismo parece ser otro síntoma de esta crisis, en la comunidad ecuatoriana de Río Verde, Tungurahua, y en el conjunto de favelas brasileñas del Complexo do Alemão, en Río de Janeiro, existe un esquema para enfrentar la pandemia basado en el trabajo entre vecinos. Aquí la “inmunidad de grupo” no es dejar que todos se contagien sino todo lo contrario: son comunidades organizadas para encarar el virus.
Un trabajo de Soledad Domínguez desde Brasil y Pablo Campaña desde Ecuador.*
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Junio comienza con entusiasmo en Ecuador. Crujen las puertas enrollables de las tiendas, los buses reaparecen y en las avenidas se forman filas de autos. Ese trajín urbano ordinario genera una extraña felicidad. En 95 ciudades ecuatorianas, entre ellas las más pobladas, la mayoría de los negocios ya tienen permiso para trabajar. Hay ansiedad de dinero: de los 8 millones de trabajadores, quedarían solo 2.5 millones con empleo adecuado a causa de la pandemia.
Mientras en Quito y Guayaquil la gente sale en masa hacia la “nueva normalidad”, las cosas no parecen cambiar mucho en un pequeño poblado que antecede a la Amazonía: Río Verde, en la provincia de Tungurahua. La carretera que pasa por las afueras de esta población también refleja el aumento en la circulación de autos, pero un grupo de cuatro jóvenes imperturbables controla el ingreso de personas a su localidad con una baranda de metal.
En Río Verde una cosa es el gobierno y otra la comunidad. Es esta última la que decide finalmente sobre las normas de aislamiento social. En este poblado se sigue un esquema de manejo de la crisis sanitaria particular: un buen ciudadano no es el que se encierra en su casa, sino el que trabaja con sus vecinos para encarar la pandemia.

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Casi tres meses antes, el 18 de marzo, los celulares en Río Verde estallaron con notificaciones. Eran videos de cuerpos abandonados en las calles de Guayaquil; personas que aparentemente tuvieron coronavirus. Las imágenes trasladaban el lejano virus originado en China a una ciudad que estaba a escasos 300 kilómetros, con la cual se comercian frutas y verduras. La pandemia se tornaba una amenaza real.
Esa noche una decena de vecinos de Río Verde mantuvieron una reunión clandestina: el gobierno nacional había prohibido encuentros para evitar contagios. Mayerlin García, un joven que bordea los veinte años, recuerda que a partir de entonces decidieron montar un puesto de control para que no ingresen foráneos que puedan portar el virus. Al día siguiente, los autos de comerciantes que quisieron pasar se encontraron con un control improvisado, hecho con caña, regido por un puñado de chicos desafiantes. Algunos refunfuñaban porque no les permitían hacer negocios, pero los jóvenes sabían que no actuaban solos —explica Mayerlin— sino en nombre del pueblo entero.
Hasta finales de marzo, Río Verde tenía un entusiasmo invertebrado. No estaba claro cómo eran los horarios para controlar el ingreso a la comunidad, ni quién tenía la responsabilidad de hacerlo. No sabían si impedir o no la entrada de alimentos. Los jóvenes que vigilaban el acceso temían contagiarse. Se fumigó las calles con con mucha frecuencia (pasando un día), era demasiada exposición a los desinfectantes. Mientras, las noticias de Guayaquil empeoraban: personas morían esperando ser atendidas en hospitales públicos desbordados, y los cuerpos de quienes fallecían en casa tardaban días en ser retirados por los servicios de emergencia. El gobierno no sabía cuántas personas habían fallecido, pero cuando la gente comenzó a ser enterrada en ataúdes de cartón, la tragedia se hizo palpable en toda su magnitud.
En Río Verde, rodeado de montañas tropicales y dos ríos briosos, alguien intentaba entender la perspectiva científica de la pandemia. Esteban Zamora, 25 años, estaba terminando la carrera de Ingeniería Ambiental en la Universidad Salesiana. Leía artículos académicos sobre cómo se transmite la Covid-19 y seguía por internet un curso del gobierno mexicano sobre la prevención del virus. Esteban aportó con esos conocimientos en las dos reuniones —el 8 y el 11 de abril— donde la comunidad comenzó a hacer un manejo más reflexivo de la pandemia.
A partir de la mañana del 12 abril se conformaron grupos de cuatro personas, con un líder, para vigilar en turnos de 8 horas el acceso a la comunidad todos los días y a toda hora. Esteban dio una charla a cada grupo sobre cómo dosificar el cloro para desinfectar los autos que ingresaban, el protocolo a seguir con los conductores, les informó sobre los riesgos a los que estaban expuestos y les indicó cómo usar los uniformes de seguridad, donados por una empresa del sector. Con una retroexcavadora y el apoyo de decenas de personas, transportaron un contenedor para que sirviera de garita a quienes vigilaban el punto de control y cerraron el resto de entradas peatonales y vehiculares al pueblo. Simultáneamente, los vecinos hicieron un censo con el que se detectó quiénes eran más vulnerables y se preguntó a cada familia: “¿Cómo podrían ustedes aportar?”
Los conductores de autos que visitaban Río Verde —que solían ser comerciantes o amistades de los residentes en sectores cercanos— se encontraron a partir de entonces con un puesto de control casi militar. Salían del contenedor cuatro hombres de blanco, con mascarillas, cargados de equipos de fumigación que les pedían bajar del auto. Luego pisaban una bandeja con desinfectante, se anotaba en una bitácora su placa y su ruta, con un termómetro se les tomaba la temperatura, con una bomba de fumigación se desinfectaba el auto y solo entonces podían continuar. Si había personas con fiebre, por ejemplo, se llamaba al Centro de Salud de la población para que evaluasen a los visitantes. El diseño funcionaba con precisión, casi siempre.
Una tarde llegó una residente de Río Verde con una pariente que vivía en la ciudad de Riobamba. Cuando la guardia se enteró del origen de la visitante, preguntó si había tenido síntomas. Ella respondió que había estado aislada porque tuvo contacto con una persona con Covid-19. La guardia intentó impedir su ingreso, pero ambas mujeres entraron caminando esquivando el control. Los chicos que ese día hacían la vigilancia tampoco querían ponerles un dedo encima por temor al contagio. Parecía que el virus había llegado a la comunidad. De todos modos, la guardia se comunicó con el Centro de Salud para que verificasen si tenía síntomas en su casa. Los médicos entraron protegidos a revisar a la visitante, al salir de la puerta hubo un breve silencio e informaron que no tenía fiebre.
El 15 de abril apareció una nota en la prensa de la vecina ciudad de Baños sobre la organización de Río Verde titulada: “Digno de imitar” en la que se ponderaba la acción de la comunidad. Mayerlin dice que esa noticia “elevó el patriotismo”. Al siguiente día la organización Unidos por Río Verde pasó de 25 a 75 miembros. Un vecino donó una bomba para mejorar la desinfección de las calles, el vulcanizador arregló las mangueras de los equipos de desinfección, el soldador tapó las goteras del contenedor e instaló luz eléctrica, alguien donó una cafetera, otro una Biblia y entre todos los vecinos dieron dinero para comprar cloro.
Ese mismo día se estimaba que habían muerto en el país 7.600 personas en las primeras seis semanas de la pandemia. Ecuador ya era una de las naciones con mayor número de fallecidos. La confianza en el Estado ecuatoriano palidecía pero Río Verde actuaba con todo vigor.

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El 21 de abril se supo que había un caso de coronavirus en Río Negro, una población que está a 15 kilómetros. Esa tarde cuando Esteban Zamora fue a hacer guardia, hubo dos ausencias. Del chat que comunica a la la comunidad salieron seis personas más: el temor al contagio estaba produciendo bajas. Esteban, que había hecho el servicio militar, trató la situación de forma castrense. En el chat escribió que quienes fueran a salir del grupo debían anticiparlo y añadió con tono marcial: “No queremos desertores. Ni un paso atrás. ¡Resistiremos!”.
El número de integrantes de Unidos por Río Verde se estabilizó en los días siguientes. Por alguna razón, pese a que las necesidades económicas aumentaban y la amenaza del virus era inminente, personas como el artesano Neri Guachizaca seguían saliendo a trabajar en equipo.
Neri, 64 años, es lector, estudia plantas medicinales y hace joyas de plata y cobre en su taller. Tuvo una vida trashumante por Latinoamérica y Europa, pero hace 15 años se sintió atraído por la cascada de 80 metros que está en Río Verde. Desde entonces vende artesanías a los turistas que llegan a visitarla. Cuando leyó la pregunta del censo, sobre cómo podía ayudar, pensó: “Como amo a este pueblo, si tengo que colaborar, colaboro”. Junto a él se plegaron el resto de artesanos que viven en la zona, como Oscar Huashapa, que explica que la unión se debe a la relación cotidiana de las personas. En las cuatro calles adoquinadas que tiene esta localidad, “todo el mundo se saluda y si se vuelve a encontrar, se vuelve a saludar”, explica Oscar.

Esos sutiles lazos sostuvieron anímicamente a los vecinos que vigilaban el ingreso a la comunidad, incluso en los turnos nocturnos, que eran los más exigentes. Cada noche un grupo hacía la guardia desde las 23:00 hasta las 07:00. Juan Carlos Barrionuevo, de 36 años, estuvo en algunas de esos jornadas vestido con una licra, con pantalón de camuflaje, un buzo de manga larga, un poncho y un gorro de lana. No exageraba, en mayo pueden mezclarse la rigurosidad del clima de la montaña y el de la selva. Hubo noches en las que la lluvia torrencial amazónica caía oblicua por el viento andino que bajaba sensiblemente la temperatura. Mientras todos los pobladores dormían abrigados, cuatro vecinos hacían vigilia tiritando. Pero no estaban solos. Las mujeres no formaban parte de la guardia, porque según algunos chicos la tarea es muy riesgosa para ellas, pero enviaban alimentos que sostenían a quienes estaban de turno. En una sola noche de mayo, Juan Carlos comió pescado, pizza y recibió una gallina viva de regalo.
Durante ese mes la capacidad de acción de Unidos por Río Verde se iba ampliando. Desde Suiza antiguos residentes del pueblo enviaron dinero para comprar 50 raciones alimenticias para quienes, según indicaba la información del censo, tenían la necesidad. Había una campaña de información sobre los alimentos que se producían en el pueblo —trucha, papachina, naranjilla, yuca— para estimular la economía local. Se comenzó a desinfectar con ozono las tiendas, las oficinas públicas, el puesto de la policía y el centro médico. Al acabar la semana, una cumbia salía de los altoparlantes de un camión que pasaba por los barrios recordando que era viernes.
El ímpetu comunitario controlaba por igual a las autoridades celestiales y terrenales. El 10 de mayo la iglesia católica sacó a la Virgen de Baños de Agua Santa a bendecir al pueblo. Esta afamada virgen goza de una fiel devoción y sacó lágrimas a algunos vecinos, pero cuando la camioneta que la llevaba pasó por el control se tuvo que desinfectar. Unos días más tarde, pasó el alcalde de la ciudad de Baños, diciendo que ya se había desinfectado, de todos modos se cumplió el protocolo de rigor.
Explica Oscar que esta confianza en sí mismos se produce porque existe un espíritu colectivo que supera a los individuos. No es la primera vez que ocurre. En 1999 la explosión del volcán Tungurahua provocó la evacuación de cientos de personas de comunidades vecinas a Río Verde, obligando a que todos se organizaran en la comunidad para recibir y abastecer a los recién llegados. También, en el año 2003, actuaron conjuntamente para protestar por la construcción de una hidroeléctrica que iba a afectar al río y la cascada que atrae a los turistas. El proyecto se detuvo. En 2010, hicieron ya guardias comunitarias porque había delincuentes en el sector. Estas acciones se suman a tareas más ordinarias, como colaborar para construir la casa de alguien que no puede contratar trabajadores o enterrar en el cementerio a un vecino que murió solo. El trabajo comunitario está inscrito en la memoria de infancia de los jóvenes que hoy combaten el virus.

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Al acabarse la fase más rígida de confinamiento a inicios de junio según decisión del gobierno nacional, Juan Carlos Barrionuevo decía: “Yo vivo agradecido con los muchachos, si no, estaríamos jodidos”. Unidos por Río Verde enfrentó dificultades, pero prevalecía un sentimiento extendido de satisfacción.
Algunas de las medidas que tomó Unidos por Río Verde, como el control de información falsa, uso de mascarilla, distanciamiento físico, tomar temperatura y el lavado de manos han sido recomendadas por la Organización Mundial de la Salud. Pero hubo otras cuya efectividad no ha sido comprobada, como el uso del ozono para desinfectar tiendas u otros locales cerrados. El control de los accesos definitivamente disminuyó la presencia de comerciantes, turistas y residentes de sectores vecinos que pretendían ir al pueblo. La restricción de contacto con otras poblaciones sin duda previno transmisiones. Hasta el día de hoy, Río Verde no registra casos de contagio de Covid-19. La guardia, además, permitió horas de conversación entre los vecinos alrededor de un fogón que estaba junto al contenedor. Muchos que apenas se conocían, se volvieron amigos. Esa cercanía contiene la fuerza para que la comunidad organice la “nueva normalidad”.
La pensadora Rita Segato ha dicho que la distancia física que impone la pandemia es también una distancia social. Al estar un cuerpo presente junto al otro hay una comunicación que va más allá de lo verbal. Quizás en las respuestas comunitarias a la pandemia exista un antídoto para esa individualización agresiva, a esa soledad, que imprimen las medidas estatales de aislamiento social.
La Junta Parroquial de Río Verde, nivel más local de gobierno en el área rural, reconoció el trabajo que hicieron los vecinos. En una reunión, la presidenta Grace Naranjo pidió a Esteban Zamora que expusiera el plan que habían diseñado para reactivar económicamente al pueblo. En el encuentro, que tuvo lugar en una sala de reuniones de asientos de cuero, Esteban hizo énfasis en que el turismo puede regresar con mayor velocidad si se promociona que Río Verde no tuvo casos de Covid-19. La institución también apoyó la construcción de una estructura metálica que arroja automáticamente desinfectantes a los autos que pasan por ella, que funcionará cuando los vecinos dejen de hacer guardia. La Organización Mundial de la Salud, en su documento de estrategia ante la pandemia, afirma que los Estados deben movilizar a las comunidades. Río Verde hace mover al Estado.

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El alcade de Río de Janeiro, Marcelo Crivella, está flexibilizando la cuarentena que comenzó el 17 de marzo. Según el diario digital Voz das Comunidades hay, mínimo, 2.014 infectados de Covid-19 en las favelas de Río y según la Prefectura, al menos 48.753 en toda la ciudad. A nivel federal, Brasil ya supera el millón de casos positivos de coronavirus, casi 50 mil muertos: el segundo país más afectado.

El 25 de febrero, en pleno carnaval, se confirmó el primer caso de Covid-19 en el país: un hombre de 61 años que había viajado a Italia. Ese día, en el Complexo do Alemão, un conjunto de favelas en la zona norte de Río de Janeiro, uno de los 12 periodistas de la redacción de Voz das Comunidades cerró los ojos, respiró hondo y no lo pudo contener: estornudó sin taparse. Sus colegas estallaron en carcajadas: “Debe ser el coronavirus”. Pero Melissa Cannabrava, coordinadora de este diario comunitario que sigue desde diciembre las noticias que venían primero de Wuhan, luego de Irán y finalmente de Europa no se rió: miró fijo a Renato, el jefe de redacción. “No perdamos este tema de vista”, dijo seria. Se hizo un silencio en la redacción.
A esa misma hora, el entonces ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, decía que el coronavirus era una gripe, que había que minimizar el estrés, que Brasil es un país de personas jóvenes y que el calorcito era “poco propicio para un virus respiratorio”.
El “gigante sudamericano” es una de las pocas naciones que con más de 200 millones de habitantes tiene un sistema único de salud “universal e igualitario”, que ya lidia con el sarampión, la fiebre amarilla, el zika, el dengue y la chikungunya: una lista de su agenda pública a la que ahora se suma el nuevo coronavirus.
Ese 25 de febrero la curva de casos de Covid-19 apenas empezaba a crecer. Con 29 pacientes confirmados se concentraba en los barrios de mayor poder adquisitivo de la ciudad: zona sur y Barra da Tijuca, donde la gente vive en promedio 16 años más que en el Complexo do Alemão.
El 17 de marzo, cuando se decretó la situación de emergencia sanitaria en el estado, se confirmó la primera muerte: una señora que trabajaba como empleada doméstica en una residencia del barrio de Leblon, de la zona sur. Sus empleadores habían pasado las vacaciones en Italia, tenían coronavirus y, según el hermano de la víctima, no le habían avisado de esa sospecha a la empleada.
Ese mismo día, en el Complexo do Alemão, Camila Moradia del Movimiento Mulheres em Ação no Alemão tuiteó: “Nós por Nós” (nosotros por nosotros mismos) y llamó a líderes comunitarios a crear un gabinete de crisis para enfrentar al Covid-19.
René Silva, editor de Voz das Comunidades y Raúl Santiago, periodista del colectivo Papo Reto le respondieron que sí. El gabinete de crisis empezó a funcionar.
En las 763 favelas de Río de Janeiro viven más de 1,3 millones de personas. Hay favelas pequeñas, medianas y grandes. Los “complexos”, como el de Alemão, son conjuntos de favelas pequeñas. En todas se comenzaron a articular acciones de respuesta rápida frente a la amenaza del coronavirus. Pero esa práctica no es novedad en las comunidades cariocas. En distintos puntos del Complexo de Alemão ya habían empezado a colgar pancartas con advertencias: “Lávese las manos con frecuencia. Sabemos que tenemos un abastecimiento precario de agua. Si usted tiene agua en casa, compártala con quien la necesite”.

La distribución del agua en el Complexo do Alemão desafía a diario la ley de gravedad. La compañía responsable activa en la base un sistema de cañerías y bombas que inyectan presión para que el agua suba a los morros. En los morros hay “choferes del agua” que abren y cierran llaves de paso a medida que el líquido sube y la distribuyen por las diferentes favelas. Cuanto más abajo y plano se vive, más agua se obtiene, cuanto más alto, menos. El sistema tiene resultados azarosos: no siempre llega a los más de 70 mil vecinos de las 13 comunidades que integran el Complexo de Alemão. Muchos la almacenan en tanques en sus casas para compensar los momentos en que escasea; pero cuando abren el grifo casi siempre lo que sale tiene el espesor de un hilo: nada que no pase en barrios pobres de Buenos Aires, Guayaquil o Lima, donde el servicio puede faltar día por medio. En América Latina hay por lo menos 25 millones de personas sin agua.
A pesar del estado de emergencia por la Covid-19, el movimiento habitual continuaba en el Complexo do Alemão. En una de las calles principales, Nova Brasília, el tránsito de gente se veía denso: vendedores de caldo de caña de azúcar, bijuterías, frutas, servicio de manicura y corte de pelo, venta y recarga de batería de celulares, huevos. Todo parecía alejado del coronavirus. Nadie usaba tapabocas.

Melissa y el equipo de Voz das Comunidades estaban trabajando en un artículo sobre la falta de agua, para ejercer presión ante las autoridades locales y solucionar el problema. El coronavirus se acercaba. “¡Cuéntennos! ¿A quien le falta agua?” preguntaron en los 12 grupos de Whatsapp de 256 vecinos del Complexo do Alemão cada uno. La plataforma no admite más que esa cantidad de miembros por grupo, entonces cuando llegan al tope, Melissa y su gente arman uno nuevo, y así. Para ellos es más que un chat: “Son un termómetro de lo que pasa en la comunidad”. Es lo que les marca la agenda del diario: lo que “le pasa a la gente”. Por eso, cuando Melissa vio que una señora escribió en uno de los chats grupales que le faltaba agua la llamó para hacerle una nota: “Ah, ¿entonces a usted le falta agua?”, “¿Y desde hace cuánto?” “¿Sabe de alguien más que no tenga?”, “¿Cómo está usted?” “Si necesita algo, avíseme”.
La comunicación comunitaria es un servicio circular: se cuidan entre sí. Casi todos los periodistas de Voz das Comunidades viven o nacieron en favelas y están seguros de algo: “Nos sentimos descuidados”. El artículo de Melissa se difundió por las redes sociales de su medio, que tiene más de 650 mil seguidores. Llegó también a las asociaciones de vecinos del Complexo. Días después, la compañía de agua del estado arregló el problema: era la bomba principal que no funcionaba.

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Para la semana del 22 de marzo, ningún caso de Covid-19 se registraba en el Complexo do Alemão, así como en ninguna favela. De la misma manera que América Latina había visto por anticipado la pandemia en Europa, los habitantes de las favelas percibían la amenaza, con semanas de diferencia. Y se seguían preparando.
Voz das Comunidades empezó a producir una serie en vivo por las redes sociales: “Covid-19 nas favelas”, un noticiero matutino y vespertino para los vecinos. En una de las primeras transmisiones una infectóloga explicó con un carozo de aguacate clavado con tornillos cómo se pega el coronavirus a una molécula. “La célula lo absorbe así”, dijo frente a cámara, cerrando el puño. Del otro lado de su celular, casi 10 mil personas escuchaban los consejos y escribían más de 500 comentarios.
Al mismo tiempo, noticias sin verificar comenzaron a llegar a los grupos de Whatsapp de los vecinos y grupos de periodistas: “La clínica municipal Zilda Arns del Complexo do Alemão reparte a la población máscaras de China contaminadas. No las acepten”. Fake. “Hice el test de la Covid-19 en la Clínica de la Familia y me dio positivo”. Fake. “El vinagre mata al virus en la garganta”. Fake. “La ivermectina que se usa para los piojos mata el coronavirus”. Fake. “La cloroquina cura el coronavirus”. Fake.
Nayara Monteiro Rocha, una de las médicas municipales de esta comunidad, dijo que el mayor riesgo era que esta infodemia generase una aglomeración de personas en la puerta de las clínicas buscando hacer testeos que no se ofrecían. En el Complexo do Alemão hay seis Clínicas de la Familia y una Unidad de Pronto Socorro. Son públicas, sin estructura hospitalaria y con farmacias internas donde faltan medicamentos.
Contra la infodemia, periodistas del diario y tres médicas formaron un grupo de consulta para divulgar información real sobre el coronavirus, chequear rumores y desmentir noticias falsas.
Renata Alfama era una de las seguidoras de las transmisiones en vivo. Un día no sintió más olores ni sabores y eso vino a agravar su estado gripal. Lo que más le preocupaba era su hijo menor, asmático y viviendo en la misma pequeña casa con toda la familia. Renata fue a la clínica, donde no le hicieron test, pero le dijeron que era paciente sospechosa y la mandaron a la casa con dos comprimidos de azitromicina y dipirona para calmar los síntomas. En el camino compró legumbres, vitamina C y frutas y cuando llegó se conectó al programa “Covid-19 en las favelas” para calmar la angustia: “Los mensajes de la presentadora Alana Nascimento me ayudaron. Fue como un respiro para empezar a controlarme. Le mandaba mensajes todo el tiempo”.

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Voz das Comunidades dio un giro sustancial en noviembre de 2010 cuando René Silva, entonces de 17 años, relató por Twitter desde la ventana de su casa en el Morro do Adeus, la “Ocupação”: una operación de 2000 uniformados entre policía y fuerzas armadas para tomar control de las 13 comunidades del Complexo de Alemão.
El objetivo de la “Ocupação” era detener a “más de 500 narcos” desplegando “una fuerza de paz militar, como la de Haití” según el ex-presidente Lula da Silva. Tras varios tiroteos incautaron 40 toneladas de marihuana, 300 kilos de cocaína, pero solo detuvieron a 31 personas porque cientos de buscados se escaparon por una alcantarilla.
René, que contaba la Ocupação con ojos de un cronista en el territorio, en 24 horas pasó de 300 seguidores a 10 mil. Y alcanzó a famosos como Luciano Rucke y Willian Bonner. René se transformó en un vocero del Alemão: la Embajada de Estados Unidos en Brasil lo invitó a un intercambio con periodistas comunitarios afro-americanos de Harlem y la Universidad de Harvard lo invitó a disertar en un simposio sobre conexión digital.
Voz das Comunidades nació cuando René tenía 11 años y participaba en un diario de la escuela. Entonces pensó “por qué no crear un diario que se ocupe de los problemas de la comunidad pero que muestre también lo que hay de bueno en ella”. Empezó a imprimir una tirada de 100 ejemplares de cuatro páginas cada uno. Entusiasmó a otros chicos: su hermano Renato, su prima y otros compañeros lo ayudaban con el reporteo y la distribución. Multiplicaron la tirada por 30. El material interesaba, se leía: varios comercios querían pagar por publicidad en el diario de René, que cumplía sus 13 años. “De a poco nos fuimos dando cuenta de que algunos problemas que contábamos se solucionaban: si decíamos que una cañería estaba rota, conseguíamos que la sellaran”.
El medio empezó a darle voz a la favela: a sus vecinos, a su comercio, a la poesía con ritmo de rap de sus jóvenes negras. Esa línea editorial nunca se modificó: durante esta pandemia global el diario mostró los problemas con la electricidad y el agua, pero también historias como la de Renan Estate: “el peluquero delivery” o la de una familia de pizzeros que dona parte de lo que recauda a vecinos con urgencia alimentaria.
Recientemente el diario comenzó a proveer contenidos a medios masivos nacionales como Globo e internacionales como Yahoo. Pero los destinatarios de esa información no son los de adentro, no son gente como Eliane Dos Santos, que tiene 55 años y trabaja como auxiliar de limpieza en un hospital de Río, vive en la favela Fazendinha y tuvo Covid-19. Eliane prefiere ver las transmisiones en vivo en la página de Facebook de Voz das Comunidades: “porque la televisión normal no habla de nosotros, sólo cuando se trata de violencia”.

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Gloria Alves, de 60 años y peluquera desempleada, administra uno de esos grupos de Whatsapp de 256 miembros que armó Voz das Comunidades con los vecinos. “Nos consultamos todo. Remedios, pediatras en la Unidad del Pronto Socorro. Si a alguien le falta una pieza de cañería, se la compramos”.
Existe una experiencia de trabajo colectivo con aire festivo que se llama mutirão. Cuando se llama a una mutirão, vecinos, amigos, familiares se juntan para una tarea voluntaria. Construir una laje (terracita), pintar una iglesia, colocar un tanque de agua y después comer asado o ensopado. En la historia del Complexo do Alemão hay relatos de escalinatas hechas por los vecinos en mutirão. Hacia mitad de los años 50 del siglo pasado, muchas fábricas se fueron instalando alrededor del territorio del complejo y los trabajadores fueron dándole densidad urbana a los morros, revestidos de barracas y escalinatas que muchas veces construían por las noches, antes de que llegara la policía.
“Nos ayudamos desde siempre en la comunidad, una mano empuja otra”, dice Lucía Cabral, líder comunitaria que coordina el proyecto educativo EDUCAP (Espaço Democrático De União, Convivência, Aprendizagem e Prevenção) . Cuando su padre llegó a Río desde el nordeste del país a inicios del siglo pasado, la vida se armaba alrededor de la vecindad para montar las viviendas, las calles, los entornos comunes.
Jailson Barbosa es geógrafo. Vivió en la favela da Maré, de donde era Marielle Franco, la concejala y defensora de derechos humanos, negra y homosexual, asesinada en 2018. Es fundador del Observatorio de Favelas y defiende a la gente de su territorio por la capacidad de reaccionar y generar acciones colectivas incluso en condiciones adversas.
“Soy hijo de la favela”, es su carta de presentación. “El sistema es injusto. El Estado es insuficiente y define a las favelas como territorios subnormales –repite. Debemos ser valorizados como creadores urbanos que contribuimos de manera positiva a la vida de la ciudad: nosotros también somos Río de Janeiro”.

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En abril, los contagios y muertes por la pandemia se expandían por Brasil. Las secretarías de salud de los 27 estados confirmaban el 15 de ese mes que había en total 28.912 personas contagiadas y 1.760 muertes.
La prefectura de la ciudad de Río de Janeiro informaba los primeros casos en favelas, un total de 6 y en el Complexo, solo uno. Sucedía lo que era previsible. “Una transferencia del contagio de los barrios más ricos hacia los territorios más vulnerables pero donde la letalidad de la enfermedad es más alta”, explicaba el geógrafo Jorge Barbosa en el Mapa Social del coronavirus en la ciudad de Río de Janeiro.
https://www.facebook.com/vozdascomunidades/videos/611486569456117
Mientras tanto, el gabinete de crisis del Complexo do Alemão convocado por Camila se adelantaba con acciones para evitar que la gente saliera de sus casas. Si bien pocas ambulancias entraban al Complexo, muchas donaciones llegaban a las manos de los líderes comunitarios de forma directa: 30 camiones de la cervecera AMBEV con 30 mil botellones de seis litros de agua, 500 botellas de alcohol en gel del club Flamengo, 4.500 cajas con alimentos no perecederos del Unibanco y 37.088 kits de productos de limpieza con jabón, aguas, feijão, fideos, azúcar… de cientos de empresas y asociaciones y donantes individuales. Para ese entonces, 60 mil dólares entraron a las cuentas del gabinete mediante plataformas online de recaudación de fondos.

El bullicio urbano y la humedad del día se escuchaban y se olían en el todo el Complexo: pasaban las mototaxis, el medio de transporte que desafía las callejuelas escuetas en subida de los morros, las combis y los ómnibus.
Dentro del galpón, el Gabinete de Crisis se organizaba en núcleos de trabajo de logística, comunicación y contacto con los donadores individuales y empresarios. Los 31 voluntarios entregaban en combis y medios de transporte de vecinos del lugar los paquetes de alimentos y limpieza, diariamente, en 28 puntos de las favelas de este complejo.
#GabineteEm1Minuto
— Gabinete de Crise do Alemão (@gabinetealemao) May 29, 2020
Chegamos ao fim de mais uma semana e junto chega o momento de conferir as principais ações do Gabinete de Crise do Alemão nessa semana.
Assiste aí!!#GabinetedeCriseAlemão#Covid19NasFavelas pic.twitter.com/3FLV2zEaRf
Pero esta estrategia de articulación con el sector privado no es nueva. En 2013, tras una serie de inundaciones, el equipo de Papo Reto, mientras recibía pedidos de ayuda y mensajes de vecinos sobre casas destruidas, empezó a tuitear serialmente etiquetando a grandes marcas con presencia en la comunidad. Al rato, responsables de Coca Cola se comunicaron para ofrecer apoyo: “¿Qué necesitan? Nosotros se lo donamos”.
Mientras las donaciones sucedían en el gran galpón de la favela de Nova Brasília, Melissa y el equipo de Voz das Comunidades preparaban materiales de campaña para la prevención de la Covid-19. Melissa redactaba usando la palabra que se leía en todos los medios de comunicación: lockdown, “restricción de circulación entre áreas de la ciudad”. Los medios comunitarios son los que traducen al Estado, a los medios masivos y a todos los que no les hablan a las comunidades pobres.

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Algo que deja en evidencia la mala gestión de este régimen de cuarentena, es la debilidad de los datos. Por varias razones: la falta de casos registrados, la falta de testeos masivos, el monitoreo de los organismos públicos en la totalidad de las favelas de Río. A fines de abril, Voz das Comunidades comenzó a llevar su propia cuenta de los infectados y fallecidos en 15 favelas con base en informaciones de 10 Clínicas de la Familia, el Comitê SOS Providência y datos oficiales de la prefectura, que consideraban parciales. Cuando Voz das Comunidades registró 105 casos confirmados en el Complexo, la prefectura registró 12. Había que instar a las autoridades a realizar el testeo masivo en las favelas y monitorear las cifras oficiales, había que presionar: como desde el principio, cuando las cañerías dejaban de estar pinchadas porque René lo denunciaba.
Si hay un lugar donde no se busca calmar la angustia es en Brasilia, en el palacio presidencial que habita Jair Bolsonaro. Para él la muerte es inevitable: “lamentamos los muertos, pero es el destino de todo el mundo”. Entre abril y mayo dos ministros de Salud renunciaron al cargo.
Si para Bolsonaro no tiene sentido contar las muertes acumuladas, para los grandes medios sí es importante. Cuando se habló de Manaos titularon en todo el país: “los entierros superan el promedio de los 100 por día”.
Y si para los medios masivos los números son importantes, para Voz da Comunidades son más importantes los nombres: “Benedito Nascimento, Padrinho de Jojo Servicios, 60 años, diabético”. “Liliane Santos Araújo, agente comunitaria de la clínica Zilda Arns, 29 años”. “Doña Marina, agente de epidemiología del barrio Vila Kennedy”. “Alisson Vitor Duarte de Almeida, chofer de Uber da Comunidade, 42 años”. “Pastora (sin nombre) de la favela Pavão-Pavãozinho de la zona de Copacabana/Ipanema”. “Doña Débora, la madre del atacante Ronald delantero de Flamengo y de la última Copa de Fútbol de las Favelas, murió en el Hospital Getúlio Vargas”.

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Al aluvión de noticias falsas sobre Covid-19 que seguía llegando a la redacción de Voz das Comunidades se sumó una de las preocupaciones más frecuentes en los relatos de los vecinos: las incursiones policiales violentas buscando narcotraficantes, incluso en cuarentena.
Una lectora de Voz das Comunidades, Maria Bezerra, hace unos años atrapada en un fuego cruzado recibió un tiro en la pierna. Ahora cada vez que va a salir de su casa en la región céntrica de la Grota, consulta en el grupo de Whatsapp de los vecinos y los periodistas si todo está bien: “Lo hago para saber si hay tiroteos, ellos siempre avisan. Así sé por dónde ir”. Hay una disputa territorial en cada favela, en algunas los narcos son soberanos: en el Complexo do Alemão, si bien no hubo toque de queda desde el inicio de la pandemia, cuando llegó mayo, fueron ellos quienes decretaron la cuarentena obligatoria.
La infodemia sobre la pandemia y el contexto violento de las favelas reactivaron un proyecto que estaba en la agenda del diario desde el año pasado: la creación de una aplicación que facilitara la interacción con los vecinos. A eso se sumaba otra información sobre los seguidores del Voz das Comunidades: de los 7 mil accesos diarios al sitio web, el 95% lo hacía por celular.
“La idea es imprimir agilidad a la vida de los vecinos con alertas interactivas sobre violencia que incluya tiroteos”, dice Claudia Bernett, diseñadora de la aplicación.
Si bien casi todos los vecinos tienen acceso a internet, con un costo promedio de 60 reales brasileños –el equivalente a 12 dólares, el valor de 12 pasajes de metro en la ciudad de Río– el equipo de Voz das Comunidades tiene en cuenta las dificultades de conexión de algunos de ellos. Por eso la app –que se suma al abanico de redes sociales virtuales con otras funciones interactivas– permite consultar información incluso estando desconectados de datos o redes wifi, habiéndola descargado antes.
La preocupación de Voz das Comunidades por las noticias falsas sobre la pandemia les acerca un contacto institucional con quien ya mantiene grupos de trabajo y discusión. “Conocemos la iniciativa de la app de Voz das Comunidades desde el inicio. Y en la pandemia, también nos preocupa el impacto de las fake news en las favelas. Nos pareció una forma innovadora del uso de la tecnología para un público que no recibe información fehaciente de fuentes locales”, dice Sarah Saperstein, agregada de prensa del Consulado de Estados Unidos en Río de Janeiro, que financió la aplicación con 16 mil dólares.
La semana del 11 de mayo, mientras Bolsonaro paseaba en jet ski y Brasil superaba a España e Italia en número de contagios (más de 241.000), Voz das Comunidades lanzó la app, divulgada en la prensa nacional.
En una segunda fase se incorporarán nuevas funciones. Los vecinos, por ejemplo, podrán enviar las alertas y noticias que reciben para que el equipo las chequee y publique, o no.

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Quienes usan la app Voz Das Comunidades son gente como María Bezerra: “La segunda semana de mayo acompañé a mi madre al hospital porque tuvo un pico de diabetes y estaba descompensada. En la habitación no había televisor y preguntaba qué decían las noticias, entonces abrí la app para ver si el gobierno iba a pagar la ayuda de emergencia; y al final no”.
O gente como Renan Estate: “Corto el pelo con un barbijo puesto. Tengo 32 años. Durante la cuarentena ofrecí delivery de corte de barba y cabello. En la app busco sobre los casos de Covid-19 en las favelas, y también lo que otros emprendedores y comerciantes hacen para sobrellevar este contexto”.
O como Alexandre Correa da Silva que tiene 45 años: “Soy fotógrafo de eventos pero ahora no hay fiestas ni maratones que cubrir. Vivo en la parte baja y plana del Complexo do Alemão. Como tuve tuberculosis no salgo a la calle desde el inicio de la pandemia. ¿Qué busco en la app? El otro día publicaron una serie de fotos sobre nuestros niños y encontré una de mi sobrino. Es algo que me da un respiro”.
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Promedia junio pero no se sabe si la pesadilla que vive este país está promediando o recién comienza.
El gobierno de Bolsonaro, con un ministro interino de Salud que es militar, General Eduardo Pazuello, ha dejado de publicar los datos acumulados de infectados y fallecidos por coronavirus en el país, pese a la reacción de la sociedad civil, científica y de la comunidad internacional. Luego los retoma. Pero la opinión pública ya no le cree. Y se forma un grupo de medios de comunicación masivo que hacen la actualización diaria e independiente consultando directamente a las secretarías de salud de los 27 estados.
En el Complexo do Alemão, el equipo de Voz das Comunidades sigue transmitiendo “Covid-19 nas favelas” por Facebook y distribuyendo mil quinientos almuerzos diarios en estas áreas.
Se cumple un mes del lanzamiento de la app con 10 mil descargas y unos mil usuarios que ya la navegan con regularidad. El diario prepara hojas impresas con códigos QR para distribuir en las calles del Complexo. Los vecinos podrán escanearlo y descargar la aplicación directamente para consultar las últimas novedades sobre la Covid-19, los últimos cuidados que se recomiendan, lo último que se sabe sin estar conectados a internet. “Puede que sea poco”, dijo Camila Moradia, quien armó el gabinete de crisis. Pero también sabe que “están haciendo todo entre todos”.
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