| octubre 2018, Por Gabriela Gómez Alonso

Ellas ya tienen corona

El pelo tiene vida propia: es memoria, fuerza, poder. El pelo es resistencia. Si el autoreconocimiento no es tarea fácil, tampoco lo es la visibilización. Presentamos esta historia que en realidad es varias historias, a propósito de la batalla que llevan a cabo cientos de miles de mujeres afro que, al rededor del mundo, han sabido empoderarse para luchar en contra de los estereotipos de belleza fungidos por occidente y sus “descabelladas” maquinarias patriarcales y publicitarias.  

Es imponente. Extraordinaria. Diversa.

Es guerrera.

Rizos amarillos florecen de su cabeza. Es la madre de uno de los frutos más representativos del Pacífico colombiano.

La planta de chontaduro se parece mucho a la mujer afrocolombiana. No en vano de una de sus características más particulares nace el adjetivo chonto o chontudo, palabras que se utilizan para describir el cabello crespo.

Pero la analogía entre las flores de la planta y el pelo se ha utilizado de manera despectiva. Junto a otras palabras (como puto o malo) busca generar en la psiquis de las mujeres afrocolombianas un rechazo a su propio aspecto:

“De pronto para las personas que no son de comunidades afro no sea tan evidente, pero hay una especie de censura y autocensura. Te lo digo desde mi experiencia de niña. Tu familia te dice ‘es que ese cabello es muy duro, muy chontudo, muy puto, muy feo. Hay que alisarlo’”.

Paola Angulo tiene 32 años, nació en Tumaco pero vive en Cali y durante quince años se alisó el pelo para poder encajar en los patrones de belleza impuestos por su familia y la sociedad.

Así como ella, muchas mujeres afro han lidiado con los comentarios negativos y las exigencias sociales. Pero en los últimos años, se han fortalecido los grupos de mujeres negras del Pacífico colombiano. Entre sus enfoques más importantes está mostrar el valor del cabello natural, para darle un significado de empoderamiento y resistencia a esas palabras ofensivas.

Entre chontudas y Ensortijadas, así se llaman dos de las redes de apoyo que acompañan a las mujeres en la transición del cabello alisado a las trenzas o al afro (estilos de cabello natural). El primer grupo está conformado por mujeres afro de todo el país, y ya cuenta con más de 5000 integrantes con quienes se hacen acciones conjuntas. El segundo tiene un grupo base de doce mujeres, se dedica específicamente a trabajar en Cali e invita a hombres, mujeres y niños de todas las etnias a ser parte del proceso.

A pesar de sus diferencias, algo que tienen en común estas redes es que creen en “incomodar” los espacios públicos a través de la estética, para hacer activismo político, social, racial y de género.

“Que tú llegues con estos pelos, por ejemplo, a escenarios académicos en los que históricamente no hemos estado, incomoda los espacios y las estructuras. Yo siento cómo mi presencia se asocia a resistencia cuando llego a un lugar”.

Lina Lucumi tiene 23 años, fue una de las primeras integrantes de Entre chontudas y es cofundadora de Bámbara, un emprendimiento de productos naturales para el cuidado del cabello de las mujeres afro. Estudió Contaduría en la Universidad del Valle, en donde hizo parte de un grupo político de estudiantes negros, pero fue solo hasta que conoció a doña Emilia Valencia que decidió, como ella misma lo dice, amar su pelo.

“Con mis amigas nos sentíamos las más revolucionarias del universo, pero teníamos el cabello alisado. Doña Emilia iba y nos decía ‘empodérense de todo, de su accionar político y de su pelo’”.

Es precisamente Doña Emilia quien propició estas redes de mujeres afrocolombianas en el Pacífico. Primero con Tejiendo esperanzas, un evento anual de peinadoras —mujeres que se dedican a hacer trenzas— que inició en 1984 y funciona como concurso y espacio para compartir saberes alrededor del cabello natural, tanto en su estilo trenzado como afro. Luego con AMAFROCOL (Asociación de Mujeres Afrocolombianas), una organización fundada en 1996 para enmarcar proyectos comunitarios que empoderan a las mujeres a través de la educación de la cultura del pueblo negro y la defensa y reivindicación de sus derechos.

Con este tipo de movimientos se le ha dado mayor visibilidad a la resistencia a través del pelo. Pero no es nueva, menos si se habla de la cultura afro.

El cabello es raíz y, de esa manera, tiene historia.

Ilustración Cocoa Fooxua. Instagram: @cocoafooxua

Doña Emilia aprendió a trenzar a orillas del río San Juan en Andagoya, Chocó. Su infancia y adolescencia transcurrieron entre el pueblo y la ciudad de Cali. Al salir del colegio se fue a estudiar a la Universidad del Valle y trenzando a otros logró pagarse los primeros semestres. Darse cuenta del poder que tenía en sus manos la hizo interesarse por la historia del cabello afro:

“Las reinas y princesas en África usaban fibras vegetales, se las tejían al cabello natural para que la trenza se viera más larga, más abundante”.

Así supo que el arte de trenzar es ancestral.

Los esclavos llegaron con esos conocimientos a propósito del uso del cabello, forjando así el nacimiento de los mapas de libertad: rutas de escape tejidas en las cabezas de los niños, en las que se podía ver “por dónde había que atravesar el río, dónde estaba la montaña, en qué partes del camino estaban los soldados y las tropas españolas”.

Tropas es el nombre que se le da a las trenzas pequeñas y delgadas que se tejen pegadas al cuero cabelludo. Este concepto hace referencia a uno de los códigos que leían los esclavos en las cabezas, gracias a los cuales lograron escapar y fundar los primeros palenques.

Otro tipo son los sucedidos. Una forma de trenzar exclusiva de las mujeres, pues se hacía en los momentos de encuentro y funcionaba como memorias. Saber leerlos significaba saber sus secretos: cómo se habían sentido en el día, qué labores habían hecho, e incluso cómo se sentían con su pareja.

Y si con las trenzas se escapaba de la esclavitud, con el afro se sobrevivía. Gracias a su consistencia, dentro de los rizos se podían guardar semillas para poder tener prosperidad en la libertad. Dejarse el pelo suelto tenía otras implicaciones de resistencia, unas que incluían la posibilidad de la libertad económica.

Lograr hablar a través del cabello fue una habilidad que pasó de generación en generación, y con ella también llegaron algunos secretos culturales. Doña Leocadia tiene 67 años, nació en Quibdó y, aunque vive en Bogotá, al cerrar los ojos cada noche todavía recuerda todas las enseñanzas que le dejó su tatarabuela. Entre ellas que la naturaleza es el mejor aliado para mantener el poder y la magia del cabello.

Por su textura, el cabello afro es de difícil hidratación y necesita algo más que agua para verse saludable. Según doña Leocadía, desde la Colonia se sabe que al majar el aguacate la mezcla se puede utilizar para suavizar el pelo, y lograr que sea más manejable para hacer las trenzas, o que los rizos sean más sueltos si se quiere dejar el afro; que el aceite de coco sirve para masajear el pelo y ayudarlo a crecer; y que con el guásimo, del que se pueden tomar sus hojas o corteza, se crea una baba que se deja todo el día en el pelo para crear una capa de protección.

Al tener estas rutinas, trenzas y crespos brillantes se paseaban por las haciendas y ahí, donde floreció la resistencia estética en Colombia, también surgió la opresión.

“Las amas blancas pensaban que sus maridos buscaban a las mujeres negras por el pelo, entonces decían que había que tenerlo como nosotras, pero en esa época no podían ponérselo chuto”, cuenta doña Leocadia.

Con esta situación concuerda doña Emilia Valencia: “Desde la Colonia estuvimos esclavizadas por el tema del alisado, fue un proceso de ‘blanqueamiento’ para poder ser aceptadas, pero también para castrarnos culturalmente. Nos dijeron que éramos feas, que ese cabello no servía, que éramos sucias, pero había un trasfondo: esos pelos tan bonitos provocaban los celos de las amas blancas”.

Esa “tentación” o peligro, que comenzaron a representar las mujeres negras y su estética, dio cabida a los prejuicios e imposiciones que hoy en día persisten y que están basados en criterios de supuesta belleza y suciedad.

Fue así como, poco a poco, los secretos para el cuidado del cabello afro pasaron a ser los secretos para el cuidado del cabello “limpio”, “bonito”, “aceptado”:

Como lo cuenta el padre Alonso de Sandoval en Un tratado sobre la esclavitud (1627): “Mojando el pelo con cierto aceite, que les pone los cabellos muy lizos como los de una Española”.

Ilustración Cocoa Fooxua. Instagram: @cocoafooxua

Muy pocas tatarabuelas resistieron y conservaron los secretos del cabello. La de doña Leocadia lo hizo, y con la tradición oral le enseñó a su bisnieta a querer y cuidar su cabello natural. Pero hubo otras que se olvidaron que las trenzas y el afro son elementos fundamentales de la cultura negra, y las generaciones cambiaron: las madres empezaron a desatender su cabello y, con eso, el de sus hijas.

Lina Lucumí hace parte de esta generación: “Nuestras mamás no sabían cómo peinarnos. En mi casa, no sé si porque el cabello no tenía valor, me lavaban el pelo con el jabón azul de la ropa. Después me peinaban en la calle, al frente de todas las vecinas, pero a mí me daba vergüenza. Toda mi niñez sentí rabia contra mi propio cuerpo porque no me gustaba mi pelo”.

Después de años de escuchar y repetirse a sí mismas que las trenzas y los crespos son feos y sucios, que no son elegantes, los prejuicios pasaron de ser exigencias de los blancos a creencias de las mismas comunidades.

Las trenzas dejaron de hablar y se convirtieron en sinónimo de practicidad —para hacer manejable el cabello de las niñas entre los 3 y los 14 años— y de utilidad —para que les crezca y cuando se lo alisen les llegue hasta la cola—. El afro, por su parte, dejó de existir incluso en la intimidad del hogar.

“Me parece muy duro que las niñas no puedan andar con su pelo natural porque sienten que la sociedad las está marginando, y sus papás y sus familias. El racismo es una cosa que nos han metido y que nos circula también a nosotros por las venas,” asegura Lina.

Con la imposición de los patrones de belleza “aceptados” se transformaron las tradiciones. Se volvió común, entonces, que en las comunidades afro del Pacífico el regalo de quince años sea el alisado.

“Es como ‘llegó el momento de ser bella’. Es un asunto que va dentro de vos, porque te lo creés. En tu entorno se reproducen los estigmas y en televisión no tienes una mujer negra que sea diva”.

Así como Lina, muchas mujeres negras del Pacífico crecieron anhelando el alisado. Un procedimiento que para su sorpresa resulta ser una tortura.

El aliser, nombre genérico que se le da a los productos químicos usados para alisar el cabello, puede estar compuesto de alguno de los siguientes elementos: soda cáustica (hidróxido de sodio), usado industrialmente para fabricar crayones o explosivos, y en lo doméstico para destapar las tuberías de los baños;  lejía (cloro), que se usa para desinfectar y blanquear; o diablo rojo, que se comercializa como “un potente destapador de cañerías con el que se puede eliminar pelos, fango, grasas, material vegetal o colillas de cigarrillo”. Además de una esencia herbal o frutal para que el olor sea agradable y el riesgo de todo lo anterior sea imperceptible.

Las mujeres negras se someten por lo menos una vez al mes al aliser. Antes de la cita, el pelo debe durar siete días sin entrar en contacto con agua o shampoo para que tenga su grasa natural y el producto adhiera bien. El día de la cita, la alisadora (mujer afro experta en alisar el pelo) separa el cabello en cuatro secciones para que sea más manejable. Toma la primera y con una brocha esparce el producto desde la raíz hasta las puntas, “como ese químico es tan fuerte, y no puede estar mucho tiempo en el pelo, cuando tu comienzas ‘ay, ay, me está picando’ es cuando van y lavan”, recuerda Lina con nervios al hablar de sus días con el cabello liso. El mismo proceso, sección por sección, hasta alisar todo el pelo.

Con el cuero cabelludo irritado, después de la aplicación del producto las mujeres se someten al secador y a la plancha. Si todo salió bien vuelven después de un mes, cuando las ondas del cabello natural empiezan a crecer; la única recomendación es que cada vez que lo laven se lo vuelvan a secar y a planchar. Si hubo complicaciones, el cabello se queda pegado al cuero cabelludo y solo después de ocho días se puede comenzar a despegar. Una vez que desaparece toda la costra, el mantenimiento es el mismo: lavar, secar y planchar.

Por eso ninguna mujer afro que se haya alisado olvidará el nombre de su alisadora. “Cuando dices ‘me quemó la alisadora’ la gente no dimensiona qué significa eso”.

A pesar de que les arde el procedimiento, muchas mujeres desconocen la razón por la que eso sucede. Jaqueline Rivas, por ejemplo, ahora es miembro de Ensortijadas y solo se enteró de las implicaciones del aliser cuando entró a la universidad: “para mí lo más importante era el proceso psicológico antes de irme a alisar, sabía que me tenía que picar para que quedara perfecta. Nunca había pensado en sus componentes porque cuando me alisaba olía a aguacate o papaya”.

Después de un procedimiento como estos, el pelo jamás vuelve a ser el mismo. Entre tres y seis meses después de la primera alisada, el cabello se comienza a caer. La sociedad, la familia, los prejuicios y estereotipos, le exigen a la mujer negra que se someta a estos procedimientos una vez cada mes durante toda su vida. Sin importar el dolor o las consecuencias médicas.

Aun así son muy pocas las mujeres que se atreven a volver a las trenzas o al afro, ¿antes “blancas” que… afrudas, chontudas, periquetas, ensortijadas.

Ilustración Cocoa Fooxua. Instagram: @cocoafooxua

Transición es el nombre que utilizan los grupos de mujeres afrocolombianas para evidenciar que una mujer negra pasa del cabello liso a su cabello natural en cualquier estilo. No solo marca un periodo de tiempo en el que se cambia la textura del pelo, también demuestra que la mujer ha tomado la decisión de volver a sus raíces, de conocerse y empoderarse.

Para comenzar el proceso se puede recurrir a un big chop, o gran corte, en el que las mujeres quedan con el cabello muy corto, o rapadas por completo. Otra posibilidad es dejarse las dos texturas, es decir, no alisar la raíz sino tener el cabello liso y crespo al mismo tiempo, hasta que lo crespo sea lo suficientemente largo para cortar. Una vez crece el cabello se pueden hacer trenzas o dejarse el afro.

“Para las trenzas se usa una fibra sintética que se llama kanekalon, que ahora tiene unas variantes muy parecidas a las nuestras. Se usa para engrosar el cabello. Son extensiones, pero no tienen el objetivo de que te veas como una mujer blanca”, aclara doña Emilia Valencia.

Hay muchas razones para hacer la Transición: salud, activismo político, moda… pero ninguna hace que mirarse por primera vez al espejo con el cabello natural sea algo llevadero, fácil o normal.

Paola Angulo, por ejemplo, después de quince años de aliser se despertó un día con los mechones de la parte de atrás de su cabeza en la mano. Ahí decidió, por salud, hacerse un gran corte, pero cuando se vio al espejo “no quería salir a la calle, o sea, para mí era horrible. Yo decía ‘tan fea que me veo, por qué hice eso’”.

Este tipo de reacciones se dan, según Brenda Zambrano, fundadora de Ensortijadas, porque en ese primer paso “hay que conciliar muchas cosas. Uno encuentra la tristeza, la decepción, la rabia, el enojo, la frustración y el miedo”. Las mujeres que han tomado esta decisión se están retando a sí mismas, a verse, a aceptarse, a salir a la calle.

La “calle”, de hecho, resulta ser otro condicional par atreverse a volver al cabello natural. En el momento de su Transición, Paola ya vivía en Cali y pudo superar su vergüenza gracias a sus amigos, que le decían que se veía hermosa, y a las redes de mujeres que encontró en Facebook. Pero la historia habría sido distinta si hubiera decidido hacer la Transición en Tumaco, su pueblo natal.

No es lo mismo mirarse al espejo en lo urbano que en lo rural.

Como pionera del proceso en el Pacífico, doña Emilia ha reconocido esta situación: “En los pueblos está ocurriendo un fenómeno bien charro. A pesar de que se supone que la tradición está allá, hay mucha gente alienada y pululan las extensiones lisas y la alisada. A mí me encanta la ciudad porque te puedes vestir como se te dé la gana y a nadie le importa”.

El trabajo que ha hecho con Tejiendo esperanzas y AMAFROCOL, a través de la educación, del trabajo con las comunidades y de la creación de las redes de apoyo, le enseña a las mujeres que la resistencia actual va más allá del pelo.

Con los espacios que han ido creando y fortaleciendo, en estos casos específicamente desde el Pacífico, las redes de apoyo de mujeres afrocolombianas han logrado empoderar a las mujeres desde distintos frentes.

Desde lo cotidiano, porque uno de los objetivos de doña Emilia es que se entienda que “una mujer con el cabello natural es una mujer que no le tiene miedo a nada, a quien no le importan las críticas, que está muy segura de sí misma y que está exigiendo ser valorada y respetada, que exige los espacios que se merece como ciudadana colombiana”.

En ese sentido, también empodera desde lo político. Danny Ramírez, miembro de Entre chontudas y Defensora de derechos de mujeres de Buenaventura, considera que el cabello natural “es un proceso antidiscriminatorio porque ayuda a eliminar los estereotipos”.

Desde lo económico, el proceso les ha enseñado a las mujeres que pueden ser independientes con un arte como el trenzado, o con emprendimientos propios. Con Bámbara, por ejemplo, Lina Lucumí y su socia Malle Beleño cumplieron un sueño: crear productos naturales para el cuidado del cabello y con ellos promover el crecimiento económico de otras mujeres afro.

“A mí me dicen ‘Lina, ¿a ti no te interesa que Bámbara esté en La 14 de Calima (reconocido Centro Comercial en Cali)?. Yo lo pienso y en algún momento va a estar, pero por ahora queremos que las que se lucren con nuestros productos sean otras mujeres afro. Como Indiana, una niña negra de Univalle que tuvo un bebé y no puede trabajar”.

La lucha por el cabello natural también empodera desde la educación, porque estos procesos les han enseñado a las mujeres que, por ejemplo, no todos los cabellos afro son iguales. Unos pueden tener una textura suelta y en forma de ese (s), mientras que otros pueden ser un conjunto de ochos (8) tan firme que se encoge hasta un 75 % de su largo real. O que una de las formas de eliminar la discriminación es aprovechar que el otro se “incomodó” y hacerle entender que esa decisión estética representa un ejercicio de lucha y resistencia ancestral.

Construir la resistencia con otros es uno de los pilares de Ensortijadas. Así lo asegura Angélica Cortés, una de sus miembros del grupo base: “La etnoeducación se ha abarcado como si fuera la educación para las personas negras y las personas indígenas. Cuando hemos hecho los talleres van todas las personas que quieran, porque el proceso de nuestro cabello es solo un pedacito social. En cada uno de los cabellos que participan está toda la sociedad impuesta”.

También empodera desde lo personal, porque cambia las formas de relacionamiento con otros y con ellas mimas: “En grupo estamos todas divinas, nos queremos, nos amamos, nos apoyamos, pero vos salís a la calle y eres tú, sola. Es la forma en como tú has hecho un proceso individual lo que te permite ser una mujer negra y reconocerte como eso, con todas las implicaciones estéticas e históricas. Te das cuenta que en tu familia hubo esclavitud, juemadre, eso te cruza la vida, y vos tenés que vivir con eso”, dice Brenda Zambrano.

Así, por todos esos canales, el cabello natural empodera desde la raíz.

Entre chontudas y Ensortijadas buscan ser redes de apoyo para otras mujeres, ya sea que estén en Transición y no sepan cómo manejarlo con ellas mismas o con sus familias, o que no se hayan atrevido aún a usar trenzas o dejarse el afro. Más allá de querer imponer cierta forma de ser mujer negra, estos movimientos buscan que las niñas de ahora crezcan y se relacionen con su cabello de una manera distinta. Sin importar si deciden alisarse o dejárselo natural, que sean ellas mismas (solas) las que decidan porque tuvieron y conocieron sus opciones.

Entonces, resulta que, a pesar de que ya no se hagan códigos con las tropas o los sucedidos, el pelo sí habla. Sí está reclamando su espacio, sí significa resistencia. Al igual que los mapas de libertad, volver al cabello natural es una forma de liberación, de entender y reconocer que antes de ser esclavos en África los hombres y mujeres fueron reyes y reinas con su propia corona.

 

 

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