| julio 2018, Por el Consejo Editorial

Día 24: Pasar de ronda sin brillar

Croacia eliminó por penales al seleccionado local, e Inglaterra superó a Suecia. Los ganadores se disputarán el miércoles un lugar en la final.

 

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Una victoria vulgar

En el Mundial 1986 el obsesivo técnico de la selección Argentina, Carlos Bilardo, salió  campeón del mundo, pero tardó en celebrar el 3-2 con el que le ganaron la final a Alemania. “¿Qué te pasa Carlos, por qué no festejas?” le preguntaron en el vestuario. “Nos hicieron dos goles de cabeza”, respondió. El entrenador estaba decepcionado por no haber podido evitar lo que para él eran los tipos de goles más evitables de todos. Hoy Inglaterra pasó a semifinales con dos goles de cabeza. Suecia, el equipo ordenado y disciplinado, obsesivo, cayó por dos jugadas previsibles, más previsibles sobre todo si Inglaterra está enfrente.

El legendario editor peruano de medios latinoamericanos Julio Villanueva Chang, posteó en su Facebook tras el partido algo que todos pensamos: el juego de los ingleses, inventores del fútbol, siempre ha sido miserable.

Villanueva Chang cita un texto del español Santiago Segurola escrito después de que Inglaterra derrotara a Paraguay en 2006 con puros goles de cabeza. En ese entonces jugaba el flaco Crouch, antes Gary Lineker o Alan Shearer. Hoy el gran Kane. Siempre alguien pescando balones áreos.

En esa nota que menciona Chang, Segurola cita bibliografía inglesa sobre fútbol como The winning formula (la fórmula ganadora). Un libro que básicamente recomienda maneras de tirar pelotazos y de aprovecharlos para ganar. Nada de belleza; como la Revolución Industrial (también producto inglés): pura técnica al servicio de la rentabilidad.

En la nota, Santiago Segurola dice: “Durante años, los equipos ingleses dedicaron todas sus energías a lo más pelma del fútbol: catapultar la pelota desde cualquier parte del campo a una viga de delantero. Convirtieron un recurso en una monótona fórmula, mientras se mataba la creatividad y el fútbol se reducía a la nada. Cabezazos, rechaces, faltas al borde del área y un desprecio olímpico por la inteligencia”. Segurola cierra el texto diciendo que el interés de Inglaterra es “convertirse en una vulgaridad”.

En este Mundial, como en la historia de la segunda parte del milenio pasado, a Inglaterra le ha ido bien pero sin ser verdaderamente elegante.

Suecia tuvo varias oportunidades para empatarlo y un factor inglés fue clave para evitarlo: Jordan Pickford, el arquero cuyo apodos es “Air” (aire). El del Everton tiene apenas 24 años y un rostro típicamente inglés. Es una de las revelaciones del torneo y especialmente de la historia del fútbol de su país: de su mano –nunca mejor dicho– llegaron a semis después de 28 años. Primero fue el héroe en la definición por penales contra Colombia, y ahora con sus voladas contra Suecia. Sacó al menos tres pelotas clarísimas. Si tradicionalmente los piratas conquistaban por mar, ahora, con Pickford, conquistan por aire.

Los suecos han llegado lejos. Son de esos equipos duros, estudiosos, ordenados, organizados y efectivos. Obsesivos. Son un gran producto pero sin valor agregado. Jugando como juegan, pueden irse en primera ronda como salir campeones: su táctica es disputar cada pelota.

Si fuera tenis diríamos que juegan al ras de la red cada bola, puede picar de un lado o del otro, pero jamás cometerán un error no forzado. Pero el fútbol no es tenis y tampoco es una ciencia exacta: los que parecen haberse estudiado todo, terminan perdiendo por dos goles de cabeza.

Inglaterra ha ganado el Mundial solo una vez, en 1966, de locales y con un gol que no fue, en la final contra Alemania. Tienen una nueva oportunidad los de la Premier League, la liga más lujosa del mundo. Aunque, como cantaban Los Redonditos de Ricota, el lujo es vulgaridad.

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Incómodos

Si todos tropiezan, alguien debe caer. Rusia y Croacia avanzaron así, a los tumbos. Fue un partido abierto pero accidentado. Vibrante pero incómodo.

Se suponía que los croatas se iban a dedicar a atacar y los rusos a defender. La suposición estaba fundamentada en los recursos de uno y otro equipo. Y sobre todo en sus antecedentes de partido de octavos de final. Pero la Rusia del hombre que puso los bigotes de moda, Cherchesov, salió a jugarlo, a disputarlo, a ganarlo.

Se pusieron en ventaja a los 31 con un golazo de su jugador revelación, Cherysev, aunque Croacia lo empató 8 minutos después con un remate de Krámaric.

Cuando a los 100 minutos anotó el croata Vida. Pareció la muerte de las ilusiones rusas. Y esa sensación permaneció hasta que faltaban 5 para terminar la prórroga, cuando Fernandez, el brasileño nacionalizado ruso, se elevó altísimo y conectó de cabeza para sellar el empate. Penales.

Smolov comenzó pateando. Lo erró. Y eso marcó el estado de ánimo de la definición. Cuando Kovacic falló el segundo tiro croata, otra vez volvió el alma al cuerpo de toda una Federación.

La diferencia entre Rusia y Croacia terminó estando en la misma persona que había llevado a los locales hasta los penales: Fernandez, esta vez, la tiró afuera. Luego todos acertaron. Rakitic metió el último. 4-3.

Croacia, como en 1998, otra vez en semifinales. En apenas 27 años de vida del país, segunda vez entre los cuatro mejores. Juegan bien pero tampoco es una máquina: como la Argentina de 1990, arriba a semifinales tras pasar dos rondas por penales.

Rusia no tiene nada que reprocharse, pero la desazón debe ser insoportable: la oportunidad de llegar a semifinales será muy difícil de conseguir otra vez, al menos en el corto plazo.

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