¿Quién falló el penal?

A los 45 minutos del primer tiempo cobraron penal: era el partido de retorno a los Mundiales de Perú tras casi tres décadas. Pudo haberse puesto en ventaja frente a Dinamarca. Pero Christian Cueva falló desde los doce pasos. “Me siento mal, pero Messi también erró un penal, ¿no?” dijo angustiado tras el match que finalmente la albirroja andina perdió 0-1 contra la albirroja nórdica. ¿Quién es este jugador que pudo haber sido el héroe y terminó siendo villano del debut peruano?
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En la cancha del lado izquierdo hay por lo menos tres camisetas peruanas con el número diez estampado atrás. Los toques no se piensan: uno, dos, tres, al arco. El marcador es infinito. En la del lado derecho, dos niños aguardan su turno desde la entrada que da hacia un colegio que lleva el nombre del poeta más célebre del Perú y del equipo de fútbol con más poder monetario en el norte del país (más de 8 millones de dólares, según gestión.pe), el César Vallejo.

Hay dos canchas, además; el Estadio Municipal de Huamachuco tiene un toldo de nubes que parece estar a punto de ceder y en este mes, enero, colapsarán pronto las filas de los inscritos para las academias deportivas que aquí militan. Mientras tanto, los juegos mecánicos que se lucen junto a la única entrada, rechinan con el viento que arrastra el aroma a eucalipto desde la ladera continua y se estrella contra las construcciones inconclusas del otro lado.
Son mi fortaleza, mis ganas y la razón por la que trabajo duro día a día. Las amo! pic.twitter.com/DMU4Kup4KE
— Christian Cueva (@Cuevachris10) 2 de mayo de 2017
El estadio en esta esquina es como un hoyo que retumba con los gritos y el sonido del cuero, los botines, el cemento. Uno, dos, tres y gol, nuevamente. Lo ha marcado un 10, uno de los muchos, lo ha marcado cualquiera que lleva pegado el nombre de uno que creció y pasó por aquí hace tan solo una semana, lo ha marcado un tal Christian Cueva.
El 11 de diciembre del 2017, después de la agónica clasificación de Perú al mundial de Rusia 2018, el diez de la selección peruana, Christian Cueva, visitó Trujillo, la ciudad donde nació. A 3200 metros más sobre el nivel del mar y a casi tres horas ondulando la carretera desde la costa hacia los andes, se encuentra Huamachuco, la ciudad donde creció y cuya población es 16 veces más pequeña. Ambas son parte de un departamento norteño cuyo nombre, irónicamente, pareciera ser el merecido premio al que el ariete haría honor después de un año sin conocer la derrota con la blanquirroja o de los 43 partidos disputados en el Sao Paulo de Brasil y de los 10 tantos que allí anotó, La Libertad.
La única persona que estará contigo toda la vida, eres tú. Así que ámate, considérate, cuídate y vive orgulloso de ti. #Atrabajar pic.twitter.com/MhTwhsx82U
— Christian Cueva (@Cuevachris10) 26 de marzo de 2017
Ese verano, además, Christian Cueva se paseó por Otuzco, Chimbote, Huaraz, Virú, Chao, todas ciudades del norte, al igual que Huamachuco y Trujillo, que si realmente tuvieran portones y cerrojos en sus entradas, él las abriría sin problemas con todas las llaves que recibió. Para el 5 de enero de 2018, los avisos de su club, Sao Paulo, hacían notar su ausencia en el inicio de la pretemporada y el volante peruano no se aparecería sino hasta cuatro días después. Todo lo que se sabía de él replicaba solamente a través de videos y fotografías virales capturadas en pequeñas canchas de cemento en los barrios más bravos de la capital liberteña. “Si uno coloca #Cueva en cualquier red social aparecen cincuenta fotos por día aquí”, me aseguró Henry Chávez, editor deportivo de La Industria, el diario más importante de la ciudad, “él no le niega ni una foto a nadie”. Sin embargo, Cueva, por una herida pendiente, de la que el mismo Chávez fue partícipe en los años en los que el futbolista pasó sin mucha notoriedad por el César Vallejo de Trujillo (cinco partidos, cero goles), le negó todas las entrevistas a los medios locales.
—Me llamaron para decirme que Cueva estaba tomando —recuerda Chávez en la sala de espera de La Industria, una casona colonial del centro de Trujillo pintada de celeste pastel y con un imponente patio y un zaguán que se repite en casi todas las construcciones aledañas que datan del siglo XVIII —. Yo fui y me quedo con la imagen de Cueva saliendo a recoger la pelota cuando llegó el vicepresidente del club. Lo fregaron. Al otro día sacamos esa nota: Cueva pichangueando. Desde allí hasta ahora no me ha vuelto a contestar el teléfono.

Foto: Gian Masko Angulo
Su padre, Luis Cueva, un ex futbolista huamachuquino —“puntero derecho del Instituto Pedagógico”, me recalca Manuel Paredes, otro ex futbolista de la zona— le dijo que La Industria los había golpeado en el momento que más los necesitaban. Contra esto, Christian Cueva es hoy un futbolista que cuesta 40 millones de dólares; infravalorado, según Chávez, y pretendido por el Galatasaray de Turquía y hasta por el Atlético de Madrid, según “Mariñito”, el hombre de confianza que era utilero de uno de los equipos locales con los que entrenó alguna vez y que hoy vive con él en la ciudad más poblada de Sudamérica.
Esta vez, casi como emulando la pausa y el amague que hizo dos segundos antes de soltar el pase que sellaría la clasificación peruana frente a Nueva Zelanda, Christian Cueva Bravo regresa a su ciudad natal. Debe jugar un partido de fútbol con el equipo que ha fundado con los amigos de su barrio en Trujillo, el Barza B, y bailar la contradanza —la danza típica de Huamachuco— frente a 10 mil personas en su Plaza de Armas. Debe volver allí por lo menos una vez al año y debe cubrirse la piel de negro por un pacto que, dicen, tiene con taita Pancho, San Francisco de Asís, el patrón de Huamachuco. Hay una multa que podría exonerarlo del ritual, pero la devoción o el miedo a perderlo todo es más fuerte.
En una entrevista registrada para un programa limeño de farándula que lo acompañó en su gira, un conocido animador le preguntó a Cueva qué hubiera sido en la vida de no haber sido futbolista. El volante, de risa fácil, aparece luciendo allí una camiseta con el sponsor de una conocida marca de calzado trujillano. En el país, esta ciudad es famosa por haber sido denominada por el congreso como “la capital del calzado peruano”, pero también por albergar a uno de los distritos más peligros y con mayores tasas de delitos en el país. Los medios no lo dijeron porque Cueva tampoco lo hizo; sin embargo, aquí todos reconocieron su gesto: levantar la mano, juntar los dedos velozmente haciendo un círculo. Agilidad pura lejos de las canchas y de la ley. Cueva no lo dijo, pero Trujillo lo entendió bien: de no haber sido futbolista, quizás habría sido un delincuente.
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El periódico mural de la oficina de relaciones públicas de la provincia de Sánchez Carrión, en Huamachuco, está abarrotado de recortes periodísticos referentes a la llegada de Christian Cueva a la ciudad. La Industria, Líbero, Correo, a una semana de su retorno a Sao Paulo, en más de una oficina de la municipalidad, el póster de la selección peruana se luce como si se tratase de la cúpula política de turno y en los restaurantes del Jirón Balta, una calle comercial que se desprende desde la Plaza de Armas hasta su mercado, es casi un plato de bandera. Allí, en el mercado de abasto que se extiende con techos de costales coloridos, las camisetas con el número 10 están agotadas y quedan las del 8 solamente, su número alterno, y algunas otras con su rostro estampado. Los chimpúnes, como le llaman en Perú a las botas de fútbol, se venden en mantos tendidos en el suelo y al lado de los puestos de tubérculos como papas, ocas, yacón. Y no es para menos, en palabras de Heriberto García, gerente de desarrollo social de la municipalidad, “ni en el aniversario de Huamachuco ni en el homenaje a Taita Pancho, la ciudad se ha paralizado tanto”.
—La juventud se ha amanecido hasta el otro día en las discotecas —comenta García delante de un busto de José Faustino Sánchez Carrión, el mismo que nombra a la provincia y a la orden más alta que aquí se puede otorgar—. Cueva tenía que irse el 27 —continúa García, el día que recibió dicha orden— pero se quedó hasta el 28, el cariño de los paisanos lo retuvo.
El periódico mural con su imagen dominando la pelota frente a la laguna de Sausacocha, el principal atractivo turístico de la ciudad, es una clara muestra de aquello. La gente pasa, se detiene y alguno parece esforzarse para leer las letras pequeñas de los recuadros. Dos millones de dólares, alcanzo a ver. “Conchasumare”, escucho, “¿tanta plata gana el chato?”.
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“A mí me contaron que metió diez goles en el primer tiempo y en el segundo, cinco”, comenta el periodista Henry Chávez. Su colega, Manuel Tanaypando, locutor empírico y director de Impacto Deportivo, un programa radial que transmite los partidos locales en los parlantes de la Plaza de Armas de Huamachuco, dice que fueron dos, solamente, uno en cada tiempo, “y el segundo de penal”. Cueva alzó los brazos y la gente lo aplaudió. “Con ese gol”, afirma Tanaypando (Luis Cueva dice que fueron tres), “las puertas se le abrieron”.
Las redes que remeció fueron las del club de la Universidad de San Martín de Porres (USMP), un club limeño que al igual que el César Vallejo es financiado por una universidad privada. El equipo local, vestidos con camisetas azules, según un vendedor ambulante que dice haber estado aquel día, era un extracto de lo mejor del fútbol del pueblo. Racing Club, Instituto Pedagógico, Banco de la Nación, Sutep, todos equipos participantes de la etapa distrital de lo que se conoce como el fútbol macho o el torneo más largo que existe en el deporte nacional: la Copa Perú. La fiesta era esa vez en honor a la Virgen de Alta Gracia, a la que nunca olvidó, y los vestigios de césped apenas se asomaban en la tierra. “Le llamábamos fútbol de perro de presa”, dice Manuel Paredes —metro sesenta, cabello lacio y pómulos marcados—, un ex futbolista integrante de la llamada selección de Huamachuco, al igual que Christian Cueva, su hermano y su padre.
—En la fiesta patronal siempre era costumbre invitar a un equipo profesional o de segunda. Pero esa vez la intención era que Christian Cueva, así como otros jóvenes de la provincia, se muestren y que el equipo invitado los pueda llevar a formarlos —recuerda Tanaypando mientras se frota las manos y se abriga con una casaca impermeable; llueve por estos días aquí, pero los jóvenes huamachuquinos que transitan por las calles aledañas siempre traen los chimpúnes puestos. La cabeza de los turistas aquí pesa el doble; el aire entra seco y de golpe, parece imposible de contenerse.
“Chancaquita”, como le decían por esos días a Christian Cueva, jugó todo el primer tiempo para la selección de su pueblo y el segundo, para la San Martín. Orlando Lavalle, que en ese entonces era técnico de las divisiones menores del club, comenta Henry Chávez, “vino con quince jugadores y se fue con dieciséis”.
— ¿Fue suerte? —le pregunto a Chávez.
— Cosas del destino —responde.
“Nosotros también teníamos buenas condiciones”, recuerda Manuel Paredes, dedicado hoy a la enseñanza de la educación física, se refiere a sí mismo y Luis, el padre de Christian. “Solo que nos descubrimos muy tarde, a los 28 o 30 años recién agarramos madurez y las condiciones no eran las mismas. Christian tuvo las facilidades y no se chupó, como decimos criollamente. No defraudó”.
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La labor de Cueva en la selección peruana, comandada por Ricardo Gareca desde el 2015, va más allá de los dos pases que terminaron en gol en la repesca contra Nueva Zelanda. Quizás fue el gol que le anotó a Brasil en la Copa América de Chile 2015 o el que le hizo a Bolivia desde fuera del área, en las eliminatorias para Rusia 2018, pero de pronto se hizo indiscutible. Hubo partidos incluso en los que prácticamente fue el amo de las pelotas robadas en media cancha. Sus amagues parecían desdoblar su casi metro setenta y le dejaban la alfombra roja tendida para los mano a mano. El 4 a 1 en Asunción, por ejemplo, el primer triunfo peruano fuera de casa después de doce años.
Henry Chávez no recuerda en cuál de estos ocurrió, pero como tantas veces en el diario, salió a la calle para comprar comida rápida y celebrar con los colegas después del partido. Marcial Cueva, el hermano mayor de Christian y jugador también de la etapa distrital de la Copa Perú, lo encontró y lo reconoció. “Ha jugado bien mi hermano, ¿sí o no?”, alcanzó a decirle. “Estaba borrachazo”, dice Chávez. Las transmisiones en pantalla gigante y el desenfreno se repetían en todo el país. El punto de encuentro en Trujillo, recuerda el periodista, eran los malls y los centros comerciales. “Fuimos la única ciudad del Perú que no tuvo pantallas en la Plaza de Armas”, me comentó un taxista. Su alcalde, un ex policía acusado de asesinatos extra judiciales en la época más feroz de la delincuencia y del cual Cueva recibió las llaves de la ciudad, la cerró por remodelación. El taxista, sin embargo, no creyó eso y me dijo rotundo: “la destruyó”.

Huamachuco, en cambio, sí tuvo una pantalla gigante en su plaza para cada partido de la selección en el 2017. A Victoria Sánchez —huamachuquina, dueña del casino más importante del pueblo y de una casa de apuestas— la municipalidad le pidió un auspicio para la transmisión de dos partidos a cambio de visibilizar sus marcas. El casino América, ubicado también en la inclinada calle José Balta, tiene en su fachada una gigantografía del once inamovible que utilizó Gareca durante todo el año y una especial de Christian Cueva persiguiendo un balón. Las dos fueron colocadas recién en noviembre, poco antes del partido con Nueva Zelanda y ese año también se abrieron dos nuevas casas de apuestas en el pueblo. La competencia fue tanta que incluso, con su pareja, dueño de un conocido centro de entretenimientos en Trujillo por donde Cueva también se exhibió, le ofrecieron realizar una firma de autógrafos para sus clientes intentando destacar nuevamente.
Victoria, recalca vía telefónica, coordina todo desde Trujillo y viaja a la sierra solo para situaciones puntuales, como la llegada de Christian el 27 de diciembre. Nadie allí se lo quería perder. El pueblo, asegura Martín Tanaypando, siempre le siguió el rastro al chico que alguna vez se llevó la USMP. Christian solo regresó allí en octubre del año siguiente para homenajear a su otro santo de cabecera, San Francisco de Asís, conocido como Taita Pancho. Antes de eso, Tanaypando conversaba con Luis Cueva cuando este se acercaba a comer en algunos de los restaurantes que el periodista tiene en la ciudad, pero de Christian escuchaba lo mismo: que estaba bien, que jugaba mejor, que buscaba la oportunidad. Por eso, en 2017, un programa de RTC, el principal canal de televisión del pueblo, envió una comitiva a Lima para saber qué fue de su promesa.
— ¿Lo vamos a ver a Christian en el…? —pregunta el periodista en un video que se hizo viral en todo el país recién cuando Cueva se consolidó en la selección.
Dicen que por esos días, el volante peruano recibió asilo en la casa de un utilero trujillano que en ese entonces también vivía en Lima. Dicen también que de no haber sido llevado por la USMP, su carrera hubiese terminado en el Vallejo de Trujillo, “el equipo donde juegan los más ranqueados”, según el periodista Henry Chávez, “pero no los que quieren migrar a Europa”.
El personaje que aparece abrazándolo es Alberto Masías, el hasta hoy coordinador de las divisiones menores del club. Es el año 2007 y de los integrantes de la selección peruana de ese entonces hoy solo sobrevive Paolo Guerrero. Masías, en 1994, apareció también en un conocido programa de televisión junto a un Guerrero de diez años para acariciarle el cabello y llamarle “futuro crack de la selección peruana”.
—No —interrumpe Masías en el video y seguro dejó en vilo a los huamachuquinos que lo veían—. Lo vamos a ver en el Manchester United, en el Everton, acá no lo vamos a ver.
Christian sonríe incrédulo y se agacha. Antes del mundial de Rusia 2018, esta profecía todavía no se ha cumplido.
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Como en casi todas las calles de Huamachuco, la casa que alojó a Christian Cueva desde que tenía dos años está ubicada en una que parece elevarse hacia el horizonte. Martín Tanaypando, su vecino, dice que algunas pelotas con las que jugaba en esa esquina con sus amigos del colegio San Nicolás atravesaban el muro que rodea a la parroquia que corta a la calle, y que luego había que transar con el padre para recuperarlas. Eriberto García, que en ese entonces trabajaba como profesor en el colegio donde Cueva cursaría la secundaria, asegura que “creció con toda una generación futbolera”. Pero aquellas solo fueron promesas. Sus rostros no son los que ahora están colgados en las peluquerías del pueblo y que ofrecen su peinado junto al mohicano del chileno Arturo Vidal o el delineado perfecto de Cristiano Ronaldo.
Martín da el último golpe a la puerta y nadie asoma. La casa es grande y el verde pastel de su fachada está corroído por la lluvia pese a las tejas que sobresalen del techo. Es viernes de tarde en Huamachuco, el cielo se nubla y se despeja sin aviso, las calles están vacías. Los profesionales que aquí trabajan se apresuran para llegar al terminal, son profesores que culminan el semestre, médicos o ingenieros de la minera Barrick que regresan a la costa para pasar las vacaciones. La única oficina que desentona con el paisaje es la unidad deportiva de la municipalidad; las clases en los semilleros aquí arrancarán después del fin de semana y ya hay una lista que parece colapsada, la de fútbol.
Cinthia Peña, secretaria de la unidad, dice que, desde que empezaron en el 2015, el aumento ha sido paulatino: de doscientos a doscientos veinte en el 2016 y solo cuatro alumnos más para el 2017. Sin embargo, Manuel Paredes, que es responsable de esta unidad, me dijo después que, debido a la gratuidad del servicio y su continuidad durante todo el año, los inscritos extraoficiales de última hora han llegado a pasar los cien alumnos y que ese lunes finalmente fueron casi 500 los inscritos, sin tomar en cuenta a las dos academias privadas de los clubes Real Sociedad y Racing.
—Hoy todo papá apuesta por el fútbol —me dice Paredes mientras observa el entrenamiento de sus dos hijos en una exclusiva cancha del mall más grande de Trujillo—. Cueva para ellos es un ídolo —repite—, Cueva y Guerrero.
Manuel Paredes y el padre de Cueva compartieron la delantera en la mejor campaña que realizó el equipo con mayor hinchada en Huamachuco y en esa gesta, que los llevó a coronarse campeones de la etapa regional de Copa Perú, un tal Arturo López, el hoy alcalde de la provincia, también formó parte de la escuadra y, además, ha sido el responsable de invitar al ídolo a su ciudad natal para enfrentar a los amigos de Lucho “el viejo” Cueva. Las viejas glorias versus los amigos que el volante hizo durante la otra mitad de su historia, en Trujillo. La desgastada delantera de un club que lo formó haciendo honor a su nombre, el Pedagógico, versus aquellos que son los mismos con los que Christian celebró luego de la clasificación peruana a Rusia 2018.
“Farfán agarró un avión y se fue del país con sus mejores amigos. De Guerrero no se sabe. Tapia y Yotún no se muestran”, me dijo Henry Chávez de La Industria. “Cueva hace lo que nadie más hace”, celebra con cumbia y chicha en su barrio natal, les da trabajo a sus mejores amigos, se los lleva a Lima o a Sao Paulo, y hasta les obsequia prendas exclusivas, como la mochila de su compañero Diego Lugano, que Chávez detectó en la espalda de uno de sus mejores amigos. Esto, recalca, no había pasado aquí desde que Teófilo “el nene” Cubillas, sin ser trujillano, se paseó por estos mismos lares. “Él venía porque tenía un compadre trujillano y al igual que Cueva organizaba campeonatos y se metía unas huascas”, repite. Se refiere a los excesos, a las fiestas, al alcohol. No lo dice, pero Chávez lo piensa, Cueva hace lo que todo el mundo haría.
“Fue un jugador que tenía eso que era inexplicable”, dijo alguna vez el argentino Fernando Signorini, el ex entrenador de Diego Maradona y que coincidió como preparador físico en la San Martín de Ángel Cappa, “Christian tenía esa magia, esa alegría, jugaba casi al borde de la irresponsabilidad”, dijo. Pero los medios peruanos hicieron gala solo de esto último y su público, en las redes, despotricó contra Cueva y le reclamaron eso que solo pocos, como Manuel Paredes, pudieron decirle en persona cuando llegó a Huamachuco. Pero su respuesta fue sencilla, recuerda, un par de palmadas en el hombro y un “no pasa nada, tío”, escuchó. Tres semanas después del alargue de sus vacaciones en el norte peruano y de la segunda multa que le aplicó Sao Paulo por la misma razón, el volante daba unos saltos a unos metros del balón y se tomaba su tiempo para decidir, aunque es sabido el lado derecho del arquero le da seguridad. La hinchada se gana con goles. Penal frente a Botafogo y Cueva convierte, el diez se escapa hacia la tribuna, junta las manos y pide perdón.
En Perú son pocos los que recuerdan el penal que falló en la Copa América Centenario en Estados Unidos y que le dio la clasificación a Colombia a semifinales. Pocos son los que lo recuerdan porque en el siguiente partido, con la misma técnica y hacia el mismo lado, Cueva convirtió de penal frente a Ecuador y repitió con Argentina. Después de eso, Perú solo caería con Chile y con Brasil y sellaría su clasificación en un año en donde no conoció derrota.
—Hay una frase que se hizo popular aquí durante las eliminatorias: —repite Henry Chávez, el verano es tropical en Trujillo y Christian Cueva todavía se encuentra aquí, la letanía de Paolo Guerrero por acceder al mundial aún no se resuelve y el relator deportivo más importante del país (el mismo que la familiarizó) todavía no ha fallecido—. Están pasando cosas —continuó Chávez— así son las eliminatorias aquí, no basta sufrir, tienen que pasar cosas.
Podría tratarse del gol que Bolivia falló en el último minuto bajo el palo o el cabezazo de Godín que también se estrelló en él. Pero quizás estas cosas empezaron a pasar desde antes; empezaron en Trujillo, en Huamachuco.
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