Los ríos de Santo Domingo huelen a mierda
En Santo Domingo de los Tsáchilas, hay decenas de empresas dedicadas a la cría de animales para el consumo humano. A pesar de las normativas impuestas por el Estado ecuatoriano, hay prácticas empresariales que están matando los ríos y, por lo tanto, amenazan con matar a las comunidades de la zona. El equipo de LBE se movilizó hasta esta provincia –territorio tsáchila– y conversó con varios de los afectados por la contaminación de ríos. Aquí algunos de sus protagonistas y sus historias.
Esta nota forma parte de un intercambio entre Late y La Barra Espaciadora.
SANTO DOMINGO DE LOS TSÁCHILAS, Ecuador.– A medida que nos alejamos de la carretera para entrar en territorio tsáchila, el aire cambia, se vuelve pesado, raro y nauseabundo. Nos detenemos junto a un puentecito improvisado con troncos sobre el río Peripa. A la orilla hay un pañal usado y envolturas de plástico. Sobre el agua verdosa, espesa, los zancudos gigantes tejen mensajes con sus patas. Los gallinazos, inquietos por el ruido del vehículo y por nuestras voces, parecen buitres que levantan con su aleteo el olor de la guayusa. El aire es húmedo. 25 grados centígrados.
Estamos en la comuna Peripa, parroquia Puerto Limón de la provincia Santo Domingo de los Tsáchilas, centro neurálgico para el comercio entre la Costa, la Sierra y la Amazonía de Ecuador.
Ricardo Calazacón baja del auto, camina algunos pasos y lanza un aullido profundo. A esta distancia de su casa, una de las formas más habituales de comunicación es el grito. Funciona –como él mismo explica– mejor que el celular. El llamado se dirige hacia arriba de la montaña. Solo unos segundos después, se escucha a lo lejos otro grito como respuesta y minutos más tarde, ya en el puente, padre e hijo se saludan en lengua tsa´fiqui, la de sus ancestros.
Ricardo tiene más de 50 años, la piel oscura y brillante. En su cabello negro no se ven canas, pero no hay duda de que se trata de un hombre sabio. De su padre aprendió las artes del chamanismo para limpiar y curar. Usa las plantas que crecen en el bosque y el poder del agua de los ríos y cascadas. Pero, hace un tiempo ya, Ricardo, el chamán, dejó de bañarse en el Peripa. El río está enfermo, contaminado. Los táschilas padecen de problemas gastrointestinales y afectaciones a la piel por el contacto con el agua. “El aire es insoportable a las seis de la tarde, mucho más en época de invierno. El río Poste ya no vale para nada y pronto otros ríos morirán”, sentencia el líder tsáchila.
Antes de llegar al puente, habíamos pasado frente a una granja industrial de cría intensiva de cerdos. La granja está prácticamente al pie de la carretera. A Ricardo, en cambio, llegar a la ciudad de Santo Domingo, capital de la provincia, le significa cerca de una hora de caminata por tres kilómetros hasta tomar un autobús de transporte público que lo lleve. También están los fletes de las mismas chancheras, pero lo dejan a un kilómetro del lugar donde debe abordar un bus que lo acerque.
La granja y las tierras comunitarias están separadas solo por un camino. Los primeros 300 metros están asfaltados, pero después hay un trecho de lastre. Este mismo camino devela la penetración del estilo de vida moderno en un místico santuario.
Calazacón, quien es también síndico de Peripa, está seguro de que la Granja Chanchos Plata es la principal fuente de contaminación del aire, el agua y el suelo de la comuna Peripa. Con documentos que carga en un fólder bajo el brazo, denuncia el incumplimiento de las leyes ecuatorianas: aunque la normativa vigente (Agrocalidad) señala que una granja porcina debe ubicarse mínimo a 3 kilómetros de un centro poblado y mínimo a 5 kilómetros de la granja porcina más cercana, esta granja está a escasos 100 metros de las tierras comunitarias. ¿Quién vela por el cumplimiento de estas normas?
Ricardo Calazacón calcula que la Granja Chanchos Plata cría en promedio unos ocho mil chanchos: “Haga de cuenta que si hay ocho mil chanchos, que cada uno elimina una libra diaria de excrementos… son ocho mil libras que a diario contaminan el agua del río Peripa”. En un Análisis ambiental del río Peripa, realizado por la Escuela Politécnica Nacional, en diciembre de 2015, se hace referencia a 12 mil cerdos en un ciclo de engorde de 95 días que produce entre 4 y 5 kilogramos de excretas por cada 70 kilogramos de peso de los animales. Los desechos sólidos y líquidos se estarían acumulando en las “camas profundas” en un área de 13 000 m. También se reúnen en “piscinas de desechos” que por medio de tuberías descargan los desechos directamente al río.
Del otro lado del alambrado que cerca esa propiedad –que el estudio de la E. Politécnica Nacional asegura que pertenece a la empresa Pronaca– hay una gran concentración de cerdos. Los animales de pie están amontonados sobre su propio excremento en una granja de ventanas abiertas. Las granjas más modernas no tienen ventanas porque eso permite el control y saneamiento del producto y porque en la oscuridad, los animales oponen menos resistencia cuando llega la hora de la faena.
La encuesta nacional de granjas de ganado porcino de 2010 mostró que en una década, se redujo el número de granjas al 46%, pero se incrementó al 19% el hacinamiento de animales. Un cerdo alcanza su peso ideal en 170 días desde su nacimiento y antes de ser sacrificado. La carne de cerdo es la tercera fuente de proteína de origen animal que se consume en el mercado ecuatoriano, después del pollo y la carne bovina.
Según el Informe de la Encuesta Nacional Sanitaria de granjas de ganado porcino (2012), las granjas encuestadas ponen en práctica solo el 20% de medidas de bioseguridad “imprescindibles para el control de enfermedades”. Eso nos hace pensar si es suficiente la etiqueta del semáforo de calorías o el registro sanitario en la comida empacada en Ecuador.
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Peripa cuenta con unas 25 familias tsáchila. Hay un templo religioso, una cancha de uso múltiple, un centro educativo comunitario.
Mónica, Emily, Mayli y Carelis son cuatro niñas tsáchila que ahora juegan con dos perros. Hablan español y tsa´fíqui. Les pido que me enseñen a saludar en tsa´fiqui. —Tsara ma joe —me dicen, a cuatro voces. Significa “buenos días”. No puedo pronunciar debidamente. Se ríen a carcajadas. Lo intentamos una y otra vez. “Jaqui rade” (Mire ahí), dice la pequeña Mónica. Los perros o shushu se revuelcan en las cenizas de un fuego apagado.
Es paradójico, pero en Peripa también hay emprendimientos que promueven el turismo ecológico. La gente de fuera es bien recibida por los lugareños. Las limpias o curaciones por manos de los propios chamanes tsáchila siguen siendo uno de los principales atractivos para el mestizo y para el extranjero, en esta y en otras comunas tsáchilas como Cóngoma Grande (Santo Juan), Los Naranjos, El Búho de los Colorados, El Poste, Chigüilpe, Otongo Mapalí o Peripa.
El río Peripa se une al Daule, en camino al gran río Guayas que desemboca en el Océano Pacífico. Se presume que en este río se bautizaba a los pone o chamanes (sabios curanderos). Estudios como los del antropólogo Oliverio Guevara registran el hallazgo de figuras de elefantes y monolitos Kolepa-Napi en formas humanas muy parecidas a las de Isla de Pascua, en Chile. Los tsáchilas pueden ser descendientes de los yumbos o caras, antiguas culturas que habitaron las selvas noroccidentales de la provincia de Pichincha. El antropólogo estadounidense Frank Salomon contó que, en la época colonial, los caciques de la sierra hacían llamar a los chamanes yumbos para resolver sus problemas de brujería. A estos grupos se les reconoce una gran tradición oral. Contar es para ellos algo vital.
Ricardo Calazacón cuenta –como sus padres y sus abuelos contaban– que en 1962, 608 hectáreas de tierra fueron adjudicadas a la comuna Peripa, durante uno de los cinco gobiernos del expresidente José Maria Velasco Ibarra. El Instituto de Reforma Agraria (Ierac) registró y legalizó la propiedad de 19 119 hectáreas de tierra en la provincia de Santo Domingo, para colonos y tsáchilas, aunque más tarde esta área se redujo a 10 000 hectáreas. De acuerdo con una investigación de Xavier León, la comuna de Peripa perdió 200 hectáreas por la invasión o venta de tierras a colonos. “Por ahí vinieron las haciendas, las empresas –nos explica Ricardo, con un gesto de pena–, y se fueron metiendo. Ahí donde estamos (Peripa) han luchado bastante nuestros padres para tener algo”.
Hoy Ricardo lleva una camisa y pantalones, en lugar de su vestimenta tradicional (faldón a rayas oscuras y blancas, sostenido con un cinturón rojo). Pero, apenas empieza a contar, es fácil imaginarlo investido de la historia y del poder de una memoria antigua, con sus cabellos cortos cubiertos por achiote (una costumbre también ancestral y distintiva de este pueblo): “Nosotros vivimos de la agricultura, pesca, turismo y de todo lo que la naturaleza nos da”.
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Cuentan que un duende con cara de cerdo se le ha aparecido a más de un lugareño para espantarlo. Dicen que en una ocasión, un indígena chachi luchó toda la noche en el puente contra una persona muy pequeñita, de piel áspera, vellos y uñas gruesos y cara de chancho. Ricardo lo cuenta como si él mismo hubiera presenciado la pelea, como si él también hubiera visto al duende.
En este mismo lugar, donde sus ancestros rendían culto a unas figuras de piedra que representaban a los dioses de la naturaleza, hoy hay una gran cabeza de cerdo –descolorida, como una alcancía gigante y sucia– que señala las puertas de la Granja Chanchos Plata. A unos cuántos metros, junto al río y cerca del sendero, identificamos un rastro de cascarilla de arroz. Lo seguimos. Primero encontramos a la resistencia a microescala: filas de hormigas marrones cargando hojitas verdes. El rastro nos conduce a un montículo y ese montículo se transforma en una colina más alta. Seguimos caminando y sentimos que el suelo se vuelve inestable, se mueve como si se tratara de una gran masa caliente. Toma un tiempo entender de dónde proviene el olor y por qué el suelo se siente así. Debajo de la ligera capa de tierra y cascarilla de arroz hay excremento de cerdo. Se trata de una verdadera montaña de mierda del tamaño de la cancha de fútbol de la comunidad, con una altura similar a la de una casa de dos pisos. ¡Todo huele a mierda de cerdo! ¿Cuántas montañas de mierda más se ocultan entre los árboles?
Según normativas relacionadas con prácticas de cría de animales para el consumo humano, materiales como aserrín, viruta, cascarilla de arroz, entre otros, se utilizan para acondicionar una cama sobre la que descansan los animales en cautiverio para engorde. Las normativas explican que estos materiales deben estar lavados y desinfectados antes del ingreso a la granja y después de su uso, y que los desechos pueden mezclarse con tierra y venderse como abono. Pero estas montañas de estiércol de cerdos son tan grandes que los flujos que produce su putrefacción –líquidos lixiviados– se van filtrando dentro de la tierra hasta llegar al subsuelo y alcanzar al agua.
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Pero, el caso de Peripa es apenas una señal de lo que ocurre en esta provincia ecuatoriana. El río Peripa es tan solo uno de los más de ochenta ríos que concentra la provincia y que –según informes del propio gobierno ecuatoriano, a través del Ministerio del Ambiente y de la Secretaría Nacional del Agua– presentan contaminación en niveles que superan el promedio aceptable para el consumo humano o el riego. Los resultados mostraron que en las aguas de los ríos existen 19 agentes químicos contaminantes: coliformes fecales, aceites, grasas, hierro, amoniaco, zinc, aluminio, arsénico, bario, cobre, entre otros.
La inspección in situ hecha en 30 ríos ha tenido distintos momentos: 2012, (octubre 2013– febrero 2014), con la consecuente publicación del informe técnico del Ministerio de Medio Ambiente (MAE) en marzo de 2014.
La comunidad ha tenido un papel activo en la denuncia y presión de las afectaciones y ha presentado varias denuncias contras las empresas transgresoras, como destaca el fallo de la Corte Constitucional del Ecuador de julio del 2009.
- Puedes pinchar AQUÍ para revisar el fallo, desde la página 100, y otras sentencias y resoluciones ambientales.
Javier Aguavil, gobernador de la nacionalidad Tsáchila del Ecuador, interpuso en la Fiscalía una denuncia el 26 de septiembre de 2016, por la descarga de basura y líquidos en el río Sangana, alegando además las posibles vinculaciones de autoridades, lo que explicaría la falta de diligencias para solucionar estos problemas. Pero, ¿por qué no cambia nada?
Según cuenta Ricardo Calazacón, la empresa da algunos regalos o empleos a la comunidad, y así se apaciguan los reclamos. Esto genera otra división notoria entre aquellos que están a favor y quienes están en contra de la granja, sin importar que tengan o no agua para beber. Esa agua se bebe tal como llega, y solo un 43% de los pobladores la hierve. En otros casos se cava un pozo dentro de las propiedades para extraer agua desde las profundidades.
Para salir de Peripa debemos tomar el mismo camino por donde llegamos. Repaso el sendero con nueva mirada. Antes de salir a la carretera, veo un letrero con la palabra “alcantarillado”. De nuevo me pregunto: ¿dónde? En la zona rural es poco probable que haya una obra de este tipo. Según cifras del INEC, en 2010, el 35,71% de las viviendas de la zona de Manabí y Santo Domingo no tiene acceso a agua por tubería.
A casi diez años de la promulgación de la Constitución del Ecuador, que consagra el Buen Vivir, ¿somos de verdad un país que demuestra más respeto por las nacionalidades indígenas y por la naturaleza? Todo apunta a que no. La chanchera y su montaña de mierda de cerdos, una granja de pollos, una gasolinera y la basura que sus habitantes y visitantes tiran al río son parte de las causas de una contaminación que parecería no llamar la atención de un país que se alimenta, en buena parte, de lo que aquí se produce o se intercambia. Tampoco hay visos de que las autoridades hagan respetar las normativas ambientales. Mientras tanto, un río más agoniza. La desaparición de un río amenaza con desplazar a cualquier población que viva de él. Donde no hay agua, no hay vida.
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