Comé tierra
Daniel Wizenberg y Pablo Linietsky muestran desde el territorio las claves para entender un conflicto que reproduce lo que sucedió en esa extensa tierra desde que fue colonizada.
Un especial multimedia de Revista Late junto a Arena Documenta*, con la colaboración de Democracia Abierta.
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Argentina ha transitado algunos ejes de debate que marcaron su historia. Consagradas como dicotomías: “unitarios y federales”, “peronismo y antiperonismo”, “dictadura y democracia”, “kirchnerismo y antikirchnerismo”, los argentinos acomodan la realidad a las grietas y las grietas acomodan a los argentinos. Hasta que algo descoloca, como la muerte de Santiago Maldonado o la de Rafael Nahuel. En un país acostado en el diván, lo incómodo es reprimido.
En una nota publicada en el New York Times los autores de este artículo, reconstruimos el camino de Santiago Maldonado: ordenamos su recorrido hasta llegar a la Comunidad Pu Lof de Cushamen en Chubut y caracterizamos a los actores y debates que giraron en torno a su desaparición y muerte. Aquí contaremos lo que hay detrás. Lo que subyace al “ahogamiento por inmersión de Maldonado” y a la, por ahora, “muerte dudosa” de Rafael Nahuel.
Santiago Maldonado era un joven de 28 años oriundo de 25 de Mayo, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, que fue a apoyar una protesta mapuche en el sur argentino -la patagónica provincia de Chubut- el pasado 1 de agosto. Tras una nueva represión de la Gendarmería Nacional desapareció. Televidentes y lectores conocieron varios detalles de su vida pero nada se supo de su paradero hasta el 17 de octubre cuando su cuerpo fue hallado en un rastrillaje del Río Chubut. La autopsia determinó que se ahogó empujado por el peso de su ropa mojada y por la hipotermia que le causó el agua helada. Santiago no sabía nadar y el contexto represivo fue determinante.
“¿Por qué alguien que no sabe nadar decide arrojarse a un río vestido con tres capas de ropa que, mojada, debió de pesar como plomo? ¿Cuál era su espanto, su terror? ¿Qué había al otro lado, tan temible, que prefirió saltar a la muerte por agua?”
Leila Guerriero en Diario El País
Rafael Nahuel era un joven de 22 de años de la periferia de la ciudad de Bariloche que tenía varios oficios, entre los que se destacaba la herrería. Desde el 11 de noviembre estaba participando de la toma de un terreno en el Parque Nacional Nahuel Huapi por parte de su comunidad, Lafken Winkul Mapu. El 25 de noviembre, a pesar de que las negociaciones con el Estado estaban avanzadas, un juez ordenó el desalojo del terreno tomado y en el operativo las fuerzas de seguridad utilizaron balas de plomo. Una de las balas alcanzó por la espalda a Rafael mientras este huía montaña arriba. Dos manifestantes más fueron heridos.
La Argentina de los conquistadores nunca terminó de dominar ese paraíso frío en que se dibuja la Patagonia. Una tierra inmensa en la que la rebeldía siempre se aplacó con tragedias y a la que Charles Darwin endilgó con la “maldición de la esterilidad”. Donde millonarios extranjeros compraron hectáreas a menos de lo que sale un pantalón de la marca Benetton y en donde después de varias generaciones que habían guardado la sangre en el olvido, un movimiento indígena, aunque precariamente organizado, lo interpela todo y es castigado por ello. Detrás de Santiago y Rafael, está la trama del pie helado de Latinoamérica.
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Ni conquista, ni desierto
La Argentina convive con una negación desde que avanzó sobre el territorio patagónico. Se estima que el Estado argentino asesinó en su “Campaña del Desierto” primero y en su “Conquista del Desierto” después, alrededor de 30.000 indios. Rosas, Roca y Sarmiento fueron “padres fundadores” antagónicos en lo ideológico pero tuvieron coincidencias en la concepción del “indio”.
Luego de los avances sobre el territorio, Argentina repartió las tierras a la manera romana: entre generales que participaron de la campaña y entre los financistas del proyecto. Los que pagaron la aventura fueron terratenientes agroexportadores y compañías inglesas vinculadas al desarrollo del ferrocarril y las comunicaciones. Así se formó un país en el que aún hoy la tercera parte del territorio es propiedad de apenas el 1% de los terratenientes y donde la tercera parte de las tierras cultivables está en manos extranjeras.
Además de Benetton, poseen tierras Douglas Tompkins, Ted Turner –fundador de la cadena de noticias CNN-, Ward Lay –dueño de las papas fritas Lay’s y CEO de Peps- y el británico Joe Lewis –dueño de la cadena Hard Rock Café- entre otros. Una ley reglamenta que las tierras rurales en manos extranjeras no pueden superar el 15 por ciento del total pero en 2016 Mauricio Macri la derogó por decreto. En Tierras SA: crónicas de un país rematado, Andrés Klipphan contabiliza la venta de tierras a extranjeros en 30 millones de hectáreas, algo así como la superficie del Reino Unido.
Durante su primer siglo, cuando Argentina era poco más que el nombre de un país y un conjunto de criollos y descendientes de españoles intentaban maximizar el beneficio de la tierra, se volvió indispensable para ellos cristalizar las instituciones que permitieran construir un Estado al modo norteamericano y europeo: “moderno”. Con la campaña y la conquista del desierto las enormes extensiones de tierra fueron transformadas en suelo. La obra se llevó a cabo con el fusil Remington, el teodolito y el alambre. El fusil terminó de dominar al indio, el teodolito midió el paisaje para hacer mapa y el alambre dividió el suelo en campos. Detrás de la tríada, llegó el quebracho y el pulso. La madera de quebracho debajo del ferrocarril se hizo durmiente y dentro de él se hizo carbón. El pulso fue la señal eléctrica que viajó por el telégrafo con las órdenes de gobierno y las advertencias de las rebeldías.
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Adolfo Alsina -ministro de Guerra argentino en 1877- elaboró un plan en el que proponía aumentar el área de poblamiento de las fronteras. En un informe enviado al Congreso Nacional, Alsina escribió: “El plan del Poder Ejecutivo es contra el Desierto para poblarlo y no contra los indios para destruirlos”.
“El territorio es transformado con el exclusivo propósito de producir, y como efecto colateral ya no puede ser habitado.”
Mauricio Corbalan y Pio Torroja- Filosofía política de las inundaciones
El botánico sueco Carl Skottsberg recorrió la Patagonia a principios del siglo XX. Escribió sus apuntes en un libro que se llamó “La Patagonia Salvaje”. Allí describió un territorio que de tan vasto parecía vacío pero que de desértico sólo tenía plantas que crecen en condiciones de extrema sequedad. La tierra ya había sido conquistada. Skottsberg se refirió a los mapuches y tehuelches: “quienes antes eran libres, ahora trabajan como esclavos”.
La historia, se ha escrito, luego de ser tragedia se repite como farsa. Entrada la década que corre, se emplazó en las afueras de la ciudad más grande de la Patagonia, San Carlos de Bariloche, una sucursal del supermercado mayorista del gremio de la construcción más popular de la región: el Hiper Tehuelche. “Desde que fue fundado en 1970 en Río Gallegos, logró imponerse en el mercado patagónico” versa su entrada de Wikipedia. Paradójicamente, en Río Gallegos, 200 años antes, la longka María de los tehuelches había culminado la mejor negociación en mucho tiempo, cuando logró que Henry Libanus Jones desistiera de procesar en latas las 80.000 cabezas de ganado cimarrón -cimarrón para Libanus Jones porque para los originarios eran animales “libres”- que pastaban en la estepa central. La india María se retiró con buena parte de la producción y otras mercancías del inglés.
En el siglo XXI la identidad indígena funciona como branding y la tehuelche fuerza una filiación necesaria. ¿Por qué Tehuelche y no mapuche? Según el guía oficial del Museo Leleque -montado por la familia italiana Benetton para “explicar la antropología del lugar” y declarado de interés cultural por el Estado argentino- “porque los mapuches son chilenos”. En el museo de Benetton nada se menciona, por ejemplo, de los restos de una doncella mapuche de hace 900 años, encontrados en Neuquén en 2016.
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En la tierra o sobre la tierra
Un especial privilegio en el reparto territorial que hizo el Estado Argentino tras la “conquista” obtuvo la Argentine Southern Land Company que se llevó lotes con forma de rombo de unas 40 mil hectáreas cada uno, sobre los valles lindantes a los tendidos del ferrocarril. En total unas 900 mil hectáreas, un territorio apenas más chico que las Islas Malvinas. En 1991 el multimillonario empresario textil italiano Luciano Benetton compró esa tierra por menos de un dólar la hectárea. El terreno, un plano que se abulta en el horizonte, no parece tener más que polvo. Sin embargo, entremedio de la estepa afloran humedales llamados mallines en los que la prosperidad encuentra sitio. Los mallines representan menos del 1% de la superficie del área pero al mismo tiempo son el 15% de la disponibilidad forrajera, alimento primordial para el ganado. Los mapuches no quieren la tierra para explotarla sino para subsistir, están en la tierra y no sobre la tierra. El Registro Nacional de Tierras de 2016 arrojó que los mallines están casi en su totalidad en manos extranjeras.
A fines del siglo XIX y principios del XX la lana era lo que la soja hoy. Un boom. La provincia de Buenos Aires fue un enorme corral, hasta que la carne también entró en expansión. Entonces las ovejas fueron desplazadas al sur y se multiplicaron. Entre 1890 y 1910 la población de ovejas creció 16 veces, de 200.000 cabezas por provincia a 4 millones. El empujón lo dio las cabezas que entraron desde la Provincia de Buenos Aires y las Islas Malvinas. Así como unos años antes había que desplazar a los indios para poner al Estado, ahora había que desplazar a la gente para poner a las ovejas.
El negocio ovino era también una respuesta a la improductividad de gran parte del territorio por su aridez. Hugo Bottaro, del INTA, afirma que “la aridez resulta ser una fuerte limitante de la productividad primaria en la Estepa Patagónica. Esta se ve agravada por la presión de la actividad humana que provoca una disminución de cobertura vegetal por sobrepastoreo y extracción de leña, haciendo que los suelos sean más inestables y pierdan capacidad de retención hídrica”.
En 1998, el Estado argentino decidió a través de la ley 25.080, comenzar a subsidiar la forestación en un nuevo intento para compensar, en el caso patagónico, la “improductividad de la estepa”. El grupo Benetton decidió aprovechar los subsidios y emprendió la forestación de una inmensa porción de la Patagonia impulsando uno de sus principales negocios, con una inversión cercana a cero, casi regalada por el Estado. Los mapuches ocupan “ilegalmente” menos del 0,01% del territorio de Benetton.
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Relieves de rebeldía
Sucedió hace tanto tiempo que apenas creemos recordar cómo fue. En Argentina, la mayor parte de la población vive en pueblos y ciudades que ni siquiera los abuelos vieron fundar. Junto al río, al lago, en el cruce de dos caminos, en la falda del cerro o en el encuentro de los valles, la vanguardia de los colonos siempre persiguió la topología estratégica del lugar más apto. Cómo y dónde se funda un pueblo siempre es un misterio. En los pueblos mapuches ese misterio es resuelto por una figura que no hace cálculos ni geometrías: la machi. Generalmente las machis son mujeres, aunque también hubo algunos hombres. Portan en su interior el espíritu de la familia. Cuando se manifiesta (comúnmente durante la adolescencia) a través de una sueño o una visión, indica que esa persona ha sido designada. La machi es un agente de salud, un oráculo del porvenir, una autoridad religiosa, sabe entenderse con el espiritu-nehuen de cada lugar para disponer el territorio. Curiosamente, en las comunidades mapuches, quien cura los cuerpos también cura la comunidad y el entorno: para desarrollarse, debe primero hallar su lugar ritual, frente a la puerta de su hogar. La comunidad debe apoyarla y resguardar la tierra designada. Para los mapuches “estar bien” es imposible más allá de la tierra de sus nehuenes.
Betiana tiene 16 años y es la primera machi nacida en el territorio reconocido como Argentina en casi en un siglo. Para el Estado, designar un lote por epifanía de una niña es poco menos que un capricho infantil, una locura ancestral. Según los miembros de la comunidad de Lafken Winkul Mapu, después del operativo que mató a Rafael Nahuel, un prefecto cansado de escuchar hablar a Betiana en mapudungun, la tomó de la cabeza y la sumergió en la tierra para que se la coma mientras le gritaba: “¡¿Te gusta la tierra?! ¡Comé tierra!”
En su brutalidad dibujó una métafora perfecta: castigo arcaico y violencia de género a la vez, demuestra la violencia como consecuencia de la impotencia: nadie en la argentina winka (blanca, en mapudungun) sabe qué hacer con la machi. En las campañas del desierto se había ocupado de asesinar a todas.
Tanto la Pu Lof como la Lafken Winkul Mapu están cada vez más articuladas. De las doce comunidades de Cushamen, diez apoyan a Facundo Jones Huala, longko de la Pu Lof y preso político:
A pesar de esa reacción de un sector de las comunidades, los mapuches no son un pueblo compacto y monolítico, en su interior habitan decenas de posturas diferentes. Un terrateniente del sur de Esquel llamado Fritz Andino, por ejemplo, resumió antes los autores de esta nota, el objetivo de su lucha: “yo me conformo con tener un helicóptero”. Mitad mapuche, un cuarto vasco y un cuarto alemán, Fritz Andino nos descubrió caminando por “su tierra” y nos contó que consiguió su propio lote de unas decenas de hectáreas en la zona de Lago del Rosario, unos pocos kilómetros al sur de Esquel. Trabaja junto al “tano” Simeoni, un contratista de la construcción muy conocido en Esquel que ha diversificado sus negocios a partir de sus relaciones con el Gobierno de la Provincia de Chubut. Entre las actividades de Simeoni se encuentra llevar empresarios en helicóptero a recorrer la Patagonia buscando inversiones. Recientemente llevó a un grupo de chinos que llegó explorando la posibilidad de extraer oro, plata, cobre y bronce.
Si los chinos a quienes los amigos de Fritz Andino llevan a pasear tienen éxito, tendrán que vérselas con el pueblo de Esquel. Una de las ciudades grandes de la Patagonia con un antecedente de lucha trascendental: el “No a la Mina” de oro de 2003 fue un paradigma. Pelo Holmes, un artesano recolector de piedras patagónicas, fue uno de sus referentes:
— Cuando nos enteramos que venía la minera a explotar el cerro Tres Picos para sacar oro con cianuro nos fuimos encontrando los vecinos. Fue tal la movilización que el plebiscito que hicimos resultó en 85% por el “no” a la mina.
El plebiscito no era vinculante, pero el proyecto se suspendió y Esquel quedó marcado como un faro de resistencia minera y de vida sustentable. Muchos de los mapuches que hoy pertenecen a la Pu Lof y otras comunidades de “resistencia” habían participado del “No a la mina”, entre ellos varios integrantes de la familia Jones Huala, el clan que motorizó la Pu Lof.
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La vuelta del malón
La colonización aisló a las etnias aborígenes de Argentina y Chile. El aislamiento los precarizó. La precarización los desplazó. El desplazamiento los llevó a la periferia de las ciudades. Algunos quedaron en la tierra, viviendo en la pobreza o reclamándole lotes al Estado. Ese es el caldo de cultivo de la Pu Lof: en 2015 surgió como una agrupación nutrida por jóvenes mapuches de las ciudades, especialmente Esquel y Bariloche.
Los mapuches que toman terrenos en la Patagonia son jóvenes periurbanos que buscan retornar a la ruralidad e indagar en su vínculo con el lugar. Construyeron su “conciencia de clase” a través del anarquismo y canalizaron su propuesta en la identidad que sus padres y abuelos les recomendaban sepultar. Se los acusa de haber montado una organización terrorista denominada RAM (Resistencia Ancestral Mapuche), pero nadie se reconoce públicamente parte de la RAM y no hay ninguna prueba legal de que los atentados contra la propiedad adjudicados a la RAM hayan sido perpetrados por las mismas personas que toman tierras, tampoco hay pruebas de que la RAM exista realmente. Los mapuches anarquistas de la Patagonia Norte son parte del MAP, Movimiento Autonomista Puel Mapu: toman campos para echar a Benetton, como emblema de los terratenientes extranjeros. No quieren sólo las tierras: tienen un objetivo político que ningún partido ni comunidad en Argentina se había animado a buscar. Por eso son reprimidos.
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La cordillera es continuidad
La relación violenta de los Estados Nacionales con los Mapuches es muy similar en Argentina y Chile. Contemporáneamente dos acontecimientos del lado argentino hicieron que las similitudes no sean solo históricas sino también epocales: el surgimiento de la Pu Lof y la llegada al poder de Mauricio Macri.
Del lado oeste de los Andes trabajó la reportera de Revista Late Yasna Mussa, junto a un equipo de periodistas:
Al menos 133 niños y adolescentes han sido agredidos física y psicológicamente en los últimos años por la policía chilena. Su delito: pertenecer al pueblo mapuche. Así lo revelan las denuncias ante el Poder Judicial del país, en investigaciones que en algunos casos son calificados como tortura.
La violencia para los mapuche inicia desde los primeros minutos: una recién nacida llega al mundo con su madre engrillada; un niño de 5 años es separado por varias horas de sus padres e interrogado por la policía; un niño de 8 años es agredido verbalmente por sus profesores al hablar mapudungun, su lengua; un pequeño de 12 recibe un disparo en la pierna izquierda; una adolescente de 15 fue detenida mientras se encontraba desayunando en su internado; un adolescente de 17 recibe un disparo por la espalda a menos de un metro de distancia.
Los niños mapuches juegan a lo mismo de un lado y otro de los Andes: al “Gendarme y al mapuche” o al “Momio y el mapuche”. El juego consiste en que un grupo de niños -los que asumen el personaje de gendarmes o momios– persiguen, disparan e insultan a otro grupo de niños -los que asumen el personaje de mapuches- que claman “no me persigas, esta es mi tierra”.
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Los muertos
Elvira Gauna es médica rural. Trabaja en el hospital de Esquel y visita con frecuencia familias campesinas que viven en las zonas aledañas. “Trabajar con familias mapuches es un aprendizaje. Yo les agradezco por haberme enseñado algunas de sus prácticas ancestrales y por haber confiado en mi medicina alopática en más de una oportunidad”.
El 12 de enero, al día siguiente de un violento allanamiento de las fuerzas de seguridad, Elvira Gauna llegó a la madrugada: junto a la guardia de la Pu Lof una madre mapuche sostenía a su hijo de un mes, al borde de la hipotermia. La policía los había forzado a pasar la noche a la intemperie y custodiaba que no se muevan o, dicho de otra manera, que se mueran de frío.
Elvira pertenece a la Asamblea Permanente para los Derechos Humanos (APDH). Una organización presente en todo el país a la que se sumaron profesionales de la Patagonia para poder denunciar los abusos sobre algunas minorías. Fue la APDH la que motorizó el primer habeas corpus del caso Maldonado:
“SANTIAGO MALDONADO desapareció al momento de intentar cruzar un cauce de río ubicado en las cercanías del Territorio de la comunidad, cuando era perseguido por miembros de Gendarmería Nacional”
Santiago Maldonado era un pibe sencillo, de esos que se van lejos y silbando para pasar inadvertidos. Había optado por una vida de mochilero, viviendo de los tatuajes y las artesanías que pueda ir haciendo en el camino. Pero fue un blanco inesperado. Su hermano Sergio, lo buscó con la paz de una abuela de Plaza de Mayo.
La APDH también intervino tras el asesinato de Rafael Nahuel, que también era un pibe sencillo: ““Rafita caminaba por las márgenes pero había decidido quedarse del lado de adentro. Si tenés apellido Mapuche y vivís donde él vivía, en las listas para conseguir laburo siempre te quedás entre los últimos. Se hace difícil para los que viven en el barrio Nahuel Hue, en el Alto Bariloche. Pero él la peleaba. Lo conocí cuando se acercó a aprender oficios con nosotros. Le gustaban las herramientas, aprender a usarlas. No se quería quedar en el enojo y la injusticia y siempre iba para adelante”, contó Alejandro “Duke” Palmas, uno de los responsables del Semillero Al Margen, el espacio de educación no formal que recibe a muchos chicos del Alto, al sitio Cosecha Roja. La organización anti violencia institucional CORREPI denuncia 145 mapuches desaparecidos. Esa cifra no cuenta los muertos como Rafael, que son incontables.
Si bien todas las miradas caen en el Gobierno de Mauricio Macri -y es lógico que así sea tras una escalada sin pausa de violencia por parte de las fuerzas de seguridad y de un plan organizado desde la Casa Rosada para reprimir protestas indígenas que afecten la búsqueda de inversiones privadas- las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel no se explican a partir de este gobierno solamente sino también a partir de todos los anteriores. Y no involucran solo a los poderes ejecutivos sino también judiciales y legislativos: este año por ejemplo el Congreso estuvo a punto de derogar una ley que reglamenta la devolución de tierras a las comunidades originarias, la 26160, que tras el caso Maldonado se terminó prorrogando.
Las muertes de Santiago y Rafael son muertes de Estado. De un Estado que aún no reconoció lo que algunos llaman “genocidio” durante las “campañas del desierto”: ¿cómo no iban a surgir en algún momento anarquistas “indios”?Hasta los “blancos conscientes”, progresistas de altiplanos andinos o periodistas con buenas intenciones tenemos que tantear a oscuras los límites del Estado moderno para advertir las peripecias de nuestras normas.
Cuando en 1962 la Policía Bonaerense se llevó al primer desaparecido argentino de la era moderna, Felipe Vallese, una solicitada gremial tituló: “¿Puede desaparecer una persona?”. La misma clase de pregunta nos podemos hacer sobre los mapuches, tehuelches, onas, wichis, tobas o diaguitas en el derrotero de la Argentina: ¿puede desaparecer un pueblo?
*Texto: Daniel Wizenberg y Pablo Linietsky.
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