El orgullo latino de Londres
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Un hombre con chaleco fluorescente y walkie-talkie se acerca hasta el grupo que espera para marchar. Es la una del mediodía en Londres y el sol que aparecía entre nubarrones, ahora golpea. Al principio eran unos veinte y ya hay sesenta personas que deambulan en la esquina de una avenida cortada al tránsito. Cuando la organización lo indique, caminarán en conjunto en la marcha Pride in London.
–You are Exilio latino, so you are the last –dice el hombre del chaleco.
Eso es Exilio latino en esta marcha que está a minutos de comenzar: los últimos. Antes que los latinos irán camiones auspiciados por marcas de gaseosa, cadenas de supermercado, clubes de baile. Marcharán agrupaciones de ONGs ecologistas que al pasar regalan frutas, habrá una agrupación de hockistas, pilotos de avión, un pequeño grupo perteneciente a una iglesia, incluso un camión con acoplado de un bar bisexual que se inscribió tarde a la marcha.
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Unos días antes, la líder de todo aquel movimiento de latinos se reúne con algunos integrantes para ultimar detalles de su participación en la marcha. Es sábado y todavía faltan catorce días. Tiene novedades y por eso mandó unas horas antes un mensaje.
–Baby, need you at Soho Square at 3 pm to talk about pride –escribe Gloria Lizcano.
Gloria es colombiana. Vive hace treinta y cinco años en Londres. Mezcla inglés y español en una misma oración y mantiene un tono imperativo. Su mensaje lo reciben otros latinoamericanos residentes en Londres. Llega a la plaza arrastrando un parlante de su tamaño. Lo que tiene para decir es que la negociación con la organización de la Pride Parade está difícil. Que finalmente no van a poder marchar con una carroza, que no tienen lugar, que ella ha insistido lo necesario y que por último se le ocurrió una idea. Sin carroza pero con cuatro parlantes como el que lleva.
Para mostrar el calibre de su idea prende el parlante. Explica que se conecta por bluetooth a su celular. Es una tarde soleada en una Londres veraniega en julio. Por la plaza pasean parejas, familias, gente que juega al ping-pong y un grupo de adolescentes que se activan con la música. El primer acorde es suficiente para saber que se trata del hit planetario: “Despacito”.
Los cinco o seis presentes empiezan a repasar a quién le avisaron, quién está llegando. Gloria toma su celular y graba un mensaje: “¡Mujer maravilla! ¡¿Cómo que atascada en el tránsito, si tu tienes alas para volar?! –bromea cómplice.
En esa pequeña ronda comienza a tomar forma la participación de Exilio Latino en la marcha: atuendos, música, punto de encuentro, lugar en la fila. Hasta aquí el grupo es reducido: Gloria, líder indiscutida, trae impresa una hoja con los detalles. Igual que en su hablar, la hoja describe indistintamente en inglés y en castellano las informaciones logísticas. El resto son a golpe de vista hombres que se interpelan como mujeres y cuentan que irán a la marcha vestidas como tales.
Ellxs son: Donatella, morocha, pelo largo, uñas largas, esculpidas y algunos anillos; El Italiano, amigo de Gloria, sobrio, callado, avisa que no va a ir a la marcha. Cuando surja el tema le hará algún chiste a Gloria sobre la superioridad europea con respecto a los latinos; La Peluquera, cuando llega alguien le dispara “te viniste de rubia”. “¡Ay, sí!”, replica ella tocándose el pelo. Tiene algo triste en el gesto, cuando llegue el momento del recuento dirá que no puede ir a la marcha, que tiene que peinar a una novia, le insisten que cómo no va a venir, y el día de la marcha estará ahí, vestida de reina, con el mismo gesto triste.
Están vestidos de forma común, pero cada uno tiene un pequeño detalle que anticipa la que será su otra cara: unos botones en los costados del pantalón o unos tajos en el suéter a la altura de los hombros. Discuten sobre una chica que no está, que hace poco se operó las tetas, y que entonces ya no va a ir vestida-transvestida a la marcha. Alguien la escuchó explicar que ahora que es mujer ya no necesita ir de mujer.
–Se le subió la silicona a la cabeza –replica Donatella.
Le responden que ella también debería operarse las tetas.
–Ay, no, yo tengo estos huevos fritos y me pagan por mamármelos –Donatella es filosa.
A su lado hay un hombre mayor, canoso, inglés, introvertido, que no entiende de qué se habla. Es el marido de Donatella. En la marcha alguien le dirá en algún momento “¿Marido?”, “Y sí, querida, quince años llevo con ese hombre, ya es mi marido”.
Gloria maneja los tiempos, da comienzo a la reunión, la interrumpe para poner música, baila con los adolescentes españoles, baja la música, habla por celular, vuelve a la reunión, reparte cervezas, reparte información y cuando siente que ya se dijo lo que había que decir, da por terminado el encuentro.
Londres vivió en las últimas semanas tres atentados que tuvieron como blanco espacios públicos de alta concurrencia. La London Pride Parade reúne las condiciones y por eso la seguridad es estricta. Una de las informaciones que trae Gloria es que para entrar a la marcha hay que tener sí o sí los “brazels”, unas pulseras que dispone la organización para todos los participantes.
La pulsera es organizativa y también una forma de control. Gloria protesta por la cantidad de pulseras que le dieron para Exilio Latino. Cuando la marcha esté por comenzar, Gloria ganará una de sus muchas batallas y conseguirá pulseras para los que aún no tienen.
La cantidad de pulseras y el último puesto en la marcha son los dos elementos que, según Gloria, le dan a los latinos su ubicación en el imaginario que tienen en la sociedad inglesa, o al menos en la sociedad inglesa LGBT. Algún lugar común del estilo “los últimos serán los primeros” consuela al grupo que se dispersa por las calles del Soho mientras cae el sol.
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Gloria se toma un rato más para contar acerca de Exilio Latino o Exilio a secas. Hace un rato tenía que irse a una cita con “una chica que se imaginan” pero ahora confiesa que aparentemente la plantaron, así que tiene tiempo para conversar.
–Exilio lo creé en el ’96. Lo hice por la frustración que tenía de que no había un sitio donde yo pudiese estar con mi novia, con mi pareja, bailando, un beso, una caricia, tomarnos de la mano –dice, y deja entrever que es posible que, Brexit mediante, las cosas hayan comenzado a empeorar nuevamente. Iba a bailar con amigos gays. Pero una vez me dio por bailar con esta chica. Nos separaron y nos dijeron “No, entre mujeres no se baila”.
Desde ese momento pasaron veinte años y diez ubicaciones distintas. Exilio no tiene una ubicación fija. Es un espacio donde la gente se sienta safe –cuenta Gloria.
–Hay chisme, también acosadera. Sales y estás en Londres, pero tú estás en Exilio y crees que estás en Latinoamérica. Yo soy como la madre pollito, porque donde yo voy, me siguen –asume Gloria.
Aclara que no todas son buenas cosas, que a veces el beneficio no es suficiente y que en estos años más de una vez pensó en retirarse. Cuenta que es DJ y sobrevuela la idea de que se debe a su público.
–Muchas veces he pensado: “No voy a seguir con Exilio, es mucho trabajo, a veces está vacío” –dice Gloria.
Un día fueron solo diez personas.
–Ahí dije “Pues no, ya llevo suficiente, ya llevo muchos años, es hora de que Exilio termine”, pero da la casualidad que me encontré un sitio en London Bridge y volvió a renacer –asegura.
En algún momento de apogeo, las fiestas le permitieron tener un ingreso suficiente para vivir “porque estaba muy al top“.
–Ahora no se puede, entonces trabajo durante el día en una iglesia como publicity and events. A veces hago painting y decorating. En Londres siempre hay formas de hacer dinero.
Sin embargo, la situación política en Inglaterra está en un momento de cambio. El 23 de junio de 2016 un referéndum celebrado en el Reino Unido aprobó su desconexión de la Unión Europea y, de la mano, otras medidas que permiten ajustar las políticas de inmigración. Por ahora el Brexit es –en el imaginario de algunos latinos– algo malo para los inmigrantes. Las opiniones son del estilo “viste ahora con el Brexit…” o “ahora no está fácil trabajar en Londres”. Sin dar precisiones, sin conocerlas, pero suponiendo que hay una obviedad compartida: nada bueno vendrá para los extranjeros que viven aquí.
–Hay una chica que tiene un negocio de helados en Brixton –cuenta Gloria. Y el propio neighbour, a quien conoce hace años, cogió su publicidad y la quebró en mil pedazos y “que fuera de mi país”, “que por ustedes yo no tengo casa”.
Con tristeza, Gloria sintetiza que “con estas cosas ya sentimos que we dont belong. Llevo aquí treinta y pico de años. Nunca había sentido que por el color de mi piel o por mi acento –y la frase queda ahí, en unos puntos suspensivos que expresan un sentimiento más que una certeza sobre lo que pueda pasar.
–Yo me sentía half European, half Colombian, pero eso pasó y muchas de mis amistades fueron atacados y en ese aspecto cambiaron las cosas.
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Ya es sábado 8 de julio y el sistema con los cuatro parlantes sobre un carrito es ahora una realidad. El parlante que en una plaza silenciosa revolucionaba el ambiente, aún multiplicado por cuatro, suena aquí como un celular latoso. Adelante, el camión con acoplado del bar bisexual tiene sus parlantes apagados pero amenazantes. Se trata de varias columna de bafles enchufados a 230 volts.
Exilio Latino ya no son solo las seis personas que estaban en la plaza del Soho. Ahora es un grupo cada vez más grande que se junta en torno a un núcleo invisible cuyo centro es Gloria y los parlantes subidos a un carrito envuelto en arpillera.
En el grupo más o menos heterogéneo se pueden distinguir algunas divisiones internas con cierto ajuste a la estereotipia homofóbica clásica:
– un grupo de lesbianas, petisas, de pelo corto y teñido, con ropa suelta, bajo perfil y fuerte ingesta de bebidas blancas;
– un grupo de gays, jóvenes, con físicos de gimnasio, con el torso descubierto, con tacos, con pelucas, con cinturones de cuero: bailan, se desafían entre sí a acercarse boca con boca, cadera con cadera;
– por último un grupo, de cinco o seis drag queens, muchas de ellas las presentes en la reunión en el Soho, con un promedio de edad mayor y con tendencia al merodeo solitario.
Una de las reinas se llama Steven. En su foto de whatsapp es un joven rodeado de muebles blancos y cultura inglesa. En la marcha es una chola del altiplano con traje cuzqueño. Aparenta unos treinta y algo de años. Es verborrágica y sin que se le pregunte cuenta que vino acá por trabajo, que ser gay en Cuzco es muy difícil, que es uno de seis hermanos hombres y que su mamá siempre le dio su apoyo.
–Nunca le dije a mi familia así directamente “Soy puto”, pero se me nota –dice Steven con sonrisa cómplice.
Cuenta que alertada por una prima chismosa –siempre hay una prima chismosa, dice Steven– le contó a su madre que tenía novio. La madre le preguntó hacía cuanto salían y él le contó que tres meses. “Bueno, cuéntamelo cuando lleven un año”, replicó la madre.
Cuando pasa uno de los gays con torso desnudo le agarra el brazo. Cuenta que una vez un obrero de la construcción –y hace gesto de “fortachón”– lo frenó por la calle. Él le preguntó si se conocían, el obrero respondió que no pero que podían conocerse. Un diálogo de película que termina –él lo aclara con un gesto– en sexo oral.
Se pone serio para decir que en Perú está arriba la iglesia y muy abajo los derechos para los gays. “Va ser muy difícil que se logren por ejemplo el matrimonio igualitario porque la Iglesia tiene mucha influencia.”
En el mundo solo 23 países tienen ley de Matrimonio igualitario. El primero fue Holanda, que aprobó una ley sobre matrimonio homosexual en septiembre de 2000. Le siguieron Bélgica en 2003; Canadá y España, en 2005; Sudáfrica, en 2006; Noruega y Suecia, en 2009; Portugal e Islandia, en 2010, y Dinamarca, en 2012.
En América Latina, Argentina fue el primer país en legalizar primero la unión civil y en 2014 el matrimonio igualitario. Le siguieron: Uruguay y Brasil en 2013. En México se reguló solamente para algunos estados en 2015 y Colombia fue el último en legalizarlo en 2016.
Hace pocas semanas se sumó el país número 23 a esta lista. Con una extraña coalición de partidos y con un total de 393 diputados a favor y 224 en contra, Alemania aprobó la Ley de Matrimonio Igualitario, con la cual se conceden a parejas entre personas del mismo sexo los mismos derechos que a matrimonios heterosexuales, incluido el derecho a la adopción.
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La espera dura unas tres horas. Exilio Latino logra filtrar su música cuando el camión del boliche con sus parlantes gigantes decide hacer intervalos. En esos momentos se intercalan los obligatorios –“Despacito” de Luis Fonsi, “Bailando” de Enrique Iglesias y Gente de Zona, “Felices los cuatro” de Maluma, “Puro chantaje” de Shakira y Maluma– con clásicos consagrados como “Danza Kuduro” y “Suavemente” de Elvis Crespo.
El tiempo se frena cuando suena un tema de todos los tiempos: “Suavemente” de Elvis Crespo vuelve a levantar las energías de esa pequeña multitud que sube y baja. Un hombre de barba, vestido de odalisca, con media cara tapada por un velo, una escritura en árabe en su frente y un tatuaje en su antebrazo con letras en imprenta mayúscula que dice “Música por favor” se cruza con otro joven, tez oscura, barba, peluca rubia y pestañas color rosa. Ganan el centro de la pista, se forma una ronda a su alrededor y bailan. Se acercan, se alejan, se sostienen la mirada, acortan distancia. Compiten y se complementan hasta que distienden y se saludan. Se dan la mano y un pequeño abrazo, un gesto de reconocimiento y la ronda se desarma.
Gloria cuenta que otros años, sin la limitación de las pulseras, la gente se sumaba a la columna de Exilio a medida que escuchaba la música latina y se sentía identificada con el carnaval que se vivía. Ella en su rol de DJ cuenta que una vez iba distraída mirando hacia adelante sin saber que detrás suyo empezaba a formarse una multitud.
–Yo me doy vuelta así, miro ese mundo de gente y me digo “Que no se me vaya a parar la música porque me muero” –recuerda Gloria–. Es un feeling eléctrico, casi orgásmico. Tú le dices a la gente “Levanten las manos” y es una ola de gente.
Sus palabras suenan ahora premonitorias. La música es, durante la marcha, su dolor de cabeza. Gloria libra sus batallas con conversación e insistencia. Primero fueron las pulseras, luego por el trailer con parlantes y habrá una más por la ubicación en la marcha.
–Simplemente por caminar nos cobran quinientas cincuenta libras. Antes si querías una carroza, bueno es tu problema, arma la carroza. Las empresas que participan están pagando diez mil libras, veinte mil libras –dice eso pero entiende los motivos de los organizadores–. Claro, tú prefieres coger veinte mil libras a que un pelagatos te quiera pagar quinientas cincuenta– resume Gloria. También aclara que aunque es poco para la organización es mucho dinero para ellos y no les resulta fácil reunierlo.
El espacio que le dieron para simplemente “caminar” Gloria lo adornó con su ingeniería de cuatro parlantes –“subidos a un trolley”, dice ella–, conectados entre sí, y a su vez a su celular. Gloria camina por la marcha con pantalón ajustado, corpiño y alas de ángel en su espalda. De uno de sus bolsillos asoma un celular siempre a punto de caer con unos auriculares enredados a su cuello. Desde allí va eligiendo los temas que suenan.
La música se interrumpe una y otra vez. Los parlantes fallan. El traqueteo del trolley desajusta los cables. La batería de los parlantes que prometía ocho horas tambalea dos horas después y Gloria –con cara de preocupación, pero sin perder estilo– continúa su marcha mientras enchufa y desenchufa cables. Cada vez que vuelva a sonar la música, la fiesta volverá a comenzar. Y cada vez que se apague, volverá la sensación de que hasta allí llegó el trolley.
Otra de sus batallas es contra los parlantes del camión que la antecede. Cuando están prendidos la música de Exilio no se escucha. Gloria intenta en un momento llevar a su tropa, sin pedir permiso, hacia adelante. Los hombres de chalecos fluorescente vuelven a aparecer para poner las cosas en orden. Pero luego, de forma mágica y conversación mediante, Exilio Latino estará delante del camión, con un gran espacio propio e invadiendo con música latina las calles de Londres.
La marcha se divide en dos tramos. Las primeras cuadras son para atravesar el lugar en donde habían estado esperando el resto de las columnas. Cuadras vacías con calles llenas de vasos, botellas, banderines. Luego las columnas entran en una zona vallada y con público de los dos lados. Esa es la verdadera marcha y es, en realidad, un desfile donde la sociedad observa –valla mediante– un espectáculo. Gloria evita charlar de política y dice que ellos hacen entertainment.
–Lo nuestro no es político, no estamos luchando. Exilio es un social space –dice.
–Yo sé que el parade se convirtió en un carnaval –continúa Gloria– antes era por derechos, para podernos casar, para la igualdad en el trabajo. Eso ahora ya está establecido y de un momento al otro se volvió más carnaval. Y nos queda muy bien, porque a nosotros nos gustaba la marcha para tener nuestra fiesta allí.
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Cada una de las personas de la marcha hace su aporte particular. Hay alguien tirando burbujas con un burbujero. No es ninguna consigna pero es su modo personal de conformar ese conjunto de expresiones. La convocatoria solicitaba a la prensa denominarla como “Pride in London” (Orgullo en Londres) y evitar alusiones como “Marcha Gay” o “Marcha del orgullo gay”, que excluían a otros grupos participantes.
El pedido es sintomático, porque la marcha celebra un orgullo que es individual e intransferible. La marcha está lavada de consignas políticas y es un espacio neutral que funciona como condición para que las individualidades se sientan a gusto con expresarse libremente. Tiene el carácter de una defensa liberal de la individualidad más que el propósito de ajustar la correlación de fuerzas y reclamar derechos políticos.
Las marcas están presentes en todos los detalles de la parada. Vasos, carteles, globos, camisetas y en otra escala camiones con sus acoplados, llevan la huella de sus anunciantes. Es una contradicción que flota en el ambiente. Las marcas con su poder de igualar a los consumidores queriendo auspiciar un evento que es, en esencia, un carnaval, una ruptura con todo el orden establecido y un impulso individual a la libertad.
Cuando la marcha entra en esa zona de desfile, los vestidos de las drag queens cobran sentido. La gente quiere selfies con ellas. Les gritan, ellas caminan, dan vueltas y se deben a su público. Bailan, tiran besos y reciben gritos de un público que las alienta. Son divas que se encienden con las luces. Y la marcha es eso. La sociedad presta su escenario y prende las luces para que aparezca un grupo variopinto.
Por eso el público está detrás de las vallas, por eso las empresas auspician con sus marcas. Las marcas están donde está la mirada. Más que el movimiento LGBT, procuran no perderse un fenómeno social al que su público está mirando. El espectáculo dura poco más de una hora.
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Detrás de Exilio Latino sólo marcha un ejército de barrenderos y camiones de limpieza que se encargan de que antes del atardecer todo vuelva a la normalidad. Al terminar la marcha, Exilio Latino arrastra el carrito con parlantes hasta el metro subterráneo. Se apagan las luces, se cierra el telón y la fiesta sigue para el movimiento LGBT, de regreso al espacio entre cuatro paredes de los boliches habituales.
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